La calle del fashion week: puertas afuera hay un desfile paralelo del que participan los personajes de la industria
Una semana de la moda de Europa o de Nueva York es intensa puertas adentro de los desfiles, pero la calle y los preparativos previos pueden superarlos en estrés, exigencias y espectáculo.
Pese a moverme de una ciudad a otra para presenciar estos shows únicos, es la calle el espacio que no deja de llamar la atención tanto de los transeúntes como a nosotros, los invitados. Sin ella, sin esas cuadras previas a un desfile y sin esos parques que enmarcan cada foto de street style, una semana de la moda estaría incompleta.
¿Qué ponerse para ir a uno de estos desfiles? La pregunta no sería tan capciosa si no estuvieran esperando ahí afuera decenas de fotógrafos intimidantes. La calle es el otro desfile del que no sólo participan modelos, sino todos los personajes y personalidades de la industria. Mientras que las modelos salen de los shows con impecable maquillaje, jeans y campera de cuero, las editoras ofrecen un estilo más sui géneris, a veces vintage, otras excéntrico, y muchas ultraclásico.
Yo opto por ir cómoda, pero a su vez divertirme con la elección, la ocasión inspira y permite. Yves Saint Laurent decía que la moda es una fiesta: "Vestirse es prepararse para interpretar un papel". No soy modelo ni me interesa mostrar mi imagen como único objetivo, sino ante todo cumplir con mi trabajo y llegar a cubrir los desfiles con los que me comprometí. Salir abrigada y bien calzada es clave, engriparme o quebrarme un tobillo no son una buena opción. Aunque hay marcas que tácitamente inducen a ir más elegante, hoy hay más libertades que nunca y me encanta aprovechar esto.
Al momento de armar valijas pensando en cada evento y en todos los días que estaré fuera de casa, la tentación por llevar de más me amenaza, pero con el tiempo fui aprendiendo a aligerar la carga. Hoy aplico la practicidad: rotar equipos manteniendo prendas fijas que me encantan y caracterizan, como un collar de diseño argentino, una cartera, un poncho, unos jeans o unos mocasines; repetir y reinventar es esencial para mí.
Pese a ser consciente del fenómeno street style, posar frente a tantos fotógrafos da pavor y uno nunca termina de acostumbrarse. Siempre voy apurada, respondiendo e-mails, haciendo llamadas, coordinando reuniones, hablando con colegas, tiritando de frío o muerta de ganas por un café.
Prefiero saborear toda esa puesta del otro lado, mirando desde la ventanilla del auto. Trato de bajarme en la puerta del desfile para evitar un resbalón, soy un tanto conocida por mis torpes tropiezos. Ser perseguida durante cuadras por sólo llevar puestos unos lindos zapatos se siente ridículo y exagerado, y más cuando al dar la vuelta a la esquina ya no hay ningún fotógrafo en vista y todo vuelve a la normalidad.
Hacia el final de estas intensas semanas de jornada completa, cuando el cansancio por andar todo el día de punta en blanco empieza a pegarme con fuerza, siento un antojo irresistible: cero maquillaje y unos anteojos grandes que cubran mi cara cansada. Del desfile al supermercado, y a cocinar para los chicos. La movida posdesfiles continúa generalmente en una comida en Indochine, en el Chiltern Hotel o en Caviar Kaspia, pero una película frente a la chimenea siempre abriga más.
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