El hecho ocurrió en la isla Livingston, el 15 de septiembre de 1976; 48 años después, una expedición científica búlgara recuperó piezas que pertenecerían a la aeronave y las entregó en la Base Naval de Mar del Plata
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Alejandro Mutto tenía apenas 6 años. Sin embargo, su relato está cargado de detalles. Era de noche, estaba en su habitación con sus hermanos, Eduardo y Leonardo. “Estábamos acostados, con la luz apagada, pero todavía no nos habíamos dormido”, describe. De repente, su madre, Susana Beatriz Álvarez de Mutto, entró al dormitorio y les soltó la terrible noticia: el avión Neptune matrícula 2-P-103 que era comandado por su padre, el capitán de corbeta Arnaldo Mutto, había desaparecido en algún lugar de la Antártida. Nada más. Era todo lo que ella sabía hasta el momento.
Le dieron pocas precisiones. Le dijeron que el avión había despegado esa mañana, a las 8:40 horas, desde la Base Aeronaval Almirante Hermes Quijada, en Río Grande. Y que a las 12.15, cuando volaba a 3000 metros de altura, hizo el último contacto por radio. También le aseguraron que la Armada argentina había desplegado un operativo de búsqueda para dar con el avión y su tripulación.
Al día siguiente, jueves 16 de septiembre de 1976, la noticia se imprimió en tapa de LA NACION. “Declaróse en emergencia a un avión de la Armada”, tituló el editor responsable. Y en la bajada amplió: “Se extravió en la Antártida, con 10 ocupantes”.
El avión estuvo “perdido” durante varios días. Alejandro no puede precisar cuántos. En ese período, la familia Mutto no sabía si Arnaldo estaba vivo o muerto. “Vivíamos en una base naval, rodeados por familias de marinos, pero no recibíamos noticias de ningún tipo -describe Alejandro-. Mis hermanos y yo seguimos yendo al colegio. Un día, uno de mis compañeros me dijo que estaban trayendo a los sobrevivientes de la Antártida en un portaaviones... Y yo no aguantaba, fue el día más largo de mi vida. Hasta que llegué a casa y comprobé que no era cierto, que era una ilusión de mi compañero. Y así siguieron pasando los días”.
-¿Cómo se enteró de la muerte de su padre?
-Recuerdo que estaba en el jardín de la casa, jugando, y empezaron a llegar oficiales de la Armada. Yo no entendía mucho lo que pasaba, estaba acostumbrado a ver uniformes, y ahí se quedaron, en el living, con mi madre, hasta que un compañero de mi padre salió al jardín y me dijo “tu padre murió”. No lo entendí, en ese momento creo que no tenés dimensión de la muerte.
Una herida abierta
El miércoles 15 de septiembre de 1976, el capitán de corbeta Arnaldo Mutto recibió su misión: debía realizar un vuelo de “reconocimiento de hielos” en el Pasaje de Drake, sobre la ruta de navegación que a partir del mes de diciembre de ese año atravesaría el rompehielos ARA “General San Martín” por la Campaña Antártica 1976/1977.
Se podría considerar un vuelo “de rutina”: en aquellos años la ausencia de satélites impedía conocer el estado de la barrera de hielos, razón por la cual se enviaban aviones para hacer tareas de reconocimiento sobre el final del invierno.
El Neptune despegó de la Base Aeronaval Almirante Hermes Quijada, en Río Grande. Llevaba 11 personas a bordo, diez marinos y un civil. Sus nombres están grabados en una placa de bronce que luego fue depositada en el lugar donde cayó el avión. Ellos son: el capitán de corbeta Arnaldo Mutto (piloto), el teniente de navío Miguel Berraz (copiloto), el teniente de navío Carlos Migliardo, el teniente de corbeta Claudio Cabut, el suboficial segundo Nelson Villagra, el cabo principal Jesús Oscar Arroyo, el suboficial segundo Juan Noto, el suboficial segundo Reimberto Brizuela, el cabo principal Omar Campastri y el cabo primero Benjamín Scesa. También viajaba un camarógrafo, corresponsal de Canal 13 TV Ushuaia, Rodolfo Rivarola.
El pronóstico del tiempo parecía bueno. Aunque se esperaba que, en pleno vuelo, encontraran zonas de mayor nubosidad que requerirían navegación instrumental.
El Neptune reportó periódicamente su posición a través del radio, haciendo contacto en pleno vuelo con distintas estaciones argentinas. La última comunicación fue a las 12:15. En ninguno de sus llamados reportó inconvenientes. Pero, de repente, la comunicación se cortó para siempre.
La Base Naval Antártica Almirante Brown declaró la emergencia y se inició una búsqueda exhaustiva por parte de varias ramas de las Fuerzas Armadas. Pero a pesar de los esfuerzos por localizar y recuperar los restos de los tripulantes, la tarea resultó extremadamente difícil debido a las severas condiciones climáticas y geográficas de la zona.
El Neptune estuvo extraviado 10 días: sus restos fueron hallados el 24 de septiembre. Se confirmó que había impactado en el Cerro Barnard en la isla Livingston, del Archipiélago de las Islas Shetland del Sur.
El 4 de octubre fue enviado el rompehielos ARA “General San Martín” con la misión específica de rescatar a posibles sobrevivientes. Un helicóptero Alouette sobrevoló la zona del impacto, entre la montaña y el glaciar, y confirmó la sospecha más temida: no había sobrevivientes. Ante esta situación, se tomó la decisión de planificar el rescate de cuerpos y restos de la aeronave para la temporada de verano, aprovechando condiciones meteorológicas más favorables.
Finalmente, el rescate de los cuerpos se intentó en enero de 1977... pero terminó en tragedia. Un helicóptero Bell 212 de la Aviación de Ejército (AE-451) que formaba parte de la misión se precipitó a tierra. En el accidente murieron sus tres tripulantes: el teniente primero Mario García, el teniente Alejandro Merani y el sargento mecánico Ricardo Segura.
Ante semejantes tragedias, las mayores registradas desde el inicio de la presencia argentina en la Antártida, se decidió no volver a intentar el rescate.
Tanto los Mutto como los familiares de las otras víctimas nunca pudieron velar a sus seres queridos.
“Tuvimos que deshacer nuestra vida, volver a empezar. Dejamos la base naval de Bahía Blanca y nos vinimos a vivir a Buenos Aires. Pasamos a la vida civil. Nuevos colegios, nuevos compañeros... No fue fácil adaptarnos a la nueva vida sin mi papá”, se lamenta Alejandro.
“Amaba volar”
Su padre, el capitán de corbeta Arnaldo Mutto, era el comandante del Neptune. Cuenta Alejandro que tenía una profunda vocación por volar: “Entró en la Armada con la idea de ser submarinista. Pero durante un fin de semana de instrucción en la Escuela Naval lo llevaron a volar. Esa tarde resolvió que lo suyo no era por debajo del agua, sino por el aire. Se formó como piloto y después fue enviado con otros compañeros a Pensacola, Florida, Estados Unidos. Allá recibió una excelente instrucción, de piloto de élite, que duró dos años. Cuando volvió a Buenos Aires lo designaron instructor en la Escuela de Aviación Naval y sumó muchísimas horas de vuelo. Después pasó a la escuadrilla de exploración con los Albatros, los aviones que estuvieron antes que los Neptune. Voló en la Antártida, participó en rescates y llegó a aterrizar dentro del cráter de la isla volcánica Decepción, cerca de Livingston, lugar en el que se accidentó. Cuando digo que amaba volar hay un hecho que define esta vocación: cuando era instructor, en un vuelo, falló el tren de aterrizaje y se estrelló... el avión quedó bastante dañado pero él sobrevivió. Y aún así, siguió volando. Él siempre quería seguir volando...”, cuenta Alejandro.
Arnaldo Mutto fue uno de los tantos valientes pilotos que se animaron a volar sobre la Antártida. El primer vuelo desde la Argentina hacia el continente blanco fue realizado el 13 de diciembre de 1947, con un DC4 al mando del capitán de corbeta Gregorio Lloret. En esa ocasión no se aterrizó, se sobrevoló. Desde entonces, los vuelos de ese tipo en aviones aeronavales, fueron una rutina.
Más adelante, el 6 de enero de 1962, dos aviones de la Armada aterrizaron en el continente austral. En esta operación, los aviones Douglas DC-3 matriculados CTA- 12 y CTA-15, cumplieron la proeza de ser las primeras aeronaves argentinas en tocar suelo antártico.
48 años después
Durante años, los cuerpos de los tripulantes y los restos del avión convivieron con el cambio estacional del clima de la región. Por momentos eran cubiertos por la nieve y el hielo, y por otros, recibían de manera directa los rayos del sol. Fue de casualidad, y hace muy pocos días, que una expedición del Instituto Antártico de Bulgaria encontró piezas que podrían pertenecer al Neptune.
El 15 de enero último, tras transcurrir más de 47 años desde el fatídico siniestro de la aeronave argentina, en el marco de las investigaciones llevadas a cabo por científicos búlgaros durante su trigésimo segunda campaña antártica científica, se localizaron restos de un vehículo de tipo militar que guardaban similitud con los de una aeronave. Fue durante las actividades de muestreo realizadas por geólogos en el área de Punta Barnard que se hicieron estos hallazgos. Los restos fueron posteriormente embarcados a bordo del buque de investigación de la Armada búlgara.
El 19 de enero, con el propósito de obtener más pistas que pudieran contribuir a la identificación del origen de las partes encontradas, las autoridades búlgaras dispusieron el envío de un equipo de alpinistas e investigadores. Estos lograron descubrir más elementos relevantes, los cuales también fueron transportados para su análisis posterior.
Una vez a bordo del buque, se logró identificar los restos como parte de una aeronave militar. La presencia de una inscripción en español en algunas de las piezas encontradas, junto con la imagen característica del “Sol de Mayo” típico de los timones de dirección de las aeronaves pertenecientes a la Aviación Naval, permitió establecer una conexión con la aeronave argentina Neptune 2-P-103.
Tras la comunicación de las autoridades búlgaras con sus contrapartes argentinas para informar sobre el descubrimiento y ofrecer su colaboración, se acordó la entrega de los restos a las autoridades argentinas.
Primero se realizó una ceremonia en las proximidades de Punta Barnard en la Isla Livingston. La ceremonia fue presidida por el Director de la Academia Naval Búlgara, Almirante Boyan Mednikarov; acompañado por el Director del Instituto Búlgaro, Profesor Christo Pimpirev; el embajador de Bulgaria en Argentina, Stoyan Mihaylov y el Director General de la agencia oficial de noticias búlgara BTA, Kiril Valchev.
Ayer, 21 de febrero, a las 8.30 de la mañana, las piezas halladas llegaron a la Base Naval Mar del Plata en el buque “Santos Cirilo y Metodio” de la Armada búlgara. Pero no permanecerán en Mar del Plata: serán trasladados al Arsenal Aeronaval Comandante Espora, en Bahía Blanca. Este organismo técnico posee la autoridad necesaria para certificar la pertenencia de los restos a la aeronave en cuestión y confirmar al cien por ciento si pertenecen al Neptune accidentado en 1976, todo ello bajo la supervisión de la Jefatura de Mantenimiento y Arsenales de la Armada.
Para la familia Mutto, el hallazgo de las partes del avión se presenta como una oportunidad para cerrar la herida abierta hace 48 años. Alejandro pide que, de confirmarse que los restos pertenezcan al Neptune, se continúe con la investigación. “Los restos están bajando por el glaciar y están saliendo al mar. De casualidad se los encontraron. Si se espera al año próximo, a la próxima campaña antártica, habremos seguramente perdido toda oportunidad. Y creemos que los tripulantes del avión no merecen ser olvidados”, dice.
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