Hace exactamente 35 años, el hombre fuerte de Panamá entre 1983 y 1989 fue destituido mediante una invasión de miles de militares ordenada por el presidente estadounidense George Bush llamada Operación Causa Justa
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El general Manuel Antonio Noriega no llegó a ser oficialmente el presidente de Panamá. Sin embargo, a modo de cruel dictador, ejerció el poder de facto de ese país centroamericano entre 1983 y 1989. Su dominio duró hasta que, en la noche del 20 de diciembre de ese último año, tropas de los Estados Unidos invadieron territorio panameño para capturarlo, en un descomunal y virulento despliegue militar que se conoció entonces como “Operación Causa Justa”.
Fueron 27.000 los efectivos de elite del ejército estadounidense que atravesaron las fronteras istmeñas en la noche de ese 20 de diciembre. La alarma antisísmica sonó en la capital del país, mientras una gran cantidad de aviones caza invasores bombardeaban el barrio de El Chorrillo, en el centro de la Ciudad de Panamá, donde se asentaba el bastión militar del dictador. El objetivo era el cuartel general de las Fuerzas de Defensa, pero todo el barrio quedó envuelto en llamas.
La invasión, que provocó una cantidad importante de bajas civiles y todavía hoy es cuestionada internacionalmente por su desmesura, fue ordenada por el entonces presidente estadounidense George W. Bush. Como ocurre con tantos otros dictadores, la relación entre Noriega y el país norteamericano había tenido su período idílico.
Jugar a dos puntas en la guerra fría
El militar había sido informante de la CIA y colaborador en tiempos del apogeo de la guerra fría, cuando a Washington le preocupaba influencia pro-soviética de Cuba en la región, a la que se sumaba la revolución sandinista en Nicaragua y el alza de las guerrillas del FMLN en El Salvador. Pero las cosas cambiaron y con el tiempo se supo que Noriega solo era aliado de Noriega.
Así es que el hombre fuerte del país canalero, a quien se conocía también como “The Man” o “Cara de Piña”, por su rostro marcado por las cicatrices de un acné juvenil, gustaba de jugar a dos puntas. O a tres. Pasaba información a los Estados Unidos, pero también ofrecía servicios a los enemigos de ese país. Por caso, le vendió miles de pasaportes de Panamá a Fidel Castro para sus agentes por 1000 dólares cada uno.
De acuerdo con el libro Tiempo de tiranos, Richard Koster y Guillermo Sánchez Borbón calculan que, en el total de sus operaciones ilegales, el mandatario panameño había recaudado alrededor de 772 millones de dólares.
Con Pablo Escobar: negocios y desconfianza
Otro de los negocios que hizo florecer el general apalancado por su férreo poder fue la alianza con las drogas. De acuerdo con la cadena panameña TVN, Noriega tenía lazos estrechos con el líder del narcotráfico colombiano Pablo Escobar Gaviria. Una relación que se habría iniciado en 1982 cuando la cabeza del Cartel de Medellín necesitaba a Panamá como ruta alternativa a Bahamas, para enviar su mercadería a los Estados Unidos.
Según testificó Carlos Lehder, segundo del cártel de Escobar Gaviria, en el juicio contra Noriega en Miami, el líder panameño recibía 1000 dólares por kilo de cocaína que pasaba por su territorio. Además, se quedaba con un cinco por ciento de comisión por cada dólar que el cartel blanqueaba en la banca panameña.
Escobar llegó a refugiarse unas semanas en Panamá en 1984, luego de que su cartel asesinara al ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla. La esposa del criminal, María Victoria Henao, incluso dio a luz allí a su hija Manuela. Pero el narcotraficante se fue poco tiempo después porque desconfiaba de las relaciones de su anfitrión con la CIA.
De hecho, luego de unos meses, el vínculo de ambos personajes se rompió cuando el militar destruyó un laboratorio de cocaína en Darien, provincia panameña, por presión de la DEA. Esto, según se dice, habría enfurecido al llamado “Patrón del mal”.
Un combate desigual
El operativo Causa Justa duró un total de 41 días, y los estadounidenses pusieron en él las últimas innovaciones de su tecnología bélica, como los aviones caza furtivos F-117 Nighthawk, los helicópteros de ataque AH-64 Apache y los vehículos terrestres blindados Humvee. Fue así esta, por el despliegue de hombres y maquinarias, una maniobra militar con una complejidad que no se veía desde los tiempos de Vietnam.
Enfrente había un ejército de unos 16.000 hombres, en su mayoría poco preparados y no muy bien pertrechados para el combate. Los objetivos oficiales de la operación esgrimidos por los Estados Unidos, además de atrapar al dictador, eran salvaguardar las vidas de los estadounidenses presentes en el país, defender la democracia y los derechos humanos, luchar contra el narcotráfico y asegurar la neutralidad del canal en tiempos futuros.
“Utilizaron artillería y aviación para bombardear las zonas más densamente pobladas de la capital, donde había una gran cantidad de población viviendo en caserones antiguos de madera”, le cuenta a BBC Mundo, el sociólogo y escritor panameño Guillermo Castro Herrera. Las calles se convirtieron en un caos y también hubo olas de saqueos entre los locales, que aprovecharon el descontrol para sacar algún rédito.
El objetivo de Estados Unidos con semejante operativo era aplastar cualquier resistencia para impedir que se generaran grupos contrainsurgentes que viraran a la guerra de guerrillas, un verdadero dolor de cabeza para ellos. Pero lo cierto es que, en los primeros días de la invasión, y pese al dominio abrumador de los estadounidenses, Noriega aún no había sido capturado. Por un tiempo parecía haberse esfumado hasta que, para la jornada de Navidad, se supo que estaba refugiado en la Nunciatura Apostólica de la Santa Sede de Panamá.
Fiestas, cocaína y osos de peluche
El hombre que se había ocultado en esa institución del catolicismo cargaba con un pasado muy alejado de los valores cristianos. Como asesor leal del dictador Omar Torrijos, a finales de los ‘70, Noriega organizó la persecución y el encarcelamiento de opositores políticos. Cuando el entonces líder panameño murió en un accidente de avión en julio 1981, su asesor tomó el control de la Guardia Nacional. Y en 1983 se promovió a sí mismo como general de las fuerzas armadas.
Nacido en 1934 en Darien y abandonado por sus padres a los cinco años, una vez llegado al poder, el caudillo istmeño parecía haber perdido los pocos escrúpulos que le quedaban. Además de sus arreglos económicos turbios con el mejor postor, acostumbraba a dar discursos nacionalistas, siempre portando un machete. Vivía en residencias de lujo, donde daba fiestas en las que abundaba la cocaína. En esas celebraciones, hacía gala también de sus extravagancias: mostraba su colección de armas antiguas y también sus osos de peluche vestidos como paracaidistas.
Cara de Piña despreciaba el juego democrático, era tremendamente cruel con los opositores e intolerante con la prensa. Había montado una unidad antimotines, cuyos miembros fueron apodados “Los Doberman”, para reprimir violentamente cualquier intento de expresión disidente. Además, su discurso se iba volviendo cada vez más en contra de Estados Unidos y denunciaba que la nación del norte hacía maniobras para desprestigiarlo y para que no se cumpliera el tratado Torrijos-Carter, que le devolvía a Panamá el control del canal interoceánico, emblema del país, en el año 1999.
El detonante de la invasión
Más allá de estas acusaciones y de las excesos del dictador, Estados Unidos continuaba jugando al distraído. Hasta que en un momento la situación se volvió intolerable. Fue en junio de 1987, cuando el exjefe del Estado Mayor del ejército de Panamá, Robert Díaz Herrera, acusó a Noriega abiertamente de narcotráfico, de haber planeado la muerte de Torrijos, de haber orquestado un fraude electoral en 1984 y de haber ordenado la decapitación de un líder opositor, Hugo Spadáfora, en 1985.
Una multitud salió a la calle a protestar ante las revelaciones y la represión no tardó en asomar. Se decretó el estado de emergencia y se suspendieron las garantías constitucionales.
Pronto los Estados Unidos bloquearon económicamente a Panamá, pero la causa detonante para la invasión llegó el 16 de diciembre de 1989 cuando cuatro marines estadounidenses fueron atacados por tropas panameñas en la capital y uno de ellos resultó muerto. “Eso fue suficiente”, dijo Bush al anunciar Causa Justa.
Música pesada para enloquecer a un dictador
Aquel 25 de diciembre de 1989, las fuerzas estadounidenses no podían irrumpir en la Nunciatura, estrechamente vinculada al Vaticano, para capturar a Noriega. Y el exhombre fuerte, por supuesto, se negaba a entregarse. Entonces surgió una idea singular: la operación Nifty Package. Esto era ni más ni menos que una guerra psicológica que consistía en agotar mentalmente al militar refugiado mediante el uso de la música de rock, pop y heavy metal.
Así, durante días, los blindados del ejército invasor apuntaron potentes parlantes contra la Nunciatura y pasaron sin parar y a todo volumen canciones como “You Shook Me all Night Long”, de AC/DC; “Paranoid”, de Black Sabath; “I Fought de Law”, de The Clash; “Welcome to the Jungle”, de Guns N’ Roses o “Fight the Power”, de Public Enemy. Y, por supuesto, “Panamá”, de Van Halen. También se ponían a rugir los motores de los camiones militares y hasta se quemó un parque próximo para hacer un helipuerto y poder producir ruido también con las hélices de esta aeronave.
Finalmente, el 3 de enero de 1990, Noriega salió caminando despacio de la Nunciatura para entregarse a las tropas invasoras. Quizás porque se hartó de la música, o quizás porque no tenía demasiadas opciones. Poco después, era llevado al aeropuerto local y de allí a Miami como prisionero de guerra para ser juzgado por sus crímenes.
Una invasión cuestionada
Guillermo Endara, un político que había ganado las elecciones presidenciales en mayo de 1989, asumió como presidente de Panamá. El 31 de enero de 1990 se dio por finalizada la Operación Causa Justa, cuya violencia fue condenada en 2018 por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que exigió a los Estados Unidos resarcir a las víctimas e iniciar una investigación completa.
“(La invasión) sigue siendo una herida abierta por muchos motivos”, dice a la BBC, Nelva Araúz Reyes, investigadora en el área de Derechos Humanos del Centro Internacional de Derechos Políticos y Sociales de Panamá, que añade que no ha habido reparación de ningún tipo a los familiares de todas las víctimas y al país, por las pérdidas humanas y los daños a bienes del Estado”.
El saldo de muertos que dejó esta operación que terminó con el mandato de Noriega tampoco está claro. En términos militares, murieron alrededor de 300 soldados panameños contra unos 23 de los Estados Unidos. En cuanto a los civiles, hay mayores diferencias, depende de la organización. Mientras que la ONU menciona a unas 300 personas muertas, la Asociación de los Familiares de los Caídos durante esa operación denuncia unos 4000.
Otra de las consecuencias de esta maniobra militar de cuyo inicio hoy se cumplen 35 años fue que, luego de estas acciones, el ejército panameño fue disuelto.
Condena y muerte del último dictador panameño
En abril de 1992, Noriega fue sentenciado a 40 años de prisión por tráfico de drogas, lavado de dinero, asociación ilícita y conspiración. Siempre dijo que el juicio y los cargos eran una farsa. “Como no pudieron matarme ayer [durante la invasión estadounidense de Panamá en 1989] me traen aquí hoy para que usted les haga el favor de matarme en vida”, dijo entonces el exdictador ante el juez William Hoeveler.
La condena se redujo luego a 30 años. Mientras estaba en prisión en Estados Unidos, su país lo juzgó en ausencia por la ejecución de soldados en el golpe de Estado fallido de 1989.
Las autoridades de la prisión de Estados Unidos preveían darle a Noriega libertad condicional en 2007 por buen comportamiento. Pero Francia exigió la extradición y el exdictador fue enviado allá en abril de 2010. Allí también se lo condenó bajo los cargos de lavado.
The Man fue repatriado a Panamá en 2011. Debía cumplir allí 20 años de prisión por la desaparición en los años ochenta de opositores políticos. Su arresto domiciliario se interrumpió en 2017 cuando fue trasladado al hospital Santo Tomás de la capital de su país para extirparle un tumor benigno de la cabeza. Pero hubo complicaciones en la cirugía y el militar falleció el 29 de mayo. Quien fuera el último dictador de la historia de Panamá murió a los 83 años.
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