La caída de el nido
Profunda tristeza ha causado entre amigos y clientes el reciente final de El Nido, bar, café, restaurante y punto de reunión alguna vez frecuentado por obreros y empleados portuarios, en la esquina de Azopardo y la avenida Belgrano. Para colmo, este cierre llegó poco tiempo después del fin del bar Ucrania (hubo cinco cafés en esa esquina, frente a la Aduana), histórico reducto de marineros donde hubo orquesta en el balcón y entre los músicos circulaban las prostitutas que desde lo alto inspeccionaban a la clientela.
Estas pérdidas son golpes bajos para el ciudadano que disfruta de la vida de café. En El Nido, durante treinta años estuvo Benito en la caja y Carlos y Antonio, entre otros, atendiendo las mesas. Carlos conocía bien a sus clientes, y no sólo daba crédito: en las malas hasta se le podía pedir prestado.
El Nido, autotitulado Grill en sus pocillos de café, tenía un sótano en el que las cucarachas eran tan grandes que se encargaban de apilar la mercadería. En ese oscuro subsuelo les fue ofrecido refugio a algunos colegas periodistas cuando, allá por los setenta, fue allanada una redacción vecina. Decían en el barrio quelos colegas prefirieron arriesgarse a la amenaza policial que enfrentar a los custodios del sótano.
Vaya uno a saber qué hará ahora la topadora inmobiliaria con ese tan querido espacio.
Claro, no se pueden lamentar demasiado los cierres de bares aunque sean un segundo hogar para mucha gente en la ciudad. Sin embargo, casi todo residente urbano es inquilino de una esquina favorita cargada de calidez y nostalgia.
Mi primer sobresalto emocional en la calle fue sufrir la demolición de un reducto de ingleses en la calle Zapiola al 1900, frente a la estación, a comienzos de 1967. Se llamaba Glue Pot (El Tarro de Cola), apodo que se atribuyó a las damas angloargentinas de Belgrano de los años treinta por la facilidad con que quedaban adheridos al boliche sus maridos al regresar del trabajo cada tarde, y ahí se demoraban en lugar de volver a casa. Ese bar, fundado en 1907, funcionó como banco informal, club y centro de asistencia psicológica para clientes. Sobre la puerta del local colgaba una de esas grandes ollas de hierro para baño María en el que los carpinteros derretían la cola.
Al poco tiempo cerró el bar Lloyd, en la City porteña, que alcanzó fama como punto de encuentro entre banqueros y bancarios, y también entre espías e informantes de diversas nacionalidades.
Poco a poco se fueron apagando las luces sobre muchas barras conocidas como refugios de residentes europeos. El No Name Bar (Bar Sin Nombre), el restaurante Criterion, el London Grill, el Zur Post (a la vuelta del remozado Jousten Hotel), y tantos otros, desaparecieron del centro financiero de la ciudad. Todos fueron mojones en la memoria urbana de una colectividad local e internacional que hacía de Buenos Aires un gran centro cosmopolita.
Y ahora, en pocos meses, han desaparecido el Ucrania y, peor aún, El Nido.
Esto se sufre como una tragedia personal.
* El autor es escritor y periodista