El 20 de octubre de 2011, hace exactamente 13 años, el hombre que lideró el país del norte de África con mano dura y llegó a ser uno de los jefes de estado más ricos del continente fue linchado y vejado por una multitud harta de sus excesos
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Las imágenes movedizas, tomadas desde un celular, son tan caóticas como el hecho que están reflejando. Muamar Gadafi, con el rostro ensangrentado, es rodeado por combatientes enemigos que lo toman de los brazos y lo empujan hacia adelante. El coronel que lideró Libia de forma autoritaria y violenta durante 42 años (desde el 1 de septiembre de 1969 hasta el día de su ejecución) parece aterrado. Sus enemigos acaban de sacarlo del tubo de desagüe en el que se había escondido como último y desesperado recurso de supervivencia. Es el 20 de octubre de 2011 y el dictador tiene sus minutos contados...
Muy poco después, otra vez una cámara de celular con oscilaciones frenéticas capta la figura del tirano depuesto en medio de sus exaltados enemigos. Pero hay algo que cambió. Muammar Muhammad Abd as-Salam Abu Minyar al-Gaddafi está muerto. Su final, a los 69 años, ocurrió en las proximidades de Sirte, la misma ciudad del norte del país donde el coronel Libio había nacido, y donde se había resguardado en los últimos meses de su vida.
Un líder carismático y voluble
Muamar Gadafi tenía tan solo 27 años cuando, a través de un Golpe de Estado sin derramamiento de sangre, se hizo con el poder de Libia. Tras derrocar al rey Idris, primer y único monarca del efímero Reino Unido de Libia, se puso al frente de una junta de 12 militares que poco después diluyó. Gadafi se convirtió así en el hombre fuerte de Libia, destacando por su carisma, sus extravagancias, su egocentrismo y su voluble derrotero en términos políticos.
En ese sentido, el dictador norafricano llegó a ser alternativamente panarabista, socialista, anticomunista, prosoviético, islamista, terrorista y pacifista. Su relación con occidente también fue basculante: pasó de ser uno de los líderes árabes mimados a enemigo acérrimo. Incluso, en una oportunidad, el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, lo llamó “perro rabioso”.
Estos devaneos en las relaciones con Europa y Norteamérica tenían que ver en parte con el apoyo o rechazo del libio a distintos grupos terroristas, dentro y fuera de su país, y también con las enormes reservas de petróleo que esta nación tenía. Y todavía posee. Según la BBC, las ganancias de Gadafi por el llamado “oro negro” eran de unos 500 millones de dólares semanales, lo que pronto lo convirtieron en uno de los hombres más ricos de África. Lamentablemente para el dictador de Libia, en su último período en el poder, la Organización de Atlántico Norte (OTAN) le soltó la mano y jugó a favor de sus enemigos, con participación activa en su derrocamiento.
Extravagancias y horror
Pero lo cierto es que, pese a los zigzagueos en sus tendencias políticas, existía un hilo conductor en la manera en que Gadafi llevaba adelante el poder. Esto era su crueldad y sus acciones en contra de las convenciones de los Derechos Humanos. Además de la ausencia de instituciones democráticos y carencia de libertad de expresión en el país, el líder era impiadoso con sus enemigos políticos, a quienes podía llegar a encarcelar y a ejecutar sin que le temblara el pulso, ignorando el debido proceso. Incluso contrataba mercenarios para eliminar a los opositores que habían escapado de Libia en cualquier lugar del mundo.
Lo que a los ojos del resto del planeta parecían extravagancias de un jefe de Estado narcisista y multimillonario, escondía detrás el horror. Por ejemplo, Gadafi solía viajar con una comitiva de decenas de mujeres que supuestamente hacían las veces de sus custodias. Se conocían como “la guardia amazónica” del tirano. Pero más que para garantizar su seguridad, las muchachas eran utilizadas por el libio para satisfacción de sus apetitos sexuales. Con el tiempo, varias de ellas confesaron los vejámenes a los que habían sido sometidas, tanto por Muamar Gadafi como también por alguno de sus hijos.
Del mismo modo, tras la caída del dictador se encontraron en sus palacios lo que se dio a conocer como “mazmorras sexuales”. Habitaciones ubicadas en los subsuelos preparadas para llevar allí a mujeres, hombres y hasta niños para someterlos a torturas y a abusos sexuales. Según un informe de la BBC que exhibió estos cuartos donde se cometían todo tipo de ultrajes y humillaciones, el coronel Gadafi visitaba escuelas y orfanatos donde él mismo marcaba al niño o la niña que luego sus asistentes llevaban a sus calabozos. Allí, las víctimas se convertían en sus esclavos sexuales.
La primavera árabe llega a Libia
Si bien Gadafi había sufrido varios intentos para sacarlo del poder a través de los años, el peor momento para su conducción llegó en febrero de 2011, cuando varios grupos opositores aprovecharon el empujón que significó la primavera árabe para mostrar su descontento. Lo que comenzó como una rebelión popular en Túnez y continuó con otra revuelta en Egipto, que culminó con la caída del presidente Hosni Mubarak, se proyectó también en territorio libio.
El 15 de febrero de 2011 estalló una insurrección popular masiva en Cirenaica, en el este del país, en la que los alterados manifestantes exigían la salida de Gadafi del poder. La respuesta del líder libio fue atroz: reprimió a los manifestantes a sangre y fuego con sus fuerzas armadas. Lejos de aplacar la furia popular, esta feroz represión despertó nuevas reacciones rebeldes que se extendieron a otras ciudades y también a la capital, Trípoli.
Los levantamientos que no paraban, por un lado, y las respuestas oficiales por terminar con ellos por el otro, generaron, desde marzo de 2011, una verdadera guerra civil en Libia. Los grupos rebeldes se reunieron en un frente común que se llamó el Consejo Nacional de Transición (CNT). A ellos se sumaban también oficiales del ejército libio, que se negaban a cumplir las órdenes de Gadafi de disparar y bombardear a la población civil.
Peter Bouckaert, investigador de Human Right Research, que fue enviado por su organización a Libia en esos días revueltos aseguró: “Hemos visto imágenes de miles de prisioneros asesinados, vendados y atados, muchos vestidos con uniformes militares de policía. Según la fuente que nos las suministró, ellos habían rechazado la orden de disparar contra la población civil y fueron ejecutados por las propias fuerzas de seguridad”.
“Moriré como un mártir”
En un encendido discurso que dio el 21 de febrero de 2011, Gadafi trató a los opositores como “cucarachas”, prometió aniquilar a los rebeldes y vaticinó lo que sería su propio final: “No me iré del país y al final moriré como un mártir”. Para suplir las deserciones de los hombres de su propio ejército, el tirano conchabó mercenarios de diferentes países de África y continuó su tarea de combatir sin piedad a los grupos sublevados.
Mientras la lucha continuaba y los muertos se sumaban por miles, comenzó la intervención de fuerzas internacionales. A comienzos de marzo, la OTAN reconoció al CNT. Poco después, el 17 de marzo, el Consejo de Seguridad de la ONU autorizaba la creación de una zona de exclusión aérea sobre Libia y tomar las “medidas necesarias” para proteger civiles. Poco después, esta resolución tomó un cariz más determinante cuando el 19 de marzo, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, bajo el mando de la OTAN, comenzaron una campaña de bombardeos sobre objetivos gadafistas.
El tiempo de combates fue desgastando a las fuerzas del despótico líder, que se negaba a entregar el poder, mientras que hacía más fuerte al CNT, que contaba con el inestimable apoyo de los ataques aéreos de sus aliados del Atlántico Norte. Tras meses de lucha, los rebeldes dieron comienzo el 20 de agosto a la batalla por Trípoli. El 22 llegaron hasta el centro de la ciudad y el 23 tomaron el complejo presidencial de Bab al-Azizia. Pero Gadafi, que ya no estaba allí, instaba a sus tropas a seguir resistiendo. Dos meses después llegaría la derrota definitiva. Fue cuando, luego de vencer todos los enclaves gadafistas, los hombres de la CNT llegaron hasta la ciudad de Sirte, donde se refugiaba su odiado dictador.
Llega el final
Luego de algunas semanas de lucha intensa, el 20 de octubre de 2011 Gadafi, junto con uno de sus hijos y buena parte de sus hombres intentaron huir del último reducto en el que se encontraban resistiendo, en una casa del Distrito 2 de esa ciudad. El dictador y sus hombres, en los últimos días, fueron cambiando de domicilio a medida que los rebeldes los acorralaban.
A las 8.30 de la mañana, un convoy de más de 70 vehículos salía de ese último refugio del dictador en Sirte, con la intención de escapar hacia el oeste de la zona del conflicto. Pero el líder libio no pudo eludir su destino. Pocos minutos después, un avión francés bombardeó la caravana y varios vehículos fueron alcanzados por los proyectiles. Entre ellos, el que llevaba al dictador.
Desesperados por no quedar expuestos al ataque de los hombres de la CNT, Gadafi y un grupo de sus guardaespaldas corrieron a esconderse en una cañería de hormigón que estaba debajo de un puente de la ruta. Allí, entre restos de basura, buscaron evadir a sus perseguidores. Pero pronto fueron descubiertos.
Los hombres que llegaban hasta Gadafi no conocían la palabra compasión. Muchos de ellos provenían de Misrata, una ciudad destruida por las tropas leales, y solo querían ajustar cuentas con el que fuera el hombre fuerte de Libia. Distintas imágenes grabadas con los celulares de los rebeldes van ilustrando el horror de los últimos instantes de la vida de Muamar Gadafi. Hay terror en sus ojos mientras lo arrancan de las cañerías, lo levantan y lo empujan hacia su postrero destino.
Otras imágenes que aparecerán más tarde darán cuenta de que el tirano vivió un verdadero calvario luego de ser atrapado. En los videos se ve como lo insultan, lo golpean, y hasta, por algunas escenas borrosas que llegan a los medios, se cree que el coronel fue empalado antes de ser ejecutarlo. Finalmente, la escena que cierra la salvaje secuencia es la postal del tirano recostado en una camioneta, zamarreado también por rebeldes, pero ya sin vida. Exhibe un agujero de bala en la cabeza.
Mahmoud Jibril, primer ministro del CNT, informa al mundo, a las 16.30, hora de Libia, lo que ya todos sospechaban: “Hemos estado esperando este momento por mucho tiempo. Muamar Gadafi ha muerto”.
Junto con las imágenes de la agonía del dictador y su posterior muerte, que recorren y conmueven al mundo, aparecen las voces de protesta de organismos de Derechos Humanos, e incluso de la ONU, que cuestionan la forma carente de legalidad en que lincharon y ultimaron al coronel Gadafi. La CNT informa primero que el líder fue muerto en un intercambio de balas entre los rebeldes y los leales, pero pronto esta versión se desmiente por la propia autopsia. Y por las imágenes en las que el líder libio aparece atrapado con vida.
Dos balazos y una tumba anónima
Los informes oficiales dan cuenta de que el sátrapa, como lo llamaban sus enemigos, falleció a causa de dos disparos realizados a quemarropa. Uno en su estómago y el otro en su sien. Mueren también con él, a manos de los rebeldes, su hijo Mutassim y el jefe del ejército y exministro de Defensa Abu Bkr Younis Jabr. Todos ellos fueron atrapados con vida. La sed de venganza había superado a la sed de justicia.
Poco después, el cadáver ensangrentado del coronel, con el torso desnudo fue paseado como un trofeo por las calles de la castigada ciudad de Misrata, donde los habitantes no podían ni querían disimular su alegría: se acercaban sonrientes al cadáver, disparaban al aire con sus armas y gritaban con efusividad. El cuerpo de Gadafi fue depositado luego en una cámara frigorífica donde desfilaban los ciudadanos que querían certificar con sus propios ojos que el déspota había muerto.
Pocos días más tarde, luego de una ceremonia fúnebre que cumplió con los preceptos del islam, con la presencia del clérigo personal del dictador, el cuerpo del exlíder y el de su hijo fueron enterrados en un lugar alejado y desconocido del desierto del Sahara. Esto lo hizo la jerarquía del CNT para evitar que el lugar de entierro de Gadafi se convirtiera en un sitio de peregrinación o en un santuario.
Así sucedió que, aquel que fuera el hombre más rico y poderoso del norte de África, el que marcó con mano despótica la vida de seis millones de libios durante más de 40 años, terminó sepultado en una tumba sin nombre. Perdido y olvidado en un piélago de arena del Sahara.
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