La brillante vida y oscura muerte de Elmyr de Hory, el mayor falsificador de la historia
Considerado el rey de los falsarios en el mundo del arte, frecuentó al jet set y debió enfrentar tres veces a la Justicia por fraude
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Reconocido como un pintor excepcional, Elmyr de Hory fue un maestro de la imitación. Podía reproducir a la perfección los estilos de Modigliani, Picasso, Matisse y Gauguin. Tan capaz era que a lo largo de su vida pintó miles de cuadros que expertos, coleccionistas y museos compraban, seguros de estar adquiriendo obras de artistas consagrados.
Era un pintor único, porque lograba ser varios en uno. “Nunca ofrecí un dibujo o una pintura a un museo que no lo comprara. Nunca rechazaron ninguno. Nunca”, se regodeaba Elmyr para quien los expertos estaban “sobrevalorados”.
Sin embargo, mientras algunas de sus obras generaban transacciones por millones de dólares, él nunca recibió esas ganancias y debió comparecer en varias ocasiones ante la Justicia, acusado de ser un impostor.
Su talento lo llevó a vivir una vida rodeada de lujos y glamour, a viajar y a codearse con personajes de la alta sociedad europea y actores de Hollywood.
Su vida inspiró interesantes biografías, como el libro Fake, de Clifford Irving, o la película F for Fake (F de falso) (1973) con Orson Welles, donde el mismo Elmyr cuenta detalles de su vida.
El arte como escape de la muerte
Elmyr nació en el seno de una familia “algo acomodada” en Budapest, Hungría, un 14 de abril. Aunque el artista se “quitaba años” y afirmaba haber nacido en 1911, según los documentos oficiales, vino al mundo en 1906, bajo el nombre de Elemer Albert Hoffmann.
Pero Elmyr utilizó 60 seudónimos a lo largo de su vida: Hory, Bory, Heury, Sury son algunos de ellos.
Ya entrando a la pubertad se enamoró del mundo del arte y pintó su primer desnudo a los 12 años. Se formó artísticamente en Budapest, en Múnich, Berlín y París, a donde llegó a principios de la década del 30. Durante esos años, conoció a grandes escritores como James Joyce, Thomas Mann e incluso aseguró que había forjado una gran amistad con Albert Einstein.
Luego de su travesía por varias ciudades europeas volvió a Hungría, donde cayó prisionero y fue llevado
a un campo de concentración en Transilvania. Según él mismo reveló, logró ser puesto en libertad luego de retratar al director del centro. “Durante muchos meses pinté sus medallas minuciosamente”, aseveró durante una entrevista televisiva de 1976. Sin embargo, al año siguiente volvió a caer prisionero en un campo en Alemania, aunque el artista prefería no recordar esos momentos. “Es tiempo pasado”, expresaba con tranquilidad.
Fue recién tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, cuando Elmyr descubrió su “talento oculto”. En ese momento se dio cuenta de que lograba replicar a la perfección los estilos artísticos de Modigliani, Matisse, Picasso y Cézanne.
La primera venta de un falso Picasso
La primera vez que vendió un falso cuadro fue cuando la esposa del automovilista Malcolm Campbell, una mujer con un título nobiliario, entró a su cuarto y vio colgado en la pared un dibujo.
“¿Dónde conseguiste ese Picasso?”, preguntó, a lo que él respondió: “Bueno, ¿pensás que es un Picasso?”. Sin darle vueltas al asunto, la mujer lo desafió: “¿Lo venderías?”. Y Elmyr no lo dudó: “Encantado lo haría”. Era un cuadro falso, del período azul de Picasso, que no tenía firma, pero el detalle no le interesó a la clienta.
“De pronto me di cuenta de que podía vender algo completamente inesperado por una buena cantidad de dinero en un momento en el que era completamente incapaz de vender alguna de mis pinturas”, recordó años más tarde el “pintor de pintores”.
En agosto de 1947, Elmyr arribó a Estados Unidos, y en enero de 1948 expuso algunas obras en las Lilienfeld Galleries de Nueva York, pero según The New York Times solo logró vender un cuadro y culpó a las fuertes nevadas de enero de la noche del estreno.
Instalado en tierra norteamericana, donde vivió alrededor de 12 años, Elmyr se creó un “pasado glorioso” y se hizo pasar por un aristócrata húngaro que vendía obras.
Según él mismo contó, en Estados Unidos vendió sus propias obras a un precio de 10 o 15 dólares. “Cuando no tenía nada de dinero y estaba totalmente quebrado, hacía un dibujo de Modigliani y lo llevaba a uno de los grandes marchantes de Beverly Hills. Nunca sucedió que no los pudiera vender. Siempre los vendí”, se vanagloriaba entre risas.
En 1955, el museo Fogg de Harvard compró un dibujo de Matisse titulado A Lady with Flowers and Pomegranates, y años más tarde advirtió que no era verdadero, sino un “Elmyr”, según el San Francisco Chronicle. “Si las colgás en un museo o en tu colección de grandes pinturas, y las dejás allí un tiempo suficiente, se vuelven auténticas”, sostuvo en una ocasión.
Durante esos años comenzó a frecuentar a la crème de la crème de la sociedad de la época: Zsa Zsa Gabor, Gore Vidal, Lana Turner, Tennessee Williams y Anita Loos. Además, no se privó de ningún viaje y durante una temporada se acomodó en Copacabana, Río de Janeiro, donde realizaba retratos de personajes reconocidos.
En 1959, y de forma “accidental”, Elmyr conoció la tierra que sería su último refugio: Ibiza, en España. Allí pasaría los siguientes 16 años, habitando una villa con una increíble vista que no era de su propiedad.
Instalado en la isla, era visitado por varios amigos famosos, como la entonces vizcondesa Jacqueline de Ribes, Ursula Andress, Natalia Figueroa y la baronesa Nina Van Pallandt.
“Llegué aquí y me gustó la vida acá, la isla, la atmósfera y la gente. Así que decidí que este era el lugar en el que quería establecerme”, remarcaba sobre Ibiza.
La relación con los marchantes
Sus creaciones eran tan fieles a los estilos de los originales, que incluso artistas contemporáneos aseguraban que ellos mismos habían realizado la obra. Como Kees van Dongen, que cuando vio un cuadro de Elmyr, pensó que lo había pintado él.
“En las grandes pinturas no es importante la firma. Es un gran error mirarlas. La obra es lo importante”, insistía el pintor, quien juraba no haber agregado jamás una firma falsa a uno de sus cuadros de “imitación”. Las firmas de sus obras eran agregadas tiempo después de que él las terminara. “Yo nunca firmé ninguna pintura”, argumentaba el hombre y se desligaba, de esa forma, de cualquier tipo de conexión fraudulenta.
Si bien Elmyr consideraba a los vendedores de arte unos “sinvergüenzas”, trabajaba con ellos. Incluso, una vez intentó vender tres “Modigliani” a un marchante, cuando este le explicó que solo estaba interesado en un retrato de específico. Corto de palabras, Elmyr aseguró que no tenía ninguno. Sin embargo, esa misma noche llamó al comerciante y le confesó: “Sos un genio, adivinaste que tenía uno. ¿Cómo pudiste saberlo? Tenía uno en mi cajón”.
Pero a pesar de sentir repudio hacia ellos, Elmyr permitió que los vendedores de arte se enriquecieran con sus creaciones. “No puedo estimar si fueron 10 millones o 20 millones de dólares, libras o zloty polacos”, admitió sobre el tema el artista meses antes de morir.
Si bien había logrado hacer circular sus obras en reconocidos circuitos de arte, Elmyr no era rico. Vivía en una casa que no le pertenecía y solo tenía un televisor. “Me engañaron, me usaron y me estrujaron hasta la última gota. No tengo ni un centavo a mi nombre”.
Según The New York Times, Elmyr acrecentó el mundo del arte plástico con 1000 óleos, acuarelas y bocetos.
El destape
Todo estalló en 1967, cuando la policía francesa y otras autoridades internacionales investigan la pista sobre una red de falsificadores de arte, cuya principal víctima fue el magnate petrolero de Texas Algur Hurtle Meadow. El multimillonario había donado un fondo millonario para la construcción del Museo Virginia Meadows de Dallas, en memoria de su esposa.
Las obras que fueron compradas para formar parte de la galería habían sido realizadas por Elmyr, quien vendió sus falsificaciones a través del comerciante Fernand Legros, según The New York Times. En 1968, Elmyr pasó dos meses en la prisión de Ibiza, donde aprovechó para realizar numerosas pinturas.
Pero esa no fue su única vez en los tribunales. “Soy objeto de una persecución”, apuntaba Elmyr, quien garantizaba que él jamás había agregado la firma en ninguna de sus pinturas, sino que eso lo habían realizado dos merchantes que vendían sus creaciones.
Juicios y muerte
La primera vez que Elmyr debió comparecer ante la Justicia, lo hizo en calidad de extraditurus, petición fundamentada en la falsificación de 13 cuadros. En esta ocasión, la petición de ser extraditado fue denegada. La segunda vez, fue por venta de un dibujo atribuido a Chagall.
Su tercera vez fue una audiencia en la que el tribunal de París lo reclamaba por un delito de uso de sellos y timbres usados de una autoridad pública, que implicaban importaciones y exportaciones fraudulentas. Sobre el tema, Elmyr observó: “Estoy tan enterado como ustedes de los sellos esos que dicen que he utilizado para las falsificaciones. Todo lo inventan en Francia para acusarme. Dos policías franceses llegaron al colmo de venir a Ibiza a revolver la casa de Ursula Andress para buscar varios cuadros y dibujos falsos que decían que había vendido yo. Todo es falso”.
Al final de su tercer juicio, Elmyr compareció vestido, con una chaqueta de terciopelo negro y pantalón del mismo tono. El pintor insistió en que era inocente de todas las acusaciones que le imputaban sus antiguos socios y marchantes.
En diciembre de 1976, días después del tercer juicio de extradición contra él, Elmyr fue hallado sin vida por la mañana en su residencia de Ca’s Mestre, a 20 kilómetros de Ibiza. Fue Mark Forgy, quien en sus últimos meses acompañó al artista, quien descubrió el cuerpo.
De acuerdo con el diario El País, la causa de la muerte del legendario imitador de obras de arte fue la ingestión de una fuerte dosis de barbitúricos. Elmyr se había suicidado.
El encargado de confirmar la noticia fue su abogado defensor, quien contó que el pintor estaba “muy preocupado con la sentencia. Si el tribunal español le hubiera concedido la extradición temía seriamente por su vida, una vez que fuera ingresado en las cárceles francesas”.
Aunque aún faltaba conocer la sentencia, había un pesimismo al respecto. En las dos ocasiones anteriores la justicia francesa no había logrado que los tribunales españoles le dieran la extradición, pero esa vez, parecía que se la darían. La extradición a Francia llegó al día siguiente.
Reconocimiento
Según El País, en una entrevista de 1973, Elmyr desafíaba a todos y aseguraba no ser un falsificador, sino una víctima. “La palabra me desagrada, y además no la encuentro justa. Soy víctima de las costumbres y las leyes del mundo de la pintura. ¿El verdadero escándalo no es acaso el propio mercado? En un mero plano artístico, desearía considerarme como un intérprete. Al igual que se ama a Bach a través de Óistraj, se puede amar a Modigliani a través de mí”.
Elmyr afirmó que si sus obras podían pasar por originales, eso los hacía, y a él, tan buenos como los grandes. El artista no se consideraba un falsificador y se presentaba a sí mismo como un imitador que era lo suficientemente bueno en su oficio como para engañar a los expertos. De hecho, jamás imitó una obras, sino un estilo.
En 2013, el Círculo de Bellas Artes de Madrid presentó la exposición Elmyr de Hory. Proyecto Fake con el objetivo de cuestionar las obras de arte y los conceptos de autoría, en un afán de recuperar el plagio como forma de cultura. En la muestra se expusieron óleos, acuarelas, dibujos y litografías de Elmyr.
“Consiguió su objetivo, ser reconocido como artista”, afirmó a El País Dolores Durán, comisaria de la exposición, quien rastreó entre los amigos del pintor las escasas obras que existen con su firma: “Hoy, que circulan tantos falsos elmyrs, lo difícil es dar con uno real”, añadió. En ese momento, se estimaba que un auténtico Elmyr podría alcanzar hasta los 100.000 euros.
Al año siguiente, la galería Michel and Donald D’Amour de Massachusetts, Estados Unidos incluyó sus obras en la exposición llamada Intent to Deceive: Fakes and Forgories in the Art World.
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