Un espacio simple donde los libros son los protagonistas; echamos un vistazo al rincón de trabajo de este reconocido escritor argentino
Producción: Ana Markarian | Foto: Daniel Karp | Texto: Carmen Güiraldes.
Es un ambiente en su casa, el espacio donde Alan Pauls escribe. O, mejor dicho, donde escribe y lee, y también mira películas. "Empiezo a trabajar alrededor de las 9 y termino entre las 5 y las 6. Si estoy embalado en una ficción, en un día súper logrado puedo escribir cuatro horas. Pero con dos horas buenas de escritura está bien." El resto son notas, correo electrónico, y hacer otras cosas, como mirar buen cine o tirarse en un sillón a leer una revista y quedarse dormido. "Trabajar, para mí, incluye no-trabajar; es casi la parte decisiva de trabajar: perder el tiempo."
No usa estimulantes para escribir, ni siquiera se lleva un té a la mesa. "No me importa mucho lo que pasa a mi alrededor cuando estoy trabajando. No me pongo en escena de una manera ritual antes de escribir. Si la cosa va bien, sólo pongo la calefacción cuando me estoy muriendo de frío o enciendo la luz cuando ya no veo nada."
Usa dos computadoras, dos MacBook, una nueva y otra vieja, que es la que está conectada a la impresora. "Es mi costado Fogwill, el eslabón para imprimir en mi vieja computadora." Ahí mismo ve sus DVD, porque no tiene televisor en la casa. Después, hay un teléfono de línea que suena poco ("fue cooptado por el telemarketing") y un celular que lo mismo, "porque todos saben que odio hablar por teléfono".
Le pregunto por los libros que están de frente en la biblioteca, y por los adornos: "Está Juan L. Ortiz, un libro de leyendas mitológicas hindúes en historieta, el del crítico de cine Serge Daney, mi colección de objetos de lata [N. de la R.: los enamorados que se atraen por un imán en la boca, el motociclista, los jugadores frenéticos de ping-pong], un dibujo de Fermín Eguía que me regalaron Piglia y su mujer y un cuadro que hizo mi hija Rita cuando tenía 8 años."