La bella socialité obsesionada con sus ojos, que se convirtió en duquesa, fue desalojada y terminó en un hospital psiquiátrico
A los 14 se “enamoró” del duque de Marlborough y dedicó su juventud a conquistarlo; su manía por la belleza hizo que se inyectara cera en la cara, lo que terminó destruyendo su legendaria apariencia
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Bella, interesante y con unos ojos cautivantes, Gladys Deacon era una mujer que generaba magnetismo en todo aquel que la conocía. Pero su turbulenta vida estuvo marcada por obsesiones que la llevaron a la ruina.
A los 14 años, se “enamoró” del duque de Marlborough, quien le llevaba más de una década, y dedicó toda su juventud a conquistarlo. Cerca de los 20, con la idea fija en su aspecto, se sometió a una cirugía estética que le deformó la cara, y terminó viviendo los últimos 15 años de su vida en un hospital psiquiátrico.
El encargado de dar a conocer la historia de Gladys fue el escritor Hugo Vickers, quien la conoció en 1975, y durante dos años la visitó y entrevistó para escribir su biografía.
Los primeros traumas y el inicio de su obsesión
Gladys había nacido en 1881 en París, en el seno de una familia acomodada. Sus padres eran estadounidenses y dedicaban la mayor parte de su tiempo a viajar. Era la mayor de sus hermanos, y su belleza no tenía parangón: facciones finas y grandes ojos que eran descritos como “turquesa”.
A pesar de las comodidades, su infancia no fue fácil: cuando tenía 11 años, en 1892, su padre se convirtió en un asesino. El hombre, convencido de que su esposa tenía un amante, irrumpió en plena medianoche en la habitación de la mujer en la suite de su hotel en Cannes y mató de tres disparos al hombre que encontró, mientras ella se escondía detrás del sillón.
El juicio tuvo una fuerte repercusión en todo el mundo y sumió a la familia en un escándalo. Incluso, el padre de Gladys estuvo cuatro meses en la cárcel. Al salir se quedó con la custodia de tres de sus cuatro hijas, y en 1893, se llevó a Gladys a vivir a Estados Unidos con él.
A los 14, su vida quedó marcada para siempre. Era 1895 y Gladys leyó un artículo en un diario que cambió su vida de manera rotunda. Se acababa de enterar del compromiso entre Charles Spencer-Churchill, el noveno duque de Marlborough, y Consuelo Vanderbilt, una rica heredera estadounidense. El corazón de Glayds dio un vuelco… y comenzó una obsesión que duraría décadas.
El impacto que le generó la noticia fue tal que llegó a confesar su preocupación a su madre, a quien le escribió una carta sobre el tema, según indica su biógrafo en el Daily Mail. “Supongo que habrás leído sobre el compromiso del duque de Marlborough. ¡Oh, Dios mío, si fuera un poco mayor, podría `atraparlo´ todavía! ¡Pero, pobre de mí! Soy demasiado joven, aunque soy madura en los caminos de la `brujería´ de las mujeres… y ¿de qué sirve uno sin el otro?”, declaraba en la misiva.
Su “bienvenida” a la alta sociedad y la lista de pretendientes
Gladys tenía una buena educación y un apetito voraz por la sabiduría. Hablaba siete idiomas, amaba el arte, la literatura y la poesía, y soñaba con convertirse en profesora, aunque nunca logró concretar su ambición.
En 1901, su padre falleció y ella recibió la herencia: US$200.000, que era una fortuna para esa época. Tenía 20 años, estaba llena de aspiraciones y logró ingresar a la alta sociedad europea sin grandes obstáculos.
Era joven, soltera, rica, encantadora e ingeniosa: poseía todos los atributos para triunfar y pronto, todos cayeron a sus pies. En pocos años, se transformó en musa de escritores y artistas. Nadie era inmune a sus encantos y logró forjar amistades con grandes personajes de la época, como Anatole France, Robert de Montesquiou, Bernard Berenson, Claude Monet y Rodin. Incluso fue retratada por Giovanni Boldini y Marcel Proust llegó a confesar que nunca había visto a una joven “con tanta belleza, tan magnífica inteligencia, tanta bondad y encanto”.
Su aspecto era tal que llegó a ser nombrada “la mujer más bella del mundo”. Gladys deslumbraba a cada persona que la conocía y no dejaba de acumular conquistas. Sin embargo, solía rechazar las propuestas de matrimonio que le ofrecían. Es que ella tenía en mente a un hombre y no iba a parar hasta conseguir convertirse en su esposa. El duque de Marlborough seguía siendo su obsesión.
Pronto su sueño se hizo realidad. Logró conocer al duque de Marlborough y hasta se hizo amiga de su esposa, Consuelo, quien años más tarde llegó a afirmar: “Poseedora de excepcionales poderes de conversación, [Gladys] podía extenderse sobre cualquier tema de una manera interesante y divertida. Pronto fui subyugada por el encanto de su compañía”.
Para fortuna de Gladys, el matrimonio no estaba consolidado, dado que se había llevado adelante por intereses mutuos. Consuelo no amaba a su esposo y se había casado con él por presión de su familia, que buscaba mejorar su estatus social. Incluso, consideraba “desagradable” tener algún tipo de intimidad con él. Por su parte, el duque se había casado atraído por la riqueza de los Vanderbilt.
Gladys era encantadora. Una vez, durante una visita al palacio de Blenheim donde vivía el duque y Consuelo, Gladys conoció al príncipe heredero Wilhelm de Prusia, quien se enamoró de ella y llegó a regalarle un anillo. Pero Gladys solo tenía ojos para el duque.
A pesar de que su vínculo con el prusiano no prosperó, la historia del enamoramiento trascendió, lo que renovó la popularidad de la joven que seguía cosechando pretendientes por Inglaterra, Italia y Francia. Según el Instagram creado por su biógrafo, entre los rechazados por Gladys estaba el Conde de Turín y el hijo de la reina Victoria, el duque de Connaught. El listado de candidatos incluyó, además, a un marqués, un conde, dos duques, dos herederos a duques y un embajador ruso.
Ante tanta admiración, Gladys comenzó a obsesionarse con su propia belleza, y se corrían rumores de pasaba horas contemplando su reflejo en el espejo.
Una operación que la llevaría a la ruina
Su manía por la apariencia comenzó cuando tenía alrededor de 20 años y vio una hendidura entre su nariz y su frente. Eso generó que Gladys no parara hasta tener un “perfil perfecto”. Para lograrlo, primero visitó un museo en Roma y midió la distancia entre los ojos y las narices de las estatuas griegas para conocer los parámetros de los “rostros perfectos”. Entonces, se inyectó cera de parafina en la depresión sobre el puente nasal, para formar una línea recta desde la frente hasta la punta de la nariz.
Pero las consecuencias fueron desastrosas y destruyeron su legendaria belleza. La cera se empezó a deslizar lentamente por su cara y comenzó a llenarla de manchas e hinchazones. Los grumos de parafina llegaron a sus mejillas y finalmente se instalaron en su barbilla.
Pero, más allá del daño causado a su apariencia, la característica que deslumbraba a todos no se vio afectada: sus ojos continuaban siendo magnéticos.
Una nueva vida en Blenheim
En 1907, Gladys encontró la oportunidad de su vida: los Marlborough se habían separado. Cautivante como era, en 1912 la joven comenzó una relación con el duque. Todo por lo que siempre había deseado estaba convirtiéndose en realidad.
Recién en 1921, el duque se logró divorciar de forma legal, y Gladys logró concretar el sueño de su infancia: casarse con el duque de Marlborough, a los 40 años. El compromiso fue publicado en el New York Times y generó grandes expectativas.
Inmediatamente, Gladys se convirtió en duquesa y se mudó al palacio de Blenheim, en Oxfordshire, la segunda casa más grande de Inglaterra, que era atendida por 80 sirvientes y 20 guardabosques, para comenzar a vivir todo lo que siempre había anhelado.
El entusiasmo por la nueva vida era palpable y la pareja se dispuso a remodelar el palacio. Crearon terrazas de agua, hicieron traer árboles y estatuas para decorar el jardín.
Gladys tenía todo para ser feliz y, sin embargo, nada se dio como esperaba. Pronto, comenzó en un espiral de depresión, que se sumó al desencantó que comenzó a sentir por su marido. Su matrimonio comenzaba a desmoronarse.
El 27 de diciembre de 1922, escribió: “Lo más interesante para mí es la rudeza con la que me trata Sunny [apodo con el que era conocido el duque]. Aún no es muy marcado en público, pero ya lo será. Me alegra, porque estoy harta de la vida acá”.
Unos años más tarde, en 1925 también escribió: “Llegué a la conclusión de que el matrimonio es algo difícil y engañoso, y que su éxito implica renunciar a la existencia personal de una, y que vivir en una atmósfera anodina, plana como una estepa es lo mejor que uno puede esperar”.
A pesar de la falta de entusiasmo, Gladys siguió relacionándose con artistas, y hasta invitó a Jacob Epstein a Blenheim para esculpir la cabeza del duque y la suya propia. Su obsesión por su aspecto llegó a tal punto que en 1928, el artista Colin Gill pintó los ojos de Gladys junto a los del duque en el techo del pórtico frente a las puertas principales de la mansión. La mirada de Gladys quedó, de esta forma, inmortalizada en el palacio hasta la actualidad .
A su vez, la duquesa también fue retratada como dos esfinges de piedra en las terrazas de agua inferiores, según describe la BBC.
Pero su forma de actuar se volvió cada vez más extraña y obsesiva. Una noche, durante una cena, mientras el duque conversaba sobre política junto a unos invitados, ella le gritó: “¡Cállate! No sabés nada de política. Me acosté con todos los primeros ministros de Europa y con la mayoría de los reyes. No estás calificado para hablar”.
Su temperamento se tornó cada vez más explosivo. Incluso, en una ocasión llegó a sacar un revólver en una cena con amigos y, ante la consulta de qué iba a hacer con el arma, ella dijo: “No sé. Podría dispararle a Marlborough”.
La convivencia era difícil, y en 1932, el duque decidió abandonar Blenheim, la casa familiar. Gladys fue desalojada en 1933 del palacio y presentó un pedido de divorcio en el que aseguraba que el duque la había tratado “con gran negligencia, crueldad y falta de amabilidad y que la agredía con frecuencia”. Sin embargo, el duque falleció en 1934, a los 62 años, antes de concretar el divorcio.
La vida como una reclusa
Alejada de la vida que siempre había ansiado, Gladys compró una casa de campo en Chacombe y se mudó allí. Como si nunca hubiera pertenecido a la alta sociedad europea, se dedicaba a hacer jardinería y leer. Ya no tenía interés en salir y aprovechó para recluirse cada vez más en el interior de su hogar.
Con el objetivo de mantenerse lo más alejada de la gente, Gladys dejaba instrucciones para los comerciantes en una pizarra que colocaba por las madrugada frente a su casa. Estaba cada vez más aislada del mundo. Sus ventanas estaban cubiertas por cortinas negras y su casa estaba rodeada de metros de alambre gallinero y de cerdo. Su único vínculo con el mundo exterior era su ayudante polaco, Andrei Kwiatkowsky, a quien le bajaba la llave de su puerta desde una ventana superior, según indicó su biógrafo en The Telegraph.
Su situación era muy delicada y, en 1962, uno de sus sobrinos decidió que Gladys, quien ya tenía 80 años, ingresara a al hospital psiquiátrico San Andrés, en Northamptonshire. Pero ella no estaba de acuerdo y, cuando los enfermeros fueron a buscarla, luchó sin éxito para que no la sacaran de su casa.
Gladys vivió en el hospital durante 15 años, durante los cuales se dedicó a alimentar a las palomas que se acercaban a su ventana. Su biógrafo la visitó durante los dos años previos a su muerte. Según relató el hombre, una vez, él llegó a referirse a la joven Gladys Deacon, y, como si se tratara de una fábula, ella repitió: “¿Gladys Deacon? Ella nunca existió”.
En 1977 falleció y al año siguiente se realizó una subasta con sus bienes. En una hora, solo sus joyas, que incluían una tiara que había formado parte de las joyas imperiales rusas, recaudaron 452.755 libras esterlinas.
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