La batalla de las palabras
De Claypole a Palermo Hollywood, el freestyle enfrenta a los poetas callejeros del hip hop
Unas mil personas hacen una cola de más de una cuadra. Avanzan con sus pantalones anchos, buzos con grandes letras y gorros de amplia visera. Algunos improvisan beats con la boca y rapean encima: piden de manera ingeniosa que liberen el ingreso para que puedan entrar los que se quedaron sin ticket. La escena no transcurre en el Bronx neoyorquino, sino en Palermo Hollywood. Adentro, los raperos concentran en el backstage para salir a dar pelea en la Batalla de los Gallos.
El público está a punto: los brazos en alto, moviéndose de arriba hacia abajo, cuando El Misionero, Maestro de Ceremonias (MC), sale al escenario para arengar a un público enardecido que colmó el club Niceto: "¡¿Eeestaaaán liiistoss?!", grita hasta la afonía, en tono de un presentador de boxeo en Las Vegas. El Misionero le da comienzo a una guerra gramatical que terminará casi cuatro horas después con Gonzalo Rodríguez, alias Sony, coronado como el mejor de la noche.
Casi diez años atrás, 2005. Primera edición de la Batalla de los Gallos en Puerto Rico, organizado por Red Bull. Sebastián Paoli, Frescolate, dio el gran golpe y se llevó, de manera sorpresiva, la corona.
Sin saberlo aún, Frescolate abría el grifo del freestyle (improvisaciones de un minuto sobre una base musical) al ganarle la batalla final al mexicano Eric, El Niño. Fresco hizo delirar al público en un escenario que hoy, frente a la explosión del género, parece precario: apenas un círculo pequeño y austero. Al final se lo ve al argentino arrodillado, llorando entre dólares que arrojaba la hinchada mientras el jurado lo daba como ganador. Aún hoy, en los videos de YouTube que reproducen aquella memorable batalla, hay cientos de comentarios que reavivan y discuten el sentido y la importancia de lo que sucedería luego. Incluso reproducen las polémicas, un aspecto ineludible para el freestyle. Casi diez años después, Fresco (como lo llaman en el ambiente) reflexiona: "Veo mucho crecimiento, mucha gente nueva y muy buena, sobre todo en el freestyle".
La mayoría de los amantes del rap empieza escuchando a artistas norteamericanos, los reyes del género, en especial a Eminem: el hombre que demostró que los blancos también pueden hacerse un lugar entre los fundamentalistas del estilo, sin necesidad de recurrir a otros géneros musicales para camuflar el rapeo. Sin embargo, Frescolate llegó al hip hop de una manera poco habitual: se prendió a través del break dance. "A los 13 conocí el break y fue amor a primera vista; más adelante me enteré de que el break y el rap eran elementos del hip hop junto con el grafiti y el DJ", explica.
Era en 2006 cuando Gastón Serrano, D-Toke, campeón argentino y mundial de la Batalla de los Gallos 2013, manejaba un taxi 10 horas por día, mientras escuchaba a Eminem y 50 Cent, "cosas más bien comerciales", dice. Como a prácticamente todos los protagonistas de esta historia, la llegada al freestyle fue YouTube: "Empecé a ver videos de unas batallas de gallos españolas y me involucré con el rap de acá. Nunca estuve próximo a tocar ningún instrumento y no podía cantar ni el arroz con leche, pero siempre fui de improvisar: soy rápido para esas cosas. Es muy típico del argentino, lo picaresco. Con mis amigos parábamos en una plaza, les mostraba los videos y rimaba arriba. Ellos no entendían mucho porque escuchaban otras cosas. Se cagaban de risa".
Gastón estaba en ésa cuando se cruzó en Rafael Calzada, sur del conurbano, con otros que estaban en la misma. "A mediados de 2008 nos empezamos a juntar con Primera Mancha Crew (PMC) y Uniendo Zonas Krew (UZK)… A la distancia uno puede decir que fue muy importante porque ahí se empezó a gestar el Hulabalusa." Pocas cosas tienen una dimensión de alcance mítico como este evento que todavía hoy se realiza domingo de por medio en la estación de trenes de Claypole. El nombre Hulabalusa es una adaptación castellanizada de Hollabalooza, un festival norteamericano que mezcla distintos géneros, como el rock y el rap. El nacimiento del Hula tiene ese tufillo romántico de todo ritual iniciático: "Nos empezamos a juntar en un garaje, seríamos 12 o 13 personas y competíamos entre nosotros. Lo hacíamos como excusa para juntarnos y ranchear, pero también nos dábamos en las batallas", recuerda D-Toke.
Así, casi subrepticiamente, el rap se ha convertido en una de las principales movidas culturales del país. Con la ayuda de las redes sociales y la llegada de sponsors que lograron quitarse (varios) prejuicios sobre el movimiento, los raperos argentinos se fueron instalando de a poco y con mucho empeño en la consideración de millones de jóvenes que llenan de visitas sus videos de la Red. Y la Batalla de los Gallos se convirtió entonces en el horizonte de todo freestyler argentino. Empezó a ser el sueño de los pibes que comenzaban a prenderse a la movida rapera.
Sin grandes usinas que atrajeran el sentido y la producción, sin guías ni musas adineradas que facilitaran estructuras para propagar el mensaje; los comienzos se produjeron en los márgenes del conurbano, después de laburar unas cuantas horas y como una mera distracción graciosa: cambiarle la letra a las canciones, improvisar y sonar elocuente.
Minuto de furia y talento
La fluidez es una de las principales armas del género. La batalla consiste en un intenso intercambio de rapeo durante un minuto, con sólo una base musical detrás. En esta disciplina –freestyle– gana el más elocuente y el que logra destrozar (con palabras) al oponente: llevarlo por los caminos de la humillación, rozando muchas veces la homofobia y la misoginia para poner en duda el carácter y la valentía del adversario. D-Toke defiende el estilo agresivo del freestyle: "Vos se la querés poner al otro y querés pasar de ronda. Si te ponés a tirar flores, la gente se aburre. A veces no se miden las cosas que se dicen". Sin embargo existe un código prácticamente inviolable: una vez que termina la batalla, la cosa queda ahí. "Nunca vi una trompada. Si nos basáramos en cómo es el comportamiento social, tendríamos que terminar todos a las piñas. Pero el hip hop se basa en el respeto, en la paz; la bronca te la sacás rapeando, no a las trompadas", dice D-Toke.
Las batallas de freestyle son las que más público convocan. Los aspirantes a freestylers se multiplican en el conurbano y Buenos Aires de la mano del surgimiento de nuevos espacios y artistas que dominan el arte de decir mucho en muy poco tiempo. La proliferación de artistas asombra. La condición: un seudónimo que marque algún rasgo de la personalidad y mucho estilo. Fue un trabajo de hormiga, no planificado e inconstante, que llevó al hip hop argentino a convertirse en un movimiento consolidado, con una llegada multitudinaria todavía no aceptada por la gran industria cultural. Lejos quedaron los años 90, con artistas que introdujeron el género en forma aislada, pero exitosa, como Illya Kuryaki and The Valderramas (de regreso en 2014) y Jazzy Mel. Los nuevos artistas no suenan en la radio y, salvo excepciones, las discográficas no les hacen lugar entre sus contratos. Sin embargo, como un signo de los tiempos, su principal capital está en las redes sociales, que funcionan como un de boca en boca poderosísimo que multiplicó por miles la difusión sin necesidad de inversiones publicitarias.
En 2009, la Red Bull Batalla de los Gallos se discontinuó (recién retornaría en 2013) y los freestylers se quedaron huérfanos, sin una meta. Había que inventar algo. "Nos empezamos a juntar en la estación de Claypole, pero éramos los mismos que estábamos rapeando en el garaje", recuerda D-Toke. Técnicamente era la primera fecha del Hulabalusa: se llamaba Encuentro Under, aunque rápidamente cambió a Hulabalusa, Movimiento Under. Entonces tuvieron una idea que cambiaría el destino del evento: filmar las presentaciones y subirlas a YouTube. Además, reproducían el formato de la Batalla de los Gallos, con un beatbox y jurados. ¿Cómo fue el crecimiento? D-Toke: "Fue todo muy rápido, vertiginoso". Los videos se desparramaron por todo el país y comenzaron a gestarse eventos similares desde Ushuaia hasta Jujuy. También llegó el dinero y la posibilidad de profesionalizar estudios de grabación como el Triángulo Estudio, desde donde salieron más de 30 discos de artistas locales.
El Hula se propagó a tal escala que cualquier video online de alguna de sus batallas supera ampliamente las 100 mil visitas. También fue el disparador de una movida que hoy no parece tener techo. Matías Berner, alias Muphasa, llegó de casualidad a un video del Hulabalusa en 2011 y se obsesionó con la improvisación. Si bien venía escuchando hip hop, en especial al español Nach y su disco Poesía difusa de 2003, Matías estaba en otra y tenía una banda de reggae. "Ya ni recuerdo qué batalla vi, pero me voló la cabeza: quería aprender a improvisar cuanto antes", relata. Entonces, dos trenes: Claypole, destino Hulabalusa. Pero era miércoles 22 de febrero, el día de la tragedia de Once. Por respeto a las 51 víctimas, la fecha se había cancelado.
Unos días después le comentaron a Matías que había gente queriendo hacer "una movida similar en el parque Rivadavia, medio idealizando al Hula". El germen del rap se esparcía a gran velocidad y el Hulabalusa lograba su replique en Buenos Aires: el Quinto Escalón. Eran siete pibes y el que comandaba era Alejo, de sólo 14 años. Armaron flyers, filmaron las batallas y las subieron a YouTube. Dos años más tarde se tuvieron que mudar forzadamente porque las 300 personas que concurrían domingo de por medio hacían mucho barullo en el parque. El Quinto Escalón se hace ahora en la estación de trenes de Caballito.
"Gracias al Hula mucha gente empezó a rapear, no hay duda de eso. Hoy por hoy, hay un evento por día, por lo menos, en cualquier lado", dice Muphasa. Claro que los dos más grandes son el Hulabalusa y el Quinto Escalón, donde quieren ir a ganar los que sobresalen en la placita del barrio. También creció, en paralelo, A Cara de Perro Zoo, la competencia que organiza Mustafá Yoda a través de Sudamétrica –sello y productora– y que tuvo su festival en Tecnópolis. "La lógica de estos encuentros difiere de la Batalla de los Gallos, quizá lo más conocido por su difusión publicitaria –explica Muphasa–. No clasifican los mejores, simplemente te anotás y competís, y podés cruzarte con los mejores de la escena, como Sony (campeón 2014 de la Batalla de los Gallos) o D-Toke."
Lo que se pone en juego es la mística: crear un personaje, trascender a la batalla puntual, hacerse conocido y crear un halo de invencibilidad en la rima. Ser, sobre todo, espontáneo. Y saber perder: está muy mal visto aquel que se queda enganchado con la batalla que perdió. ¿Cómo se aprende a rapear? "Al principio no sale nada –dice Muphasa–, pensás que rimás, pero no rimás nada. La posta está en armarte un diccionario de rimas: casa rima con taza, mochila con axila." Una vez que la cosa va saliendo hay que buscar lo que se llama flow: que sea digerible, que la rima tenga cadencia y sentido, hacer silencio en el momento justo para retomar la palabra. Y aprender a dar justo en el punch line, es decir, terminar el compás diciendo algo que hiera, haga reír o que levante a la audiencia. Para los más adiestrados, la elevación del género está en partir palabras, hacer jugar a las letras, mejorar los yeites. "Esto está creciendo y mejorando porque podés acceder a todo haciendo dos clics. En 2004 era un quilombo. Tenías que tomarte cuatro trenes para ver a tres tipos que por ahí no eran tan buenos", explica Muphasa.
No es casualidad que el freestyle haya explotado de esta manera: "Tenemos un desarrollo de batalla mucho más preciso. Se evolucionó mucho en el flow y la métrica. La Argentina es potencia. Hay países muy fuertes como México y España, pero nuestro país le saca un pelito al resto", dice D-Toke.
Seducir al gran público
Las expectativas de los exponentes del rap argentino están muy altas. Creen que es un momento bisagra, que nunca se propagó tanto el mensaje del hip hop como ahora. Además de Buenos Aires y el conurbano, las batallas se reproducen en Mendoza, Mar del Plata, Comodoro Rivadavia. Sin embargo, saben también que resulta difícil que el freestyle enamore al gran público: sus batallas suelen ser violentas, con un mensaje difícil de digerir si no se está en la movida. O incluso dentro del ambiente, donde ya hay campañas de los propios raperos (y raperas como Malena D'Alessio) contra la violencia de género, por ejemplo.
Pero algo está cambiando: las giras se multiplican por el interior y hay una preocupación mayor por darle lugar a las bandas entre las batallas de freestyle, como puente hacia los discos de canciones. "Mucha gente todavía no entiende el hip hop; en los recitales de rap la gente está en otra, nadie presta atención, no hay respeto por los que están rapeando: es como si en vez de disfrutar esperan que el rapero se equivoque. Por eso todavía nos falta mucho por aprender", dice Frescolate. "Temas de rap hay un montón, pero no logran romper", añade Muphasa. "Se tienen que fortalecer las bandas: mucha gente nos ve por Internet, pero no va al evento. Pero creo que se está rompiendo y se multiplicó el público. Ahora sería increíble que el rap fuese incorporado como un género más de la música popular argentina", enfatiza D-Toke.
El hip hop está ganando adeptos que lograron incorporar un lenguaje rítmico, musical y visual a la cultura urbana argentina. Y que crece tanto como para dejar de ser un subgénero practicado por un grupito en una plaza. Ahora, el rap es parte y testimonio de una época: tiene algo para decir de lo que sucede en la calle.
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