Beba Bidart bailó el tango “como ninguna”... pero también cantó, actuó y vivió un romance “de tapa de revistas” con Cacho Fontana
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Hace poco más de un mes murió Cacho Fontana y, entre las infinitas reseñas y recordaciones que inundaron los medios, reapareció un nombre casi olvidado: Beba Bidart. Es que se ha escrito muy poco sobre la gran Beba, la Bardot del tango, la de las piernas más espectaculares de la noche porteña…
Fue la esposa de Cacho por más de una década pero fue muchísimo más: una mujer hermosa y sensualísima, que bailaba tango como los dioses, que brilló en cine y televisión, descolló en el teatro de revistas y fue un pedazo de Buenos Aires hasta la noche en que bailó su última pieza. El “gorrión porteño” murió en 1994 pero ya es leyenda.
Postales tangueras
Entre recortes de viejas revistas y los pocos datos que circulan en los portales, algunas instantáneas retratan momentos claves en su vida. Beba, a los 4 años, aprendiendo sus primeros pasos de tango con su tío en una fiesta familiar en Almagro. A los 6, ingresando al instituto Labardén. En su debut en el Maipo, bailando Taquito militar con el bailarín español Ángel Eleta. A los 40 y pico (ya había empezado a ocultar la edad), espléndida, dando una nota con su Cacho en el piso espectacular que compartían en la avenida Callao. O personificando a la desenfadada conductora de taxis Magoya en Rolando Rivas, taxista, la telenovela que arrasaba con todas las mediciones. O ya a los 71, cantando y bailando en su boliche Taconeando, en San Telmo, divina como siempre, la noche antes de su muerte…
El nombre “Beba” le llegó cuando bailaba en la compañía de Adolfo Stray. Era la más chiquita de un grupo encabezado por una banda de cómicos muy divertidos e igual de malhablados, que cuando la veían acercar avisaban “che, cuidado con lo que dicen que viene la beba”, y le quedó. En los años 50 y 60, Beba era todo un símbolo de Buenos Aires y el tango, y reinaba en la radio, el cine, la televisión, los teatros, los boliches bailables… Moría por Josephine Baker y Rita Hayworth, y desplegaba como ellas su simpatía, su elegancia y su figura despampanante en los grandes templos de la noche porteña.
Tocada por la varita mágica de la popularidad, a Beba la amaban tanto los hombres como las mujeres. Es más, era habitual que la pararan mujeres en la calle pidiéndole un beso para sus maridos, que estaban enamorados de ella. “Hay muchas con más mérito que yo cantando, más monas, más jóvenes, no sé por qué el público me quiere de tal manera”, declaró alguna vez.
De chiquita la Beba soñaba con ser bailarina, estudió danzas clásicas, a los 15 ya era corista en el teatro Casino y luego entró al Maipo. Bailaba tango maravillosamente, con un estilo único. Desde muy jovencita fue pareja de baile de Tito Lusiardo pero, además, se dio el lujo de bailar con varios presidentes: Perón, Aramburu, Onganía, Menem… Una postal icónica de la Beba y el tango fue en la película Buenas noches Buenos Aires, de 1964: hay una escena inolvidable, con una especie de duelo entre unos jóvenes rockeros versus Beba y Julio Sosa, que a puros cortes y quebradas le sacan viruta al piso bailando El firulete.
El gorrión de Buenos Aires
Su verdadero nombre era Elianne Renée Schiani Bidart y nació el 3 de abril de 1924. Su mamá, Elvira, la llevó de la mano ese primer día de clases en el instituto Labardén, cuando tenía seis años, y también la acompañó cuando, a los ocho, ingresó a la compañía de obras para niños que dirigía Concepción del Valle. Su papá, Antonio, fue junto a sus tíos quien le enseñó los secretos del dos por cuatro.
Bailaba desde que tenía memoria, pero empezó a cantar cuando estaba haciendo La revista de Dringue. La coreógrafa le dijo “Oye, chica, si yo canto tropical y Peggy Sol canta canciones modernas, ¿por qué tú no cantas tango?”. “¿Yo, tango? –dijo Beba-, yo bailo tango pero no canto”. Y Dringue la convenció con una frase infalible: “Si hay una mujer que es el gorrión de París, vos vas a ser el gorrión de Buenos Aires”.
A partir de entonces se le abrió un mundo, porque Beba empezó a brindar un espectáculo completo: baile, canto, teatro, todo ello acompañado de una belleza y una personalidad arrolladoras. Sin gozar de una calidad vocal notable, la Bidart sabía interpretar y trabajó intensamente para educar la voz (tomó clases hasta el último día de su vida), lo que le permitió jugar en las grandes ligas del tango y convivir de igual a igual con las divas de su tiempo: Tita Merello, Virginia Luque, Elba Berón… “Yo no soy una cantante sino una dicer –repetía siempre-. Nunca pensé que iba a hacer una carrera como cantante. Mi gran pasión era el baile pero bueno, canto tango y no me va nada mal”.
Llegó a grabar más de treinta tangos, acompañada por orquestas como la de Francisco Canaro, entre ellos Ventarrón, Madreselva, Muchacho y Me bautizaron milonga. Ya era una vedette importante del teatro de revistas cuando debutó en cine en la película Los pulpos (1948), junto a Olga Zubarry, Roberto Escalada y Carlos Thompson, a la que le siguieron una treintena de títulos como La vendedora de fantasías, de Daniel Tinayre, El túnel, de León Klimovsky, y La casa grande, de Leo Fleider, donde en una escena bailaba maravillosamente un candombe en un escenario, mientras Luis Sandrini la observaba desde la platea.
En televisión se inició en La revista de Dringue, con Dringue Farias, y luego actuó en Tropicana Club, La Botica del Ángel, Chantecler y Grandes Valores del Tango, entre otros programas musicales. También trabajó en telenovelas como La cruz de María Cruces, Bajo el mismo cielo y, muy especialmente, con su inolvidable tachera en la exitosísima Rolando Rivas taxista, con Claudio García Satur y Soledad Silveyra. También participó en Mi hombre sin noche y en programas de humor como Porcelandia, No toca botón y Villa Cariño está que arde. En teatro trabajó con Tato Bores, Tita Merello, Hugo del Carril, y participó en espectáculos de tango como Tu cuna fue un conventillo, Somos del dos por cuatro y Una noche en Buenos Aires.
Amor a primera vista
Estaban llegando los años 60 y Beba conoció a Cacho Fontana en un festival de música que se realizó en el teatro Presidente Alvear de la calle Corrientes. Fue amor a primera vista.
La única pareja anterior que se le había conocido era el bailarín mexicano Roberto Ximénez pero decididamente Cacho fue su gran amor, y también el último. No volvió a tener una pareja estable, por lo menos no pública.
Cuando se conocieron, él ya era un locutor muy exitoso, con una enorme popularidad, dueño de una voz y un carisma inconfundibles. Juntos formaron el paradigma de la pareja top del momento, ambos famosísimos, talentosos, adorados por el público. Vivían en un piso en la calle Callao, en Recoleta, retratado hasta el infinito en las revistas de chismes. Ella era varios años mayor (cuántos años mayor era el secreto mejor guardado del planeta), lo que en aquel tiempo constituía una rareza y un condimento extra para esas publicaciones. Se casaron en Las Vegas.
Beba y Cacho estuvieron juntos más de una década pero un día todo terminó. Muy poco tiempo después, él estaba embarcado en un mediático romance con la chica del momento: Liliana Caldini, una modelo rubia, espectacular, veinte años menor que él, que había saltado a la fama bailando Las olas y el viento con minifalda y botas largas en una publicidad de cigarrillos Chesterfield y que ya había incursionado en el cine y la televisión. Muchos hacían cuentas con el calendario y conjeturaban que Cacho no había sido muy prolijo en el cambio de administración, pero nunca quedó demostrado. Beba, mientras tanto, declaraba: “Siento por Cacho un gran respeto, lo sigo queriendo mucho. Además somos muy buenos amigos. Si él me necesita siempre me va a encontrar. Fue el hombre que más quise ¿por qué no reconocerlo? ¿Acaso no fuimos marido y mujer? Cuando el recuerdo es bueno, vale tenerlo en la cabeza y en el corazón”.
Nunca se hizo público, pero dicen que la Bidart estuvo muy deprimida un tiempo, aunque luego renació con todo. Poco después de la separación, adoptó a un chico de 2 años y medio a quien le dio su apellido, Paulo Bidart, y que fue la luz de sus ojos por el resto de su vida: “Paulo cambió mi vida de un plumazo, me la llenó y me dio un motivo poderoso para vivir”, dijo entonces.
Paulo se crió entre camarines, jugando a bailar en medio de ballets de compañías de tango y en una casa que siempre fue un desfile de gente, porque Beba era muy querida entre sus colegas y tenía infinitos amigos en el medio. Paulo heredó el don artístico de su mamá; es bailarín, coreógrafo y maestro de baile: a su hija mayor la llamó Eliana.
Y se fue taconeando…
En agosto de 1979, Beba Bidart inauguraba Taconeando, un local en Balcarce al 700, San Telmo, que combinaba baile y show, y donde Beba cantaba y bailaba todas las noches. El lugar estaba hecho para ella, a su gusto, en una casona de 1890 que había comprado once años atrás. Para concretar su sueño de tanguería propia se asoció con su hermana Nelly, que llevaba las cuentas: “Yo de empresaria no tengo nada –reconocía Beba-, ahí la empresaria es Nelly”.
Taconeando fue durante años un reducto de tangueros y amantes del tango, y todavía hoy funciona en lo que se ha bautizado como “la vereda de Beba Bidart”. El 26 de agosto de 1994, Beba cantó y bailó en Taconeando el último tango de su vida, siempre con sus gestos precisos, la sonrisa insinuante, esa manera tan suya de colocar la voz y moverse.
Al día siguiente no despertó: su corazón dijo basta. Ese mismo día moría otro prócer de la música de Buenos Aires: el Polaco Goyeneche. Se fueron juntos, cantando bajito.
Claudia Dubkin
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