La aventura de la soledad
¿Cómo es quedarse 60 días en la Antártida sin nadie alrededor? La respuesta, en la historia de una exploradora inglesa que recorrió esquiando el continente de hielo. Entre el frío glacial, los miedos del aislamiento y la fuerza de voluntad
Cuando Felicity Aston vio que el avión que la había dejado, sola, en medio de la Antártida se convertía en un punto negro en el vasto horizonte blanco, pensó que no iba a sobrevivir más de unas pocas horas. Acompañada nada más que de dos trineos con equipos y comida, la exploradora británica se proponía lo que ninguna mujer había intentado antes: cruzar todo el continente de hielo en solitario, esquiando. "Recuerdo que cuando el avión se fue, me invadió una intensa sensación de miedo. Me agarraron palpitaciones y no paraba de temblar. De repente me había dado cuenta de que estaba completamente sola en uno de los lugares más remotos del planeta. No sabía qué hacer, así que me senté y me puse a llorar desesperadamente hasta que me calmé".
Durante cada uno de los siguientes 59 días, la exploradora recorrió 1744 kilómetros hasta la bahía de Hércules y se convirtió en la primera mujer en hacer la travesía sola. Lo que aprendió en el camino la convirtió en una experta en climas extremos y en un ejemplo para miles de científicas en todo el mundo.
Felicity habla rápido, casi tropezándose con sus propias palabras, como si pensara que el tiempo no le va a alcanzar para decir todo lo que quiere. Explica sus expediciones con la energía de quien tiene pasión por lo que hace.
La fascinación de la inglesa por la exploración comenzó cuando tenía 9 años y su padre la llevó a la cima de Helvellyn, una Montaña de 1000 metros en el distrito de los lagos británicos. Desde entonces supo que la aventura era lo suyo. Tras estudiar física y astronomía en Londres, armó las valijas y se fue a vivir a la base de su país en la Antártida, donde trabajó como parte de un equipo de meteorólogos. Sus maestros y jefes vieron en ella pasta de líder: una combinación entre conocimiento teórico, destreza física, dedicación y, sobre todo, determinación.
A los 24 años, Felicity lideró un equipo de mujeres en una expedición que cruzó la capa de hielo en Groenlandia. Fue durante la travesía que comenzó a pensar cómo sería esquiar sola, en un lugar remoto.
"Me atraía mucho la idea de hacer una expedición sola en un lugar como la Antártida. Hay algo especial sobre la simplicidad y al mismo tiempo complejidad de una excursión así. La Antártida es un lugar muy especial para mí, y de alguna manera quería rendirle tributo", cuenta.
Felicity se preparó física y mentalmente para el desafío. Consultó con expertos, científicos, médicos, psicólogos; consiguió patrocinadores y puso fecha. Los peligros de la aventura eran evidentes y resurgían en cada charla que tenía con un especialista, pero la necesidad de enfrentar el desafío fue más fuerte que todo.
"Me despertaba curiosidad cómo me iba a sentir estando en este lugar tan vasto e increíble, pero vacío. Yo sabía por expediciones anteriores que estar en ese lugar te hace sentir muy vulnerable, muy frágil, y estando sola se añade un nuevo desafío, hace todo más complejo y uno no sabe cómo va a reaccionar a eso. Me daba curiosidad saber dónde estaban mis límites y quería empujarlos todo el tiempo." Para ella, la Antártida es un lugar único: "Cuando estás ahí parada es cuando te das cuenta qué grande es ese lugar y lo minúsculos que somos los seres humanos en el planeta. Es uno de los únicos lugares donde no hay historia humana y eso es muy fuerte. No creo que haya otro lugar que te haga sentir así".
Juego de supervivencia
El escenario era casi de película de terror, con la posibilidad del peor final. Una mujer sola en un continente prácticamente deshabitado. Temperaturas bajo cero. Comida racionada. Y soledad, imposible soledad. Pero no fue el miedo a accidentarse, perderse o simplemente no poder lograr su objetivo lo que más aterrorizó a Felicity. "Tuve miedo todo el tiempo. Lo que más me aterraba era estar sola. Me hizo pensar en que casi nunca estamos realmente solos. La gente puede vivir sola, pero siempre hay otros seres humanos cerca. Estamos diseñados para estar con otros, vivir en comunidad."
Cada uno de los 59 días que duró la aventura fueron casi calcados. La rutina era parte de la estrategia de supervivencia. Felicity llevaba consigo nada más que el equipo necesario para esquiar, ropa, comida y un reproductor de MP3 en el que a veces escuchaba música o algún libro.
Se levantaba temprano, se decía a sí misma que tenía que hacer cada una de las tareas que se había propuesto en una suerte de lista mental. Salía de la bolsa de dormir, calentaba un desayuno, casi inmediatamente guardaba todo el equipo en uno de los trineos y se preparaba para esquiar.
Recordando aquellos días hoy dice que lo más difícil de la aventura no fue la tremenda exigencia física, sino el mantenerse mentalmente fuerte y suficientemente motivada para seguir. Resulta que la mente es un músculo mucho más duro de entrenar que cualquiera otro.
"El psicólogo me enseñó técnicas muy útiles para manejar la soledad, pero cuando me invadía ese sentimiento horrible de estar sola, lo que más me ayudaba era llorar un poco. Mantenerte motivado cuando estás sola es muy difícil. Cuando estás en un equipo no tenés opción, porque otros dependen de vos. Pero cuando estás sola, salir de la bolsa de dormir cuando afuera la temperatura es de -40°C es muy difícil. Las tentaciones son enormes para poner una excusa y quedarte durmiendo, aunque sea una hora más."
El único contacto que la exploradora tuvo en esos dos meses fue durante la llamada diaria que hacía en su teléfono satelital al equipo en la base meteorológica más cercana, una cláusula de seguridad a la que fue obligada antes de salir a la aventura. Felicity dice que tener que hablar esas cuatro palabras por día era más difícil que no tener contacto alguno. "Era raro tener un teléfono porque sabía que podía llamar a cualquier persona en el mundo, pero elegía no hacerlo porque hablar con mi familia o amigos y después tener que cortar sería muy difícil."
Felicity es vista en el mundo como una inspiración para las mujeres, una minoría en el campo de la meteorología y los deportes extremos. Y le gusta. "Trabajar en el polo te hace dar cuenta que estás en la minoría, y eso es una responsabilidad enorme como mujer. Tenés la presión de querer hacer un buen trabajo para representar bien a las mujeres –explica–. Pero la realidad es que hay cada vez más mujeres en esta área compitiendo en actividades y deportes extremos, como en carreras de larga distancia, a la par de los hombres, aunque no recibimos tanta publicidad como ellos."
La exploradora no le da descanso a su pasión y apenas regresó al mundo en comunidad comenzó a organizar una nueva aventura, que la llevó a la remota Siberia, el lugar habitado más frío del planeta, donde entrevistó a decenas de personas sobre cómo es la vida en climas extremos. "Fue una experiencia increíble. Un gran cambio de estar sola a visitar un lugar donde vive gente en los climas más extremos." Lo dice desde su casa en Inglaterra, donde ya está planificando la próxima aventura.