La autoridad cuestionada
Vivimos una época en que los hijos desafían con más éxito que nunca a padres inseguros o temerosos. En esta nota, testimonios reveladores, algunos consejos y la palabra de expertos
"Por eso le decimos con justicia Y por supuesto, también con mucho amor Sos como padre un cancherito arrepentido Que dice sí y después no" (fragmento de Cancherito arrepentido, de la obra La Familia Fernández, de Hugo Midón y Carlos Gianni)
María tiene 15 años. Para estar a tono con sus amigas quiso hacerse un piercing. El aro en el ombligo fue tema de discusión en casa una y otra vez. Y la decisión de sus padres, terminante: ¡No! Indignada, María juntó valor y a escondidas de los progenitores se hizo colocar su deseado aro plateado. Sus padres se enteraron por casualidad, y tarde, con el hecho consumado.
Facundo tiene 4 años y cada vez que pasa por un quiosco quiere una golosina distinta. Se planta en la vereda y la exige a gritos. Su mamá, que le sigue el paso cargada con las bolsas de las compras, intenta adelantar un "no", pero Facundo insiste. La mamá explica, elabora los motivos de su negativa, pero no logra disuadirlo. Desplegando toda su estrategia, Facundo se tira al piso, grita, llora y patalea.
Sordos y enmascarados. O taladrantes y persistentes. El permanente desafío de los chicos (y no tan chicos) a la autoridad es moneda corriente para los padres de hoy.
"Los chicos ya no son lo que eran". "Antes éramos más respetuosos". "Yo nunca me hubiera atrevido". "Antes, estas cosas no pasaban". ¿Quién no ha escuchado lamentos como éstos últimamente?
Tal vez sea necesario analizar la dinámica que se produce en cada casa, colegio o situación en la que conviven adultos y menores. Una necesaria relación de poder en la que unos deberían construir una sana imagen de autoridad y los otros, respetarla.
Cuando alguien (chico o grande) se atreve a desafiar a otro, es porque cree que tiene posibilidades de ganar en esa especie de pulseada imaginaria que se da en la relación. Y si hablamos de chicos desafiantes e hiperestimulados, por un lado, y de adultos agotados (por su pareja, su trabajo, su aspecto físico, sus proyectos personales y el poco tiempo disponible), por el otro, las posibilidades de que los primeros ganen serán muchas.
"No creo que los chicos sean más desafiantes que antes. Cuando yo era chico pataleaba. Y mis amigos también. Pero si un pibe se pasaba, recibía una reprimenda (a veces, con cachetazo incluido) que no olvidaba jamás", sostiene el doctor Marcelo Viñar, médico, psicoanalista, ex presidente de la Federación Psicoanalítica de América Latina (Fepal) y ex presidente de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Y, si bien aclara que no propone volver a la violencia física, deja entrever una idea que también suscribe la licenciada Elvira Giménez de Abad, psicopedagoga, orientadora familiar y directora del Centro Orientador Psicológico y Psicopedagógico Integral (Coppsi): "Antes era «no» y no se discutía. Tampoco eso era bueno… Pero ahora nos fuimos del otro lado".
En una época en que los mayores no se hacen de tiempo suficiente para dedicarse a sus hijos, acompañarlos en su crecimiento, buscar nuevas estrategias y reflexionar sobre el vínculo, algo está funcionando mal en la relación con los chicos.
Confrontación saludable
"Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres", afirmó el sociólogo Max Weber. Y los tiempos actuales parecen condicionar más que nunca las relaciones familiares. "Las familias no viven encapsuladas en una burbuja –dice Viñar–. Viven abiertas a los medios, con una mayor interpenetración entre el espacio público y el privado. Hoy, si un padre trata de decir algo, ese discurso será avalado o contrarrestado por lo que aparece en los medios."
Entonces, la confrontación no sólo es necesaria, sino deseable. "Cuando hay hostigamiento y descalificación, la confrontación puede ser destructiva; pero las diferencias pueden ser tratadas de modo respetuoso", reflexiona Viñar.
Los momentos de enfrentamiento dentro de una familia –que existen y son saludables– no son episodios únicos, como cuando uno enciende un fósforo, que se apaga enseguida, sino que refieren a una historia: hay un momento de irritación que forma parte de una secuencia. Y es en la secuencia donde el enfrentamiento puede ser fecundo, cuando hay esclarecimiento y cambio de actitudes.
Claro, el resultado puede ser nefasto cuando todo termina en una ruptura o en un silencio. "La vida siempre es chisporroteante y contradictoria; en general, hay que tomar las zonas de malestar como zonas para trabajar, para pensar en conjunto, para hablar una, dos, diez veces. Porque lo que no se entiende el primer día o el primer mes, a veces se entiende al año siguiente. Hay conflictos que parecen insufribles y, al tiempo, han desaparecido", concluye Viñar.
Pero a menudo vemos padres incapaces de imponer límites. "La autoridad de los padres muestra fragilidad porque también las instituciones están frágiles. Un ejemplo: antes, el maestro siempre tenía razón; ahora está continuamente cuestionado", sostiene Giménez de Abad.
Ese cuestionamiento ya no es sólo de palabra. Situaciones como terminar una cursada cometiendo desmanes en el colegio, hechos de violencia física contra los docentes y desautorización de directivos ya no sorprenden a nadie.
En su ensayo Infancia y autoridad en el discurso pedagógico posdictatorial (incluido en el libro compilado por Sandra Carli La cuestión de la infancia, de Editorial Paidós), la especialista en educación María Paula Pierella bucea en los modos en que la institución escolar intentó establecer un modelo más democrático y participativo después de la dictadura que finalizó en 1983. Según su visión, en esta búsqueda los docentes abandonaron el lugar "del que sabe" para ocupar un rol secundario, de acompañante o facilitador del aprendizaje. Así, se comenzó a dudar del maestro, a denunciarlo como coartador de la libertad del alumno. Y su autoridad se desdibujó.
Para Diana Mindlis, psicoanalista, vicepresidenta de la Asociación Civil La Nube, dedicada a la infancia y la cultura, el problema es que los adultos –padres, docentes o familiares– han perdido su lugar: "En este tiempo, las diferencias entre menores y mayores se han desdibujado. En los medios, los chicos aparecen como grandes en miniatura. Y en la calle, el modo de vestir es prácticamente el mismo. Como adultos, nuestra responsabilidad es volver al sentido de los límites. Y los límites se logran cuando el adulto rescata su función crítica y orientadora a través de la palabra y abre un espacio de reflexión, de pregunta y de relato posible. Si el adulto toma su lugar, el niño y el adolescente retomarán el suyo".
Viñar prefiere presentar esta idea con una imagen. "El chico, para salir al mundo, traspasa ciertas puertas que deben estar cerradas y custodiadas por el adulto y que deben presentar alguna resistencia. Porque si la pasa sin esfuerzo, el envión que toma previendo la resistencia le puede provocar serias heridas." En síntesis: es tarea del chico desafiar y es tarea del adulto resistir.
Ahora, así como la provocación se presenta para los chicos como un acto instintivo, para los adultos la autoridad se debe ejercer de un modo consciente y con esmero.
"Los papás necesitan reflexionar sobre las cosas a las que dirán no siempre y sobre aquellas a las que siempre dirán sí. Porque al chico le perturba esa falta de seguridad –explica Giménez de Abad–. El hábito de decir que sí para sacárselo de encima y después, cuando se lo piensa mejor, cambiar de idea y decir no, es perjudicial. Lo que el chico necesita son pautas claras."
Los especialistas coinciden: es normal que un chico intente vulnerar la voluntad del adulto. Pero el adulto que mantiene su postura brinda seguridad, protege y ofrece un marco adecuado para el crecimiento.
El miedo a los hijos
Probablemente sea, para muchos, el temor a viejos fantasmas –gobiernos autoritarios, padres represores– lo que impide tomar las riendas de la educación de los hijos.
"No es bueno mezclar todo en la misma bolsa", matiza Viviana Martínez, ex docente y mamá de una adolescente. "Las dictaduras nos dejaron el miedo al autoritarismo, a la arbitrariedad, a la impunidad. Pero la autoridad no es mala, sino necesaria y ordenadora. En una familia, las reglas las ponen los adultos y los menores las cumplen. Porque la familia, aunque tenga diálogo, es un sistema jerárquico, no democrático. Los hijos y los padres no somos iguales, y eso no significa ser autoritarios, sino reconocer las responsabilidades de cada uno."
Uno de los efectos más comunes cuando se intenta evitar el autoritarismo es que los padres justifican cada negativa.
"Explicar, sí. Abundar, no –previene de Abad–. Es mejor decir «esto no porque te hace mal» y no dar una explicación que dure tres horas. Pasado el momento de crisis, los chicos terminan abandonando la lucha. No habrá pelea si no hay contra quién pelear."
Tanto tiempo de flexibilidad parece haber hecho mella en los padres. "No querés hacer de malo, querés que todo fluya… y la verdad es que lo único que se consigue es confundir a los pibes", reconoce Martínez.
Y si de confusión hablamos, los padres del nuevo siglo parecen tanto o más confundidos que los propios hijos. La inseguridad sobre el propio rol y el temor a no ser respetado es hoy un rasgo común.
"Llegué a casa y encontré a mi hija junto a dos amigas, tomando alcohol", cuenta una mamá, que pide reserva de identidad. "Tenían una fiesta, pero, francamente, no estaban en condiciones de salir en ese estado. Lo primero que sentí fue inseguridad sobre qué pasos debía dar. Sólo cuando consulté con las otras madres decidí prohibirles salir. Fue duro darme cuenta de que no me animaba a imponerme a tres chicas de 17 años y a decirles lo que el sentido común indicaba. Creo que tenía miedo de que no me hicieran caso."
Claro, nada garantiza que no habrá una pulseada por el poder. "Cuando Federica se dio cuenta de que nosotros, sus padres, podíamos tener ganas de salir solos o con amigos, comenzó a empeñarse sistemáticamente en evitarlo –cuenta Viviana Susena, madre de Federica, de 8 años, y de un varón de 3–. Sus recursos fueron varios: dolores inventados, ilusión de una comida «especial» para tres, lágrimas conmovedoras... Más de una vez tuvimos que interrumpir una cena para atender sus llamadas: en una de ellas nos dijo que estaba llorando, abrazada a una foto nuestra."
Acuerdos
Los chicos siempre encuentran la estrategia adecuada para vulnerar la voluntad de sus padres, parece. "El niño siempre empujará el límite para ver si lo puede correr un poquito –explica Giménez de Abad–. Y habrá momentos en que lo logrará. Pero ese comportamiento no puede convertirse en regla."
A medida que el tiempo pase, habrá que revisar los acuerdos. Será en esos momentos (por lo general, dados por el crecimiento o por cambios externos) en que se impondrá la necesidad de actualizar los compromisos mutuos. Y para detectar cuándo es necesario corregir el rumbo, la primera instancia será aprender a escuchar. Los padres suelen decir: "Yo siempre hablo con mi hijo". Pero no se trata sólo de hablar: lo ideal es conversar, haciendo especial esfuerzo en escuchar de manera atenta. Como bien marca Giménez de Abad, lo llamativo de esta época no es que los jóvenes no quieran escuchar a sus padres –cosa que siempre ha ocurrido–, sino que los padres no se hagan un tiempo para escuchar a sus hijos.
El aro en el ombligo está ahí, frente a ellos. Padre y madre, que lo habían prohibido, se indignan. Pero el piercing es un hecho. ¿Qué hacer? Después de consultar a una especialista, quien les recuerda que ellos son la autoridad, el papá y la mamá de María la llevan al consultorio del pediatra y se lo hacen sacar.
La mamá de Facundo también duda frente al quiosco. Ella no tiene una especialista a quien consultar. Sólo se encuentra con otros adultos que la miran con vergüenza ajena. ¿Qué hacer? ¿Puede uno dejarse ganar por el berrinche de un chico de 4 años? Tres bolsas en una mano, cartera y mochila colgando del hombro, la abuela esperando en casa… "Ma sí, comprate lo que quieras." Facundo reabsorbe sus lágrimas y se lleva, con sonrisa triunfante, una bolsa de papas fritas, un chocolatín y dos caramelos.
Establecer límites, contener, y a la vez imponerse. Una tarea trabajosa, que requiere esfuerzo, reflexión, paciencia, amor y constancia. Es bueno recordar que los límites que no se impongan en casa se recibirán desde afuera (la maestra, el profesor, el celador, la policía) y por lo general, de un modo más violento.
Hacer lo que ellos quieren o hacer lo que se debe… ésa es la cuestión. "No queda otra salida que hamacarse con los recursos de a bordo y navegar –remata Marcelo Viñar–. No hay que renunciar a navegar. Hacerse cargo es la única respuesta posible para los adultos."
Para saber más
- Cómo poner límites a nuestros hijos (Paidós), de Elvira Giménez de Abad (de próxima aparición)
- Comunicarse bien con los hijos (Lumen), de Christel Petitcollin
- El no también ayuda a crecer (El Ateneo), de María Jesús Alava Reyes
Ellos dicen
Constanza (15) "A mi mamá la boludeo. O sea: se la hago difícil, aunque después termino haciendo lo que ella quiere. Porque no me puedo escapar de mi casa. Bueno, tampoco me escaparía."
Marcos (13) "Me retan todo el tiempo por las notas bajas en el colegio. ¡A mí también me molestan las notas bajas! Pero me molesta más que me lo digan ellos."
Margarita (6) "¿Para qué me pregunta qué quiero comer si después me dice eso no? Entonces, cuando me pongo a patalear, ¡tengo razón!"
Luciana (16) "Creo que mi mamá pone límites porque es jodida. Está loca. Bueno, yo sé que no es así, pero me parece normal pensar eso a mi edad. Además, a todas mis amigas les pasa lo mismo: todas creen que su mamá está loca…"
Martina (6) "Mis papás todo el tiempo quieren hacer cosas solos. Entonces… ¿para qué tuvieron hijos? ¡Es muy triste quedarse sola!"
Lucas (11) "A mi papá le digo que me bañé en la casa de mi mamá. A mi mamá, que me bañé en lo de mi papá. Así puedo pasar tres días sin bañarme…"
Maximiliano (17) "Ellos no son nadie para decirme qué hacer… ¡Si ni siquiera están contentos con sus propias vidas!"
Lucía (9) "A veces mi mamá se enoja por algo que hice y me grita. Cuando le contesto bueeeno, ma… ¡no es para tanto!, se enoja más. Pero no sé, me sale así…"
Micaela (7) "Les pedí una muñeca y me contestaron que, si durante una semana ordenaba mi cuarto sin que me lo tuvieran que repetir, me la iban a comprar. Pero yo ya los conozco: me la van a comprar igual."
La importanciade decir "sí"
Por Beatriz Saal
El tema de los límites es recurrente, y lo traen los padres a la consulta como "problema". ¿Por qué siempre esos límites plantean dudas, si es bien sabido que ayudan a crecer, organizan y estructuran al niño?
¿Por qué los padres pueden decir "no" cuando sus hijos ponen los dedos en un enchufe y dudan cuando hay que decir "no" a una golosina oa que se saquen la campera con cero grado de temperatura ambiente?
La clave para responder a este interrogante es pensar que el tema de los límites no reside tanto en "cómo se los pongo a mi hijo" sino en "cuál es mi propio límite como adulto".
Muchas veces nos encontramos en situaciones frente a las cuales tenemos que decidir entre tolerar un berrinche o darle el gusto... y que nos deje tranquilos. Es decir, pensamos en sacarnos fácilmente el problema de encima. Así, nuestros "no" se empiezan a debilitar frente al esfuerzo que implica sostener una conducta.
Paradójicamente, en la vida de un niño debe haber más "sí" que "no". Hay que elegir muy bien a qué decir no, ya que también hay casos en que, curiosamente, y por comodidad, es más fácil decir "no".
Los ejemplos abundan: "Leeme un cuento..." "No, ahora no, más tarde." Y la promesa nunca se cumple. Otro ejemplo: el bebe quiere investigar todo, tira, saca las cosas de lugar, chupa, y le decimos "no" en lugar de facilitarle cosas que pueda tirar, chupar, etcétera.
Ponernos límites implica renunciar, y tal vez sea ése el punto más difícil de resolver para el adulto. Al niño, recibir un mensaje claro en cuanto a lo que puede y lo que no puede hacer le permite crecer en equilibrio.
* La autora es licenciada en Ciencias de la Educación. Fundó y dirige Planeta Juego.
Claves: para construir autoridad duradera
- Acuerdo de pareja: es fundamental que los responsables de plantear las normas (madre, padre, adulto a cargo) acuerden entre sí y transmitan las mismas pautas.
- Diferenciacion de roles: los chicos son chicos, los adultos son adultos. Y cada uno tiene –por sus características, edad, personalidad– diferentes derechos y obligaciones. No es lo mismo un niño de tres años que uno de diez.
- Pautas claras: las normas no pueden cambiar constantemente. Debe haber pocas y sostenidas, que todos conozcan y comprendan.
- Coherencia: no se puede plantear la necesidad de hacer silencio a los gritos, ni educar en la verdad con mentiras; es imprescindible sostener en la vida cotidiana aquellos valores que queremos inculcar.
- Rutinas y orden: desde bebes, los niños necesitan rutinas que les aporten seguridad y contención. De pequeños, horarios para dormir, para alimentarse, para bañarse. Luego, momentos dedicados a las tareas, a los juegos y al descanso. Y así como cada cosa tiene un lugar, cada acción tiene su espacio adecuado (comer sentado a la mesa, dormir en su propia cama, etcétera).
- Ejemplo: sin dudas, el mejor vehículo para la educación es dar el ejemplo. Sostener conductas saludables, ser sincero, amable y solidario, enseñan más que mil discursos.
- Explicar sin exagerar: el no "porque no" no es recomendable. Pero tampoco lo es la explicación excesiva. Las justificaciones deben ser adecuadas a cada edad y a cada circunstancia.
- Adelantarse: las pautas deben darse antes de que los hechos ocurran. Para eso, los adultos deben estar atentos al crecimiento de los chicos. Prevenir es el mejor modo de educar.
- Charlar: encontrar espacios para debatir, discutir, disentir y acordar con los hijos.
- Negociar: conforme los chicos crecen, hay que disponerse a renegociar los viejos acuerdos. Las pautas deben ir cambiando a medida que se percibe que las que funcionaban hasta el momento dejan de ser útiles o respetadas.
- Reconocer en el hijo a otro: nada de "no me come" o de "¿por qué no me estudiás?". Cada ser humano tiene sus deseos y sus temores, su propia lógica. Y reconocer a ese chico como un ser independiente es el primer paso para respetar sus deseos y, a la vez, poder imponer los límites que lo ayuden a crecer.