La autopromoción como forma de crear nuevas oportunidades
Hace casi 4 años que asisto a Fashion Weeks, y cada vez es más evidente la importancia que los instagramers tienen en estos eventos. Las estrellas de Internet se pasean frente a los fotógrafos del street-style fuera de los desfiles, en una escena embarazosamente cómica. Solía encontrar este comportamiento repulsivo y patético, pero con el tiempo llegué a aplaudirlo e incluso incorporarlo, aunque a mi manera. Empecé a ver las increíbles oportunidades que se iban presentando y comprendí que no se trata de narcisismo y autocrítica, sino intelecto.
La autopromoción es vista como uno de los peores comportamientos de nuestra generación, principalmente por mentes retrógradas que no se adaptaron a los tiempos en que vivimos. Tengo que aceptar que a veces tenía estos pensamientos, ya que nunca quise ser reconocida por mi imagen por sobre mi trabajo. Mi actitud respecto de la promoción personal se alineaba estadísticamente con la de mi género: cientos de estudios muestran que a las mujeres les da vergüenza jactarse de sus logros, y más si viene de un país en el que parecería estar mal ser exitoso.
Cuando me fui de la Argentina a Nueva York me costó adaptarme a las formas y valores de una sociedad tan distinta. En mi país natal siempre vi gran escepticismo y resentimiento hacia la gente exitosa, que no necesariamente es de culpar. Muchos de los que lograron trascender en lo profesional y económico desgraciadamente fue gracias al corrupto sistema que hace tantos años es moneda corriente en el país. Cuántas veces habré escuchado decir ¿a quién se lo habrá afanado?, o derivados. Nunca oí ese sí que debe ser muy capaz, y debe trabajar tarde y noche para comprarse ese auto. Sin embargo, esto no se aplica a todos, y tanto como hay éxito sucio, lo hay limpio, y es hora de que los argentinos lo empecemos a valorar y festejar.
Mientras lidiaba con este peso sociocultural de estar orgullosa de mis logros y, a la vez, avergonzada de mostrarlos, muchas tomaron la delantera y explotaron al máximo su marca personal. Firmaron con importantes agentes, modelaron exclusivas campañas publicitarias, consiguieron su propio show de televisión y, lo más importante, acumularon experiencia y capital con el que hoy pueden construir sus imperios de la manera que quieran.
Con muchos proyectos en camino y un claro enfoque no dejo de preguntarme dónde estaría si hubiera aceptado las incontables propuestas laborales que rechacé por sentir que no se alineaban con mis valores éticos, estéticos o socioculturales. Sin embargo, estoy contenta de donde estoy y como soy, honrando los valores que mis padres me inculcaron y haciéndolos sentir orgullo por mis pasos. Mis abuelos jamás hubieran aprobado mi estilo de vida, pero no se puede complacer a todos. Sigo navegando estas impredecibles aguas con poca experiencia de timonel, pero el instinto y mi brújula me guían.
Las style stars al lado de las que me sientan en las primeras filas no estaban siendo narcisistas, sino que hacían lo que tantas marcas se vuelven locas por lograr: amalgamar una gran masa de seguidores. Esto requiere un planeamiento estratégico, una visión de cómo uno quiere ser percibido, estableciendo una voz con la que miles de personas pueden sentirse identificadas.
La autopromoción no es conseguir validación por como uno se ve o viste, sino hacerse valorar como parte de una industria creando oportunidades. Es valorarse como profesional y generar oportunidades que no hubieran sido posibles de otra manera. Pueden criticar el self-branding, pero los que se adelantan en esta ruta son los que al final más reconocimiento reciben por su trabajo.