Inspirado en baños romanos y con reminiscencias de las construcciones jesuíticas, el nuevo spa de un hotel en la capital de Córdoba es el resultado de un largo trabajo, que incluyó viajes por el mundo
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El traqueteo de las cubiertas al golpear el pavimento, los bocinazos de los conductores, el toc toc de los zapatos al marcar cada paso, son algunos de los sonidos que forman parte de la vida cotidiana de la calle San Jerónimo, en pleno centro de Córdoba.
Esa arteria es una de las más transitadas de la Capital: es la antesala de la Plaza San Martín, el epicentro que concentra varias sedes de bancos, una carpa para testeos Covid-19, la Catedral y el Cabildo.
Por decisión o por capricho, la San Jerónimo siempre fue así. Hace algunos años atrás era la alfombra roja por la que transitaban los turistas del interior que llegaban a aprovisionarse a Córdoba. Lo hacían en el tren que los dejaba en la Estación Mitre, desde donde debían caminar unas 6 cuadras para estar en la mismísima San Martín.
El spa del Hotel Azur, que abrió sus puertas en enero de este año, es un verdadero viaje en el tiempo. Cuando las puertas del ascensor se abren, el visitante se olvida automáticamente que está en pleno centro de la segunda ciudad más importante del país. Todas las paredes están recubiertas de ladrillos a la vista y la atmósfera recrea la arquitectura jesuita.
Nadie imagina que, justo debajo de ese bullicio, está uno de los lugares más tranquilos de toda la ciudad. Se trata del spa del hotel Azur, ubicado en San Jerónimo 243, un lugar inspirado en baños romanos que invita -a huéspedes y no huéspedes- a huir del ruido y la agitada vida cotidiana. Este oasis está en el subsuelo de una casona que data de 1913 y que tuvo varias vidas pasadas.
Supo ser la talabartería de los Crespo, una familia destacada de la ciudad, que vendían diferentes objetos de cuero. En ese mismo sótano, se guardaba la materia prima que después se ofrecía en el primer piso. En 1930, el lugar fue vendido a la droguería Helman. El depósito de cueros se transformó en un laboratorio, mientras que el segundo y el tercer piso albergó a la familia y a los visitadores médicos que venían hasta la Capital.
En los últimos años -previo a transformarse en el hotel- tuvo varios destinos: fue la sede del restaurante Il Pappagallo Di Bologna, del boliche Jerónimo Bailable -a donde Rodrigo Bueno tocaba todos los jueves- y hasta del Colegio Deán Funes, a donde se cree que asistió el Che Guevara.
Un hotel con historia
“Cuando compramos la propiedad, era para demoler. La casa estaba sostenida por escombros. La compramos con la idea de hacer un proyecto inmobiliario”, contó Ramiro Rodríguez, de 42 años, propietario del Hotel Azur.
En ese momento, año 2004, la propiedad pertenecía al Cottolengo Don Orione, una institución que brinda apoyo a personas con discapacidades múltiples, físicas y mentales. Antes de que empezara la demolición, la casona fue declarada de valor patrimonial por la Provincia, lo que frustró los planes de la familia.
“En ese momento fue un problema porque no podíamos hacer un montón de cosas. Ahí fue que se nos ocurrió la idea del hotel. Paralelamente, nos fuimos enamorando de la casa y del proyecto”, agregó Ramiro.
La obra duró 5 años en los que la familia decidió realizar una cuidadosa conservación de los diferentes espacios que guardan parte de la historia de la casa. Algunas de las joyitas que se conservan son las escaleras de madera, vitrales, techos abovedados, puertas de vidrio grabado y algunas carpinterías con la clásica chapita indicando el número del aula del colegio qué alguna vez funcionó en ese lugar.
El subsuelo: de escombros a baños antiguos
Uno de los rincones que más llama la atención es el subsuelo. En 2004, ese lugar estaba repleto de escombros que sostenían toda la estructura de la casa. La familia Rodríguez decidió rescatarlo y hacer una serie de ajustes para evitar derrumbes.
Una vez terminada la obra, parte de la planta baja y el subsuelo fueron alquilados a un reconocido banco que hoy sigue funcionando al lado del hotel. El piso de más abajo era usado como depósito hasta que la familia decidió recuperarlo y transformarlo en un spa.
“Lo empezamos a desarrollar y nos llevó más de 4 años. Lo primero que hicimos fue ir a conocer otros spa en diferentes partes del mundo. Es una condensación de todo lo que nos pareció interesante”, agregó Ramiro, quien lleva adelante este proyecto junto a su hermana, Celeste, que es orfebre.
El spa del Hotel Azur, que abrió sus puertas en enero de este año, es un verdadero viaje en el tiempo. Cuando las puertas del ascensor se abren, el visitante se olvida automáticamente que está en pleno centro de la segunda ciudad más importante del país. Todas las paredes están recubiertas de ladrillos a la vista y la atmósfera recrea la arquitectura jesuita.
“La idea fue darle un guiño a esta tradición tan marcada en Córdoba. Este lugar rememora la mística de los túneles subterráneos que están en el centro de la ciudad. Los jesuitas eran expertos manejando el agua y queríamos homenajear eso”, comentó Ramiro.
La experiencia funciona a la perfección. El ambiente se completa con luces tenues y música acorde para el momento. El circuito dura menos de dos horas y se hace a través de 13 estaciones que incluyen desde sauna seco, hasta un baño en una pileta a muy baja temperatura.
La experiencia funciona a la perfección. El ambiente se completa con luces tenues y música acorde para el momento. El circuito dura menos de dos horas y se hace a través de 13 estaciones que incluyen desde sauna seco, hasta un baño en una pileta a muy baja temperatura.
Más allá de la inspiración jesuita, el circuito recrea los antiguos baños romanos que todavía existen en Europa. “En Córdoba, no hay otro lugar igual y en la Argentina creo que tampoco. Fue un gran desafío para nosotros porque hubo que desarrollar muchas cosas que no existían”, explicó.
Tal es el caso de la ducha horizontal, una estación en la que el visitante se acuesta en una cama de mármol con una serie de chorros de agua que caen desde el techo con diferentes intensidades y temperaturas.
“Es un sistema muy complejo y muy cuidadoso con el medioambiente. El subsuelo está plagado de cañerías, depósitos de agua y filtrado para tratar de usar la menor cantidad de agua posible”, señaló Ramiro que está nominado a ser el Empresario del Año en Córdoba.
Antes de la pandemia, Azur recibía un 80% de huéspedes extranjeros y fue reconocido por medios internacionales como The Guardian y Condé Nast Traveler. En los últimos dos años, logró posicionarse como un destino en sí mismo para los locales con su circuito de aguas y su restaurante gourmet, Bruma.
“La gente viene y se quiere quedar acá. Eso fue un logro para nosotros”, afirmó Ramiro que nació en Santiago del Estero, pero se considera un cordobés más. Como muchos, llegó a “La Docta” para estudiar, se recibió de contador público y no volvió a su provincia.
“La historia de nuestra ciudad es lo más valioso que tenemos como cordobeses. Yo soy santiagueño y siempre admiré de Córdoba la cantidad de cosas que tiene. Es una ciudad que no tiene nada que envidiarle al resto del mundo”, finalizó.
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