A 49 años del atentado que destruyó a su familia, Silvia, Claudia y Cristina Muscat solo piden una cosa: “No queremos que esto quede en el olvido”
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El 5 de septiembre, hace poco más de un mes, Mario Firmenich emergió de las sombras con un enigmático mensaje en redes sociales. Desde el exterior (vive en Cataluña y pasa buena parte del año en Nicaragua, donde asesora al dictador Daniel Ortega), envió un mensaje a la militancia de la agrupación Encuentro Patriótico. El video y su reaparición revivió fantasmas del pasado y generó un profundo malestar en tres personas en particular: Cristina, Silvia y Claudia Muscat.
-¿Qué les generó verlo?
Cristina: -Asco, miedo... Se te retuerce el estómago.
Jamás podrán olvidar el día en el que su padre, Antonio Muscat, fue asesinado por Montoneros en un brutal atentado a sangre fría.
Un hombre de paz
Antonio Muscat nació en Dock Sud, el 11 de noviembre de 1922. Hijo de una familia de inmigrantes malteses, pasó su infancia y juventud en el mismo lugar. Con mucho esfuerzo terminó el secundario y empezó sus estudios universitarios en la UBA. “Él se bancaba solo”, asegura su hija Claudia, quien recuerda que su padre siempre le contaba que vendía lápices en la calle para financiar sus estudios. Era, coinciden sus hijas, un hombre que llevaba firmemente la cultura del trabajo y la del amor al prójimo. “Una persona muy noble”, concluye Claudia.
Se casó con Angelina María Nicolina Vugdelija, a quien llamaba cariñosamente “Beba”. Tuvieron tres hijas: Cristina, Silvia y Claudia, aquí presentes. Pero Antonio no llegó a disfrutarlas el tiempo que hubiese querido... Lo mataron a sangre fría el 7 de febrero de 1975 cuando Cristina, la mayor, tenía apenas 25 años.
Hay datos precisos, irrefutables, imposibles de soslayar a la hora de analizar esta historia. El asesinato de Antonio Muscat se produjo en democracia, durante un gobierno constitucional. Era presidente María Estela Martínez, más conocida como Isabelita, la viuda de Juan Domingo Perón. También es menester destacar que Muscat era un hombre de paz, un contador cuyo único “delito” fue progresar en su carrera profesional.
Hasta el día de su muerte, trabajaba en Bunge y Born, donde había alcanzado el cargo de “gerente financiero”. Cuando lo asesinaron, los hermanos Juan y Jorge Born llevaban 5 meses en cautiverio.
Hoy, 49 años después, las hijas de Antonio Muscat siguen sufriendo los ecos del dolor. Aclaran, como si fuese necesario, sin que nadie lo pregunte, que no reivindican la represión ilegal ni repudian las condenas a los militares que fueron responsables de todo tipo de crímenes durante la dictadura. Pero uno de sus más firmes deseos es que la Justicia también alcance a las cúpulas guerrilleras y las condene por sus crímenes. Sin embargo, dirán más tarde, que no tienen muchas expectativas de que esto ocurra. Hoy les basta con desandar su historia, compartir su dolor, sacar el asesinato de su padre del olvido.
Durante la entrevista, Cristina, Silvia y Claudia se alternan para responder. Llegado el momento, Silvia, que estuvo presente en el momento del atentado, tomará la palabra y contará todo lo que recuerda de aquel fatídico momento.
Un profesional ejemplar
-¿Qué rol tenía su padre en la empresa? ¿Qué clima lo rodeaba en las vísperas del atentado?
Cristina: -Era gerente financiero en Bunge & Born, una empresa familiar. Papá estaba al lado de Jorge Born, trabajaba codo a codo con él. El clima en el país estaba caldeado. A él le ofrecieron irse a Brasil o mudarse a un edificio en Capital que era propiedad de la empresa, con departamentos para sus funcionarios con el fin de protegerlos. Pero papá no quiso mudarse... ¿Por qué querrían secuestrarlo o hacerle daño?, se preguntaba. “Yo les voy a explicar a estos muchachos que están equivocados”, decía.
-¿Qué recuerdan de su padre?
Claudia: -Era un tipo sencillo, un vecino de barrio, era el tipo que cortaba el pasto en la casa, que hacía el asado.... Vivíamos en una esquina muy céntrica de Quilmes, en Videla y Sarmiento. Él se ocupaba del jardín, no teníamos jardinero. Era de muy bajo perfil, no te dabas cuenta de que era un alto ejecutivo. Callado, introspectivo... y no fanfarroneaba nunca sobre nada.
-¿Cuándo llega la primera amenaza dirigida hacia él?
Cristina: -Al día siguiente del secuestro de los Born. Cuando papá estaba en el velatorio de Juan Carlos Pérez, chofer de los Born, y de Alberto Bosch, amigo de los hermanos y funcionario de la empresa, ambos asesinados por Montoneros durante la ejecución del secuestro. Ahí recibimos el primer llamado en nuestra casa. Atendió mamá: “Al próximo que le toca es a tu marido”, le dijeron.
-¿Por qué amenazaban a su padre?
Cristina: -Para que la compañía pagara la liberación de los hermanos. Pedían un rescate de 100 millones de dólares y el padre de los Born no quería pagar. Pedían otras cosas también, como llevar armas a Cuba simulando un embarque de cereales del grupo Bunge y Born, lo cual era habitual.
-¿Cómo reaccionó Antonio, su padre, ante las amenazas?
Cristina: -Estaba nervioso, pero tampoco hablaba mucho. Hablaría con mamá, porque ellos conformaban un equipo de apoyo mutuo.
-¿Tenía custodia?
Silvia: -Tuvo custodia unos días, pero no lo soportó. Lo seguían a todos lados, iban chupados al auto y papá aceleraba cada vez más para alejarse de ellos. No lo toleró. Pidió que le quitaran la custodia y llegó a adquirir un revólver, que nunca usó.
El día del atentado
El testimonio de Silvia Muscat, quien acompañaba a su padre cuando fue asesinado por Montoneros, es conmovedor.
“Salimos a las 7.45 de la casa. Papá estaba nervioso. ‘¿Mamá me saludó? ¿ Mamá me saludó?’, me preguntaba. Yo no sabía qué contestarle porque no me acordaba. Ese día dejamos a mi hermana Claudia en la estación de Quilmes y después tomamos el camino de rutina, que hacíamos todos los días para ir a Capital. A pocas cuadras, en Irigoyen y Rodolfo López, empezaron a escucharse sirenas de unos autos que venían detrás, como si fueran policías. Justo ahí, que hay un paso ferroviario, se cierra la barrera. Cuando vuelve abrirse, los autos que venían por detrás nos sobrepasan y encierran nuestro auto por delante. Nos tiran gas pimienta, lo que nos hace salir. Ni escuché los tiros, estaba helada... Mi papá cae con apenas unas gotitas de sangre que le salían del hombro... Yo, en cámara lenta y en silencio, veo que se baja un chico, un conscripto, de un colectivo, y me dice: ‘Vamos que lo llevamos al sanatorio’. Entre los dos cargamos a mi papá en el auto. Recuerdo que papá lloraba... o quizás no lloraba, quizás la lágrima era por el gas pimienta. Manejó el chico. Yo iba al lado con el pañuelo blanco, agitándolo por la ventana. Llegamos al Sanatorio Modelo, lo cargamos a papá, lo pusimos arriba de una banqueta. Enseguida lo llevaron a una sala. Nunca le pude agradecer a ese conscripto por todo lo que hizo; fue la única persona que me ayudó. Cuando mamá llegó al sanatorio, se sentó al lado de papá y le decía ‘Antonio, vamos Antonio, Antonio’... parecía no darse cuenta que papa ya había muerto”.
-Silvia, ¿cómo la afectó, personalmente y a lo largo de los años, haber visto lo que vio?
Silvia: -Muchas veces, cuando viajaba en subte a mi trabajo, veía todas las caras de los asesinos. Veía un árbol y ahí estaban, esperándome. Pero cuando me acercaba, desaparecían. Se me cortaba la respiración. No sé qué término ponerle, pero es un dolor que no se va nunca. Estoy con terapia desde 1975. Es cierto que el tiempo ayuda, pero yo me pongo a hablar ahora de mi papá y me dan ganas de llorar.
Los meses siguientes al atentado sumergieron a la familia Muscat en un profundo dolor y un duelo espeso. “Ese año mamá entró en una depresión profunda. Se encerró en su cuarto y durante un año prácticamente no salió de allí. Estuvo deprimida mucho tiempo. Pero era muy creyente y su fe la levantó”, agrega Cristina.
“Eran muy unidos. Formaban un pareja ejemplar. Ella admiraba a papá y él estaba perdidamente enamorado de ella”, recuerdan las hermanas.
A los pocos días del atentado, Beba reunió fuerzas y escribió una solicitada que decía: “Quiero que sepan que ustedes han muerto a un noble, han muerto a un bueno. Antonio Muscat hubiera dado con gusto su vida por la patria, por la Argentina, pero no en estos términos. Pido a Dios que por lo menos esta muerte no sea inútil y sirva para que esto no vuelva a ocurrir en nuestra querida Argentina”.
“Nosotras continuamos con nuestra vida. Partidas por la mitad, pero continuamos. No podíamos creer que eso nos estuviera pasando a nosotros... Esas tragedias que aparecían en la primera plana del diario, que le pasaban a otros, nos estaban pasando a nosotros. Nos escondíamos en los rincones de la casa para llorar tratando de no afectarnos una a la otra. Quedamos sumergidas en el fondo de un pozo oscuro, esa era la sensación..No tocábamos mucho el tema. Fue después que pudimos empezar a hablarlo”, dice Claudia.
-Unos meses después, Montoneros anunció la liberación de Jorge Born. El asesinato de su padre parece haber tenido efecto en la cúpula de la empresa.
Claudia: -El padre de los Born no aflojaba, no pagaba el rescate. Después de que mataran a mi papá, Jorge Born hijo empezó a negociar él directamente con los Montoneros, porque con el padre no avanzaba la negociación, no quería pagar. Fue necesario que mataran a nuestro papá para que se dieran cuenta los señores Born que la cosa venía en serio.
-¿Cuál fue la reacción de las autoridades? ¿Y la de la empresa?
Silvia: -Fuimos con mi tío a la comisaría. Pero no nos ayudaron en nada. Nos echaron, prácticamente. Nos desalentaron de hacer la denuncia, porque nos podía llegar a pasar algo a nosotros. Te amenazaban, te intimidaban, daban miedo. No sabías quién estaba de tu lado y quién no. La empresa nos pagó una indemnización importante. Y ahí terminó el contacto con ellos. Al menos durante unos años. La realidad es que nosotras esperábamos algún acercamiento de Jorge Born después de que lo liberaran, unas palabras de contención a la familia de Antonio Muscat, que literalmente dio su vida por ellos. Cuando papá cumplió 25 años de carrera en la empresa, en una fiesta de fin de año, Jorge Born homenajeó con palabras de reconocimiento y admiración a mi papá...
-Muchos años después, en 1996, Jorge Born hijo apareció en la tapa de la revista Noticias con Galimberti, uno de sus captores. ¿Qué les generó esa relación?
Cristina: -Mamá escribió una carta a Jorge Born, indignada y decepcionada. Sin remitente ni dirección, porque no queríamos saber nada con ellos. Simplemente le reclamó su indiferencia... Qué raro era verlo al lado de su torturador. No entendemos por qué se generó ese vínculo. Síndrome de Estocolmo, quizás.
-¿Recibió respuesta su madre?
Claudia: -Sí. Una carta de Jorge Born escrita de puño y letra, hablando de la unión, que era época de unirse, y no de separar las aguas... Nos quedó la horrible sensación de que para él la muerte de nuestro papá no había sido un gran costo.
-¿Supieron quiénes fueron los autores materiales del asesinato de su padre?
Silvia: -No. Nada. Nunca. Cuando Firmenich es extraditado desde Brasil, en 1984, mamá fue a la Justicia, a La Plata, en un intento de asociar la causa de papá junto a las otras por las que se condenaba a Firmenich. Nos informaron que en algún momento el asesinato de mi papá iba paralelo a la causa del secuestro de los Born, pero después supimos que se archivó y caratuló como “Muerte en ocasión de riña callejera”, una descripción muy poco fidedigna a lo que realmente había pasado. Intentamos revertirlo, pero no se pudo.
-¿Llegaron a encontrar algo de paz con el paso del tiempo?
Cristina: -¿Qué significa estar en paz? El tiempo obra milagros, dicen, pero la sensación de injusticia perdura hasta hoy.
Claudia: -Y ahora que reapareció Firmenich arengando otra vez a los “jóvenes idealistas”, se reabre la herida. Nos bastaría con que el asesinato de nuestro padre sea parte de la memoria colectiva, de la conciencia social. Somos muchísimas víctimas civiles, ciudadanos comunes, inocentes, que no tuvimos que ver con nada, sin comerla ni beberla, sufrimos la destrucción de nuestra familia.
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