Khan El Khalili: un mercado milenario que nunca duerme
EL CAIRO.-Subo despacio por una callecita del laberíntico mercado de Khan El Khalili medio mareado y absorbido por un aura mágica. La gente va y viene con un frenesí psicoactivo: no sé si es real o lo estoy soñando. Una scooter aparece de repente tocando bocina y hay que correrse rápido porque no va a frenar... ¡No va a frenar! Unos gatos flacos, un mono que bebe Sprite sobre el hombro de un hombre, el aroma al café turco, narguiles para fumar shesha, artesanías en plata, anillos y pulseras, tambores de ritmo histérico, laúdes y la luna llena inmensa recortada en un cielo negro.
Caminar de noche por el mercado más antiguo de El Cairo, en Egipto, es una de las experiencias más extrañas que pueda vivir un occidental blanquito. "Tres dólares, dos dólares..., bueno, un dólar, ¡un dólar!", regatea desaforado un vendedor con la sabiduría de haber encarado este tipo de transacciones más o menos cinco millones de veces en la última semana. No espera la negativa: baja el precio de lo que sea antes de escuchar la respuesta. La escasa iluminación de las lámparas de metal talladas con motivos arabescos le otorgan al ambiente un tono amarillento irreal, lúgubre, pero alegre y festivo. En cualquier momento puede aparecer Peter Weller como si fuera la interzona elucubrada por William Borroughs en Naked Lunch. Es cierto, no es Tánger, es El Cairo, la puerta de Occidente en Oriente, una de las ciudades mil veces imaginada, invadida y destruida; semblanteada y pintada en lienzos y papiros milenarios; cantada y retratada hasta por Hollywood, pero imposible de comprender por nativos y extraños. Sería una epopeya tratar de entender cómo vive esta urbe de casi 23 millones de personas atravesada por el Nilo (el río más largo del mundo) hoy castigada por un turismo que desapareció casi por completo después de la última revolución hace tres años (la segunda en los últimos cinco años). La región está convulsionada. Y es sabido que la "industria del viaje" reacciona muy rápido a la contracción cuando un avión con 224 pasajeros explota en el aire sobre el desierto de Sinaí como ocurrió hace menos de un año con el A321 ruso. O si ocho turistas mexicanos son masacrados por error al ser confundidos con terroristas en el medio del desierto como sucedió en septiembre de 2015. A simple vista las imponentes pirámides, el Valle de los Reyes, en Luxor; el museo arqueológico (bastante deteriorado), y los principales hoteles cinco estrellas (más grandes que algunos monumentos egipcios) del balneario Sharm El Seik sobre el Mar Rojo están casi vacíos. Egipto sería algo así como la primera víctima colateral de esta guerra religiosa y económica que se libra en la región, a pesar de que su población es mayoritariamente musulmana como en las naciones vecinas. Claro, una cosa es ser "musulmán" y otra muy distinta significa responder al ala radical del islam que se hizo del poder en 2013. El pueblo reaccionó de tal manera que el presidente islámico Mohamed Morsi fue derrocado y hoy el gobierno es una dictadura militar dirigida por Abdul Fatah al-Sisi y apoyada por los sectores más "progresistas" de la sociedad. "Nosotros somos egipcios, el origen de la civilización, y no podíamos tolerar que un religioso nos impusiera que no podíamos seguir viviendo como queríamos. Hoy prefiero a los militares que a los islamistas", dice sin que se le mueva un pelo Sheriffa Issa, ejecutivo de un hotel cinco estrellas. Karim El Minabawy, uno de esos egipcios con mucho mundo y un encanto tradicional a prueba de cualquier peripecia, me cuenta que la situación es grave y que los operadores turísticos intentan atraer a los turistas internacionales otra vez a este destino. Por eso organizaron este viaje junto a Am Cham que reúne a las cadenas de hoteles más importantes. "Nosotros queremos mostrar que se puede venir a Egipto sin problemas. Después de la revolución, el turismo internacional cayó en picada, pero no hay razones hoy para no venir a Egipto", dice Karim que es el presidente de Emeco Travel, una de las operadoras más importantes del país. Habla de manera pausada mientras bebe una copa de vino (algo extraño de ver en este país) en el restaurante del hotel Four Seasons, un lujo oriental de escala planetaria frente al Nilo. El ciudadano egipcio, según me cuentan, tiene un humor bastante afilado y no perdió su visión cosmopolita y europea. Escuchándolo a Karim recuerdo al premio Nobel de literatura egipcio Naguib Mahfuz, quien sostenía desde su ideología abierta que "la condición de la humanidad es una sola, la que nos une, a pesar de nuestras diferentes formas de pensar, en este lugar sombrío y húmedo". Sin embargo, visto desde la distancia de Occidente -incluso desde la mirada de un argentino acostumbrado a los exabruptos humanos- podría interpretarse que Egipto transita un momento "raro" (para ponerlo en términos ligeros). Para quienes quieren aventurarse, no obstante, puede resultar una oportunidad, porque todos los lugares históricos soñados están muy accesibles: el lado bueno de la crisis es que no hay que hacer fila para entrar en las pirámides y ahora es un destino bastante ecónomico.
La luna de los enamorados nos observa mientras caminamos. Ya pasó medianoche y en Khan El Khalili es como si fueran las 11 de la mañana. En la zona de las telas, los motivos coloridos de las alfombras y los pañuelos asaltan los sentidos. Unas mujeres envueltas en el hiyab pasan al lado nuestro y nos miran de manera penetrante desde esa ventanita pequeña que dejan a la altura de sus ojos. En una mesita un grupo de chicas se tatúa las manos y los brazos con henna.
El Khan es un mercado amurallado construido en 1382 durante el reinado del sultán Barquc sobre las tumbas de los califas fatimíes. El lugar -que tiene unos 900 puestos- originariamente era de descanso donde se detenían las caravanas para que descansaran los animales y se realizaban negocios.
En los pequeños callejones se exhibe desde jabón, especias, frutas, lámparas, ropa, telas, las típicas pirámides de alabastro, los ojos de vidrio que protegen contra el mal de ojo, la mano de Fátima, camellos, escarabajos para la buena suerte hasta un larguísimo etcétera. Todo tiene un valor simbólico porque de entrada hay que regatear: en mi caso sale siempre mal porque la habilidad de este tipo de negociaciones se tiene o no se tiene. Es como un talento natural que por estas tierras cobra dimensión de don divino. Incluso por momentos (al no comprender el idioma) el regateo adopta la forma de una discusión acalorada que luego se disipa en risas.
Una de las paradas obligadas es sentarse en un café a fumar shesha (narguiles con tabaco aromatizado). Uno de estos cafés, el Fishawi, alardea de haber estado abierto las 24 horas durante los últimos 200 años. Sin intentar buscar ese hito en el laberinto de semejante mercado, prefiero tumbarme del cansancio en un café cualquiera. El brebaje negro, corto y fuerte; la atmósfera y el vapor de la shesha hacen lo suyo. "Todos le tienen miedo al tiempo, pero el tiempo debería temerle a El Cairo", pienso para adentro mientras observo a los auténticos habitantes de este mercado fascinante.
La esperanza del nuevo museo
Las autoridades egipcias estiman que en 2018 estará listo para su apertura el nuevo museo histórico que albergará casi 100.000 piezas. Hoy en el Centro de Conservación trabajan 90 profesionales para poner a punto objetos nunca vistos de la colección de Tutankamón.
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