Kevin Spacey, del teatro indie al éxito en House of Cards
El actor de 57 años sigue dando clases en la prestigiosa academia Juilliard, donde desliza algunos secretos algo atípicos de interpretación
NUEVA YORK.- Por momentos, Kevin Spacey se mueve con el sigilo de una pantera y por momentos sonríe con el orgullo de un padre que asiste a la graduación de su hijo. En el salón de conferencias, los alumnos de actuación de la prestigiosa academia Juilliard, donde alguna vez estudió, iban pasando de a uno a recitar pequeños monólogos mientras Spacey los observaba para luego hacerles una devolución de su trabajo.
Le pide a un joven actor que interprete una escena de Los últimos días de Judas Iscariote, de Adly Guirgis, como si le estuviera hablando a alguien que acaba de conocer en el subte, y a otro le indica que no vaya tan rápido con su texto de Crímenes del corazón y que no se deje tragar por el acento sureño de la pieza.
Los ojos de Spacey se encienden cuando un estudiante interpreta el famoso discurso de Enrique V, de William Shakespeare, cuando el protagonista recibe de regalo, como gesto de desprecio, un par de pelotas de tenis. “Tengo una tarea perfecta para vos”, le dice Spacey a la estudiante con una satisfacción tranquila y carnívora a la vez. A continuación, le indica que interprete la escena como si estuviera jugando un partido de tenis.
Trabajándole la cabeza como un psicólogo para que vuelva a pasar la escena con más energía y decisión, Spacey le dice: “Vas a GANAR esta batalla. Los vas a mandar de vuelta a casa cubiertos de vergüenza.”
Cuando no está dando clases en seminarios como éste, Spacey, de 57 años, ganador del Oscar y del premio Tony, puede ser un feroz contendiente de su propio trabajo, donde toma decisiones inesperadas y se compromete en cuerpo y alma.
Ahora que su quinta temporada como el detestable presidente Underwood en la serie House of Cards ya salió al aire, Spacey visitará nuevamente un rol más noble en Clarence Darrow, un espectáculo unipersonal sobre la vida del abogado defensor de los derechos civiles.
Tras haber interpretado ese rol de la obra de David W. Rintels en el Old Vic Theater de Londres (del que Spacey fue director artístico entre 2004 y 2015), ahora llega con ese espectáculo al Arthur Ashe Stadium, en el barrio neoyorquino de Flushing, un lugar que no se caracteriza por presentar obras tradicionales.
En estos meses también aparecerá en el papel de un jefe criminal en la comedia Baby Driver. Y el 11 de junio, seguirá los pasos de James Corden, Hugh Jackman y Neil Patrick Harris, cuando sea el anfitrión y conductor de la entrega de los premios Tony.
Famoso por la confianza de acero que transmite, tanto en sus actuaciones como en su intimidante presencia, Spacey está feliz de poder ser el impensado maestro de ceremonias de los Tony. “Al principio no me querían” dice con una risa burlona de sí mismo. “Desde que empiece el show, para mí va a ser todo cuesta arriba.”
Pero a través de las historias que compartió en sus recientes seminarios en Juilliard, donde estudio entre 1979 y 1981 sin llegar a recibirse, Spacey se revela como un actor que incluso cuando era joven, poseía esa singular capacidad y convicción que lo llevarían lejos, incluso antes de que su currículum tomara consistencia.
Mucho después de seguir a Nueva York a su amigo de la secundaria Val Kilmer, Spacey sigue pudiendo imitar sin fisuras a sus amados docentes de entonces, como su mentora, Marian Seldes, o la temible voz de la profesora Elizabeth Smith, quien una vez le dijo que su voz sonaba como el extremo desgarrado de una cuerda.
Spacey también recuerda vívidamente sus desacuerdos con Michael Langham, entonces director del departamento de actuación de Juilliard, que lo llevaron a abandonar la escuela. Spacey recuerda que le reprochaban enfocarse demasiado en las clases de actuación y muy poco en las de historia del teatro. “Yo les dije que hacía dos años que nos estaban enseñando a extraer lo que es importante, cómo enfatizar, cómo recalcar. Y que no entendía cómo ahora me decían que no podía tomar esas mismas decisiones en mi propia vida”, relata Spacey.
Por entonces, a Spacey no lo estaba esperando ninguna propuesta de trabajo. No tenía ni representante ni perspectivas. “Pero nunca perdí la fe de que en algún momento lo iba a lograr. Tenía esa especie de fe ciega, que incluso muchas veces no suele tener sustento.”
A continuación llegó su carrera en Broadway: para 1986, ya estaba actuando en Largo viaje de un día hacia la noche junto a su ídolo Jack Lemmon, y en 1991, ganó un Tony por Lost in Yonkers. Después vinieron las películas, y dos Oscar: Los sospechosos de siempre (1995), y American Beauty (1999). Cierto rasgo apremiante parece unir los papeles más conocidos que ha interpretado Spacey, hasta llegar al ruin Jack Underwood de House of Cards, cuyas depravadas maquinaciones parecen haberse adelantado al menos dos años a la política de la vida real.
Esa sensación de seguridad hace que a veces parezca que Spacey no necesita o no quiere que lo dirijan. He Sharrock, su director en Clarence Darrow, dice que no es así, pero que es necesario abordarlo con una seguridad a la altura de la suya.
“Todos los grandes actores quieren ser dirigidos”, dice Sharrock. “Lo cierto es que los realmente buenos podrían dirigirse a sí mismos, porque en algún momento tuvieron que aprender a sobrevivir confiando en su propio juicio.”
En cuanto a Spacey, Sharrock dice: “Hay que demostrarle que vale la pena sentarse a hablar, y entonces decirle que sería mejor que haga tal o cual cosa de otra manera. Pero hay que poder darle las razones y hacerlo con autoridad.” Spacey, que admira la obra Clarence Darrow desde que la vio interpretada por Henry Fonda en 1974, dice que se sintió motivado a llevar la obra al Arthur Ashe Stadium tras haber presenciado el recital de apertura del Abierto de Tenis de Estados Unidos en ese lugar.
“El escenario no parecía una cancha de tenis, sino que estaba iluminado como para un concierto”, recuerda Spacey. “Y entonces me dije que en ese estadio transcurría siempre el drama del deporte, pero nunca era usado para otra cosa que el tenis. Así que empecé a preguntarme si sería posible usarlo como escenario para una obra.”
La obra será presentada en el centro, con el público alrededor, y Spacey dice que esperan atraer a entre 5000 y 10.000 personas por función.
Aunque reconoce que presentar Clarence Darrow en un estadio de tenis puede resultar extraño, Spacey dice que sería imposible hacerlo en Broadway. Sólo el Circle del Teatro Square tiene una platea que rodea el escenario, como un anfiteatro, pero “es oblongo y de tres lados, y tiene 700 butacas”, señala Spacey. “Tendría que seguir representando la obra durante muchísimo tiempo.”
A Spacey le encantan esos momentos en los que puede interactuar espontáneamente con el público sentado cerca del escenario. “Les ves el terror en la cara”, dice con picardía, y agrega que las videocámaras y las grandes pantallas de televisión del estadio le permitirán llegar hasta quienes estén sentados en los lugares más alejados.
Spacey no quiere revelar mucho de cómo piensa encarar su actuación de maestro de ceremonias de los premios Tony, aunque revela que “es una verdadera oportunidad para pasarla bien, y no creo que todo el show deba girar en torno a la figura del presentador”. Spacey cita como ejemplo a Johnny Carson, que fue tanto un frecuente presentador de los Oscar como el histórico conductor de su programa The Tonight Show.
“Su trabajo era entretener a esas 500 personas sentadas en la platea”, dice Spacey. “Y esa será mi función, entretener a las 6000 personas que habrá en el Radio City. Si la pasan bien, yo creo que se va a notar.”
De vuelta en Juilliard, Spacey compartió con sus alumnos uno de los trucos que usaba para actuar durante sus primeros años de carrera. Contó que entonces se detenía en medio de la escena, empezaba a olfatear el aire y después decía: “¿Y ese olor? Soy yo. ¡Apesto!”
“A veces es mejor que ellos sepan que uno sabe que no lo está haciendo bien”, bromeó ante sus alumnos.
En un plano de mayor seriedad, luego les dijo que más allá de todas sus sugerencias y correcciones, los actores jóvenes deben aprender a confiar en sus instintos. “Es fácil caer en la trampa de creer que hay una fórmula para hacer tal o cual cosa, pero lo cierto es que la única manera es hacerlo como sientan hacerlo.”
Desbordante de esa seguridad que lo caracteriza, Spacey dice que preocuparse demasiado por las expectativas del público –ya sea frente al panel de una audición o ante el espectador que pagó su entrada– era un camino garantizado al fracaso.
“En lo último que deben pensar”, les dijo Spacey a sus alumnos, “es en lo que van a pensar ellos.”
En primera persona
Visiones
- Conductor: "Mi función como conductor es entretener a las 6000 personas que habrá en el Radio City. Si la pasan bien, yo creo que se va a notar."
- Consejo de actuación: "Es fácil caer en la trampa de creer que hay una fórmula para hacer tal o cual cosa, pero lo cierto es que la única manera es hacerlo como sientan hacerlo."
Traducción de Jaime Arrambide
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