Más que español, habla "porteño". Cada tanto dice "vistes" y por momentos mezcla el inglés porque asegura que le "faltan palabras" porque no está practicando. La rusa Katerina Zak tiene 36 años y baila desde los 11, pero hace más de una década descubrió el tango en una visita a Buenos Aires y le cambió la vida. No hubo vuelta atrás. "Estoy enamorada del tango argentino. Cuando escucho a Troilo y a Pugliese me mata", dice a LA NACION desde Ekaterinburgo, una ciudad a 1800 kilómetros de Moscú donde por estos días hace 25 grados bajo cero.
Junto a su pareja Max Izvekov, de 33 años, enseñan tango por todo el país. "Estamos enamorados del tango argentino", insiste. Repasa que por una crisis personal viajó a Buenos Aires; decidió sacar un pasaje "a un lugar bien lejos, donde no conociera nada para cambiar de aire, de cultura, de contexto". Así llegó y se quedó cuatro meses. Recuerda que aterrizó de noche y la ciudad le pareció oscura, un poco extraña, con todo cerrado. "Pero al día siguiente todo era sol, la gente muy cálida. Ahí empezó el romance".
Había escuchado un poco de tango antes de viajar y lo había visto bailar porque como profesional hizo "un poco de todo, jazz, folklore, ballroom". Pero, subraya, bailar tango en la Argentina es "otra cosa". Habla con pasión. "Todo sonó diferente porque la onda de ustedes, de su país, es muy diferente". Una noche fue a "La Viruta" y se convirtió en costumbre. "Abraza bien" le dijo el muchacho que la invitó a bailar. Asegura que aprendió todo de nuevo. Se hizo habitué del "Salón Canning" y también de "La Baldosa".
"Estuve aprendiendo de la cultura, mirando qué gente va, qué busca, cómo hablan". Desde entonces –salvo el 2020 por la pandemia- viene dos veces al año a la Argentina; visita Buenos Aires y Córdoba. Katerina subraya que a sus alumnos intenta transmitirles lo que aprendió: "El tango no es una coreografía, es como una lengua, es hablar con el compañero sin palabras. En el abrazo estamos construyendo una casa, improvisando y siempre es diferente. Estamos armando un sentimiento, una onda que estamos armando".
En Rusia el tango es "la rosa en la boca"
Se ríe cuando menciona que en Rusia –donde hay muchas milongas- la gente en general cree que el tango es "la rosa en la boca", un poco como se lo muestra en algunas películas. "Para nosotros es otra cosa y eso queremos transmitir. Es compartir y esa es una palabra que no tenemos en Rusia…Compartir y transmitir lo que siento, lo que pienso. La Argentina nos hizo un maravilloso regalo".
Para Katerina y Max –quienes participaron en dos mundiales (en uno, separados) y se conocieron en un salón en Moscú- las letras suelen ser complicadas para entender; apunta que a veces están dos o tres horas traduciéndolas. "Verdemar, se llenaron de silencio tus pupilas. Te perdí, Verdemar…", canturrea el tango de José María Contursi. La califica de "profunda, dolorosa, muy fuerte". Para ella no hay nada como escuchar al "Polaco" Goyeneche con Troilo o a Alberto Marino cantando "La cantina".
"¿Astor Piazzolla? No quiero ofender, me encanta, pero para escucharlo en un concierto. Para bailar me gusta otras cosas, el tango más orillero". Katerina señala que a Max le contagió su estilo, el de "milonguera". "No queremos cadenas o figuras; enseñamos el abrazo, cómo buscar y encontrar la conexión e improvisar para hacer juntos", insiste y entiende que esa es la clave del éxito en las clases que dan y en las que aconsejan viajar a Buenos Aires "a investigar, mirar, sentir y conocer".
Además del tango, se acostumbró al asado y a hacer amigos. "Un año sin Argentina es como estar sin aire; espero volver pronto", cierra.
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