Juventud, divino tesoro
Somos una paradoja viva: cuando más posibilidades tenemos de vivir más años, menos queremos aceptar el paso del tiempo
Hace poco más de medio siglo nació la juventud y desde entonces, casi insensiblemente, se ha transformado en el ideal dominante de nuestra cultura. Ya nadie quiere parecer viejo. Además, queda mal hablar de las personas de más de 65 como ancianas o viejas (inventamos eufemismos como tercera edad o adultos mayores para esconder tras las palabras el duro paso de los años).
Nuestra época es la primera en la historia que no solo ensalza a la juventud, sino que la toma como el modelo ideal de la vida. Este es un proceso tan inédito que aún no somos conscientes de las implicancias que tiene en casi todos los campos de la actividad humana.
Hasta hace poco más de tres siglos, era difícil no ser joven porque la mayoría moría antes de llegar a los 30. Es más: la mitad de la población mundial, hasta el siglo XVIII, moría antes de cumplir cinco años. Llegar a los 40 era raro; a los 50, excepcional. Cuando leemos que los antiguos respetaban a los ancianos y los consultaban por su sabiduría, deberíamos tener en cuenta que esos ancianos rara vez tenían más de 50.
La primera generación joven que fue percibida como tal fue la que participó de la Primera Guerra Mundial. Pero no fue hasta la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados regresaron a casa, que los jóvenes comenzaron realmente a ser tomados en cuenta. En ese momento, los jóvenes ya habían desarrollado una cultura propia, el rock and roll, que fue la primera cultura planetaria. El líder de la nueva era fue Elvis Presley. Nadie logró su hegemonía cultural: de cada dos discos que se vendieron en el planeta entre 1955 a 1960, uno era de Elvis.
La juventud nació en los 50, pero se convirtió en el movimiento cultural dominante en los 60. Ese asalto al cielo fue posible porque durante esos años se produjo un entramado complejo que sumó energías creativas únicas: los Beatles, el pop y la rebeldía en las calles (del Mayo Francés al Cordobazo, pasando por las marchas contra la guerra de Vietnam o los grandes recitales comunitarios que convocaban a cientos de miles).
En ese momento fundacional está todo lo que luego será la nueva norma: la juventud como el parámetro de la vida moderna. Hasta los Beatles, la moda, los horarios de trabajo y de disfrute, la relación entre los sexos y las distintas etapas de la vida seguían un modelo tradicional en el que imperaban el padre y el abuelo (incluso los adolescentes usaban masivamente corbata y traje).
Hoy la juventud no solo es la edad dorada de la vida, el momento en el que todo es posible, sino también la norma a imitar por las demás edades. Los de 40 se visten como los de 20. Los de 60 tratan de no quedar desfasados de los de 30. Hoy nos parece extraño que, desde la noche de los tiempos hasta hace medio siglo, las normas y las formas las impusieran los ancianos de la tribu.
Estamos tan dominados por el mito de la juventud que ya no serlo, o no poder adecuarse a sus costumbres y modos, es visto como un disvalor. Somos una paradoja viva: cuando más posibilidades tenemos de vivir más años, menos queremos aceptar que la juventud no es más que, como dijo Jean Cocteau, "una enfermedad transitoria, que dura poco y se cura rápido".