Juliette Binoche: Chocolate es tan solo su cobertura
La intérprete francesa ha descubierto el valor de expresar sus deseos. Así, porque lo pidió, consiguió el papel en la película que le aseguró la nominación a un Oscar y también se definió como una actriz intensa
Dos años atrás, Juliette Binoche llegó a Nueva York con el guión de Chocolate en mano y con el rol protagónico del film en mente. Se sentó a conversar con Harvey Weinstein, el verdadero poder detrás de Miramax Films, la empresa que quería producir la película, y le dijo que le gustaba muchísimo ese papel.
"Su reacción me dejó atónita -recordó Binoche recientemente-. Me dijo: Bueno, Juliette, si verdaderamente quieres ese papel, tienes que pedirlo. Así que le dije: Harvey, ¿puedo hacer esa película? Y es raro, pero fue una buena experiencia para mí, porque pedir algo siempre resulta esclarecedor. Creo que en la vida una tiene que pedir lo que desea. Las cosas no salen por sí mismas de una caja."
Y pedir tiene sus recompensas, como ha descubierto Binoche. No sólo ha sido nominada al Oscar como mejor actriz, sino que la película también tiene una nominación. Si en el pasado la actriz tendió a esperar que las cosas ocurrieran, ahora la intensa y exigente francesa controla por completo su carrera. Y demuestra su nuevo temperamento en dos films en los que encarna a mujeres absolutamente independientes y controladoras.
En Chocolate, Binoche interpreta a Vianne, una chocolatera que puede intuir las necesidades espirituales de la gente, así como sus deseos con tanta fuerza sobrenatural que toma todo un pueblo francés para dejar en claro un par de cosas. Sobre las madres solteras, la sensualidad y el poder de una mezcla justa de chiles y cocoa. Irrumpe en la ciudad y empieza a reformar a la población con un celo tal que, a su lado, Hillary Clinton parece una debilucha.
En la segunda película, La viuda de Saint-Pierre, Binoche va un paso más allá, encarnando a una joven esposa idealista que lleva su apasionada búsqueda de justicia a un extremo peligroso. El film, un drama francés dirigido por Patrice Leconte y basado en hechos reales, transcurre en 1850 en una pequeña isla francesa de la costa de Canadá. Gira en torno de un extraño triángulo amoroso formado por un asesino condenado, el capitán que debe llevar a cabo la sentencia de muerte y la esposa del capitán, que se impone la misión de redimir al condenado (Emir Kusturica). Mientras esperan la llegada de una guillotina de Francia, la esposa le pide al capitán (Daniel Auteuil), que no puede negarle nada, que le permita emplear al condenado como jardinero. Lo convierte en su protegido, desencadenando los hechos que conducen a la tragedia. Leconte usa el desolado paisaje de la costa atlántica como metáfora del matrimonio sin hijos, y consigue plantear sutiles interrogantes acerca de la culpa y la inocencia, mientras su cámara se demora sobre los rasgos delicados de la feroz heroína.
"Creo que si una es fuerte también es muy vulnerable -dice Binoche-. No se puede ser una cosa sin la otra, para ser humana. Lo que me gustó de la historia fue su ambigüedad. Ella tiene opiniones fuertes y es educada, y hace las cosas a su manera. Sin embargo, hay cosas que no pueden controlarse, porque están dentro de una misma."
Cuanto más sombrío el entorno, tanto más cómoda parece sentirse Binoche. Veterana de films tan melancólicos como Bleue y Los amantes del Pont Neuf, se ganó una reputación interpretando a almas doloridas que llevan ocultas todas sus cicatrices. En 1996, ganó el Oscar a la mejor actriz de reparto por su trabajo en El paciente inglés. Y acaba de hacer durante tres meses en Broadway la obra de Pinter, Betrayal, que también se centra en un torturado triángulo amoroso. Dice que adoró cada minuto de actuación, a pesar de algunas reseñas poco halagadoras. "Prefiero correr riesgos, y si el New York Times publica un mala crítica, me da lo mismo, es parte del juego", declara con firmeza.
Durante el desayuno en el diminuto Wild Lily Tea Room de Chelsea, enfundada en un grueso abrigo negro, y sorbiendo su té de jazmín, Binoche se ve tranquila y feliz. Con su cabello caoba corto y su piel de alabastro, se parece extrañamente a una Ingrid Bergman joven. El único signo de edad en esta actriz de 36 años es la sabiduría de sus ojos pardos. Mientras bebe su té, explica que, para ella, actuar implica un compromiso tan grande que jamás acepta un papel que no le interese profundamente.
"Todo el tiempo trato de encontrar un equilibrio entre mi vida, mi trabajo y mi familia -dice Binoche, aludiendo a sus dos hijos pequeños, Raphael y Anna, que tuvo con André Hall, un buzo profesional. Viven en las afueras de París-. Probablemente me tome demasiado en serio mi trabajo, mi arte. La gente me dice a veces: Con esta película seguro que te divertiste... ¡Divertirme! La diversión no tiene nada que ver con hacer cine. Quiero decir, una puede alegrarse de haber hecho algo, pero requiere mucha energía, hay que dar tanto... todo ese deseo, y esa voluntad, y tanto ardor y energía. Jamás podría hacerlo con ligereza. No trabajo así. Esas cosas no se llevan bien con mi temperamento."
Lasse Hallstrom, que la dirigió en Chocolate, dice que Juliette suele tener fácil acceso a sus emociones. "Conoce la importancia que tiene estar completamente presente en cada escena porque la cámara es terriblemente reveladora. Tiene una cualidad que, según creo, es más común en Europa, la de confiar en los gestos sutiles. Y siempre viene muy bien preparada. Para el film, incluso aprendió a hacer chocolate."
Hallstrom está casado con la actriz sueca Lena Olin, que coprotagonizó, junto con Binoche, La insoportable levedad del ser, en 1988, y que tiene un rol de reparto (es una esposa maltratada) en Chocolate. "Fue maravilloso verlas juntas, porque se entendían de manera casi taquigráfica -dice el director-. Les di mucha libertad para experimentar, y creo que Juliette la apreció, porque quería estar más suelta, no tan controlada. Quiere esos momentos sorprendentes en los que trasciende al guión."
Juliette Binoche reconoce que en el pasado se ha lanzado al trabajo con demasiada entrega. Para prepararse para su rol de pintora sin hogar en Los amantes de Pont Neuf, en 1991, donde fue dirigida por su novio de entonces, Léos Carax, la actriz se expuso a los elementos durante cuatro días para que su piel se viera convincentemente arruinada. Al terminar la película, que se rodó intermitentemente durante dos años y medio, quedó curada de esa clase de castigo realista. "Aprendí a entrar y salir -explica-. Como dijo Laurence Olivier: Sólo hay que actuar."
La divierte que la elogien por su gran belleza, que casi siempre describen como "luminosa" o "incandescente". "Y míreme", dice, mientras suelta una fuerte carcajada gutural. Añade que su risa suena "como un perro ladrando. He aprendido a no tomarme las cosas a pecho porque, si no, empiezan los problemas. Creo que actuar es dejar de lado el ego, aprender a olvidarse de una misma".
Es hija de dos actores de teatro, y durante años estuvo obsesionada por su nariz. Cuando sus padres no tenían trabajo, la mandaban a vivir con parientes, por lo cual asistió a muchísimas escuelas. Dice que siempre se sintió marginal, y que aprendió a sobrevivir haciendo payasadas. "Siempre supe que pertenecía al mundo de la actuación. Me encantaba estar entre bambalinas... los olores, la atmósfera. Es algo intangible."
Agrega que su reciente experiencia en Broadway la fortaleció, y que le encantaría volver a hacer teatro en Nueva York. Adora París, pero no lo echa de menos. "Me gusta ser espectadora. Es una sensación liberadora. Soy afortunada por poder ir y volver entre Francia y los Estados Unidos."
Muy pronto viajará para promover Chocolate en Europa, por pedido de Harvey Weinstein, de Miramax, la productora de casi todos los films que la actriz ha hecho en inglés. "Si no fuera por Harvey -afirma Binoche- yo no estaría aquí." Y, según adelanta, su nuevo proyecto, con Miramax, es el film Assumption dirigido por Walter Salles, basado en un guión de Anthony Minghella, sobre el pintor florentino del siglo XV, Fra Filippo Lippi, un monje que mantuvo una relación amorosa con una monja. Por lo que parece, esta vez fue Weinstein el que, tras una conversación de dos horas, le dijo: "OK, Juliette, ¿hacemos juntos esta película?" Y ella, por supuesto, dijo "Sí".