Julián Weich: "El minuto a minuto destruyó a la televisión"
"Hago mucho deporte, me ocupo de mi familia. Y Estoy abierto a que me pasen cosas", dice. Alejado de la pantalla, Julián Weich dice que disfruta de su vida dedicada a su labor para Unicef –programa del cual es embajador– y a cuestiones sociales. Lanzó Conciencia, una marca de agua mineral y otros productos cuya venta se destina a varias ONG, conduce eventos y está con Sebastián Wainraich en Metro y medio los martes de 17 a 20, por Radio Metro. Y aquí responde alCuestionario Sehinkman sin guardarse nada.
–Empezaste en 1983 con Pelito, seguiste con Clave de sol y, desde entonces, participaste en infinidad de programas, muchos de los cuales fueron grandes éxitos y te significaron premios. Más de 30 años de casado con la tele. ¿En qué está hoy esa pareja?
–Esa pareja es un viejo amor que no se actualiza hoy, pero se puede actualizar mañana. No tanto por el éxito, sino por la vigencia. Yo no haría un programa pensando en el éxito; haría uno pensando en hacer lo que me gusta. Quiero que digan: "qué buen programa" y no "qué buen conductor", porque uno como conductor es lo que es, no va a cambiar mucho. La tele de los éxitos no es la actual, y no va a volver, al menos en lo que me queda a mí operativamente hablando.
–Si uno sigue con la metáfora de la pareja, ¿te dejaron por uno más joven como Guido Kaczka?
–Sí. Hay nuevas generaciones de conductores como Guido, como el Chino Leunis, es así.
–¿Qué tienen que no tengas?
–No sé, la gente los elige más a ellos, tanto la audiencia como los que manejan los canales. Hoy, los eligen a ellos, así como por algún motivo yo en un momento llegué a hacer tres programas a la vez. No a la vez, pero era la época de Sorpresa y 1/2, Expedición Robinson, Fort Boyart y Quién quiere ser millonario. Cuatro. Todos en 2000, 2001. Hacía todo yo. También alguien en ese momento podría haber dicho: "¿Por qué lo hace Julián y no lo hace otro?". Uno tiene su momento, estás en auge o las marcas te buscan. ¿Por qué pasa? ¡Ni idea! Yo camino por la calle y hay una generación que no sabe quién soy y otra generación que me dice: "¡No te puedo creer! ¡Yo veía todos tus programas!". El tiempo pasa. Mi último programa fue en Canal 7, El punto rojo, hace un par de años y.... Si viajás a las provincias, sos Gardel, y acá en la Capital no sos nadie. Es muy raro todo lo que pasa con la popularidad.
–Hiciste una gran carrera.
–Fue un poco de suerte y de estar en el lugar indicado en el momento justo. Fijate: ahora Del Moro hace Quién quiere ser millonario, y yo lo hice hace 20 años [se ríe]. Y bueno, es así…
–¿Qué quiere decir que "es así"?
–Que el mismo programa que yo hice hace 20 años se hace ahora como si fuera una novedad, y es un programa que, obviamente, lo hice acá cuando lo venían haciendo en Londres hacía otros 10. Las cosas se van renovando. A veces no pasa por qué hacés, sino por cómo lo hacés. Pipo Mancera ya hacía cámaras ocultas.
–¿Qué pensás de las mediciones de rating y del minuto a minuto?
–El minuto a minuto, para mí, destruyó la televisión. En vez de estar haciendo el programa que querías hacer, hacés el programa que suponías que te daba más rating. Y eso hace que hagas un programa malo. Distinto es mirar después y fijarse dónde subió. Yo, por ejemplo, nunca conduje con cucaracha. A mí no me interesa que me digan: "seguí, seguí que está subiendo el rating". Yo sigo si creo que la situación está buena. Hoy te das cuenta de que los conductores están con cucaracha porque tienen los ojos vidriosos: te están haciendo una entrevista y no te están viendo. Se nota. Es espantoso.
–Alguna vez contaste que discutías porque te exigían hacer uno o dos puntos más.
–Sí, eso me pasó en Canal 13 cuando hacíamos El mejor de la cocina y me dijeron: "Si hacés un puntito más, te quedás todo el año". Como si uno no lo quisiera hacer. Es como que le digas a un futbolista: "Si en este partido hacés un gol, te quedás". No es una manera de programar, me parece. Vos tenés que elegir qué tenés en la pantalla más allá del rating que te da. Tu pantalla habla de vos.
–Me contabas antes de empezar que estabas por entrar a terapia. ¿Fue tema de tu análisis este divorcio de la tele?
–No. ¿Vos sabés que nada? Cuando sucedió el divorcio no hice terapia. Voy por cualquier otro tema que no tiene que ver con la vigencia, ni con el trabajo ni con la tele. Son temas más personales y profundos. Sí lo sufrí de chico: cuando empecé en la tele me volvía loco para ver cómo hacía para permanecer. Tuve la suerte de poder hacerlo y con buenos programas, pero yo terminaba uno y decía: "¿Y ahora qué sigue?" Terminaba Pelito y venía la nada. ¡Y de pronto apareció Clave de sol! Venía la nada y apareció 360. Y así. Todo se fue dando, pero siempre en el medio había un abismo.
–¿Y cómo es la vida sin la tele?
–Para mí es bárbara, porque siempre hice muchas cosas, nunca me quedé solo con la tele. Lo social ocupa mucho lugar en mi vida, a mi empresa Conciencia le dedico muchísimo lugar hace mucho tiempo, ser embajador de Unicef es una responsabilidad. Lo soy hace 27 años. Subí al Aconcagua dos veces, hice el Cruce de los Andes, siempre estoy en movimiento. O sea, tengo una vida.
–Hablemos de Jossias y Larcio.
–Son dos chicos adoptados de Mozambique, de 30 y 25 años. Es una tutoría, no es una adopción legal, porque hace cinco años que están con nosotros y ya son mayores. No es que somos padres legales, de hecho uno tiene padres. El otro es huérfano. Somos tutores, pero funcionamos como padres.
–¿Y cómo funciona esa familia ampliada?
–Vamos bien, porque los chicos se están recibiendo este año en la UCA. No es que vivimos todos juntos, porque mis hijos grandes viven solos y los chicos mozambiqueños siempre vivieron en un departamento aparte, nunca convivimos. Nos fuimos de viaje, de vacaciones, cenas, días enteros juntos, pero sin la convivencia forzada.
–Por último, ¿querés contar cómo es tu vínculo con tu hijo Jerónimo?
–Jerónimo es mi hijo el hippie, como digo yo. Vive en Río Ceballos, pero en este momento está en Colombia. Anda por todo el mundo.
–¿Cómo fue la experiencia junto a él cuando lo fuiste a visitar a Panamá?
–Me fui a vivir a la calle con él. Fue una experiencia alucinante. Fue vivir la vida de él, con el presupuesto que él manejaba. Y vivimos felices. Dormimos una semana en un parque nacional, en una playa, en un hostel, en cualquier lado. Es muy loco aprender de un hijo, pero de todos, Jerónimo fue y sigue siendo el que más me enseña, porque él eligió un camino más espiritual.
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