Juanse: “Ahora pongo a Dios delante de todo”
Dejó a un costado los años de excesos y abrazó por completo la fe católica. Días antes de volver a reunir a los Ratones Paranoicos, tras 6 años de ausencia sobre los escenarios, la voz de tantos hits del rock argentino se confiesa: "La época de la bohemia ya fue"
Hay una escena fundacional en la liturgia paranoica y tiene lugar en la primavera alfonsinista. Un joven cantante de una incipiente banda de rock que fatiga las rutas del país juntando 200 personas por show se baja del micro de gira y, bolso en mano, encara para la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Viste botas, pantalones de cuero, gafas de sol y el pelo rebelado, además de naranja. Pronto le dirán que quiere imitar a Mick Jagger, pero eso no es verdad: es igual a David Johansen, el líder los New York Dolls. El chico es flaco y, además de rock, tiene huellas de acné en su rostro. Ingresa a la Facultad a rendir una de las últimas materias que le quedan para recibirse de politólogo: Filosofía política. El docente será, o está por convertirse, en un intelectual importante: Atilio Borón. Juan Sebastián Gutiérrez, de él se trata, brinda un examen magistral, se saca 9. Entonces Borón lo mira, cierra el libro y le pregunta: “A ver, y dígame, ¿qué quiere decir para usted Todo lo real es racional?”. Juanse desarrolla el concepto hegeliano. Y le explica que la realidad es la manifestación temporaria de la razón. Termina de hablar, le da la mano, toma sus cosas y se va. Camina por Reconquista hacia Santa Fe, mientras cavila. Hay un malestar que lo muerde por dentro, algo que le hace ruido y que no es el tráfico que palpita alrededor. Es un joven que está cerca de recibirse pero que sabe que allí no está su destino. Mira su ropa y se da cuenta de que dejó de ser un estudiante y que ahora es un rockero. Cuando pasa frente al edificio de Obras Sanitarias se repite para sí: “Yo soy músico. No soy otra cosa”. Nunca más vuelve a las aulas, hasta hoy.
Pasaron más de 30 años de esa escena y el Juanse que se sienta frente a La Nación revista, el que se prepara para volver a los escenarios con los Ratones Paranoicos luego de seis años de ausencia (el viernes próximo, en el Hipódromo de Palermo), es el mismo y es otro, claro. Ya no tiene el pelo naranja sino gris: es el cabello de alguien que decidió abandonar la coquetería y casi toda ambición fetichista. Lleva un pantalón pinzado, un suéter punto inglés que supo estar de moda también en el alfonsinismo y unas gafas que ya no son de sol, sino para leer. Tiene un crucifijo y un puñado de medallas religiosas colgando. No habla de Hegel, pero sigue buscando la fenomenología del espíritu. Pero ya no la encarna un pensador alemán sino alguien más universal e invisible, la encarna Dios.
Lo inevitable, lo insoslayable que se presenta cuando nos sentamos ante él es intentar saber cómo hacen síntesis la Ciencia Política, treinta años de cultura rock y este sorprendente fervor religioso en un hombre que atravesó, con volantazos que incluyeron la banquina, la experiencia de los escenarios y la fama. O, más rudimentariamente: ¿qué pasó para que aquel inquieto, irreductible depredador nocturno se convirtiera en este feligrés que postula, con la misma parsimonia de siempre, que lo importante es hacer el bien sin buscar recompensa?
“A mí me costó mucho separar la fantasía de la realidad –dice–. Yo, de chico, vivía en la total fantasía. Era pobre, pero no me faltaba nada. Clase media de Devoto. Tenía libertad, era feliz. Era el raro del barrio, las madres no me dejaban entrar a las fiestas de sus hijas. Andaba con pelo largo, zuecos. Y me salían granos, y no me transaba una mina ni por casualidad.” A ese chico curtido en el filo del desprecio y la insularidad lo capturó, unos años más tarde, el dios del placer. “Y plop. Estás con una limusina. Una mesa con mucha, mucha plata. Seis chicas en la cama. Un escenario donde decís cualquier pavada y todos gritan. Es peligroso eso. Es un revólver. Es peor que andar buscando fasos por el piso.”
Sentado en un bar de Belgrano, mientas revuelve un licuado frutal, Juanse reduce su transformación a un acto, como si se tratara de pasar del estado líquido al gaseoso: “Las conversiones son así, no hay otra explicación”, asegura. “Mirá: San Pablo perseguía cristianos, y luego se convirtió. Era la Gestapo. Y se convirtió... Cayó del caballo y se terminó todo ahí. No tiene explicación. Sucede”. Juanse vuelve a relatar los pormenores de la revelación “casi surrealista” que le ocurrió en su propia casa, un episodio que ya contó en el programa de Mirtha Legrand: “Un inmenso manto de lágrimas me atravesó el cuello. Además, apareció una figura de Jesús en el piso, donde por diez años había un mueble y no lo habíamos visto”.
Hace menos de un año, en una entrevista, dijiste que el regreso de los Ratones era muy improbable. ¿Qué cambió para que eso se revirtiera?
Todo va de la mano de la confirmación de los elementos. Me acuerdo de que en un diario del interior, hace unos cinco o seis años, Sarco [se refiere el legendario guitarrista de la banda] dijo que “a los Ratones ni Dios los va a volver a juntar”. Puedo decir con cristiano orgullo que sí. Yo lo adjudico al Señor.
Son varios los desafíos que suponen un regreso de una banda como los Ratones, pero uno, seguro, es el de que no parezca un mero ejercicio de nostalgia.
No, para nada. El rock and roll tiene eso: se renueva a sí mismo. Es un grupo que sacó su primer disco en el 85. Hoy, en en siglo XXI, estamos preparando un show en el que más del 30 por ciento son temas del primero, segundo y tercer disco. Sin embargo, no es un grupo que vuelve de la nostalgia. Es un grupo que mantiene su vigencia, por su contenido. Además, el público se renueva. Nosotros tenemos medido que cada siete años se produce un cambio musical en el mundo. Un cambio musical en las bandas y en la gente. Mirá, el otro día leía que la gran banda en estos momentos en Inglaterra es Depeche Mode. Y es una banda que cuando nosotros estábamos había tenido su momento, pero era una más. Estaban Duran Duran, Spandau Ballet, Simple Mind, Simple Red, Simple de jamón y queso. Había de todo. Pero Depeche Mode innovó en todo. Los Ratones, sin salvar una distancia, es una banda de contenidos. Nunca hemos bajado de tres o cuatro cortes por disco. Siempre tuvimos una mirada social, pero no hay una búsqueda de identificación o una pretensión de arrastrar al otro.
Fueron precisamente las canciones y la vigencia en los escenarios los que, conforme pasó el tiempo, colocaron a los Ratones en una categoría diferente de la que alguna vez ocupó. En un universo como el del rock, donde las fantasías adquieren estatus de atributo, con los Ratones Paranoicos ocurrió, sino lo contrario, algo distinto. Alrededor de ellos gravitaron una serie de malentendidos o confusiones que, durante años, conspiraron contra la edificación de su prestigio. Una subestimación cualitativa lanzada por cierta parte del ambiente –prensa y protagonistas– que enaltecía los valores de un supuesto rock ilustrado o melódicamente más sofisticado. En primer lugar, una confusión estética o incluso ideológica los redujo, como un estigma, a meros replicadores del sonido stone. Si bien es cierto que la metáfora en Juanse nunca tuvo el poder cautivador de Spinetta, García o Solari, también es cierto que lo suyo fue más sanguíneo y, por eso mismo, igual de efectivo.
“Son los Danger Four de los Rolling Stones”, aguijoneó el Indio Solari en su momento. Es cierto que un tiempo antes Juanse había compuesto Ya morí, uno de sus mayores hits, para mofarse de la personalidad del cantante de los Redondos. Lo curioso es que los Ratones no se parecían a los Stones, sino que tenían un sonido propio con influencias de la escena neoyorquina de los 70. Así lo explica Gustavo Gauvry, legendario productor local, un hombre esencial en la carrera de los Ratones, ya que fue el primero en confiar en su música. “Jagger nunca se tiró al público como hacía Juanse cuando empezó con los Ratones. Nunca se tiñó de verde, ni se vestía de negro, ni lo escupían en los recitales”, señala Gauvry en el libro El Cabildo del Rock. “Era más parecida a lo que había pasado en Nueva York en los 70, con Lou Reed, los New York Dolls y los Stooges. El movimiento de Juanse cuando se descolgaba la guitarra, por ejemplo, era igualito al de Iggy. Y toda esa forma de vestirse, con esas camperas de cuero y esos lentes negros, era la misma que tenía él.”
Gauvry agrega un dato que no hace más que subrayar el carácter ambicioso y obsesivo del cantante: “Cuando lo conocí, enseguida me llamó la atención porque era alguien muy inquieto, muy personaje. Tenía apenas 22 años, pero ya me mostraba la determinación de una estrella.”
“Nosotros hemos tenido mucha gracia –retoma Juanse–. Hemos tenido el mejor productor discográfico, que fue Gustavo Gauvry. Hay una calidad de sonido que se elevó con la llegada de Andrew [Oldham]. Cuando grabamos Fieras lunáticas estuvimos laburando doce horas el primer día. Cuando fui a apagar las luces era una cosa increíble de ver: los micrófonos parecían robots descansando, mirando para abajo. Eso nos puso en un compromiso. Nunca pudimos bajar de eso, jamás. Eso nos complicó las realizaciones, porque hablar hoy de grabar un disco con 300 mil dólares, con 15 pasajes a Memphis con todo pago, es una locura. Estamos en condiciones de pedirlo, de hecho es lo que voy a pedir si quieren que grabemos un disco de estudio, pero eso no existe más.
¿Este impasse permitió que se produjera una ventana de oxígeno entre ustedes?
En eso, sí. Y el que no adquirió el oxígeno lo recibe del otro. Al estar distanciados cada uno tomó diferentes dinámicas. Ellos han estado más en contacto entre ellos que yo con ellos. Hay un elemento que no tiene por qué asustar: la disciplina. Si no, no es divertido. En estos tiempos.... Mirá, el rock tuvo que aceptar que hay tipos, sin importar su origen, que han sabido evolucionar. Te pongo el ejemplo de Cristian Castro. Antes, artistas así eran inaceptables, pero hoy hay que reconocer que estos tipos han crecido, y que hay grandes estrellas de rock que no pueden ni respirar.
Bueno, pero el rock fue muy prejuicioso. Y tu generación sobre todo.
Fue la más prejuiciosa. Hubo mucha ingratitud. Lo que pasa es que fue muy masivo desde el punto de vista económico. Pero fue lo mismo que destruyó al tango. El tango siempre fue el mismo. Pero lo que lo destruyó fue la vanidad. La vanidad hundió al tango argentino. Esa pretensión de decir: “Yo quiero ser el dueño del tango”. Y en el rock, durante toda la década del 80 y hasta mitad de los 90 tenés seis o siete que tuvieron el monopolio de los presupuestos, de la predisposición, de la difusión. Eso hizo que explotara por algún lado. Ahora todos los grupos quieren hacer la que hicimos nosotros o los Redonditos o Sumo. Eso es el resultado de la falta total de acceso a la difusión.
Y en cuanto a los excesos, lo que se ve es que en la mayoría de las bandas sub 35 sus integrantes podrían ser diseñadores gráficos, deportistas u otra cosa. Pasó de moda el modelo reviente.
Totalmente. No va más. La época de la bohemia, la de exigir una alta suma de dinero para no salir, ya fue. “Ah, ¿no querés venir? No vengas. Busco a otro.” Cambió todo, en algún aspecto para bien, sobre todo lo relacionado con los tratamientos artesanales. Las compañías han sido ocupadas por gente que ha vivido el rock. Que te llamen de la compañía para preguntarte algo es mejor. Antes, olvidate, no pasaba. Aparecían un montón de condicionamientos que te frenaban la salida del disco.
El paso del tiempo ha ido legitimando, ha revalorizado la calidad de la banda.
Es muy divertido todo lo que pasó. A nosotros nos pasaba que la gente pensaba que éramos El rock del pedazo, y está bárbaro. Era el tema que más le gustaba a Luis Alberto [Spinetta], con eso a mí me alcanza y me sobra. Me puedo morir tranquilo. Pero la banda no es eso. Hay todo un contenido. Pero son cosas que suceden en este país. Por ejemplo, cada vez que pasan a Spinetta ponen Rezo por vos [el tema que compuso con Charly García]. Es impresentable. Eso es lo que pasa en el país, en todo sentido. Un tipo que hace Muchacha (Ojos de papel) a los 17 años. ¡17 años! Desaparece físicamente y con todo lo que hizo ponen... Rezo por vos. Hay una mediocridad de parte de lo que se establece.
Hubo cierto reduccionismo en relación a ustedes, como si sólo pudieran ser entendidos como los hijos sudamericanos de los Stones.
Mirá lo que nos pasó cuando vinieron los Stones por primera vez. Nosotros tuvimos que luchar con el productor que trajo a los Stones [se refiere a Daniel Grinbank] porque no quería ponernos como teloneros, y eran los mismos Stones los que nos pedían, porque Richards ya había tocado con nosotros en el 92 cuando vino solo y actuó en Vélez. En cualquier lugar del mundo, el productor se tenía que sentir orgulloso, pero acá decía que no.
¿Qué decía?
Que no porque éramos parecidos. ¿Qué vamos a ser parecidos? Lo dijo Mick Taylor [ex guitarrista de los Stones]: “Son buenos, loco, ponelos. Ellos pueden”. Bueno, dimos seis shows. Cuando tocamos El rock del gato el estadio estaba prendido fuego. Fuimos los primeros en hacerles un homenaje, es cierto. Pero acá hay algo concreto: un repertorio. Jamás hubiéramos podido hacer esos shows si hubiésemos sido un grupo de covers. Es más, nos pidieron en el contrato que no tocáramos Satisfaction.
Juanse habla con locuacidad, aunque por momentos su decir parece eclipsarse por la repentina aparición de una imagen o de una idea nueva, como si alrededor de su mente orbitaran decenas de pensamientos que pugnan por surcar su cerebro y salir de su boca. Ahora es el turno de hablar de la figura del rockero como ícono social, del narcisismo y la importancia personal de algunos cantantes de su generación. Juanse, sin nombrarlo, vuelve a referirse elípticamente a Solari. En esta etapa pastoral, el cantante cree que “hay que bajar a tierra. O sea, no sirve de nada estar encerrado. Te hace mal. Te trae problemas. Tenés que caminar, tomarte un taxi”.
¿Vos siempre lo hiciste?
Siempre. Ojo me ha pasado de todo, de entrar a un restaurante y que se pare toda la gente a aplaudirte. Pero son momentos. Mirá, ahora estamos hablando y nadie se nos acerca, nadie nos dice nada. Está todo bien. Eso tenés que sentirlo vos. Quedarte tranquilo. Tampoco hacer que eso no lo podés hacer. Acá el problema es que el tipo se cree que no puede salir. El tipo se lava el cerebro a sí mismo. “No, no, no voy a salir porque yo soy muy famoso”.
Volviste a estudiar. ¿Qué estudiás?
Estudio Ciencias sagradas. Teología.
Borges, que era un gran agnóstico, decía que cualquier destino consta de un solo momento, el momento en el que un hombre sabe para siempre quién es. ¿A vos eso te pasó ahora?
Sí. Mirá, el bien se cumple, sin esperar ninguna recompensa. Yo antes estaba quince horas hablando por teléfono con un tipo para convencerlo de algo. Ahora pongo a Dios adelante de todo, y el resto se resuelve por añadidura.
Bueno, pero no es fácil llegar a ese estadío, a esa confianza. Vos lo mencionás porque, según contás, tuviste una especie de revelación, pero no es algo que suceda siempre.
Bueno, voy en camino. Soy católico. El cristianismo es algo que se busca.
Pero vivimos en un mundo que celebra constantemente otra cosa.
Mejor, mejor. No hay que buscar recompensa acá. No importa lo que hacen los demás. Vos fijate este dato, es un dato antropológico. La gente está en cualquiera, ¿no? Ahora, cuando la gente está en el sanatorio, el respaldo de la cama se te llena de estampitas. ¿Sí o no? Bueno... Vos no le vas a pedir a Perfumo que te salve a tu mamá. A mí me pasó a los 48 años.
Aún cuando por los pliegues de su discurso se infiltre de forma elocuente la religión y lo sagrado, a Juanse también lo sigue emocionando la pulsión vital, única y demoledora, que tiene el rock. Aparece en un recuerdo concreto, cuando rememora aquella vez, hace unos quince años, que con los Ratones tocaron en las profundidades de los Estados Unidos nada más y nada menos que una versión en castellano de Ruta 66, un gesto que, continuando la vena religiosa, podría ser tomado como una profanación. “Fue increíble. Tocamos en el mismo festival que los Stone Temple Pilots. Cuando salimos, había 75 lucas de gente. Nadie hablaba castellano. Eran gente de Memphis, de Saint Louis, de alrededores. Empezamos a tocar los hits y nos aplaudían un poco. Nosotros sonábamos de forma increíble, aunque es imposible no sonar bien ahí: estás al borde del Mississippi. Tocamos Ruta 66 y no sabés... Explotó todo, se vino todo abajo. Incluso el cantante de Stone Temple Pilots, este pobre pibe que se murió [se refiere a Scott Weiland] estaba a un costado con su nene en brazos y disfrutaba. Cuando terminamos fue espectacular. ¿Por qué sucedió esto? Porque, además de que sonábamos bien, cuando ellos encontraron el código no importó en qué idioma lo cantamos, sino cómo lo hicimos. Es todo percepción. Es una interrelación. Te llena. La música es uno de los pocos elementos que siempre están.
¿Te hace algo de ruido cantar algunas canciones tuyas?
Yo puedo cantar lo que quiero. Mirá, la verdad es que nunca pude componer bajo la influencia de ningún tipo de droga. Eso habla de que la inspiración no viene bajo ningún efecto químico. En casa nunca tuve drogas. Si tenía, era porque venía alguien especialmente, a ver un partido de fútbol, o algo así, pero nunca tuve. Para componer me levantaba a la mañana. Siempre fue así. Yo me tropiezo con las canciones. Lo que agradezco es haber tenido siempre productor. El productor es el que te frena, el que te dice “ahora grabemos, ahora no”.
¿Te seguís informando? ¿Leés sobre la actualidad?
No, no. Hay etapas para todo. Mi realidad hoy es una realidad eterna. Mi deseo es no desviarme de mi camino. Seguir.
¿Pero a Boca lo ves?
Veo los goles cuando los repiten. Sé que no vamos a descender nunca. Al menos yo no lo voy a ver.
1962
Nace el 3 de junio en Buenos Aires. Su papá, Hipólito, era compositor de música clásica. Con Julieta, su mujer, tiene dos hijos: Daland y Bárbara
1984
Forma Ratones Paranoicos con Pablo Memi, Sarcófago y Roy. Dos años más tarde sacan su primer disco
1995
Los Ratones cumplenun sueño: son banda telonera de los Rolling Stones en la primera visita al país del grupo inglés
1997
Publica su primer disco solista, Expreso Bongo
2011
Comunica el lanzamiento de un nuevo disco solista y la disolución de los Ratones Paranoicos
2017
Después de seis años, los Ratones Paranoicos vuelven a juntarse con su formación original para el show que brindarán el 16 de septiembre en el Hipódromo de Palermo
El futuro
La reunión con los Ratones Paranoicos implica, además de la presentación de dos canciones nuevas, la proyección de otro disco. En cuanto a lo espiritual, Juanse es claro: "Mi deseo es no desviarme de mi camino. Seguir"
Asistente de fotografía: Lucas Pérez Alonso. Asistente de Producción: Tomás Brugués. pelo y maquillaje: Anush Asturi Hair & Makeup. agradecimientos: Faena Art Center y Manifesto (www.manifestoweb.com) por el banquito de diseño Sgabello