Todo empezó con la revista Pelo, después con un vinilo de Kiss, un show de Nito Mestre en la patagonia y hoy continúa en Spotify. El cantante de Pericos y productor estrella del rock nacional sigue buscando eso que lo conmueve en una canción
Invierno de 1980, Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut. Juanchi Baleirón tiene quince años y podría estar desesperado. La temporada anterior trasladaron a su padre a la Patagonia y él pasó del barrio porteño de Núñez a las afueras del culo del mundo. Pero no. En la Navidad del 79 recibió una guitarra Faim (un modelo raro, tipo bajo Rickenbacker) que enchufa a un radiograbador conectado al amplificador del tocadiscos y así, medio de casualidad, descubre la distorsión. En julio, la revista Pelo trae a Jon Anderson en tapa (¡todo sobre la separación de Yes!) y, gracias a un convenio con EMI, el número viene con un simple de vinilo de 33 1/3 con temas de The Knack (My Sharona), Kraftwerk (The Model), los Wings de Paul McCartney (Coming Up) y más. La acción de marketing da resultado: después de hacerlo girar un par de vueltas en el Audinac, Juanchi va a las disquerías de Comodoro (la Villeco, la Martín Fierro) y se compra los long plays de casi todos esos artistas.
Mucho antes de Spotify, la música pop ya era una red social planetaria donde la información circulaba por mar y por tierra. Los pioneros locales del jazz, el blues y el rock & roll recibían las noticias a través de los marineros que bajaban en los puertos de Buenos Aires y Rosario con álbumes importados del hemisferio norte. La generación de Juanchi, en cambio, se crió ya con revistas especializadas (además de Pelo, estaban la Expreso Imaginario y la efímera Rock Superstar), la feria de discos del Parque Rivadavia (ese proto-Napster) y, en los ochenta, los pubs de videos, algo así como la prehistoria de YouTube: lugares adonde se iba a tomar cerveza y ver clips compilados por tipos que habían viajado a Estados Unidos y volvían con unas cuantas horas de MTV quemadas en casetes.
Tercero de tres hermanos varones, Juanchi había nacido en 1965 en Santa Fe. Los movimientos de la familia estaban atados a la carrera militar del padre, que era correntino y escuchaba bastante chamamé. Pero en la casa de los Baleirón también circulaban discos de Ray Conniff, María Elena Walsh, Les Luthiers y los Beatles. "El primero que cayó fue A Hard Day’s Night. La base de todo", dice el guitarrista y cantante de Pericos, uno de los productores más buscados del rock nacional (Attaque 77, Estelares, Ciro y los Persas, No Te Va Gustar).
En esos días de formación de fines de los setenta, todavía en Buenos Aires, Juanchi iba a las disquerías de Belgrano (Suite, Paraíso Records) y, a los once, se desvirgaba con simples de los Rolling Stones ("Miss You"/ "Far Away Eyes") y Queen ("We Are the Champions"/ "We Will Rock You"). "En el momento eran la novedad", dice él. "Hoy son clásicos eternos".
Era el tiempo de Martínez de Hoz y los locales estaban llenos de cosas importadas. El primer larga duración que se compró fue Kiss Alive II. "Me acuerdo la emoción", dice Juanchi en su casa actual de Saavedra, tomándose un café de cápsula. "Poner un disco era como sentarte a ver una película. Había que tocarlos, mirarlos, olerlos… Lo único que faltaba era comerlos".
En Comodoro, donde vivió un año y medio, vio el primer show de su vida (Nito Mestre y los Desconocidos de Siempre) y empezó a zapar con amigos de sus hermanos. Cuando volvió a Buenos Aires, en el 81, ya estaba en plena adolescencia, iba al Nacional de Vicente López y andaba con una remera de Black Sabbath pintada a mano. Vio a Vox Dei en River, a Spinetta Jade en Gesell y a Queen en Vélez. En el 83, el punk rock y The Police afectaron sus sentidos. El reggae entró por la tangente de la banda de Sting. Faltaba poco para que armara la primera versión de Pericos y empezara su historia pública, después de abandonar los ciclos básicos de Derecho y Psicología. Su primer trabajo importante como productor fue para el compilado punk Invasión 88, donde grabó, entre otros tracks, el hit "Hacelo por mí", de Attaque. Se venía la era del disco compacto y Juanchi comenzó a comprar música vieja en CD: Chuck Berry y otros artistas de los cincuenta y sesenta. "Convivía lo actual y lo clásico", dice él, dando en la tecla de toda revolución de formato. Pasó con el MP3, pasó con el streaming: cada innovación tecnológica amplía el futuro y promueve una revisión del pasado. Hoy los vinilos de Juanchi juntan polvo en el sótano y él repasa con sus hijos la historia del rock y del pop vía YouTube. En el auto va con la aplicación de Spotify.
Marcado para siempre por el aura de los discos materiales pero lejos de la nostalgia y el fetichismo, Baleirón se lleva bien con esa suerte de no-tiempo musical que estamos viviendo, en el que se mezclan ejercicios retro, acceso total a los archivos y búsquedas personales en esquemas ya explorados."Con los años me puse menos hinchapelotas y busco eso que no se puede controlar, la esencia que tienen todos los discos buenos", dice Juanchi sobre su rol de productor. "Magia, duende, chispa, fuego… No sé cómo llamarlo. No me vuelvo loco con un virtuoso o con un sonido increíble. Me dejo seducir por las canciones. ¿Qué sonido nuevo aportaron los Strokes, o Arctic Monkeys? Probablemente ninguno. Pero te conmueven. Y creo que hoy eso es lo que manda".
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