Juan Villoro y el árbol de la vida
Amores perdidos en el tránsito, resistencias heroícas, crimen organizado y cómo el subcomandante Marcos le rindió homenaje a su padre. El escritor mexicano cuenta, además, por qué un psicoanalista diría que está en etapa de regresión
CIUDAD DE MÉXICO
Es martes 13. Juan Villoro (59) entra agitado al bar pautado para la entrevista, en el barrio de la Condesa. Llega quince minutos tarde, pide mil disculpas. "Me suele suceder, como una profecía que se cumple a sí misma, que sabiendo que es martes 13 me meto, no voluntariamente, en un problema. En este caso, debía entregar un texto que no guardé y se borró de la computadora. Espero que esta penitencia me sirva para ya no tener mayores males en el día. A veces pienso que hay que pagarle un impuesto a la realidad, y que vale la pena empezar con el pie izquierdo así luego te recuperas."
Algo así como que pudo ser peor y ya no recordar nada de lo que escribiste.
Exacto. Y es ahí cuando entiendes, con cierto dolor, que ningún texto que escribes es fundamental.
El artículo perdido en la PC y reencontrado en la memoria era para un diario de Cataluña. Periodista y referente de la literatura actual mexicana, Villoro escribe para diversos medios del mundo, además de publicar novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Suele combinar los géneros, como en su libro 8.8: El miedo en el espejo, una mezcla de realismo catástrofe, semblanza y catarsis motivada por el devastador terremoto de 2010 en Chile, donde él estaba por dar una conferencia. "Me temblaban las manos, no podía pensar en otra cosa y para sacarme esa sensación de encima tuve que escribir ese libro. Ningún otro había sido dictado por esa urgencia." La pérdida de su padre en 2014 también lo ha impulsado a encarar un libro, aún en proceso, dedicado a su figura. Luis Villoro fue uno de los filósofos más renombrados de México y uno de los máximos pensadores de los movimientos indígenas del país.
¿Hacia dónde te está llevando ese libro?
Por ahora he escrito algunos atisbos. No quiero hacer una versión hagiográfica ni un ajuste de cuentas con el padre que nunca me compró una guitarra eléctrica. Quiero encontrar un tono de equilibrio. Pero, sobre todo, me estoy llenando de lo que él fue para otras personas. Con la muerte, la gente se te acerca y te cuenta cosas que antes no te había dicho, que no juzgaba importante. La muerte autoriza a cruzar ese umbral. Así estoy armando un retrato colectivo de mi padre, con sorpresas, como la novia pelirroja que nadie conocía.
¿La llegaste a conocer?
Sí, en pleno funeral.
Leí hace un tiempo la historia de otra mujer, que había dejado plantado a tu padre.
Teresa, la hija del general Miaja, defensor de Madrid por parte de los republicanos. Ella fue novia de mi padre. Entre las familias hubo mucho pleito, ellos se amaban y decidieron fugarse. Mi padre le dio cita a Teresa, pero ella nunca llegó, lo dejó plantado. Es una historia melancólica y al mismo tiempo hermosa. Teresa se la contó luego a sus hijas. Yo conocí a una de ellas, Gloria, en alguna ocasión. Me preguntó: «¿Conoces la historia de nuestros padres?» «Sí.» Nos vimos con ese entendimiento, los dos sabíamos que aquel amor fallido había provocado que nosotros existiéramos.
Acaba de publicarse un libro póstumo de tu papá, La alternativa, que incluye parte de su correspondencia con el subcomandante Marcos, quien este año le rindió un homenaje, en Chiapas. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue muy importante ver el cariño, la devoción que se le tenía a mi papá. Participamos de un acto donde también estuvieron los hijos de Galeano [José Luis Solís López], un profesor asesinado recientemente. Fue extraordinario. Los zapatistas tienen una gran habilidad para darle un contenido simbólico a todo lo que hacen. Nosotros llevábamos las cenizas de mi padre y yo hablé con el comandante David, que está a cargo de la zona de Oventic, y le pedí que buscaran un árbol, nos gustaba la idea de poner las cenizas allí. Al día siguiente él me llevó hasta un liquidámbar que habían escogido. "Hay árboles más frondosos –me dijo–, pero ya son viejos. Este liquidámbar va a vivir por lo menos 110 años más, entonces su papá estará protegido mucho tiempo. Y es el árbol más cercano a nosotros, junto a la asamblea, que es donde nos reunimos." Dotaron de un significado sencillo, pero muy profundo, la última morada de mi papá.
¿Por qué lo reflectores ya dejaron de apuntar a Chiapas?
Porque ya no hay una sublevación y aparentemente no se está fraguando allí la aurora del mundo. Pero se está haciendo algo no menos heroico y quizá más significativo, que es reinventar la vida diaria. O sea, lo que está pasando en estas comunidades, la igualdad entre el hombre y la mujer, la atención por primera vez a mujeres indígenas en un hospital de la mujer, la toma de decisiones jurídicas, todo esto es un trabajo de resistencia heroico que está prefigurando una comunidad por venir. De esto se habla poco porque no es una noticia alarmante ni espectacular, pero es un sosegado cambio de la realidad. Además, el subcomandante Marcos acaba de hacer ese harakiri mediático de renunciar a su investidura política y convertirse en Galeano. En un giro muy cervantino, él es ahora el albacea de los papeles dispersos que dejó el propio Marcos, entonces escribe como Galeano y de pronto recibe papeles del subcomandante. Tal como Cervantes decía, que no era el autor del Quijote sino simplemente su padrastro, el albacea de unos textos que habían venido de un autor árabe y que alguien había traducido, y que él los iba recopilando. Entonces, él está haciendo un trabajo ya no como vocero del movimiento, sino como un intelectual que está pensando ahí.
Con el nuevo vocero, ¿se nota un cambio?
Es muy significativo el cambio. Durante años se cuestionó cómo un movimiento indígena podía tener como vocero a un intelectual de la clase media. Ahora Marcos ha dado un paso atrás, el vocero es Moisés, muy eficaz, con otro estilo de comunicación. También es un gesto cervantino: alguien más cercano al sentido común de Sancho Panza que a las ilusiones poéticas del Quijote.
Pero esa resistencia heroica ha dejado de inquietar.
Hoy no inquieta ni interesa, lo cual es más grave. Cuando mi padre murió, algunos de los principales comentaristas políticos mexicanos en distintos homenajes que se le hicieron celebraron el diagnóstico crítico que mi papá hacía de la realidad, pero lamentaron que fuera un utopista, un romántico. Como si la filosofía no hubiera sido desde el inicio de los tiempos una posibilidad de imaginar otros mundos. Pero hoy en México hay un pensamiento muy conservador, muy mediatizado, demasiado énfasis en estudiar las pequeñas intrigas entre los partidos y poca valentía para plantear transformaciones sustanciosas. Marcos/Galeano ha hablado de una haraganería del pensamiento. Efectivamente, hay una facilidad para reaccionar de manera refleja a lo que sucede sin proponer muchas novedades. Pero creo que esto va a ir cambiando. Creo que nuevas generaciones encontrarán en el zapatismo un ejemplo replicable en otras comunidades y también un estímulo para pensar de otro modo. Por el momento, estamos inmersos en una partidocracia muy negativa y muy estéril.
Participaste de la marcha por el primer aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. ¿Este hecho trágico marcó algún quiebre en la realidad del país?
La desaparición de los 43 normalistas articuló al país en una especie de república del sentimiento. Figuras que no se manifestaban, como el cómico Eugenio Derbez, que intervino en el Teletón, y Chicharito Hernández hablaron de Ayotzinapa. También, Alejandro González Inárritu en la entrega de los Oscar y el periodista Jorge Ramos en la gala de la revista Time. Gente muy diversa. Sting se reunió con los padres de las víctimas. Creo que hubo dos motivos básicos de indignación. Primero, que lo que más necesitamos está siendo cercenado. ¿Cómo podemos calificar a un país que mata a los futuros maestros de la gente más pobre? Segundo, evidenció con más fuerza que ningún otro caso la complicidad entre todos los mandos oficiales y el crimen organizado. Es decir, tenemos un gobierno que en muchas de sus zonas forma parte del mundo delictivo. Bob Dylan decía para estar fuera de la ley hay que ser honesto. Eso está ocurriendo en México. Ahora, ¿cómo pasar de esta indignación que tiene que ver con las emociones a una actividad sostenible que pueda hacer una transformación cívica? ¿Cómo crear un frente? Ahí sí, la sociedad sigue muy desmovilizada. Y a eso le apuesta el gobierno, que no espera que el problema se resuelva, sino que se pudra. No enfrentar el drama sino abandonarlo, apostándole al olvido. El propio presidente Enrique Peña Nieto lo ha dicho: hay que pasar página.
Literatura y vox populi
Villoro siempre ha vivido al sur del Viaducto, que es un corte transversal en la capital mexicana. "Solíamos decir que no hay amor que cruce el Viaducto. Si conocías a una chica fabulosa que vivía en la punta norte de la ciudad, sabías que terminarías perdiendo el amor en el tráfico. Ahora tengo la tragedia de que mi compañera vive más allá del Viaducto. Pero por el momento vamos sobrellevando los traslados: es un amor que se alimenta de itinerarios." Llegar a la entrevista desde Coyoacán ha sido para él un "desafío monumental", define. Esta ciudad es un tema que lo obsesiona como a muchos otros intelectuales mexicanos. "Estamos todo el tiempo tratando de darle sentido a un espacio urbano que parece no tenerlo." Entre sus proyectos en marcha hay un libro sobre el DF. Es una obra de no ficción –que empezó a escribir hace 17 años y espera presentar en 2016– en clave personal y también de testimonios y reportajes, "armado a modo de zapping, como Rayuela, de Cortázar. Son como cinco libros en uno. Me pareció la única forma de captar como en un mecano esta ciudad que por momentos desafía la experiencia humana".
¿Se te acerca gente en la calle para hablar de tu trabajo?
A veces sí. En México somos gregarios y empezamos a hablar fácilmente. Como escribo de fútbol, siempre es el primer tema de conversación. Aunque puede pasar mucho tiempo sin que suceda.
Tenés una mirada mordaz respecto de tu país. ¿Eso no lleva a que alguno se moleste?
Hay gente que se fija en algún detalle que considere erróneo de lo que dijiste, el famoso verificador de la realidad, o el que no está de acuerdo. Pero mi manera de pensar se ajusta bastante al vox populi, o sea que tampoco voy con tantos problemas.
Es como una mirada generalizada de la idiosincrasia local.
Sí, creo que hay una mirada cómplice. Me monto un poco en la ironía que ya forma parte de una conciencia, no siempre expresada, pero sí pública. Somos los mexicanos de hacer bromas sobre nosotros mismos, sobre ver el poder como algo ajeno pero que al mismo tiempo nos afecta. En este viaje entre crítica y autocrítica, se ajusta lo que pienso a lo que piensan muchos.
Contaste hace poco que tu intención es dedicarte cada vez más al teatro y la literatura infantil. ¿Por qué?
Creo que tengo un componente pueril, o de búsqueda de respuestas juguetonas ante la realidad. Y la literatura infantil es también mi única manera de acercarme a preguntas esenciales. A medida que pasan los años, recuperas preguntas que tienen que ver con los planteamientos de la infancia. Todos los niños tienen algo de filósofos, se preguntan qué hay más allá de la muerte, por qué no siempre ganan los buenos, por qué existe el tiempo. Son preguntas desconcertantes por su profundidad. Es imposible escribir para niños si no hay ciertos presupuestos éticos y filosóficos. La escritura para adultos puede ser una evasión sofisticada o inteligente y nada más. Eso basta, un artificio. La literatura para niños tiene que responder cosas. Y para mí, que no soy filósofo como mi padre, la manera de acercarme a esto es hacer como una filosofía de juguete, que es la literatura para niños.
¿Y el teatro? Ya has tenido muchas obras en cartel.
El teatro me llevó a entender la palabra como una forma de acción. Es único. Una frase dicha en tiempo presente, por la complejidad de la relación que se ha trabado antes en escena, se convierte en detonante de una acción dramática. Alguien dice: ¿dónde pusiste las llaves? Y esa pregunta acarrea una tensión monumental por lo que ya se había fraguado. Eso me ha cautivado. Y la inmensa ventaja de ser principiante. Escribí formalmente mi primera obra de teatro a los 50 años. Ser un aprendiz a los 50 es muy tonificante, como también enfrentarte a los problemas de la sala, los actores...
En los años 70 llegaste a actuar.
Sí, en una obra de Alejandro Jodorowsky, que era nuestro gran gurú. Roberto Bolaño tiene algunas crónicas muy lindas donde visita a Jodorowsky para pedirle su opinión sobre la poesía. Jodorowsky lo regaña, le dice: "Tú crees que tu poeta es Neruda, pero tu verdadero poeta es Nicanor Parra. Y Bolaño sale totalmente confundido y con los años descubre que su poeta era Parra, que Alejandro tenía razón. Él hizo performances muy vanguardistas en México, militó en el movimiento Pánico y entró en sintonía con la onda hippie, la era de Acuario. Mi generación se asoció mucho con sus búsquedas. Yo actué y escribí parte de esa obra de los 70, traduje otras, y fui espectador siempre de teatro. Pero me acobardé o me dediqué simplemente a otras cosas y sólo a los 50 volví a esta pasión primera. Me encanta ser principiante y escribir para niños. Algún psicoanalista diría que estoy en plena fase de regresión.