Juan Pablo Fernández: "No es necesario maquillar la realidad"
Juan Pablo Fernández tiene una terraza con motivos andaluces que es la vedette de sus reuniones con amigos. Nunca falta quien elogie ese enclave sevillano en pleno barrio de Flores, a pocas cuadras de la famosa plaza y de la también famosa estación de tren. Sin embargo, él más cauto. "Si vas a Sevilla te das cuenta de que esto no es nada. Apenas un recordatorio. Lo mismo los azulejos de la línea C que hicieron traer de allá. Son muy lindos, sí. Pero cuando vas allá y ves lo que hay...", el cantante y guitarrista de Acorazado Potemkin deja sin terminar la frase. Su vida anterior con P.O.Reincidentes lo llevó por muchas regiones de Europa. Y ahora con Acorazado, el trío de pospunk porteño que comparte con Fede Ghazarossian (bajista en Don Cornelio, Los Visitantes, Me darás mil hijos) y Lulo Esaín (baterista en Valle de Muñecas, Motorama), los viajes también fueron frecuentes.
"Por suerte siempre nos hicimos tiempo para viajar", dice Juan Pablo que se encuentra en vistas de presentar Piel, el cuarto disco del grupo, el próximo 21 de febrero en Niceto. Un álbum que los vuelve a mostrar en combustión eléctrica y plena expansión de sus fuerzas expresivas. Con canciones que funcionan como pequeñas burbujas de sonido; cada una con su propio volumen, su propia intensidad, su rugosidad específica. Y letras que dicen cosas como: "La noche que entendí que te ibas a quedar/ con los fantasmas que te empujaban hacia mí".
"Para este disco nos otorgaron el subsidio del Inamu, lo cual nos permitió bajar a dos años el lapso de un disco a otro. Y ahondar aún más en nuestra forma de trabajo que es abierta, muy de sala de ensayo: cada uno dándole lugar a los aportes del otro", subraya.
–¿Cuánto hay de fe y cuánto de insistencia en una vida dedicada al rock sin exigir retribuciones?
–Todo. La fe por momentos tiene un componente medio irracional. Entre la fe y la constancia de trabajo, hay una determinación, unas ganas, un entusiasmo. Por supuesto nunca tuve plata, siempre fui un seco. Entonces cuando ya asumís eso y sabés que no tiene nada que ver con tu recorrido de obra, lo tomás de otra manera. Por eso nunca tuve una "crisis de fe"; de perder el sentido de hacer música o componer.
–¿Y cómo armaste tu vida para poder sostener esa convicción?
–Y... Tengo varios trabajos. Como cinco (risas). Doy taller composición musical, tanto individual como grupal. Trabajo de diseñador. Hago tapas de libros, de revistas, logos. Con muchas ollas se arma un puchero mÁs o menos grande.
–¿Buscaste ocupaciones que no te demandan tanto como para no quitarle tiempo a la música?
–Más o menos porque cuando estás contento con lo que hacés, te entusiasmás y también le dedicás tiempo y ganas. Y creatividad. No me molesta, lo acepto. Es parte del juego también. Te buscan por eso. Aunque es verdad que de más joven sí tenía contradicciones del estilo: bueno, ¿qué querés ser? ¿músico o diseñador?
–¿Y cómo lo resolviste?
–Dando más. Siempre hay que dar más. En ese sentido, la paternidad me ayudó. Porque cuando sos papá tenés que dar sin esperar. Y lo mismo cuando trabajás con cosas creativas. Por ahí tenés que dar un poquito más de lo que se te pide.
–¿En qué te cambió ser padre?
–No le tuve más miedo a la muerte; lo que importó fue que no les pasara algo a ellos. Me volví mucho menos egoísta. Me di cuenta de que las cosas buenas y las malas que uno ya trae no cambian, son las mismas. Capaz están cargadas de mayor intensidad. Nada más. Lo que sí, en mi caso, me ayudó a ordenarme con los horarios, a concentrarme mejor. Por ejemplo, si tenía que levantarme a las cuatro para ver si terminaba una canción, antes de llevarlos a la escuela, me levantaba y me obligaba a ser creativo a esa hora.
–Tus chicos son más grandes ahora, tienen 11 y 14, respectivamente. ¿Cómo resolvés el dilema de hasta dónde inculcarles algo y hasta dónde dejar que prueben su camino?
–Me gustan las dos cosas. Me gusta creer que no estoy todo el tiempo hinchando sobre lo que me gustaría que hagan o cómo tienen que resolver ciertos desafíos.
–Pero algunas cosas te gustará transmitirles...
–Por supuesto. A mí, mis viejos, me transmitieron valores muy hermosos, cada uno a su manera. Mi vieja desde su carácter fuerte, más italiano. Y mi viejo desde un lugar más negociador, aunque al final terminaba haciendo lo que él quería (sonríe). Los dos con mucha personalidad, amorosos, logrando hacer su voluntad.
–¿A qué se dedicaban?
–Mi papa es estadístico, mi mamá abogada.
–¿Tenés presente algún momento con ellos que te haya marcado especialmente?
–Sí. Yo perdí un hermano hace poco, entonces mi recuerdo más fuerte con mi viejo es de ahora, de verlo entero en el funeral. Que haya querido abrir el cajón, mirarlo con sus propios ojos. Eso para mí lo pinta de cuerpo entero porque eligió su forma de despedirlo y entender lo que pasó. Afrontar y mirar a los ojos ese dolor, el más grande que podía sentir. Mirar la tormenta de frente. No esquivar.
–¿Y con tu mamá?
–Cuando se quiso quedar en Buenos Aires después de separarse mientras toda su familia le decía que se volviera a Rosario. Fue su gran decisión. Dijo: bueno, acá estamos, somos los que somos y nos quedamos los tres. Ella, mi hermano y yo. En retrospectiva eso me transmitió la firmeza de alguien que no abandonó la lucha, que igual quiso buscar la felicidad de su proyecto mientras sostenía a sus hijos. Me dio la pauta de cómo seguir adelante en golpes fuertes.Tan fuertes incluso como es perder un hermano. Por eso no me gusta La vida es bella (la película de Roberto Benigni). La odio con toda el alma (risas).
–¿Por qué?
–Porque no hay nada que edulcorar. Creo que a los hijos hay que mostrarles que allá afuera hay un mundo que sigue siendo injusto, desigual, cruel. Mirá lo que acaba de pasar en Gesell con el chico que asesinaron a patadas, en el suelo. Hay que hablar con nuestros hijos de eso. Del comportamiento en manada, de cómo defenderse, de cómo correrse, de lo que es ser un hombre. No es necesario maquillar esa realidad. Hay que ver el monstruo.
–Con el tiempo te convertiste en una figura de referencia para muchos de tus pares que te iban a ver desde la época de Reincidentes. ¿Cómo lo tomás? ¿Qué te produce?
–Fue una de las cosas más lindas que me pasaron. Que colegas y público de aquella época o de ahora te diga que tal o cual canción los acompañó mucho en un momento difícil... Todo eso es muy lindo. También ver una movida under mucho más colaborativa que antes. Una escena por fuera de los grandes festivales y los grandes medios que durante estos años fuimos construyendo juntos.
–Se te ve compartir cosas de River y seguir su campaña. ¿En qué mejora la vida querer a un club, estar atento a cómo le va?
–No sé bien qué es. Por ahí poner la cabeza en otro lado. No quiero caer en el lugar común de verlo como "el sentimiento popular de los postergados". No. En mi caso es una linda ansiedad, ver a un equipo que hace un tiempo ya está jugando muy bien. Ver una linda competencia. Y sufrir también. Como con la última final contra el Flamengo. Pero después los ves colgarse la medalla y cómo se bancan haber perdido. Y un poco se te pasa. Te conforta. Creo que todas esas cosas hacen lindo a querer a un equipo de fútbol.
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