Nací en Roma, viví en Suiza antes de instalarme en Portugal. No descubrí mi país, España, hasta 1948, cuando tenía 10 años. Hablé francés antes que el español. No reinaba un sentimiento de nostalgia en casa.
Siempre teníamos muchos amigos y primos con los que jugar. Los hermanos nos queríamos mucho y estábamos muy unidos a nuestros padres. Allí (por Lisboa) estaba la familia real italiana, la francesa, la rumana, la búlgara… No estábamos solos. Portugal nos acogió muy bien. Es una especie de segunda patria para mí. Tengo muy buenos amigos y hablo portugués. Juan Carlos de Borbón y Borbón nació el 5 de enero de 1938, mientras España se desangraba en una guerra civil. Su abuelo, Alfonso XIII, que había sido desterrado de su reino por la Segunda República, marchó a París sin renunciar a sus derechos dinásticos. Luego se radicó en Roma. Juanito, como lo llamaron en su hogar para diferenciarlo de su padre, Juan de Borbón, conde de Barcelona, fue el mayor de cuatro hermanos y se ubicó segundo en la línea de sucesión al trono.
EDUCADO PARA REINAR
La llegada de Juanito a España fue acordada entre don Juan y Francisco Franco en la cubierta del Azor, barco de recreo del caudillo, frente a San Sebastián, en agosto de 1948. El Generalísimo llevaba doce años en el poder y, si bien sabía que podía permanecer otros veinte conduciendo el destino de España, en algún momento tendría que nombrar a su heredero. La Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado –que él mismo escribió– lo autorizaba a proponer a su sucesor a título de "rey" o "regente del reino". Franco consideraba que sólo podía ser sucedido por un descendiente de los Reyes Católicos y pronto descubrió que tenía tiempo para formar al joven príncipe dentro de los principios de su régimen, el Movimiento Nacional. Lo quería cerca de él.
Cuando Juan Carlos pisó España por primera vez, el 8 de noviembre de 1948, era delito gritar "¡Viva el Rey!" y estaba prohibido hablar de la monarquía. En una entrevista histórica con la revista Point de Vue, en 2014, Juan Carlos recordó: "Conocer por fin a tu propio país es una cosa muy fuerte. Por supuesto que mis padres, mi abuela y mis amigos me habían hablado constantemente de España, pero pisar por fin España es muy diferente. Estaba muy emocionado cuando llegué a la estación. Y totalmente aterrorizado, rodeado de personas mayores que yo no conocía". De una forma muy simple describió su educación: "Mi formación fue planificada entre Franco y mi padre. Fui como una pelota de pingpong: cuando su relación era buena estudiaba en España, cuando era mala, lo hacía en Portugal. Ese ha sido el resumen de mi vida hasta que entré en la Academia Militar". Durante los siguientes años, el príncipe vivió en Madrid junto a su hermano menor, Alfonsito, y sólo veían a su familia cuando regresaban a Lisboa para las vacaciones.
LA MUERTE DE ALFONSO
Semana Santa de 1956. Los condes de Barcelona reciben a sus hijos en Estoril. Juan Carlos, con 18 años, trae en su equipaje un arma que le regaló un compañero en la academia militar. Se trata de una Long Automatic Star, calibre 22. Con Alfonsito, que entonces tenía 15, pasan horas disparando en el jardín, hasta que don Juan ordena guardarla bajo llave. Después de mil ruegos, convencen a su madre, Doña María, de que se las devuelva. Le dicen que está descargada y sólo quieren mirarla. "No es para disparar, mami, sólo para verla". Los hermanos están solos en la habitación cuando sucede el trágico desenlace. Según el escritor y periodista Abel Hernández, la infanta Margarita, a pesar de su finísimo oído, no escucha el disparo. Los padres tampoco. "Pilar sí, y nunca olvidará aquel ruido sordo", asegura. La bala le entra a Alfonsito por la nariz y le alcanza el cerebro. El parte oficial, comunicado por la embajada española en Lisboa miente: "Mientras su Alteza el Infante Alfonso limpiaba un revólver aquella noche con su hermano, se disparó un tiro que le alcanzó la frente y le mató en pocos minutos". Poco después, se conoce la verdad: Juan Carlos era quien empuñaba el arma cuando se disparó.
Luis María Ansón, ex miembro del Consejo Privado de don Juan, amigo personal de Juan Carlos y antiguo director del diario ABC durante quince años, recuerda aquel trágico episodio: "Fue un accidente terrible. Lo conozco a la perfección. A don Juan Carlos le habían regalado una pistola en Zaragoza. Se la llevó a Portugal. Era jueves, día de ayuno y abstinencia en Villa Giralda (la residencia real), donde esas cosas se llevaban a rajatabla. Cuando faltaban tres minutos para las ocho, Juan Carlos le dijo: ‘Alfonso, baja a traerme un bocadillo’. Y él subió con dos, uno para cada uno. Juan Carlos atrancó la puerta y el niño daba patadas. De pronto, dejó de sujetarla y Alfonso entró como un tren. A Juan Carlos se le disparó la pistola… Le entró el tiro por la cabeza, a la altura de la frente. Terrible, de verdad, terrible. Don Juan subió las escaleras de dos en dos, cogió al niño y lo bajó dando voces para que, cuando llegara el médico, Alfonsito ya estuviera en el vestíbulo. Pero no hubo manera. Estaba tumbado ahí… Antonio Eraso (un amigo de la familia) subió a hablar con Juan Carlos. Al rato bajó y dijo: ‘Está desolado, dice que se mete a monje cartujo’. Don Juan le ordenó que bajase, le cogió la mano y la puso en el pecho de su hermano muerto: ‘Jura que cumplirás con tus deberes dinásticos’. Juró y cumplió".
Juan Carlos, único testigo de la tragedia, jamás se refirió públicamente a aquel 29 de marzo de 1956, jueves santo de luna llena. Sin quererlo, su silencio dio lugar a mil especulaciones y crónicas en clave de novela negra. Una versión que se repite en cada reportaje hasta hoy asegura que don Juan envolvió el cuerpo de su hijo con la bandera española que arrancó del mástil de su casa, volteó hacia Juan Carlos y lo inquirió: "¡Júrame que no lo hiciste a propósito!". En 2014, frente a la escritora francesa Laurence Debray, el rey emérito recordó a su hermano:
–Permítame que abordemos este tema doloroso, Su Majestad. ¿Podría decirme algo sobre su hermano pequeño Alfonsito?, le preguntó.
–Éramos muy cómplices. Lo quería mucho. Era muy simpático y despierto. Jugaba muy bien al golf. Lo sigo echando mucho de menos. No poder tenerlo a mi lado, no poder hablar con él, pero la vida debe continuar…, contestó el monarca.
EL ELEGIDO
El 23 julio de 1969, ante el Pleno de las Cortes, Franco presenta a su sucesor: "Las condiciones que concurren en la persona del príncipe don Juan Carlos de Borbón y Borbón que, perteneciendo a la dinastía que reinó en España durante varios siglos, ha dado claras muestras de lealtad a los principios e instituciones del Régimen, se halla estrechamente vinculado a los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, en los cuales forjó su carácter, y al correr de los últimos veinte años ha sido perfectamente preparado para la alta misión a que podía ser llamado (…), he decidido proponerle a la nación como mi sucesor". Juan Carlos, que está de pie a su lado, es consagrado "príncipe de España" y jura lealtad a los principios del Movimiento Nacional. Su popularidad es tan baja que Franco lo manda a viajar por el país para darse a conocer.
DON JUAN, PADRE Y MENTOR
Pese a la gran relación que cultivó con el Generalísimo, Juan Carlos no tiene dudas: "Franco no fue mi mentor. Fue mi padre, a pesar de la distancia". Sin embargo, no fue sencillo para don Juan asimilar que no se reconocería su derecho dinástico, que su hijo Juan Carlos sería coronado antes que él.
Se han escrito mil ensayos acerca de la relación entre padre e hijo. Incluso Juan Carlos, desde su despacho en el Palacio Real, reconoció las diferencias: "Era una persona fantástica, de gran calidad humana. Fue mi mejor consejero y mi mejor ami-go. Me inculcó el amor por España y por la libertad. España ha sido mi leitmotiv toda mi vida. Estoy sentado en este despacho gracias a él. Él sacrificó su posición de jefe de familia. Tras la ceremonia de renuncia a los derechos dinásticos (que Juan finalmente hizo en 1977) me dijo: ‘Ahora es tu turno. Adelante’. Como se dice en francés: ‘Chapeau’. Fue un momento muy emotivo para los dos. A pesar de todo lo que se haya podido decir o escribir, he tenido una relación muy estrecha con mi padre. Evidentemente, ha habido diferencias puntuales entre nosotros, pero que nunca han perjudicado el afecto que nos teníamos".
Las imágenes más tristes de Juan Carlos, llorando desconsolado, fueron tomadas en el entierro de su padre, el 7 de abril de 1993. "La muerte de un padre es un momento muy duro. Uno se da cuenta de que, a partir de ese momento, está en primera línea. Era mi aliado más fiel. Le contaba todo. Lo enterré como rey. Se lo merecía. Dedicó toda su vida a España. Me preparó para convertirme en rey, sacrificó su persona por el bien de un país. Esa es la grandeza de ese hombre. Tuve la suerte de que fuese mi padre".
SOFÍA, EL GRAN AMOR
Juan Carlos y Sofía se conocieron en el crucero Agamemnon, en agosto de 1954, durante un paseo organizado por la reina Federica de Grecia para que las Casas Reales europeas pudieran estrechar lazos. Pero aquella vez no se prestaron demasiada atención: recién profundizaron su trato en 1961, durante la boda de los duques de Kent. "Empezamos a sentir el tirón del atractivo, pero aún sin compromiso", diría luego Sofía. De regreso en Atenas, la princesa pidió a sus padres que invitaran a "los de Barcelona" a pasar una temporada con ellos. Y fue durante esa visita que Juan Carlos y Sofía comenzaron su noviazgo. Todo sucedió muy rápido. El 13 septiembre de 1961, en Lausanne, se comprometieron, y ocho meses después pasaron por el altar. Pero antes tuvieron que resolver un tema que inquietaba a las dos Casas Reales: ¿por qué rito se ca-sarían? Juan Carlos profesaba la religión católica romana, mientras que Sofía fue criada como ortodoxa griega. Juan XXIII, el Papa Bueno, acercó posiciones y ofreció una solución salomónica: que contrajeran matrimonio por los dos ritos, en dos ceremonias diferentes. Y así lo hicieron, el 14 de mayo de 1962, en Atenas, frente a los representantes de todas las Casas Reales europeas. Franco rehusó la invitación, no podía presentarse en un país que recibía al conde de Barcelona con honores de jefe de Estado. Pero envió regalos: una diadema de brillantes para la princesa y una lapicera de plata para el príncipe.
De regreso de su luna de miel, Juan Carlos y Sofía fundaron su hogar en el Palacio de la Zarzuela, donde criaron a sus tres hijos: Elena, Cristina y Felipe.
EL REY DE LA DEMOCRACIA
Juan Carlos I fue proclamado el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Francisco Franco. "No había dormido, lo que explica las ojeras que tenía aquel día. Estaba muy agobiado por mi discurso. Lo había reescrito al menos diez veces. Mi primer discurso como rey. Un verdadero bautizo de fuego. Tenía algunos minutos para anunciar lo que quería hacer: ser el rey de todos los españoles. Hay que recordar que tomaba la palabra frente a los miembros del Parlamento, totalmente rendidos a Franco. No sabía cómo iban a reaccionar", le contó Juan Carlos a la periodista Debray.
Los antimonárquicos lo llamaron con sorna Juan Carlos, el "Breve", anticipando que su reinado apenas duraría algunas semanas. "Santiago Carrillo (secretario general del Partido Comunista) me llamaba así. La situación era muy difícil, pero gracias al pueblo español y a los dirigentes políticos de aquella época pudimos construir la democracia. Sin ellos, hubiese sido una misión imposible. Día tras día, hemos hablado, solucionado los problemas y acometido grandes avances. La clave de todo fue el diálogo", diría luego Juan Carlos a la periodista Debray.
El Rey, que fue designado por Franco y juró fidelidad a los principios del Movimiento Nacional, de pronto se convirtió en piloto de la transición, promotor de la reforma política y garante de la democracia. En junio de 1977, bajo su reinado, se celebraron elecciones libres en España, las primeras desde la Guerra Civil.
El 23 F, como se recuerda al fallido Golpe de Estado de 1981, disparó su popularidad. En medio de la asonada militar, mientras los legisladores permanecían encerrados en el Parlamento, rehenes de la Guardia Civil, Juan Carlos irrumpió en televisión con uniforme de capitán general de los Ejércitos y fijó posición: "La Corona, símbolo de la permanencia y de la unidad de la patria, no puede tolerar acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático", dijo. Tras ese acto, España se volvió "juancarlista". Para la revista Times, el Rey se convirtió en "uno de los héroes más sorprendentes e inspiradores de la libertad del siglo XX, al desafiar un intento de golpe militar que pretendía subvertir la joven democracia posfranquista".
Entonces nadie podía imaginar que el romance entre el pueblo y su rey podría terminar alguna vez. Los aplausos acompañaron a Juan Carlos durante las cuatro décadas que duró su reinado. Sólo en el final, en los últimos dos años, los aplausos cambiaron por críticas…
LOS AÑOS QUE NUNCA IMAGINÓ VIVIR
En 2010 se destapó el caso Nóos, una trama de corrupción que terminó mandando a su yerno, Iñaki Urdangarín, a la cárcel. La infanta Cristina pasó por el banquillo de los acusados pero fue liberada de culpa y cargo. En 2012 trascendieron a la prensa fotografías de Juan Carlos con un rifle en sus manos y un elefante caído a sus espaldas, durante una cacería en Botsuana. España, sumergida en una grave crisis económica, necesitaba gestos de austeridad por parte de sus referentes: "Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir", dijo a la prensa el Rey en un acto sin precedentes. Agobiado, el 18 de junio de 2014, en el Palacio Real, Juan Carlos firmó la ley de abdicación. Dos días más tarde, su hijo Felipe VI fue proclamado rey de España. Anunció una "monarquía renovada para un tiempo nuevo".
Su "mala salud de hierro" siguió atormentándolo. Juan Carlos tuvo complicaciones de todo tipo. El 2 de junio de 2019, con una sentida carta que firmó como "tu padre", comunicó a Felipe VI que abandonaba la vida pública. Poco después, a comienzos de 2020, enterró a su hermana mayor, la infanta Pilar. Desde entonces se convirtió en el blanco de distintas investigaciones periodísticas que hicieron tambalear su reputación. Lo acusaron de delitos económicos y la Fiscalía del Tribunal Supremo comenzó a investigarlo para saber si había cobrado comisiones en los negocios que consiguió para empresas españolas. Entre tanto, Felipe VI le retiró la asignación pública que recibía y renunció a la herencia de su padre que le pudiera corresponder en el futuro.
El rey de la transición, que consagró su vida a España con evidentes sacrificios desde los 10 años, reconocido como garante de la democracia y admirado por ser "el mejor embajador de España", de repente se encontraba en jaque, en la mira de los medios y perjudicando, sin quererlo, al reinado de su hijo.
En un último acto, el 4 de agosto pasado, el rey emérito envió otra carta a Felipe VI en la que anuncia que "con el mismo afán de servicio a España que inspiró mi reinado y ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada" le transmite su "meditada decisión" de trasladarse "en estos momentos" fuera de España. Recién dos semanas después, el domingo 17, se conoció el destino que eligió para su exilio: Emiratos Árabes Unidos.
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