Juampi tiene dos papás, pero la Justicia piensa diferente
Juan Pablo Santalla fue el primer niño nacido en la Argentina de un vientre subrogado, cuyos padres son una pareja gay. A los quince días de vida, su foto salió en la tapa de un diario nacional. Va a la sala de tres y hace poco en el jardín festejaron el Día de la Familia; Juampi empezó a entender que la suya era diferente y la pregunta de cómo nació, dicen sus papás, Leo Polti e Ignacio Santalla, está a punto de venir.
Fue concebido en un centro de fertilidad con el óvulo de una donante anónima y el espermatozoide de uno de ellos, e implantado en el vientre de su amiga Cintia, quien tiene tres hijos y decidió que quería ayudarlos porque ellos también tenían que tener la oportunidad de cumplir el sueño de dar esa clase de amor. Los tres juntos hicieron un año de terapia para estar seguros de la decisión.
Esa clase de amor Leo e Ignacio ya la venían incubando. Los dos vienen de familias grandes: tíos, primos, sobrinos que brotan como flores silvestres en primavera. Todos, como el resto de su entorno, apoyaron, acompañaron, rodean y protegen a esta familia distinta. Son una red de sostén.
Cuando decidieron buscar un hijo, primero pensaron en adoptar, pero querían un bebé (como el 90% de las parejas) y se dieron cuenta de que sería casi imposible que los eligieran. Averiguaron con una abogada para que la subrogación fuera en algún país donde estuviera regulada, pero hacían falta muchos miles de dólares y dejar la Argentina un largo tiempo; ambos son cuentapropistas y eso se les hacía imposible. Investigando se enteraron de que había otros dos casos de nacidos de esta forma, de parejas heterosexuales, porque en la Argentina la subrogación no está prohibida (y según el artículo 19 de la Constitución Nacional, lo que no está prohibido está permitido). Y aunque para la ley madre sigue siendo la que pare, decidieron, asesorados legalmente, que lo harían y pedirían luego la filiación a la Justicia. Si en los otros casos había funcionado, ¿por qué en el de ellos no?
Como venía sucediendo, los jueces de primera instancia aceptaron la demanda de impugnación de filiación de Cintia y le otorgaron la paternidad a Leo e Ignacio. Pero una fiscal apeló, otro de cámara le dio lugar y, sin ninguna audiencia con la familia, los jueces de la Cámara E de la Justicia Nacional Civil fallaron hace unas semanas en contra. Dijeron en el fallo que no se habían acreditado ni la amistad ni la debilidad por los bebés de Cintia, su marido, Leo e Ignacio, a la que se aludía en la demanda, y que eso de que todo lo que no está prohibido está permitido rige solo para el ámbito penal (entre otros argumentos nunca escuchados en estas cuestiones). Y Juampi volvió a ser historia, porque este es el primer fallo en el país de este tipo y lo es en el caso de una pareja gay.
Los jueces dicen que lo que corresponde es que inicien un proceso de adopción. Y que la voluntad procreacional (el no deseo de Cintia desde el principio de ser madre, y el de ellos de serlo) en este caso, a diferencia de otras técnicas de reproducción asistida, no cuenta.
Otros niños que nacen por subrogación en la ciudad de Buenos Aires –luego de presentar una serie de consentimientos y papeles– son anotados automáticamente bajo la paternidad de las parejas o personas comitentes. Pues una apelación del defensor del pueblo aceptada por la Justicia hace un año dio lugar a una resolución del Registro Civil porteño. Y salvo el caso de Juampi, los otros 40 niños nacidos en el país de esta forma son legalmente hijos de las personas que decidieron tenerlos.
Por eso, ahora Leo e Ignacio le piden a la Corte Suprema que tome el caso. La historia es otro capítulo de un debate, y una legislación, que falta en torno a la gestación subrogada o solidaria. Juampi es rehén de este limbo.
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