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En Monte Castro, sobre la transitada Avenida Lope de Vega y Lascano, se encuentra una pequeña joyita escondida que ha resistido al paso del tiempo. La heladería “Italia”, fundada en 1966, es una de las coordenadas preferidas de los vecinos del barrio y un secreto a voces desde hace varias generaciones. Es clamada por sus deliciosas cremas heladas artesanales y también por su esmerada atención familiar. “Acá el helado se hace como antes: la vainilla lleva chaucha, pelamos todas las frutas a mano y utilizamos la mejor materia prima”, confiesa, Don Adolfo Smeriglio, quien luce una impoluta camisa manga corta, un pantalón beige y cinturón a tono. Enseguida, sirve un cucurucho de pomelo y “espumón de chocolate”, una de las estrellas de la casa. Adolfo, o “El Tano”, como le dicen cariñosamente, tiene 95 años y sus manos son fieles testigos de un oficio que adora. “Me la pasaría toda la vida elaborando helados. Acá soy el hombre más feliz del mundo”, admite, orgulloso, el heladero más longevo de Argentina.
“Te voy a contar mi historia”
Así comienza Adolfo, quien no perdió su acento italiano e invita a pasar a la cocina donde sucede la magia. Sobre una alargada mesa de comedor, con mantel, tiene varios de sus mayores tesoros: cartas, postales y fotografías familiares. También un vídeo de la década del 60, cuando inauguró su emprendimiento en el barrio. El tano es oriundo de Montalto Uffugo, una localidad y comuna italiana de la provincia de Cosenza, región de Calabria, y arribó a Argentina en 1954. Como muchos de sus compatriotas llegó con una maleta repleta de sueños y en busca de un futuro más propicio. En Buenos Aires lo esperaba el amor de su vida, Vicenta, una italiana que había conocido en el pueblo. Ella había llegado un año antes, junto a su familia, tras navegar durante más de veinte días en un transatlántico. “Me enamoré perdidamente de ella desde que era muy pequeña. Desde los 17 ya estábamos juntos”, rememora.
Una vez instalados en la ciudad, comenzaron a rebuscárselas con distintos empleos: ella fue a trabajar de costurera, en tanto él en la fábrica “Siam” ensamblando heladeras y máquinas en la planta de Avellaneda. “¿Y entonces, cómo te acercaste al encantador mundo de los helados?”, se le consulta. Al recordar sus primeros pasos, se emociona: sus ojos se llenaron de lágrimas. “Fueron muchos años de sacrificio. Empezamos bien de abajo”, confiesa y bebe un sorbo de café. Luego, continúa con su relato. “Todo fue gracias a mi primo José. Él me enseñó todo de este oficio ya que tenía varias heladerías en distintos barrios de la ciudad y me incentivó a tener una propia. Hacia él no tengo más que palabras de agradecimiento”, dice, quien dejó atrás las tediosas horas en la fábrica y se calzó el ambo blanco de heladero.
Los secretos del buen helado y la atención
Así en 1966 inauguraron “Italia”, nombre que recuerda a su país de origen, en el barrio de Monte Castro. Antiguamente, el local estaba situado justo enfrente de su ubicación actual. Vicenta lo acompañó en esta nueva aventura: ella también aprendió los secretos para elaborar un buen gelato y con su carisma conquistó a todo el vecindario. Quienes la recuerdan detrás del mostrador admiten que atendía como los dioses y siempre con una gran sonrisa. Incluso aseguran que a los más pequeños solía recibirlos con una tacita de helado de obsequio. Es que los niños eran su gran debilidad. Por aquel entonces, también se sumó Alfredo, un empleado histórico, quien trabajó durante décadas allí hasta jubilarse. Cuentan que en aquella época los gustos más demandados eran los clásicos: limón, frutilla, chocolate, vainilla, crema rusa y granizado. También las diferentes versiones del delicioso dulce de leche. Aunque la verdadera estrella siempre fue el “espumón de chocolate”, bien cremoso.
En 1977 el comercio familiar se mudó a Av. Lope de Vega al 1816 y desde entonces se mantiene estoico al paso de los años. “Siempre tuvimos una única sucursal. Estamos detrás de cada detalle. Acá es todo artesanal, no existen las premezclas, los saborizantes artificiales y los conservantes”, admite, Don Adolfo, mientras nos enseña una de sus herramientas más preciadas: una histórica máquina vertical que lo acompaña desde los inicios. Aquí a diario elaboran los helados a la vista.
Como una especie de ritual, todas las mañanas comienzan con la producción: pelan las frutas, preparan las cremas, la chaucha de vainilla y los diferentes cacaos. Luego, por la tarde continúan según la demanda de sus preciados clientes. Para el experto, el secreto de un buen helado radica en la calidad de la materia prima. “Hay que estar en cada detalle. Cada paso marca la diferencia. Es importante el azúcar, la leche, la temperatura de la máquina, pero por sobre todas las cosas no escatimar en los ingredientes. La vainilla la realizamos con chaucha natural de Madagascar y toda la fruta es natural, por eso, siempre estamos detrás de los productos de estación. De hecho, tenemos nuestra propia plantación con limones en una casona cerquita de la heladería. Pelamos el ananá, las frutillas, los duraznos, melones, entre otras. Ahora por ejemplo, estamos realizando uno de pomelo ya que está delicioso”, detalla el maestro.
“Me corre helado por las venas”
Oscar, el único hijo del matrimonio, tenía ocho años cuando sus padres comenzaron con este proyecto. El niño apenas llegaba al mostrador, pero todos los fines de semana y durante las vacaciones de invierno y verano solía visitarlos. Se divertía probando diferentes gustos. “Me corre helado por las venas (risas). A los catorce años, mientras estudiaba en Lanús, empecé a aprender a despachar vasitos y cucuruchos. Después cuando estuve más canchero mi padre me enseñó todos los secretos de la cocina. Me enamoré de este negocio y acá estoy”, confiesa Oscar, luciendo un prolijo delantal blanco con la bandera argentina e italiana. También su mujer Vanesa siguió sus pasos y hoy lo acompaña en el día a día. “Hace 30 años que estamos juntos, pero yo me incorporé a la heladería hace cinco. Empecé a despachar cuando a mi suegra le agarró un ACV. Ella siempre estaba detrás del mostrador. Ahora se fue a trabajar al cielo. Me encanta la parte de atención al cliente porque quien viene a buscar un helado siempre entra contento. Nos cuentan lindas historias mientras disfrutan de esta dulce pausa”, dice emocionada.
Esta pasión de las cremas heladas además ha conquistado a la tercera generación de la familia: Antonella, de 20 años, y Chiara, de 15 años, nietas de Don Adolfo. Ambas de pequeñitas adoraban ir a la casona de “los nonnos”, que estaba pegadita a la heladería. “Nací acá rodeada de dulces aromas. Mi chupete ya venía con helado. La abuela, si nos portábamos bien, nos daba una cucharita bañada en chocolate. Era su recompensa”, rememora la mayor, quien se recibió de pastelera y, aunque trabajó durante un tiempo en otra empresa, recientemente se incorporó a la heladería. “Hace un par de semanas me junté con el abuelo y le conté que quería participar del emprendimiento familiar. Él se puso contento y me empezó a develar varios de sus pequeños y grandes secretos”, agrega, quien ya comenzó a fantasear con la idea de sumar al repertorio nuevos sabores inspirados en tortas icónicas.
A su lado, se encuentra Chiara, mirando algunas de las fotografías antiguas que están sobre la mesa. “Viste cuando dicen que el destino está marcado. Bueno, acá es literal. En esa cocina pasé toda mi vida. La abuela siempre nos esperaba para comer todos juntos. Incluso hemos pasado todas las Navidades y Año Nuevo acá. Papá Noel venía en el medio del salón. Después del despacho, que termina tarde, brindábamos con todos los empleados. Tengo recuerdos muy lindos”, asegura, quien actualmente colabora con el manejo de las redes sociales y el delivery del negocio. En un futuro, admite que le encantaría trabajar en la parte administrativa de la heladería: pagos, proveedores, entre otras tareas de logística. “Esto es muy familiar, por eso a la gente le gusta”, dice con una sonrisa.
Más de 40 sabores y la estrella: el espumón de chocolate
Actualmente en la cartelera tienen más de 40 sabores. Desde los bien clásicos como el chocolate, dulce de leche, vainilla, pistacho, sambayón y granizado hasta opciones bien “vintage”, que ya se consiguen en pocas heladerías, como la crema rusa, el marrón glacé y los quinotos al whisky. Tampoco faltan los bien frutales, ideales para la temporada de verano: melón, ananá, frambuesa, limón y frutilla. Y aunque Adolfo reconoce que sus preferidos son el café y el limón, en el barrio se hizo famoso por el “Espumón de chocolate”. “Si no tengo este sabor tengo que cerrar. Tiene fanáticos de todas las edades”, confiesa, entre risas. Esta gran especialidad tiene cacao importado y lleva más crema que leche. De este modo queda bien cremoso, similar a una mousse de chocolate. Mientras, prepara un vasito con esta delicia, Vanesa cuenta que justamente hace unos días una clienta se emocionó cuando entró y recordó aquel sabor. “Me dijo que no podía creer que lo sigamos haciendo exactamente igual y me contó que para llegar al mostrador se paraba en un escaloncito”, relata.
Jorge Abel, de 71 años, mientras pide un kilo con crema de almendras, frutilla y chocolate amargo, cuenta que es un habitué desde hace años. “Vengo desde que tengo ocho años, me traía siempre mi madre Teresa y me pedía siempre frutilla y limón. De acá me gusta todo: la atención, la gente y la calidad del helado”, reconoce. Enseguida, ingresa Liliana, otra clienta de toda la vida. Ella también frecuenta el comercio desde chiquitita con su padre. “Hace 60 años que compro helado acá. Soy fiel y no lo cambio por nada. Me encanta el café, los quinotos al whisky y el chocolate con almendras”, suma la señora.
“Me fascina que la familia siga unida en este oficio. Todos los días se puede aprender y seguir adelante”, expresa Adolfo y prueba una cucharadita de su creación recién salida de la máquina. “No hay nada más rico que un buen helado artesanal”, remata con una sonrisa a sus flamantes 95 años. Quizás esta sea su fórmula secreta para mantenerse tan jovial y feliz.
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