Josefina Robirosa: "Soy una bocona"
El suyo está entre los grandes nombres de la pintura argentina del siglo XX. A los 78, prepara una muestra de obras inéditas. Desde el mercado del arte hasta la muerte, una mujer que no teme hablar de nada
El hombre vestido con el overol verde tiene en su casa una obra que pintó especialmente para él Josefina Robirosa. Es un escudo de River Plate, su equipo preferido aunque pierda. Desde su taller mecánico, mira la enorme puerta de madera del edificio en el que vive la artista.
"Es ahí", señala con orgullo, y vuelve a su trabajo entre los autos estacionados sobre la calle Caseros.
Josefa, como la llaman sus amigos, abre la puerta y dice:
-Estos muchachos del taller son de oro, no sabés lo que me ayudaron con Michel [Jorge, el escultor], mi segundo marido, cuando él estaba tan mal, hasta que se murió.
La mujer de 78 años y un metro ochenta de altura, que ahora vive y trabaja en el bellísimo departamento de San Telmo, se parece poco a la chica de 16 que dibujaba con el pensamiento en el asiento trasero del Morris modelo 57 que la traía a la Capital, desde la estancia que tenían los Robirosa-Alvear en Coronel Vidal. Ya no cree que exista el infierno, como le enseñaron de chiquita, en la época en que vivía en el palacio Sans Souci. Dice que a este mundo venimos a aprender, a equivocarnos, a explorar. Y está cada vez más lejos de soportar clisés, frases hechas.
-Ahora, la pintura es un mercado que tiene mucho que ver con lo financiero. Hay tipos que compran arte barato de pintores jóvenes que se consagran en diez minutos, para después venderlo caro. Todo lo que digo es irritante, pero es así.
Hay té, café, unas tazas antiguas sobre la mesa, junto a un viejo aparador. Un sillón cómodo, luz de ventanas, ganas de hablar.
-No quiero herir susceptibilidades de curadores y gente seria. Pero me molesta, además, que a veces el curador sea más protagonista que el artista. Una vez me insistían mucho con una curaduría, y yo contesté: "Mirá, hace 50 años que pinto, conozco mis cuadros, sé cuál queda bien al lado de otro y qué obra quiero exponer. Nadie tiene que venir a hacer un cuento sobre mi pintura".
-¿Por qué le hacen tanto ruido estas intermediaciones?
-Porque interpretan cosas que no dan cuenta de lo que te fue pasando a vos con una obra. Yo ya dije hace mucho: "La tan ansiada libertad descripta por los ideólogos no llegará por la aplicación de rígidos esquemas externos al hombre, sino por la suma de conciencias individuales que abran su corazón a su verdadera esencia, la del espíritu que está más allá del cuerpo y es común a todos". Lo sigo sosteniendo: sale de otro lugar la cosa.
-Más intuición que intelecto.
-Así es. En mi época, muchos artistas hablaban de poner la mente en blanco para recibir la intuición, lo que no sabés. Porque cuando usás el intelecto te referís solamente a cosas que has visto, que te han contado, tenés una memoria intelectual. Pero si vos te ponés con la mente vacía te vienen cosas de vos misma que no conocés.
En el living de la casa de Josefina hay un televisor de 21 pulgadas. Está apagado, pero es la hora en que el noticiero muestra unas imágenes de lava volcánica tiñendo el cielo europeo de un gris que ahoga. "Puro aire", contrasta Robirosa, nombrando su próxima muestra (ver aparte), y señala con sus dedos largos y flacos una obra que hace explotar los colores.
-Estoy muy loca -dice, con ese ademán que usa la gente para explicar que está dejando fluir todo lo que llega al pincel de sus entrañas; que siente placer por lo que hace.
En el corredor, de pisos antiquísimos, hay obras colgadas y en el piso. No hay hueco sin arte. Caminar entre los cuadros de Robirosa es un placer.
-Vos sabés que cuando compré este lugar el piso de este pasillo tenía una cosa pegada con alquitrán. Lo habían empezado a sacar con formol y yo dije noooo, es querosén lo que hay que usar para que no se arruine esta baldosa.
Desde el pasillo conservado según sus consejos se divisa uno de sus objetos preferidos. Es una rodilla de gliptodonte.
-¿Viste qué maravilla? La conseguí en Claromecó. Te la voy a mostrar bien porque es fascinante. Un día vino un científico del Museo de Ciencias Naturales y me dijo que era eso, la rodilla de un gliptodonte. Y que estos agujeritos que ves acá eran de las venas que irrigaban los huesos. Yo nunca pensé que los huesos se irrigaban así.
A los 78, Robirosa sigue descubriendo.
-Encontré esos marcos de anteojos en un cajoncito, eran de mamá, creo -dice, señalando una estantería donde marcos antiguos se mezclan con las obras que pintó apenas ayer.
De todos modos, ya perdió la cuenta. No sabe cuántos cuadros lleva pintados. Ni le importa.
-Vos viste lo que es la pasividad. Si yo me quedo un día entero viendo la tele, me deprimo. Antes pintaba el día entero, pero ahora, que tengo más edad, cuando me canso me tiro un rato con las patas para arriba y sigo después. Medito dos veces por día, y luego trabajo con mi médico (Alberto Lóizaga) en el consultorio.
Hace un tiempo, meditar la ayudó a curarse de un problema grave en un ojo. Se lo contó a sus amigos, pero se rieron.
-Es joda cómo la gente primero desconfía. Yo me curé. Iba con unos amigos al cine, se lo dije y se tiraban al suelo de risa. Es increíble esa incapacidad de creer, no en la meditación, sino de creerme a mí, que soy su amiga.
-¿En qué otros aspectos le ayudó la meditación?
-Cuando era joven sufría de disritmia. Tomaba antiepilépticos y tenía que hacerme un electro por mes. Eso te hace sentir pésimo. Tenía una energía horrible; pasé 8 años sin poder dormir bien. Había dos bebes en mi casa (sus hijos María y José Ignacio) y yo no entendía mi vida. No fui una buena madre. Ahora no tomo ni un solo antiepiléptico. Se me mejoró la energía.
Esta boca es mía
Cuando Josefina tenía 20 años los varones no la escuchaban hablar de sus pinturas.
-Se reían, y te pellizcaban la cola.
-¿Discriminaban?
-Sí. Igualmente, yo sufrí más discriminación porque tengo un Alvear en el apellido. Casi me disfrazaba para salir.
-¿Cómo es eso?
-Lo más fácil es reírse de alguien porque tiene un apellido paquete. Sólo tenés que decir: "Es una boludita que pinta". Y ya está.
-¿En qué contexto se daba eso?
-Es complejo, pero creo que algunas cosas que pasaron no ayudaron a integrar el país, sino todo lo contrario. Cuando yo era chica, la movilidad social existía. Lo de m´ hijo el dotor era cierto. La gente de trabajo accedía a algo mejor, existía la solidaridad, el prójimo. Mis hijos siguen siendo amigos entrañables de los hijos de Asunción, que era la cocinera que trabajaba en casa. Mis viejos ayudaron a Asunción a traer a sus hijos de España. Manolito, uno de ellos, aprendió inglés con un disco, se fue a Estados Unidos, se convirtió en un empleado estrella de la casa Valentino. Cuando yo fui a exponer a Nueva York, me senté con él mirando el puente de Brooklyn, en su departamento, que era más grande que el mío. Me quedé a vivir ahí unos días, y celebramos la alegría de estar juntos.
-¿Qué hizo que las cosas cambiaran?
-Un día yo iba en un taxi, en el 43, y escuché un discurso de Perón. Les decía a los trabajadores que no tenían la culpa de nada. Que la culpa la tenían los oligarcas, los empresarios y no sé cuánta gente más. Ahí empecé a sentir que esa hermandad de la gente de trabajo, fuera del estrato social que fuera, se perdía.
-¿Cómo ve a la Argentina ahora?
-Se está abriendo la puerta a la pasividad de la que te hablaba antes, la que llega cuando un ser humano no tiene opciones. Tenés un sueño y no lo podés cumplir.
A Robirosa no le gusta hablar en público. Pero en la intimidad es capaz de decir todo lo que pase por su cabeza. Tiene mucho por hacer, pero cada vez que puede vacía un poco la casa, porque "yo ya tuve la experiencia de tener que vaciar casas, y es un lío. No quiero que mis hijos tengan tanto trabajo si yo espicho", bromea. Y sigue:
-Michel se murió de dos tumores en la cabeza, pero sin dolor, porque meditaba. Se puso manso. Se fue el mismo día en que había nacido, y a la misma hora. Era un tipo que inventaba cuentos, fascinaba a la gente, y siempre tenía que hacer algo espectacular. Desde ese momento, yo creo que la gente puede elegir el día de su muerte. Mamá dijo que se quería morir a los 88 años, porque trazar el número ocho era trazar el infinito. Lo dijo, y así fue.
-¿Y usted?
-Yo me puedo morir a las dos de la mañana, así nomás, y que nadie se entere. No me importa hacer grandes declaraciones ni tantas cuentas. Y perdoname por ser tan bocona.
-Siempre dice eso. ¿De dónde viene la autocrítica?
-De que a veces digo cosas que no hay que decir.
-¿Como qué?
-De todo. Mirá: un día, por ejemplo, me estaban haciendo una entrevista. Y andaba por ahí cerca Pole (Rogelio Polesello), y me retó. Me preguntaban sobre el Di Tella, y yo decía que me parecía inaudito que una persona que había hecho una sola obra en su vida para el Di Tella, que era Dalila Puzzovio, fuera un ícono del Di Tella. Y ahí Pole me dijo: "Josefa, no podés decir esas cosas; así nunca te va a ir bien".
-¿Qué significa, para usted, que le vaya bien?
-Que en la inauguración de una exposición que hacés a los 70 y pico haya 27 amigos artistas, pintores, como me pasó la última vez.
-Bueno, Josefina. Faltan las fotos, y ya terminamos con la entrevista.
-No, no me digas eso. ¿Es necesario que me saquen fotos? Mejor dejalo así. Poné fotos de la obra. Es un embole tener que andar siempre con los ojos pintados.
Ayer y hoy
Nació en 1932, en Buenos Aires. Estudió pintura con Héctor Basaldúa. Sus obras están presentes en los museos de Bellas Artes, de Arte Moderno, en la Colección ITT, de Nueva York, y en la Albright Knox Gallery, en Buffalo, Estados Unidos.
Obtuvo, entre otros, el Premio Fundación Banco Ciudad a las Artes Visuales-Mención Honorífica del Jurado, el segundo premio del Salón Nacional de Artes Visuales, el Codex de Pintura Latinoamericana y el segundo Premio Salón Nacional de Artes Plásticas.
Desde el 12 de mayo hasta el 11 de junio, en la galería Vasari, Esmeralda 1357, la muestra Puro aire expondrá 20 obras inéditas de Robirosa (abajo, una de ellas, sin título), producidas en los últimos 6 años.
Más datos: www.galeriavasari.com.ar