El economista, candidato a diputado nacional por Avanza Libertad, revive su infancia en Pergamino, habla de su adicción a la adrenalina y revela su pasión por el boxeo y la lucha libre
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José Luis Espert -o “el catalán”, como lo llaman en su Pergamino natal- es adicto a la adrenalina. “En una época, hasta los 40, arreglaba todo a las piñas”, asegura. Solía exponerse a situaciones extremas, de riesgo innecesario, como cuando enfrentó solo “y a mano limpia” a dos ladrones que intentaron robarle el auto. “Uno terminó hospitalizado”, cuenta orgulloso. En su juventud canalizó su desbordante energía en los deportes de contacto, como el rugby, el boxeo y la lucha libre. Sin embargo hoy, a punto de cumplir los 60, en su escaso tiempo libre practica running, escucha jazz y disfruta de la serie del momento: El juego del calamar. “Sí, es violenta, pero a mí me gusta”, dice.
Fue el mayor de tres hermanos, la oveja negra de la familia, aunque él prefiere definirse como “el disruptivo”. Y, acto seguido, precisa: “De chico era tremendo... Bueno, en realidad, no era tan distinto a cómo soy ahora... En casa soy un osito cariñoso, Winnie Pooh, pero afuera soy tremendo, el increíble Hulk. Siempre fui muy justiciero. Me molestaba que se metieran con mis amigos o mis hermanos o con las chicas que me gustaban. Me peleaba mucho. Era bravo y tenía mucha fuerza. Soy así, un animalito de nacimiento”, dice el candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires de Avanza Libertad.
-¿Tenía problemas de ira?
-No, en absoluto. No es que yo decía “no me gustan tus ojos” y te mataba a trompadas. Para nada. Pero mis amigos sabían que siempre contaban conmigo si tenían un problema.
Espert también llevó su dualidad al colegio, el San José de los Hermanos Maristas. “Era como una moneda de dos caras muy contrapuestas”, insiste. Dentro del aula era un alumno aplicado, capaz de alcanzar el mejor promedio. Pero en el patio era bravo, tenía un carácter indomable que los curas pretendían aplacar con amonestaciones.
-¿Llegaron a expulsarlo del colegio?
-Quisieron hacerlo, varias veces, pero como era el mejor alumno no podían echarme. Yo era un ejemplo con las notas. En las olimpíadas de matemáticas me iba bárbaro. Además, siempre fui líder: cuando tenía 9 años organizaba campeonatos de bicicleta en el barrio. Hice muchos deportes, era muy activo. Jugué al rugby en Los Pingüinos, en Pergamino.
-Entiendo que también probó suerte en el boxeo. ¿Cobró más de lo que repartió?
-Me fue bastante bien (ríe). Me enamoré del boxeo por José María Flores Burlón, un uruguayo que vivía enfrente de mi casa y llegó a pelar por el título mundial de los cruceros. Lo conocí a los 13 años, él me enseñó a boxear. Lo hice hasta que mi papá me descubrió y me dijo: “¡¿Qué?! ¡¿Vos boxeador?!”.
José Luis, que aún tenía una cabellera frondosa, colgó los guantes. Pero canalizó su pasión por los deportes de contacto a través de un arte marcial conocido como shugendo. Además, entre los 35 y los 40 años, practicó lucha libre y llegó a competir. “Para esa época, yo ya era economista profesional y me ganaba la vida dando charlas. Me acuerdo que a las últimas presentaciones fui con un cuello ortopédico porque estaba todo golpeado, todo doblado. Imaginate, me agarraba un joven de 25 años de 100 kilos y me mataba. Tuve que dejar de hacerlo”, dice.
“Soy el primer graduado universitario en la familia Espert”
Su carácter también le complicó su paso por el Servicio Militar Obligatorio, en El Palomar, provincia de Buenos Aires. “La pasé muy mal. Me tocó Fuerza Aérea, pero en pleno gobierno militar. Tenía 18 años y era muy rebelde, no me gustaba que viniese un milico y me gritase ‘¡Salto de rana!’, ‘¡Cuerpo a tierra!’ y todas esas órdenes ridículas”, dice.
-Cuando terminó la conscripción se mudó a Buenos Aires para estudiar Economía.
-Sí, soy el primer graduado universitario de la familia Espert. Estudié en la UBA y soy magister y doctor en Economía, recibido en la UCEMA. Además tengo una maestría en estadística. Tengo cuatro títulos. Era buen alumno, muy estudioso y activo. El doctorado lo terminé hace poco, en 2020, a los 59 años... ¡y tenía compañeros de 25 años que eran alumnos míos en otras materias en la universidad! Era muy loco, pero yo no tengo problemas.
-¿Cuál fue su primer trabajo?
-Estaba de novio con una chica de Pergamino que vivía en La Plata y me quería casar, pero nadie me daba trabajo porque no tenía experiencia profesional. Conseguí un trabajo de administrativo en una empresa. Estuve ahí un par de años, mientras ahorraba para poder casarme. Me endeudé. Saqué un crédito con el Citibank y con mi mujer compramos nuestra primera casita: un departamentito en Belgrano. Después entré como economista en el estudio de Miguel Ángel Broda y, finalmente, en 1999 puse mi consultora.
“Tenía muchas novias, todas las que podía. Era muy mujeriego”
Hasta que María Mercedes “Mechi” González apareció en su vida, Espert fue muy mujeriego. Para encontrarlo en Pergamino bastaba con pasar a la noche por la disco Specktra. “Tenía muchas novias, todas las que podía y todas al mismo tiempo. Aunque me casé muy joven, a los 24 años y tuve dos hijos, Belén e Ignacio, que hoy ya son treintañeros, siempre fui un padre muy presente y me encargué que estuvieran bien económicamente”, asegura. A pesar de su fama de Casanova, visitó a un psicólogo para superar la separación de Virginia, su primera mujer. “Tenía el sueño de la familia unida, y me hizo mal. Como buen hijo de inmigrantes, criado en un pueblo chico, me casé con la ilusión de que fuese para toda la vida. Al final, la terapia me hizo bien”, explica.
-Después de separarse, ¿tardó en formar pareja otra vez?
-Estuve 20 años solo. ¿Qué hice? Retomé mis andanzas de adolescente. Era muy trabajador y estudioso, pero también me gustaban mucho las mujeres. Después, apareció Mechi y fue “un tiro en el corazón”. La conocí a través de una amiga periodista. Ella es más chica que yo, nos llevamos siete años de diferencia... Te lo explico fácil: Mechi es lo más hermoso que me pasó en la vida.
Espert y Mercedes están juntos hace 11 años. Se casaron el 14 de febrero, Día de los Enamorados, de 2019. “Nos casamos después de probar la convivencia, cuando no teníamos dudas de que estaba todo bien”, define. Dice que encontró en Mechi a una “aliada”, a una “compañera de ruta”, cuenta que comparten el gusto por los temas políticos y económicos. “Ella es Licenciada en Administración. Trabajó en Estados Unidos, pero desde hace unos años que se dedica a la casa, a cuidar a sus hijos y a su marido”.
Lo que a Espert lo enamoró de Mercedes fue su naturalidad. Una tarde, mientras caminaban juntos por la avenida Santa Fe, pasaron frente a la Galería Bond Street y ella decidió tatuarse el nombre de su novio en la nuca. “Fue un gesto muy del estilo de Mechi. Ella es muy espontánea”, precisa.
-¿Y alguna vez pensaron en tener hijos juntos?
-No. Dijimos: “a esta edad que nos encontramos, vamos a disfrutarnos”.
“No me hice liberal por venir de un hogar culto”
A Espert le brillan los ojos al recordar a su padre, José, un catalán que llegó al país en 1938 huyendo de la guerra civil española y que falleció en 2018. “Mi papá tuvo una vida muy trágica. Mi abuelo lo trajo a la Argentina, lo dejó en la casa de unos parientes, y después se volvió a España para pelear en la guerra. Estuvo 10 años sin ver a sus padres, vivió solo con unos tíos en el medio del campo. Llegó hasta sexto grado y no pudo estudiar más porque los tíos lo hicieron trabajar porque no había plata en la casa. Si hubiese sido hoy, sería explotación infantil. Era un hombre ejemplar. Él nos inculcó mucho a los tres hermanos el valor del mérito para conseguir las cosas, el esfuerzo. De ahí me hice liberal”.
-¿Su padre lo hizo liberal?
-Claro. Pero no me convenció haciéndome leer a Heidelberg, sino que me inculcó el valor del mérito y del esfuerzo, y eso solo tiene relevancia en una sociedad libre donde vos te podés distinguir del resto si sos bueno. En una sociedad como la nuestra, donde lo único que vale es el acomodo, ser bueno en algo no es un valor, no sirve.
Espert se reconoce como un outsider que se metió en “el barro de la política” con una meta clara: cambiar al país. Debutó a su estilo, sin rodeos, a pura adrenalina, presentándose como candidato a presidente de la Nación en las elecciones de 2019. Y hoy vuelve a intentarlo, esta vez en las legislativas, como candidato a diputado: espera llegar al millón de votos y superar de esta forma los 400.000 que obtuvo en las PASO que lo posicionaron como la cuarta fuerza en la provincia de Buenos Aires.
“Abracé la política para tratar de cambiar al país, no porque me guste la política. Además, porque soy justiciero y pienso que este país es muy injusto con la gente de laburo. Las oportunidades grandes de hacer dinero solo las tienen los chantas y los delincuentes. La Argentina no está hecha para gente de mérito, de estudio y de laburo. Mi idea es cambiar eso, porque si la Argentina sigue así, vamos a terminar comiendo todos del tacho de basura. Es lo único que me anima a meterme en este mundo de la política que es horrible, un asco lleno de chantas, chorros, traidores”, dice.
-¿Cada cuánto tiempo se cuestiona el hecho de haberse metido en política, lo que usted acaba de definir como “un mundo horrible, un asco lleno de chantas, chorros, traidores”?
-No, nunca. Yo tenía una vida hecha, pero me quemó la cabeza ver siempre terminamos mal. El plan de “inflación cero” de Gelbard terminó mal. Después le siguieron, con la misma suerte, Martínez de Hoz, el plan Austral, la convertibilidad, el plan de los Kirchner, Macri con la crisis 2018... ¡Siempre lo mismo! Creo todo pasa por las mismas razones, repetimos los mismos errores: los controles de precios, la emisión, la economía cerrada, las leyes laborales demoníacas... Voy a ver si puedo aportar algo desde el lugar donde se pueden cambiar las cosas, desde la política.
Entre las enseñanzas que le dejó su padre (un hombre que se inventó a sí mismo, se hizo comerciante, más tarde productor y forjó una vida de leyenda que muchos conocen en Pergamino) está “la importancia de ser buena persona”, como dice José Luis. “Mi viejo siempre repetía: ‘No importa cuántos títulos junten, cuánta plata hagan, lo que importa es que el día de mañana los recuerden como una buena persona’. Eso me quedó muy grabado. Yo soy muy frontal, conmigo podés hablar todo. Pero no me traiciones porque soy vengativo... Ojo, al mismo tiempo, soy muy derecho. Me cuesta no vengarme del que siento que me traicionó. Igual, a decir verdad, soy cada vez menos vengativo porque creo que no está bueno”, dice.
-¿Considera que hay gente que le puede molestar que sea tan directo?
-Me tiene sin cuidado. Me dijeron muchas veces que cuide las formas y creo que he aprendido. Antes me iba a las piñas muy rápido. Ahora puedo debatir sin exaltarme, sin faltar el respeto y sin alzar la voz. He dado un vuelco tremendo comparado a como era de joven.
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