Ubicada a pocos kilómetros de José Ignacio, Uruguay, la casa de esta chacra marítima fue construida en el año 2010, y en 2014 los dueños decidieron realizar una gran reforma e invitaron a la paisajista Cuqui Fernández a trabajar en la transformación.
El jardín tenía un acceso que desembocaba en un explayado para llegar a la casa principal, zonas verdes con pasto y pequeñas palmeras butia; hacia el mar, una extensa franja verde de pasto se interponía entre la casa y la arena. La premisa del proyecto fue trabajar sobre la idea de generar tres jardines, diferenciados entre sí por su funcionalidad: un gran espacio que recibe, un jardín interior o patio y el jardín oceánico.
La primera necesidad que se atendió fue la de mejorar la circulación y conexión entre las edificaciones, acceso, casa principal, pérgolas de estacionamiento y casa de caseros. Para ello se utilizó como grilla el tamaño de la fachada frontal y, en base a esa medida, se diseñó una "plaza" con vías de circulación vehicular por sus cuatro lados.
Seis ejemplares de palmeras Phoenix canariensis de 10 metros de altura fueron incorporados al paisajes y, al pie de cada una, canteros cuadrados de Pennisetum rupelli generaron un eje central y cuatro transversales cubiertos de pasto de uso peatonal.
Al tomar la fachada como grilla, la plaza y las palmeras marcan hoy un volumen igual al de la casa, pero traslúcido, que vela la edificación principal además de darle escala. Desde el portón de entrada de la chacra hasta la plaza, un camino sinuoso es acompañado de lomas de pasto a ambos lados, donde se plantaron Tamarix gallica, para detener la marcha y postergar la visual a la casa. Como segunda intención, sirven de cortina visual de la casa de caseros de un lado y de la zona de estacionamiento del otro.
Ya en la casa, sobre dos terrazas cubiertas de canto rodado, cuatro olivos y grupos de agaves americanos enmarcan el portal de piedra. El jardín interior está contenido por la doble altura de la edificación, enfatizada por otras cuatro palmeras Phoenix canariensis que hacen que uno se sienta mínimo y protegido a la vez por la inmensidad, donde el viento insistente del lugar no está invitado a participar.
Columnas y pórticos vestidos de jazmín azórico, cercos de buxus que delimitan espacios de reposo, macetas con hortensias azules que se mimetizan con el azul de la pileta hacen del espacio un lugar obligado para el descanso, la pausa, el viaje interior.
En este lugar tan "concentrado", una puerta de madera de 5 metros de altura esconde tras de sí el mar. Y así se llega a un último espacio, el jardín oceánico. Dadas las características del clima –vientos salinos fuertes y periódicos– y el vasto espacio a intervenir, se optó por utilizar un diseño inspirado en las curvas de Burle Marx: se caló ese gran espacio verde de pasto, dejando senderos de césped y amplios espacios de arena, para así traer la playa hasta la casa.
En algunos de los espacios de arena generados con el diseño se trasplantaron las palmeras butia que estaban en el frente, en otros espacios se sumaron braseros para generar lugares de reunión en las noches, y en otros, se colocaron camones de lapacho para tomar sol o gozar de los atardeceres sublimes del verano.
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