Jorge Herralde: el anagrama perfecto
Es dueño de la editorial española Anagrama, una de las últimas -y cada vez más escasas- editoriales independientes. Desde los años 60 hasta ahora ha construido un catálogo exquisito, con carácter suficiente como para, también, marcar tendencia
"La mañana en que a la última hija de los Lisbon le tocó el turno de suicidarse (esta vez fue Mary y con somníferos, como Therese)." Enter.
"Para vivir, Hervé Joncour compraba y vendía gusanos de seda." Enter.
"Sostiene Pereira que le conoció un día de verano." Enter.
Ella va a encontrar estas frases curioseando en los libros de su biblioteca. Va a sacar uno y después otro, hasta construir una pequeña pila de lomos bamboleantes junto al teclado de su computadora: Jeffrey Eugenides, Alessandro Baricco, Ian McEwan, Vladimir Nabokov, Ryszard Kapuscinski, Richard Ford, Ethan Canin. Una semana más tarde va a entrevistar al dueño de la editorial que publicó todos esos libros, una de las últimas independientes españolas: Anagrama, cien libros nuevos por año, más de treinta años de vida, dos mil títulos hasta hoy.
El pasillo del hotel flota en un murmullo tranquilizador, la misma indiferencia acolchada que, si todo sale bien, reina en los hoteles cinco estrellas del mundo entero. Doblando el codo del pasillo, Jorge Herralde, dueño único y mentor de Anagrama, camina junto a su esposa, Lali Gubern (pelo rubio, piel serena, modales de haber pasado muchas veces por esto), llega hasta la puerta de un saloncito discreto, saluda, entra. Sonríe. Con la sonrisa amable y algo cansada de quien ya conoce el juego y se prepara, una vez más, para responder las mismas preguntas. Jorge Herralde es editor, pero su título profesional reza que fue ingeniero. Elige decir "ingeniero accidental", porque la carrera que le pedía su vocación era Letras, pero por entonces la facultad estaba colonizada por mujeres.
-Por mujeres monjas, y no era especialmente atractivo. Así que estudié ingeniería y a fines de los años 60 fundé Anagrama.
La respetable dama editorial estaba dedicada por aquellos años a la historia y la reflexión política, dos temas que con la censura franquista se tornaban difíciles. Anagrama tuvo el peligroso honor de ser una de las editoriales más censuradas de entonces: 39 títulos en un año.
-Mi vocación como editor en aquel momento era sobre todo política. La editorial, como caja de resonancia de la izquierda heterodoxa. Pero el interés por los libros políticos cayó a fines de 1977. Yo, por fortuna, había empezado la colección Contraseñas, publicando autores como Bukowski, que permitió capear el temporal, y en 1981 empecé la colección Panorama de Narrativas, luego Narrativas Hispánicas, y eso... nos permitió sobrevivir.
El fuerte de Anagrama son los autores extranjeros. El 75% de las ventas se realiza en España, y el resto en América latina. Allí radica, quizás, un modo de respuesta a una clásica queja de los lectores no españoles de Anagrama: las traducciones, a veces tan repletas de argot madrileño que la lectura se vuelve enojosa. Pero Herralde ha defendido el recurso asegurando que cuando el original está escrito en coloquial, es impensable optar por una traducción neutra. Solamente un tercio de lo que se publica pertenece a autores de habla castellana, pero en las veintitrés colecciones de la editorial hay espacio para todo: las de mayor volumen son Panorama de Narrativas (los libros amarillos, dedicados a la literatura contemporánea con especial énfasis en el descubrimiento de nuevos autores y en ciertos clásicos del siglo XX), Narrativas Hispánicas (lo mismo, pero con autores de habla hispana), Argumentos y Contraseñas (dedicada a desaforados como Charles Bukowski, Copi, Tom Wolfe, Kurt Vonnegut), Crónicas y Compactos (los libros exitosos de las otras colecciones, en ediciones baratas).
-Mi idea fue ir buscando clásicos negligidos y tesoros ocultos. Como clásicos negligidos, un autor mal publicado era Vladimir Nabokov, entonces formé la Biblioteca Nabokov dentro de Panorama de Narrativas. Rastreé contratos, hice nuevas traducciones. Un clásico negligido por rigurosa ausencia era Albert Cohen, que no estaba publicado en España, y en los años 80 publiqué Bella del señor, Solal, Comeclavos. Luego hice la Biblioteca Capote, que fue relativamente fácil, pero lo de Nabokov era más laborioso.
Después de mucha discreción -y de negociar como un titán para obtener los derechos de publicación de dos títulos fundamentales de Nabokov que presentaban serios escollos (Lolita y Ada o el ardor)- catorce títulos del hombre que escribió aquello de "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas", fueron publicados por Anagrama entre 1986 y 1992.
-Pero por aquellos días no estábamos como hoy, que se abren nuevas editoriales, nuevas colecciones. En los años 70 y 80 las grandes editoriales estaban bastante desinformadas o escasamente interesadas en la literatura, y fue fácil conseguir cierto tipo de cosas.
Cierto tipo de cosas fue, por ejemplo, descubrir que una editorial universitaria de Louisiana, Nueva Orleáns, había publicado un libro que nadie quería (La conjura de los necios, de un tal John Kennedy Toole), editarlo y transformarlo en el primer éxito instantáneo, best seller y long seller de la editorial; o publicar a Patricia Highsmith y devenirla, con 19 títulos editados, uno de los bastiones de Anagrama. Ahora, Herralde es un editor independiente. Antes era simplemente un editor.
-Antes no se hablaba de editoriales independientes, porque todas lo eran. No había esta elefantiasis bulímica que hay ahora. La mayoría de las editoriales eran de un editor que tenía sus gustos personales, pero en estos momentos los editores están buscando lo que premia el mercado, la presunta seguridad del best seller.
Y él, ante la tiranía seductora del best seller, ha tenido una actitud casi monástica, como si su editorial fuera una dama pudorosa que debe cuidar el honor de los embates del facilismo.
-Sobre todo en estos tiempos de grandes grupos y confusión, creo que es importante una editorial con un perfil coherente del que a priori un lector se pueda fiar. Es lo que Pierre Bordieu llama el capital simbólico. El capital simbólico de una editorial -formado por el aura general de la calidad de su catálogo- se puede arruinar fácilmente si empiezan a publicar libros malos, flojos, disparatados.
Así, Madame Anagrama tiene plantados en sus lomos el nombre y apellido de lo mejor de cada casa, y nada menos que el brillo perlado de cinco premios Nobel: Dereck Walcot, Kenzaburo Oé, Seamus Heaney, Claude Simon y Samuel Beckett.
-Creo que puedo sentirme razonablemente satisfecho. En el historial de cada editor que tenga una cierta buena memoria hay algunos fiascos. Hay autores en los que he confiado y no han funcionado, por ejemplo la novela Niña Nadie, de Tomek Tryzna. Pero después de haber publicado dos mil títulos con autores buenísimos, sería indecoroso quejarme.
Quejarse sin razón, sería, porque Herralde logró lo que pocos logran: best sellers de qualitè. Eso, en castellano, quiere decir que logró que un libro como Sostiene Pereira, del italiano Antonio Tabucchi, se vendiera como agua, además de hacer que la opera prima de una escritora india -Arundhati Roy-, llamada El dios de las pequeñas cosas, fuera best seller, y que los libros de Alvaro Pombo y Carmen Martín Gaite hicieran lo propio. En cuanto a los premios Nobel, Herralde publicó una novela de Oé, Una cuestión personal, siete años antes de que al japonés le dieran el gran premio en Estocolmo. -Lo de Oé tiene que ver con esto de ir buscando autores interesantes. Publicamos tres o cuatro libros de autores japoneses, entre ellos Oé. Y debo decir que en este memorial de pequeños o grandes fracasos de los que está poblado todo catálogo editorial, uno de ellos fueron los autores japoneses. Y de repente tuve la satisfacción de que a Oé le dieron el premio Nobel. Fue un... subidón. Oé invitó a varios de sus editores a Estocolmo y tuvimos una cena. Un amigo me dijo: "Bueno, ya nos tenemos que levantar, porque no creo que Kenzaburo Oé quiera hablar, habla muy mal el inglés". Entonces, Kenzaburo Oé se levanta, y hace un discurso de diez minutos en inglés, absolutamente incomprensible, pero con una expresión de radiante satisfacción en el rostro. Nadie entendió nada, pero aplaudimos a rabiar.
En los últimos días de mayo de 1999, Herralde fue elegido como mejor Editor Europeo del Año por el premio Targa d´Argento, que concede el suplemento literario del matutino italiano La Stampa. Anagrama y su editor pasan por un momento de mucha solidez. En las últimas décadas, cuando las editoriales chicas se dejaban fagocitar con gusto por las grandes, la gran dama amarilla avanzaba segura como un viento fuerte.
-Cuando se produjo este movimiento de concentración, Anagrama estaba consolidada con autores muy simbólicos y lectores que tenían que recurrir a Anagrama para leer a Tabucchi, Paul Auster, Nabokov, Bukowski.
Bukowski. La primera vez que Herralde supo de la existencia de Charles Bukowski (estaba en San Francisco, curioseando en la librería City Lights, de Lawrence Ferlinghetti, cuando encontró dos libros del hombre) todavía era un editor, digamos, modesto. -Leí los dos libros de Bukowski en el avión de regreso a Barcelona y los publiqué. En agosto de 1980, en un viaje que hicimos con Lali a Los Angeles, lo llamamos para conocerlo personalmente. El resultado fue una borrachera monumental.
El bueno de B. los invitó a su casa. Por el camino, a Herralde y su mujer se les rompió el depósito de agua del auto. Llegaron a casa de Bukowski alrededor de las 8 de la noche, sin haber comido y confiando en hacerlo con el escritor, pero lo único que ofreció el hombre fue alcohol. Ocho botellas de vino más tarde, con el estómago vacío, pero contentísimos, Jorge y Lali partieron por la autopista y, claro, los paró la policía. Por lentos. El cree que deben haber atribuido el balbuceo alcohólico con que les explicaba: "We are Spanish from Spain" a un dominio pésimo del inglés, y entonces se salvaron de la prueba de alcohol, pero los echaron de la autopista. Llegaron al hotel de madrugada, con el auto roto y temblando de la borrachera.
En su catálogo ha reunido una apreciable selección de clásicos contemporáneos. Publicó a Paul Auster y lo convirtió en estrella de su firmamento de escritores; metió las manos hasta el hueso en el talento de los jóvenes escritores ingleses y se quedó con lo mejor de la narrativa británica actual: en la colección Panorama de Narrativas desfilan codo a codo Ian McEwan, Martin Amis, Julian Barnes, Kazuo Ishiguro, Graham Swift.
-Hoy se han convertido en los jóvenes maestros de alrededor de cincuenta años. En la Argentina hay devoción por nuestro British Dream Team.
El día en que su editorial cumplió treinta años, hizo un festejo en la casa londinense de Kouka MacLehose, algo así como su cazatalentos en Londres. En el patio de esa casa se juntaron todos: Kazuo Ishiguro, Julian Barnes, Hanif Kureishi, Graham Swift, Martin Amis. Si una catástrofe hubiera sucedido ese día en ese patio (un tornado, un terremoto, una lluvia ácida, una nube tóxica) el ciento por ciento de la nueva narrativa británica y algo de la norteamericana hubieran quedado truncas para siempre.
Hay algo que Herralde llama "política de autor", una apuesta alta -pero no a ciegas- al talento de un escritor.
-Es una de las cosas que hacemos los editores literarios, ir siguiendo a un autor y publicar todo lo que escribe. No se puede hacer con todos los autores, pero en algunos casos sí.
Así, antes de que todos supieran -con El día de la Independencia- qué gran escritor es el americano Richard Ford, Herralde había publicado cinco libros suyos que no tuvieron repercusión. Así, antes de que todos conocieran a Antonio Tabucchi por su novela Sostiene Pereira, Herral-de había dado a conocer varios libros del italiano que pasaron sin pena ni gloria. Porque ser edi-tor es, también, ser insistente. -Ford fue un poco lento. Hasta el sexto libro era el típico autor de culto, con las connotaciones a la vez de qualité y catastróficas comercialmente que tiene la expresión de culto. Pero con El Día de la Independencia hubo de repente un encuentro con una gran cantidad de lectores.
Claro que cuando un libro nuevo de alguno de sus grandes escritores no es tan bueno como esperaba, la política de autor es una soga al cuello.
-He tenido libros menores de un autor en el que confío, y he apechugado con ellos. Es una de las servidumbres de la política de autor. Ahora, si son dos o tres libros, tienes que replantearte esa política de autor.
-¿Le deja saber al autor que su libro no le gustó?
-Es complicado, pero es inevitable. Es uno de los momentos más delicados, pero la filosofía de un editor es que la fidelidad la debe tener con sus lectores.
Los fines de semana se encierra a leer. Jornadas de ocho, diez horas seguidas. De todos los minutos de su profesión, quizás el mejor sea éste: el relámpago de leer y encontrar, sí, un desconocido genial. Le pasó con Roberto Bolaño, el chileno autor de Nocturno en Chile.
-La primera vez que leí a Bolaños era un desconocido total para mí. Mandó un manuscrito a nuestro premio de novela, me gustó mucho, pero entonces recibimos una carta suya diciendo que había concertado este libro con otra editorial, y que lo sacaba del concurso. Yo le contesté que lo lamentaba porque independientemente de si ganaba o no, me hubiera gustado publicarlo, que si alguna vez tenía algún manuscrito, lo atendería. A los dos días llamó, pasó por Barcelona, trajo Estrella distante y a partir de éste hemos ido publicando todo.
En su labor de sabueso permanente encontró, el año último, en una librería de Barcelona un libro de Ricardo Piglia. Le gustó. -Aunque ganó el premio Planeta con Plata quemada, nunca lo habían publicado en España, que para mí es un misterio. ¿Cómo uno de los mejores autores latinoamericanos, con una novela que ha ganado el premio Planeta, no se publica? Le escribí a su agente diciendo: "Si hubiera algo disponible, a mí me encantaría incorporar a Piglia al catálogo de Anagrama". Y de repente estaba prácticamente todo disponible. Publicamos Plata quemada, Respiración artificial.
Hay anagrama en Roma y amor, en tara y rata, en sapo y sopa. El diccionario dice, seco, "palabra que resulta de la transposición de las letras de otra". Dice, también, "signo o símbolo gráfico representativo cuya simple visualización debe ser suficiente para identificar una acción, institución o empresa".
Se ríe Herralde, esta mañana, diciendo que no, que no la vendería por nada.
-Porque si la vendiera, me pondría otra editorial, o me daría una depresión tremenda.
Por las dudas, recuerda el caso de un editor inglés independiente, cuya editorial fue comprada por una meganorteamericana, Random House. -El hombre cobró una fortuna, y se compró una villa en el sur de Francia. Me decía un amigo suyo: "Ahora se pasa el día tumbado en la cama, con una depresión monstruosa". Hace poco volvió a su antigua editorial como empleado, para ocuparse de una línea de libros juveniles. No, yo no quiero eso, ja.
Dice él. Lo dice con risa, pero también con espanto, como quien recita un conjuro.