João, mejor que el silencio
La definición de Caetano Veloso no tiene medias tintas; para él, "João Gilberto es el mayor artista brasileño". Estas palabras son una buena excusa para descubrir a dos de los creadores que con mayor libertad y apertura inauguraron caminos de belleza para la música de Brasil. Los dos se presentarán -por primera vez- juntos este fin de semana en Buenos Aires
Caetano Veloso no anda con medias palabras: "João Gilberto es el mayor artista brasileño. Es el que fue más profundo y más lejos".
Con su interpretación personal y penetrante del espíritu del samba y también con su actitud radical, impermeable a cualquier presión comercial y despreocupada de cualquier compromiso que no fuera con su más íntima convicción artística, João lo marcó de una vez y para siempre.
En Verdade tropical , el libro que Caetano escribió hace dos años a instancias de un editor norteamericano y en el que memora los tiempos del nacimiento del tropicalismo, el nombre de João Gilberto aparece, por supuesto, reiteradamente. Hay páginas que expresan con elocuencia, por ejemplo, el impacto que le produjo, a los 17 años, escuchar por primera vez Desafinado y descubrir la curiosa amalgama entre la guitarra y la voz del maestro y la infinidad de sutilezas que su genio podía construir a partir de ella. Se detiene a evocar decenas de decisivas experiencias como oyente alerta y jubiloso; pasa revista a sus encuentros personales con el padre de la bossa nova, privilegio que le fue proporcionando su propia carrera como artista -incluidos unos cuantos momentos compartidos en escena o en estudios de grabación-, y termina por confesar que tal vez debió haber escrito en lugar de esas memorias un libro sobre João, propósito del que, afortunadamente, no ha desistido hasta ahora.
Pero quizá -suele suceder con quienes se expresan en el lenguaje de la palabra cantada- nunca fue más elocuente en su expresión del sentimiento que le despierta João Gilberto que en su Para ninguém, la canción que cierra su CD Livro . Se trata de una larga enumeración de algunas de sus grabaciones favoritas que -según contaba no hace mucho- se fue construyendo sola, a partir de una primera imagen, la de Nana Caymmi cantando Neste mesmo lugar . Vale la pena reproducir sus palabras: "Empecé como empieza la canción, con Nana cantando; enseguida me acordé de Tim Maia cantando Arrastão , que me produjo una impresión notable la primera vez que la oí. Entonces me acordé de Para todos , de Chico, y me pareció curioso que yo, que también volvía como él de la experiencia de escribir un libro, sintiera la misma necesidad de escribir una canción sobre la música popular y expresar el placer de volver a este ambiente. Ahí sí empecé a recordar otras grabaciones. Pero no es una apreciación crítica, no es mi greatest hits , sino apenas una de mis listas, gente cantando canciones populares brasileñas que me tocan de manera especial. Claro que se me produjo un problema: dónde colocar a João Gilberto; él no podía aparecer en una lista, metido en el medio de una lista. Entonces no entró..."
Pero la canción se encargó de señalarle el lugar apropiado. Y cuando Caetano llegó al remate de la nómina -y de la canción- con el verso Mejor que todo eso solamente el silencio , entonces sí se abrió el espacio para el maestro: "Y mejor que el silencio, sólo João".
Puede imaginarse, pues, lo que supone para Caetano volver a estar en escena junto al artista cuya obra lo decidió a cantar, a componer y a interesarse desde adolescente por la modernización de la música popular de su país y, a instancias de ella, por todas las manifestaciones culturales que daban indicios de renovación y extendían el horizonte expresivo. Felizmente, Buenos Aires -como en otras ocasiones Roma o Salvador de Bahía- será testigo de este singular encuentro.
Caminos cruzados
No hay comparaciones posibles entre João Gilberto y Caetano Veloso, por más que la inminente aparición conjunta de estos dos grandes de la música brasileña en un escenario porteño invite a tender paralelos y anotar semejanzas y diferencias.
Entre otros motivos porque João es un caso aparte, un artista único de esos que concretan con su genio y en su voz original búsquedas que otros han estado ensayando a tientas, hallan caminos que otros habían apenas intuido y señalan el rumbo para que la exploración se prolongue.
Aquella invención que marcó un antes y un después en la música del Brasil fue la bossa nova. João la dejó entrever en la primera grabación en que se dejo oír la batida de su guitarra, marca registrada y componente singular e indispensable del nuevo estilo: la de Chega de saudade , de Jobim y Vinicius, cantada por Elizeth Cardoso y registrada en abril de 1958. Su nombre no figuraba en el disco, pero parece que nadie entre los centenares de jóvenes que en esos tiempos se entusiasmaban con la introducción de elementos del jazz en la música brasileña ignoraba que era ese bahiano retraído y de canto confidencial el que estaba detrás de aquel sonido inconfundible.
Después, meses apenas, llegó su propio long play, Chega de saudade . El tono relajado, coloquial e intimista del cantor y esa fusión de voz y guitarra que tantos intentaron vanamente copiar y que constituye la esencia misma del arte de João Gilberto, es decir de la bossa nova, desencadenó una revolución musical que extendió sus influencias muchísimo más allá de las fronteras del Brasil, realimentó al jazz y contagió con su modo distendido y susurrante a cantores de los más diversos ámbitos, que por lo general hallaron más fácil reproducir la modalidad exterior que captar sus delicadísimas sutilezas.
Mirado con los criterios convencionales del negocio discográfico o con la visión acumulativa con que habitualmente se construyen las trayectorias en el mundo del espectáculo, João Gilberto ha avanzado muy pocos pasos desde que su nombre se hizo famoso en todo el mundo hace cuarenta años. Quien mire más atentamente y sea capaz de distinguir la quietud perezosa del obstinado afán perfeccionista, advertirá que este bahiano solitario -que en junio cumplirá 68 años- ha estado construyendo su obra con la dedicación de un orfebre, despojándola de toda ornamentación superflua, empecinado en extraer de cada canción su belleza más escondida y más luminosa.
Eso también lo hace un artista único. El triunfo de la bossa nova en el Brasil lo llevó por todo el mundo en la década del 60. Vivió 15 años en Nueva York, fue aplaudido en todos los escenarios, del Carnegie Hall al Festival de Montreux, vendió decenas de miles de discos, cosechó Grammys y suscitó la admiración de los más grandes, de Ella Fitzgerald a Dizzy Gillespie y de Bob Dylan a Frank Sinatra. Pero no traicionó nunca sus convicciones, ni se apartó de la bossa nova cuando las voces de la moda señalaban la conveniencia de un cambio de rumbo, ni transó con los mandatos del show business. Por eso el repertorio no se atiborra de títulos y por eso, porque en cada aproximación João es capaz de desentrañar insospechados secretos, hay canciones que siempre renacen en ese milagroso territorio musical que el construye con la voz y la guitarra, a pura sutileza.
Todo lo que se ha hecho en la música popular del Brasil desde que él la revitalizó lleva su marca. "Por más diversos que sean los caminos recorridos por nuestros creadores en estos años -dice con razón el poeta Augusto de Campos-, la base es una sola: João Gilberto." Herederos suyos son todos los grandes surgidos en los años 60: de Chico Buarque a Gilberto Gil y de Jorge Bem a João Bosco. También, por supuesto, Caetano.
Sin etiquetas
El camino de Caetano, que se inició con la bossa nova, también estuvo marcado por las búsquedas. Pero su estrategia es distinta. Caetano busca la belleza de la canción acometiéndola desde distintos ángulos, con proyectos diversos, modificando estilos, derribando prejuicios, siempre inquieto y siempre también -como el maestro- refinado.
El que ha disfrutado de su vocecita pequeña cantando en castellano las delicadezas de Capullito de alelí o lo ha visto en el escenario de Livro -saco, corbata, zapatos abotinados, abrazado a la guitarra o bailando con ella una danza de salón con ritmo tropical y gestos cortesanos- ni se imagina que alguna vez el mismo personaje se trenzó en formidables discusiones a grito limpio con el público prejuicioso que se resistía a abrir los oídos y entender que había vida -y música muy brasileña- más allá de los pintoresquismos del samba tradicional, de los refinamientos jazzísticos de la bossa nova y de las revolucionarias consignas sesentistas que cantaban y prometían un nuevo mundo más allá del horizonte.
Quien lo recuerde de un poco antes, de los tiempos de Sampa y Terra -dos himnos, uno a la ciudad, otro al planeta, que obraron el milagro de instalarse sin traducción en la memoria de muchos argentinos- sabrá que a Caetano las etiquetas se le despegan fácil. Que si una temporada apareció con una banda eléctrica inaugurando el rap en portugués o deslenguándose en furiosa perorata contra los Poderes podridos y a puro rock and roll, en la próxima puede volverse tibio e íntimo como la bossa nova o mezclar el más sofisticado jazz a la Miles Davis con el tan tan de los parches callejeros de su entrañable Bahía.
Por algo encabezó el tropicalismo a fines de los años sesenta. Y el tropicalismo era "un movimiento para terminar con todos los movimientos", un movimiento "sincrético, sin estilo, sin forma, un antimovimiento, una acción para liberar a la gente" de la obligación de anotarse en uno u otro.
A Caetano no lo convencían entonces -siguen sin convencerlo- los esquemas rígidos. Tampoco la quietud. Le gusta -dice- "pensar por pensar", desafiar dogmas, correr riesgos. Porque lo hacía con la caliente vehemencia propia de un brasileño, hubo un tiempo, -fines de la década del 60, comienzos de la del 70- en que cada vez que abría la boca, desataba una controversia. Se lo miraba con recelo desde la izquierda, con temor desde la derecha.
Si alguna vez esas broncas se moderaron un poco fue por la culpa: "Mi historia siempre fue así, con un público peleando en favor, otro en contra y ambos entre sí. Sólo cuando fuimos para Londres (obligatoriamente exiliados, él y Gilberto Gil, por la dictadura militar, después de algún tiempo de prisión en 1969) pintó algo distinto: culpa en los que nos habían atacado, orgullo en quienes nos habían apoyado, un trauma general. No se oía una sola palabra crítica: era siempre un endiosamiento falso. Hasta parecía que habíamos muerto".
Pero entonces tuvo que volver a discutir con todos, porque ya el sistema le había preparado la trampa de otro disfraz: el de gurú melenudo venido con noticias frescas de un London que todavía se veía muy swinging mirado con los ojos del subdesarrollo.
No hace mucho sintetizó parte de toda esa experiencia en Verdade tropical , que espera aún su edición en español y que, por meterse con una materia tan sustancial para entender el Brasil como la canción, termina por dibujar un retrato parcial, pero valioso de la historia reciente de su país.
Crecido entre sambas, rumbas, tangos y boleros, llevado a la música por el hechizo irresistible de João Gilberto, está instalado en ella desde entonces, siempre a la vanguardia, líder natural, consciente y responsable de su posición, resistente a la manipulación, ojos y oídos bien abiertos para desalentar prejuicios, libre.
Tan libre como para dejar a un lado compromisos, suspender las tareas promocionales que nunca escasean en la agenda de un artista tan activo como él y acomodarse, guitarra en mano, al lado del maestro que lo invitó a compartir el escenario, "para cantar lo que él quiera".
No hace falta demasiada agudeza para suponer que será el Caetano más intimista, el de las confidencias aprendidas escuchando Chega de saudade el que sujetará a la platea con su hilito de voz hasta dejarla instalada en el silencio.
Y ya se sabe lo que vendrá después: "Mejor que el silencio, sólo João".
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