Cuando asesinaron a su famoso padre en Dallas, él tenía 3 años. Y en ese momento comenzó a forjar la leyenda: era el 25 de noviembre de 1963 –exactamente el día de su tercer cumpleaños– y el mundo entero se conmovió con ese chiquito en pantalón corto, parado al lado de su madre y su hermana mayor Caroline, que, sorpresivamente, levantó su mano derecha y se la llevó a la sien frente a la carroza fúnebre con el cuerpo del presidente John Fitzgerald Kennedy.
Ese era John Fitzgerald Kenndy Junior –de ahí en adelante conocido como John John–, quien murió de manera trágica junto a su mujer, Carolyn Bessette, y su cuñada Lauren, en un accidente aéreo. Él piloteaba el Piper Saratoga en el que se estrellaron contra el océano Atlántico frente a Martha’s Vineyard, en Massachusetts, cuando perdió la horizontal en plena noche. Fue el 16 de julio de 1999, tenía 38 años.
TODOS QUERÍAN SER JOHN JOHN
Tras el asesinato de JFK, Jackie y sus hijos dejaron la Casa Blanca y se instalaron en el Upper East Side de Manhattan, donde Caroline y John siguieron su educación en el Collegiate School. Más tarde, el varón cambió por el internado Phillips Academy, en 1983 se graduó en Historia en la Universidad de Brown, y en 1989 en Derecho en la de Nueva York. Siempre fue la debilidad de su madre, que lo consintió hasta el último día, y de su hermana, compañera inseparable en los buenos y malos momentos. Y aunque quizás las nuevas generaciones no sepan mucho de la gestión de JFK como presidente de Estados Unidos, sí conocen su imagen y saben de su asesinato, cincuenta años después. Eso es porque Jackie supo cómo asegurar su legado y el de sus hijos y, de los dos, fue John John quien lo aprovechó mejor.
Guapo, canchero, inteligente e intrépido, desbordaba confianza, llevaba un apellido ilustre y había obtenido dos licenciaturas, atributos que rápidamente lo convirtieron en el soltero más codiciado, y en la joven promesa destinada a completar el ciclo iniciado por su padre en la primera magistratura para la dinastía Kennedy. La revista People lo eligió "el hombre más sexy del mundo" en 1988 y, pese a que él nunca hizo nada para ser famoso, durante los años 80 los paparazzi lo perseguían más que a una estrella de cine.
Desde que se graduó en la Universidad, John John coqueteaba con la política –concretamente con el partido demócrata– sin terminar de decidirse: era demasiado libre como para ajustarse al molde que imponía una carrera política tradicional. Sin embargo, en 1988, se animó a presentar a su tío, Ted Kennedy, en la Convención Demócrata de Atlanta, y apenas apareció en escena estalló la ovación. Muchos creyeron que John John no tardaría en sumarse a la saga de la familia que ya le había dado a la política un presidente, dos senadores y un embajador. Pero su corazón no estaba ahí, y mientras terminaba de entender quién era y qué quería, el hijo mimado de Norteamérica se decidió a iniciar un camino profesional en la Justicia, el gran deseo de su madre: entró a la Fiscalía de Distrito de Manhattan (en su primer día de trabajo, tomó la línea 4 del Metro hasta su nueva oficina, seguido durante todo el trayecto por cuarenta periodistas y veinte fotógrafos y cámaras), donde se destacó durante cuatro años, porque en 1994 la dejó.
Recién en 1995 concretó su approach a la política, pero a su modo: lanzó al mercado la revista George, cuyo subtítulo rezaba "Not just politcs as usual" ("No sólo política como siempre’), en lo que fue un éxito editorial: en su tapa aparecieron Cindy Crawford, Robert de Niro, George Clooney, Demi Moore, Kate Moss, Harrison Ford, Barbra Streisand y Drew Barrymore, entre otros. Estaba tan entusiasmado con su proyecto que trabajó como periodista de su propia publicación e hizo dos entrevistas famosas, a Mike Tyson y al ex gobernador de Alabama George Wallace. Y, entre sus grandes planes para la revista, estaba el de entrevistar a Fidel Castro, reportaje que ya tenía arreglado para el fin de ese trágico año de 1999 y no pudo concretar.
EL MÁS AMADO
Aunque Instagram no existía cuando John John era el príncipe sin sangre azul de Nueva York, es muy común cruzarse con una foto de él en la red social. La memoria de muchos recupera del pasado sus estampas más célebres, porque también fue un ícono de estilo: sus trajes con hombreras y cinturas estrechas, así como sus corbatas plateadas, hicieron furor entre los hombres exitosos de Wall Street de principios de los 90, y su cuerpo trabajado con el torso al descubierto y ciclistas de lycra, haciendo running, andando en rollers o en bicicleta por el Central Park, llevó a tantos otros a fanatizarse con el deporte urbano y ese encanto sporty del que fue pionero.
Sin ser exactamente un playboy, el hijo de JFK no podía evitar ser amado por las mujeres, empezando por su madre y su hermana. En sus años de soltero, resultaba común verlo en una fiesta exclusiva o disfrutando de una escapada romántica con Madonna, Brookie Shields, Sarah Jessica Parker o Daryl Hannah, quien fue su pareja durante cinco años. Hasta que apareció la princesa que lo enamoró: Carolyn Bessette, una joven Public Relations que trabajaba para Calvin Klein, a la que conoció en 1994, el mismo año en el que murió su madre.
Eran "la" pareja glamorosa y la gente los adoraba. Acaso porque en ese momento el carismático y querido John John, que era el heredero de una estirpe aristocrática, poderosa y millonaria, se veía feliz caminando por Tribeca de la mano de esa joven rubia y esbelta, de mirada transparente y con un andar sin estridencias, que parecía haber nacido para formar el epítome de la pareja perfecta con él. Se casaron en la isla de Cumberland, en Georgia, en 1996, en una ceremonia discretísima.
DUEÑO DE SU DESTINO
Curtido por la muerte desde chico –tras el asesinato de su padre sufrió el de su tío, Robert Kennedy, quien en ese tiempo era una suerte de figura paterna para él; años después lo afectó mucho la muerte de Aristóteles Onassis, el segundo marido de su madre con quien tenía una gran relación, y luego la de su querido primo, Anthony Radziwill, quien murió de cáncer–, John John escapó por poco de situaciones riesgosas en varias ocasiones. Tantas que, según algunos amigos, "se creía inmortal". Y quizás ahí esté la explicación de su carácter temerario, su pasión por flirtear con el peligro y su adicción por la adrenalina que generan los deportes de aventuras (practicaba buceo, parapente y kayak, entre otros) que lo llevó, a mediados de 1997, a aprender a volar.
Así, la tardecita del viernes 16 de julio de 1999, John Fitzgerald Kennedy Junior (que estrenaba su brevet de piloto, aunque aún sin habilitación nocturna) subió al avión que había comprado unos meses antes –y que descansaba en un hangar del aeropuerto de Essex, Nueva Jersey–, junto con su mujer, Carolyn, y su cuñada, Lauren Bessette, y puso en marcha el motor. El destino era Cape Cod, en Massachusetts, para asistir a la boda de su prima, Rory Kennedy.
Despegó a las 8.38 pm hora local y, por primera vez, no lo acompañaba su instructor de vuelo, Jay Biederman. Cerca de una hora después entró en una zona de niebla, perdió la horizontal y seestrelló contra el mar a siete millas de Martha’s Vineyard. Las autoridades tardaron unos tres días en encontrar los cuerpos.
Durante semanas, la puerta del edificio de Tribeca en el que vivía el matrimonio se convirtió en un santuario repleto de flores, velas, fotos y cartas, cuidadosamente amontonados. Hubo una multitudinaria ceremonia religiosa en honor a los tres en la iglesia Santo Tomás Moro de Nueva York, a la que asistieron el entonces presidente Bill Clinton y su mujer, Hillary. Y, el día 23, tuvo lugar un funeral casi de Estado para John John y las hermanas Bessette: sus cenizas fueron arrojadas al mar desde la cubierta del Briscoe, buque de la Marina de Estados Unidos, en el lugar exacto en el que murieron. La sociedad norteamericana le daba el último adiós a su príncipe.
Edición Fotográfica: Alejandro Querol
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