John Coltrane, el último revolucionario
A 50 años de la muerte del saxofonista que cambió la historia del jazz
Mucho se ha escrito ya sobre el Bar Moderno. Era un típico café porteño, como cualquier otro de Villa Crespo, Chacarita o La Paternal, pero su particularidad era que estaba enclavado en la periferia de la llamada Manzana Loca, delimitada por las calles Florida, Paraguay, Charcas y Maipú, y a una cuadra del mítico Instituto Di Tella. A mediados de los 60 comenzó a distinguirse de cualquier otro bar de la ciudad por los parroquianos que circulaban por sus mesas. El Moderno se convirtió en lugar de encuentro, primordialmente por las tardes, de un plantel más o menos estable que incluía a artistas plásticos como Rómulo Macció, Luis Felipe Noé, Ernesto Deira, Marta Minujin, Jorge Naranjo y Jorge de la Vega, al semiólogo y psicoanalista Oscar Masotta, a escritores de la talla de Néstor Sánchez, Manuel Mujica Lainez, Reynaldo Mariani y el Grupo Opium, a modelos y actrices como Perla Caron y Carola Leyto, a periodistas como Horacio García Blanco, entre una fauna variopinta, intelectual y bohemia. La banda sonora de esos encuentros, más allá de la explosión beatle e incipiente movimiento del rock vernáculo, era el jazz… ¡moderno!
El baterista Louis Moholo y el contrabajista Johnny Dyani, pilares del jazz sudafricano y habitantes de guetos en épocas del apartheid, habían llegado a la Argentina como miembros del trío liderado por el saxofonista soprano norteamericano Steve Lacy. Como valioso documento de su paso por la ciudad, queda The Forest and The Zoo, la grabación de un concierto realizado en el auditorio del Instituto Di Tella, junto al trompetista italiano Enrico Rava. Pero a pesar del notable valor artístico, esos conciertos no alcanzaron siquiera a cubrir los gastos mínimos. Con ayuda de la embajada de su país, Lacy consiguió rápidamente un ticket de regreso a Nueva York. Pero Moholo y Dyani, sin apoyo oficial, quedaron varados en Buenos Aires.
Durante su obligada estadía porteña, se sumaron al circuito Di Tella y comenzaron a frecuentar el Bar Moderno. Al caer la tarde del lunes 17 de julio, en la barra del bar, Johnny y Louis lloraban desconsolados y ahogaban sus penas en sendos vasos de ginebra. Lo recuerdo como si fuera hoy. Acababan de leer un pequeño recuadro en el diario La Razón la noticia de la muerte de John Coltrane, acaso el último revolucionario en la historia del jazz, producto de un cáncer de hígado. Tenía 40 años y el impacto y el dolor de su partida, igual que la ginebra, se esparció por todo el local. Hasta Ismael, el mozo, se mostraba acongojado. Coltrane era el músico de jazz más importante de ese momento. Imponía un nuevo tipo de swing, más estático que dinámico, sostenido en el poder hipnótico de su fraseo. Se había ido un adalid, un líder carismático y, un referente de la defensa de los derechos civiles de toda la población negra, sustentado en un discurso y una estética que los identificaba. Casi todos los que frecuentábamos el Moderno éramos sus seguidores incondicionales. La noticia también se esparció pronto por todo el mundo. Hoy, a 50 años de esa noche tristemente inolvidable, su nombre está entre los grandes referentes del género, a la par de Louis Armstrong, Duke Ellington, Miles Davis y Charlie Parker. Autor de clásicos como Giant Steps y A Love Supreme, su obra goza de absoluta vigencia y veneración, gracias a una exuberante cruza de técnica, energía y espiritualidad.
Medio siglo después, Coltrane sigue siendo una figura ineludible para los amantes del jazz, en general, y para los estudiantes de saxo, en particular, que vuelven una y otra vez sobre sus métodos. Su aporte al instrumento fue innovador en cuestiones técnicas (escalas y sucesiones de intervalos que no se utilizaban previamente), pero Coltrane también fue un revolucionario por su consagración a la fe, por tomar al jazz como una vía espiritual. En algún momento a principios de los 60, Coltrane tuvo una revelación: entendió que su inserción en el mundo estaba determinada por el Plan Maestro del Creador y que su arte no debía ser más que una alabanza a Dios.
En 1898, León Tolstói publicó Qué es el arte, un libro que produjo un sacudón entre todos los creativos. Allí, el gran escritor ruso sostenía que “el arte supone una comunicación de tipo intuitivo: ver más allá de lo que aparece; es algo así como la función perceptiva y sugerente del símbolo religioso. El hombre es capaz de percibir y experimentar todas las emociones humanas, pero sólo unas cuantas de ellas puede transmitir a otros. Es allí, cuando lo subjetivo se objetiva en el «objeto» comunicativo, como un vehículo ideal y, desde allí, penetra en el alma del receptor que contempla una obra que él llama «de arte». A este objeto en sí lo llamamos «obra de arte». No sólo por estar cargado de las emociones del autor, sino por comunicar las mismas al espectador de la obra”.
En 1964, Coltrane publicó una de sus obras más creativas y trascendentales, A Love Supreme, una suite dividida en cuatro partes, que acaso inesperadamente se constituyó en el disco más popular y más vendido de toda su carrera. Con la formación más icónica de su cuarteto: el líder en saxo tenor; McCoy Tyner en piano; Jimmy Garrison en contrabajo y Elvin Jones en batería, con la producción de Bob Thiele para su icónico sello Impulse! A modo de liner notes, un poema alusivo del propio Trane completa esta obra maestra, registrada en los míticos estudios del ingeniero de sonido Rudy Van Gelder, en Nueva Jersey, el 9 de diciembre de ese año. En una entrevista que apoyaba la salida de ese álbum, Trane explicaba: “Desde hace unos años he recobrado la fe. La había perdido y reencontrado otras veces. Me crie en una familia religiosa, llevaba en mí ese germen y en ciertos momentos reencuentro mi fe. Todo esto tiene que ver con la vida que llevamos. La religión me ayuda a vivir y a tocar. Lo es todo para mí; mi música es un agradecimiento a Dios”. Una prueba elocuente del impacto y la vigencia que esta placa jazzística tuvo en artistas de distintos géneros se grafica con una anécdota que transcurre en Los Ángeles, durante la entrega de los Premios Grammy, en 2001. El guitarrista mexicano Carlos Santana y la cantante canadiense Joni Mitchell eran los encargados de anunciar el mejor disco del año, y tras la clásica frase de “el ganador es…”, pronunciada por Joni, Carlos proclamó efusivamente: A Love Supreme, de John Coltrane. Un gracioso y tierno reconocimiento, casi 30 años después de su edición original. Luego de la humorada, abrieron el sobre que consagraba a U2 con la ansiada distinción, gracias al flamante All That You Can’t Leave Behind.
John William Coltrane nació en Hamlet, Carolina del Norte, el 23 de septiembre de 1926, en el seno de una familia negra y creyente. Sus abuelos, por rama materna y paterna, eran predicadores y Trane solía recordar las reuniones dominicales en la iglesia metodista, entre plegarias y música, bien al estilo sureño. Su padre, que era sastre y violionista aficionado, muy pronto lo inició en el estudio del clarinete y luego su madre, que había quedado viuda, le compró su primer saxo alto, cuando se habían mudado a Filadelfia.
Trane se sintió deslumbrado con la revolucionaria irrupción de Charlie Parker y su saxo alto en la escena jazzística. Y a los 23 años, en 1949, se incorporó en la orquesta del trompetista Dizzy Gillespie, donde se desempeñó hasta 1951, pleno período de afianzamiento del adrenalínico be-bop, el movimiento que modernizó el jazz. Por ese entonces, también admiraba a otro saxofonista alto, el gran Johnny Hodges, uno de los pilares de la Orquesta de Duke Ellington. Pero pronto se volcó al saxo tenor, donde encontró un rasgo personal, explorando un registro agudo, en contraste con la tendencia de los grandes maestros del instrumento hasta esa época, como Coleman Hawkins o Ben Webster, representantes de la primera era del saxo en los años del swing, quienes trabajaban del medio hacia las notas graves. En ese momento fue cuando John Coltrane empezó a encontrar su sonido característico, que se volvería un sello inconfundible. Por entonces, a mediados de la década del 50 y en pleno auge del hard bop, un estilo que combinaba los malabares del bebop con el aura espiritual del gospel, se sumó al quinteto del legendario trompetista Miles Davis. Claro que todavía sus performances no descollaban. Por supuesto que sus intervenciones eran más que promisorias, pero sus adicciones al alcohol y a las drogas pesadas, como la heroína, le jugaban en contra, a tal punto que Miles lo echó del grupo.
De inmediato se incorporó en el conjunto de otro artista revolucionario en un pico de efervescencia creativa: el pianista Thelonious Sphere Monk, quien vislumbró en Coltrane, a pesar de su corta edad, las condiciones que lo transformarían en un solista de relieve. Monk fue quien lo indujo a componer, faceta que se volvería fundamental en un futuro no tan lejano, además de dictarle algunas clases de armonía. El pianista tenía por hábito, después de realizar un solo, levantarse y hacer caminatas alrededor de su instrumento. Eso le dio a Trane la posibilidad de tener más tiempo para desarrollar sus ideas y ganar en confianza. Su paso por las agrupaciones de Thelonious, tanto en formato como de septeto, quedó documentado en discos como Monk’s Music y Thelonious Himself. En 2005, el sello Blue Note publicó una cinta encontrada de un concierto en el Carnegie Hall, en una celebración jazzística del Día de Acción de Gracias, donde se percibe la empatía entre ambos músicos, especialmente en piezas como Monk’s Mood y el clásico Blue Monk.
Estando aún con Monk, en septiembre de 1957, Coltrane graba por primera vez para el emblemático sello Blue Note el magnífico Blue Train. En esta grabación compone cuatro de los cinco temas y toca en su mejor nivel hasta esa fecha, en una grabación relativamente cómoda, que se traduce en una obra no realizada sólo a base de primeras y únicas tomas. En esos momentos tanto la interpretación como la composición se convertirán en dos pilares igualmente importantes para Coltrane, quien seguía a la búsqueda del modo de desarrollar su música como líder. Ese mismo año también realiza la primera sesión a su nombre en el sello Prestige, que se recogerá en el disco titulado Coltrane. Entre los temas incluidos hay uno con el un nombre que resulta elocuente y esclarecedor: Straight Street (El camino recto).
Por entonces decide incorporar al saxo soprano para alternarlo con su habitual tenor. Aunque su concepción era muy distinta, Coltrane solía declarar su absoluta a admiración por Sidney Bechet, un pionero y virtuoso de ese instrumento. Un par de años después, cuando firmó un contrato con Atlantic Records, grabó una de sus obras cumbres, Giant Steps (1959), supervisadospor el cuidadoso productor Nesuhi Ertegun. Un disco que es una especie de hito en su carrera, que incluye un formidable par de blues y su conocida balada lenta, Naima (dedicado a Juanita, por entonces su esposa). A ese período corresponden también discos indispensables como Coltrane Plays the Blues y Coltrane’s Sound.
A comienzos de la década del 60, la versión cinematográfica de The Sound of Music (célebre aquí como La novicia rebelde) se había transformado en un suceso a nivel mundial. Coltrane decidió grabar uno de los leitmotivs del film My Favourite Things, un standard compuesto por Rodgers y Hammerstein, entonado originalmente por Julie Andrews. Esa melodía es la plataforma para que Trane improvise a sus anchas con el soprano, en una versión de 13 minutos, que ingresó en el Grammy Hall of Fame en 1998.
Recuperado de su adicción a la heroína, en 1959 Coltrane se había reincorporado al quinteto de Miles Davis y formó parte de la sesiones de Kind of Blue, un album disruptivo y genial, considerado uno de los más importantes en la historia del género. Ese disco introduce el jazz modal, una evolución hacia improvisaciones sobre diferentes escalas y modulaciones audaces, en lugar de la secuencia lineal de acordes usada hasta el momento y que permitió a los intérpretes una libertad creativa inédita, considerando que bajo el mandato de Miles estaban Coltrane en saxo tenor; Julian Cannonball Adderley en el alto; Bill Evans en piano; Paul Chambers en contrabajo, y Jimmy Cobb en batería. De hecho, la revista Rolling Stone lo ubicó en el 12° lugar del listado de los 500 mejores discos de todos los tiempos realizado en 2003.
A partir de este nuevo paradigma, en las giras que realizó con el quinteto de Miles por Europa, dispuso de más tiempo para desarrollar sus avanzadas ideas, ya que el trompetista hacía su solo y luego, igual que Monk, se iba de escena, dejando a un Trane, desenfrenado con la posibilidad de tocar por 12 o 15 minutos sobre la sección rítmica.
Definitivamente curado de sus adicciones, John abrió su mente a nuevos caminos, como un inconformista al estilo de su admirado pintor Vincent van Gogh. Ya contratado como figura estelar del sello Impulse!, y luego de grabar un lírico álbum de baladas y encontrarse con el vocalista Johnny Hartman, se inclinó hacia su faceta de compositor. Investigó e incorporó en su música elementos del dodecafonismo, al mismo tiempo que exploraba sonidos arcaicos de África y Oriente a su música. Se fascinó con el intérprete del sitar y compositor indio Ravi Shankar, quien luego se presentaría en el festival de Woodstock, y en quien encontraba en su expresión bastante ligazón con su modo de entender el arte.
Su sonido, sin embargo, se expandió hacia el free-jazz, un término acuñado en los primeros años de los 60, que refleja la consigna estética y política que moviliza a los jóvenes músicos afronorteamericanos y donde resulta imposible desligarla de su filosofía. La improvisación absoluta y colectiva cambia la forma de escuchar y de entender la música. Trane se convierte en uno de los referentes de la música de avanzada, junto con Ornette Coleman, Don Cherry, Cecil Taylor, entre otros. Si hay un costado que no puede dejar de resaltarse en su personalidad, es su sensibilidad y preocupación por las injusticias y sufrimiento que afectaban a su pueblo. Y como un artista comprometido llevó a su terreno, el de la música, su posibilidad de expresión, a lo largo de toda su trayectoria.
Una prueba de ello es Alabama, una de sus composiciones más conmovedoras, publicada en el maravilloso Live at Birdland. Trane les dedicó esa obra a cuatro pequeñas niñas negras, que el domingo 15 de septiembre de 1963 murieron a causa de una bomba que el Ku Klux Klan detonó en la escuela dominical de una iglesia bautista en Birmingham (Alabama), en respuesta a las marchas por los derechos civiles.
En la que sería la etapa final de su vida, Trane se había vuelto prácticamente panteísta, entendiendo que el Creador estaba contemplado por todas las religiones. Separado de su primera esposa, Naima, a quién le ofrendó uno de los temas más emblemáticos de su obra, se casó con la pianista Alice McLeod, que se incorporó en su grupo, con una notable empatía. Títulos como Coltrane, Crescent, Ascension, Meditations, Om, Live at the Village Vanguard Again! y Expression son parte de una extensa discografía de Impulse! y de la profunda búsqueda de un artista que anhelaba la paz para toda la humanidad y en esa dirección proyectaba toda su fuerza creativa.
Fue una figura referencial para grandes intérpretes de su instrumento, como Archie Shepp (quien en 1964 le dedicó su placa Four for Trane, con versiones de sus temas), Dave Liebman, Pharoah Sanders, Charles Lloyd, Steve Grossman, George Garzone, Wayne Shorter y su hijo, Ravi Coltrane, que el mes que viene se presentará por primera vez en Buenos Aires, con un concierto en el Centro Cultural Kirchner. Pero quizás el caso más curioso sea el de Dexter Gordon, uno de los ídolo de Trane en sus comienzos y que años más tarde se convertiría en otro admirador y explorador de los sonidos de quien fuera su discípulo.
La influencia de Coltrane en la Argentina puede rastrearse en el Gato Barbieri (que igual que Trane pasó del alto al tenor, y luego de emigrar a los Estados Unidos formó parte de la escudería del sello Impulse!), Horacio Chivo Borraro, Bernardo Baraj, Carlos Lastra, Ricardo Cavalli y Sergio Petravich, entre muchos otros. Pero el autor de A Love Supreme inspiró, además, al pianista y compositor platense Alberto Favero, que en 1968 compuso Suite Trane, conformada por cinco movimientos que capturan su esencia espiritual y revolucionaria.
Aunque no se escuche en las radios, ni se haya vuelto un artista masivo, John Coltrane es un referente ineludible para los aficionados al jazz. Siempre apremiado por la urgencia creadora, sabía que en el destino del innovador estaba el riesgo de ser condenado. En una entrevista concebida poco antes de su partida, expresó: “Busco nuevos territorios que explorar. Físicamente, no puedo ir más allá de lo que hago en este momento, en la forma en que practico. Siempre me asusta un poco pensar que voy a tener que cambiar. Muchas veces, cuando llego a un momento crucial, lo retraso todo para que todo el mundo pueda comprenderme antes de que haya cambiado”. Cincuenta años después, el sonido de su saxo sigue hipnótico y avanzado, siempre un paso adelante.
Carlos Inzillo