Un repaso a “João” y “Voz e Violão”, sendos hitos de este gran artista brasileño, considerado padre de la bossa nova y fallecido el año último
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El dedo índice a 90 grados de una mujer sobre su boca. Una foto sensual y a la vez en pose de reverencia. La tapa de Voz e Violão (2000), del bahiano João Gilberto, último disco grabado en estudio del artista fallecido en 2019 a sus 88 años, es la síntesis perfecta que alguna vez Caetano Veloso inmortalizó en una frase: “Mejor que el silencio, solo João”.
Como todo alrededor del aura gilbertana, Voz e Violão se convirtió en leyenda. El padre de la bossa nova, conocido por su temperamento perfeccionista que espantaba a propios y extraños, ese que lo hizo abandonar escenarios por la mala acústica o por pelearse con ingenieros de sonido en lo que consideraba una mezcla defectuosa, no pisaba un estudio hacía una década, desde su João (1991).
Fue entonces que Caetano lo convenció de volver a grabar, con su producción a cuestas. No fue fácil: tímido y escurridizo, Gilberto iba cuando quería al estudio, refunfuñaba con las tomas, se mostraba inconforme. “Tiene un carácter muy fuerte, no es fácil de manejar. Pero con él ha sido fácil, no tuve nada que hacer. Es genial, el mayor artista brasileño, el que fue más profundo y más lejos”, había dicho Caetano tras terminar el trabajo, con cierto alivio luego de la proeza musical.
Sus palabras expresaban, intactas, la idolatría. Como cuando, a sus 17 años, descubrió Chega de Saudade (1959), el disco que fundó un género. Una música carioca inventada por un bahiano, según sus propias definiciones, que en su autobiografía Verdade Tropical (2017) ocupa un lugar paradigmático: “La bossa nos arrebató. La interpretación de João, tan personal y penetrante en una guitarra simple pero musicalmente difícil, miraba el pasado de la música popular con otra perspectiva”.
Hoy, Voz e Violão se sigue escuchando límpido, suave y moderno, con la sutil combinación de voz y guitarra que tanto obsesionaba a Gilberto. “Un disco perfecto, con João en su estado natural –dice el crítico Sergio Pujol–. Unos meses antes habíamos disfrutado de João con Caetano en el Gran Rex, un hito en la historia de la música en vivo en la Argentina. Estábamos volviendo a escuchar sus viejos discos y, en mi caso, tratando de escribir algo pretendidamente nuevo sobre ese enorme palimpsesto que es la narrativa en torno a su batida. Su voz impertérrita, de susurro, sus retardos rítmicos tan simples y tan complejos al mismo tiempo”.
Los conciertos de João con Caetano, ocurridos hace dos décadas, quedaron grabados en la retina del público. Como pasó con Araceli Matus, que acompañó a su abuela, Mercedes Sosa, al Gran Rex. Antes del recital fueron directo a camarines. En un rincón estaba João Gilberto probando su guitarra. “La saludó a mi abuela con mucha calidez, le besó las manos y le dijo «Señora»”, rememora Araceli. Y agrega: “Fue un show maravilloso, inolvidable, medio que era lo que a João se le ocurría y Caetano lo seguía. Mi abuela solo quería saludarlo y João fue sencillo, como era su música”.
Lejos de los ritmos del mercado cultural, Gilberto era conocido en el ambiente como un alma insobornable a los dictámenes de las compañías. Había sido reacio a los estudios. De los 18 discos de su extensa trayectoria, más de la mitad fueron compilaciones o lanzamientos de grabaciones en vivo. Y su repertorio fue lacónico, poco extensivo.
Beto Caletti, uno de los mejores intérpretes de la música brasileña en Argentina, dice que detrás del mito del “músico cascarrabias, encandilado por su sonido” existe alguien que jamás traicionó su convicción artística. “Esa búsqueda ya estaba en sus primeros discos y es la de un balance perfecto entre la voz y la guitarra –reflexiona–. Todo está en los detalles. En la pronunciación de cada letra, en el fraseo. Lo increíble es que su repertorio es casi el mismo desde sus comienzos, con una cantidad limitada de canciones, y eso da idea de que el tipo iba perfeccionando la versión de los temas ante cada nuevo toque”.
Si bien Voz e Violão incluye temas nuevos en su cancionero, están los favoritos de siempre: “Desafinado”, “Chega de Saudade”, “Você Vai Ver”. Allí también incorpora a Caetano Veloso –”Desde que o Samba é Samba” y “Coração Vagabundo”– y a Gilberto Gil –”Eu Vim da Bahia”–. Para Sergio Pujol, el disco refleja un tono otoñal “pero no declinante”. El conjunto, dice, manifiesta un espíritu a lo Bill Evans: un núcleo duro de temas, a los que siempre regresaba para reinventarlos sutilmente.
“Me impresionaron especialmente ‘Eclipse’, el bolero de Lecuona, y ‘Desafinado’. El primero porque João era un gran intérprete de boleros sin ser bolerista –su versión de ‘Bésame mucho’, a una velocidad increíblemente lenta, es una joya–. El segundo, porque como todos saben es su manifiesto, y cada vez que lo cantaba te transportaba al momento de ruptura de la bossa, su emancipación estética”, enfatiza Pujol.
Desde Brasil, el compositor y pianista Rafael Martini conceptualiza a João como un arquitecto meticuloso, alguien que presenta esculturas intangibles “construidas para invisibilizar su estructura, haciéndonos creer que todo allí es espontáneo y libre, tal como hacía Oscar Niemeyer, el arquitecto brasileño más famoso y más asociado a la bossa nova”.
En Voz e Violão, Martini redescubre una escucha “silenciosa” para entrar en un universo donde ninguna nota es en vano, un acceso directo al corazón brasileño. “João es generoso en interpretar, además de compositores contemporáneos como Jobim y Bororó, canciones de compositores como Caetano Veloso y Gilberto Gil, que son quienes son por culpa suya –analiza Martini–. Él engendró una verdadera génesis en la música de Brasil –y en cierto modo del mundo–, porque su minimalismo nos mostró que una escuela de samba puede caber en una guitarra y que el canto puede estar más cerca de la palabra y así hablarle a la emoción”.
¿Por qué buscar a alguien que no quería ser encontrado? El mundo de João era tan autosuficiente y singular que no parecía necesitar ninguna visita. Ni musical ni mundana. Así lo cuenta el notable documental ¿Dónde estás, João Gilberto? (Georges Gachot, 2018), una pesquisa sobre Gilberto, de quien se decía que “se supone que odiaba y amaba tanto a la gente que no podía soportarla” y cuyo último tiempo se la pasó apartado del mundo, recluido en Río sin saber dónde vivía ni qué hacía de sus días.
Gachot sigue los pasos de la fascinante crónica Hobalalá, en busca de João Gilberto, del periodista alemán Marc Fisher –quien se suicidó una semana antes de su publicación, alimentado trágicamente la leyenda–, en un relato de investigación que llega hasta su entorno cercano, en particular su exmujer Miúcha, que es capaz de hablar por teléfono en cámara con Gilberto y no dar una pista sobre él.
“Tuvo una locura inigualable en el modo de interpretar –continúa el músico Beto Caletti–. Es una influencia notable porque encuentra una forma expresiva de detalles pequeños. Su música utiliza pocos recursos, todo es austero. Nada de introducciones, finales sencillos. Cambió a muchos músicos de Latinoamérica y del jazz, y en eso a él se le fue la vida, porque su búsqueda no la traicionó nunca, ni cuando no tenía un peso y tocaba en bares de Copacabana ni cuando se hizo famoso”.
Juan Falú piensa que dejó un legado abrumador y lo evoca en el presente como un autor original, de esos que crean algo nuevo. “No hay muchos así en la historia –dice el guitarrista–. Fue un músico decisivo no sólo por lo que entregó en los orígenes de la bossa nova, junto a Tom Jobim. Se transformó en la referencia para aprender un acompañamiento rítmico novedoso en la guitarra, lo que los brasileños llaman batida, que no es un rasgueo sino un movimiento sincopado”. La sobriedad del brasileño, analiza Falú, es opuesta a la música carioca, asociada al carnaval, y lo marcó de chico, cuando “orejeaba” sus discos en las juntadas tucumanas.
Otra intérprete argentina, Silvia Iriondo, encuentra en Voz e Violão una poética íntima, esencial. Del encuentro con la “melodiosa” palabra, en su decir despojado y austero, sin estereotipos, sin apuros. “Es tan refinado que llega al alma –explica–. Sin dudas João Gilberto es un maestro donde la canción llega a su sentido más puro, más elevado y tangible. En ese disco la complejidad de armonías y acordes desfilan ininterrumpidamente en su guitarra como un detalle casi imperceptible, porque la canción brilla en un estado hondo y delicado”.
Para el periodista Santiago Giordano, con Voz e Violão se corrobora una hipótesis: Gilberto como inventor de un estilo que representa la modernidad brasilera. Así lo define: “Una manera hecha de escaseces más que de despliegues, que sin embargo enseguida lo devoraría”.
El disco se escucha hoy como un monumento. “Es un lugar de conexión con la memoria, la representación de lo que ya conocemos y necesitamos celebrar –amplía Giordano–. La constatación de que el João conservador seguía cumpliendo la función de custodiar su estilo, esa criatura que lo había devorado. Por supuesto fue también un acontecimiento para la industria, pero João ya había dicho todo lo que tenía para decir hacía mucho”.
Como un fantasma. Así parece haber deambulado João Gilberto en su epílogo de vida, entre conflictos familiares, deudas y una reclusión voluntaria. Apenas si recordaba cómo el éxito de la bossa nova lo llevó a viajar por continentes, viviendo 15 años en Nueva York, vendiendo decenas de miles de discos con la admiración de Bob Dylan, Frank Sinatra, Ella Fitzgerald, Dizzy Gillespie. Y allí están, como la memoria viva de todo músico, siendo Voz e Violao el testamento de un estilo imborrable. Una sintaxis musical que creó al entonar, hipnótico y misterioso, himnos como “Chega de Saudade” y “Hó Bá Lá Lá”, grabándolos eternamente en los oídos del mundo.
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