BARCELONA / CALELLA DE PALAFRUGELL.– Retratar a Joan Manuel Serrat en Barcelona, a plena luz del día y en la vía pública, es una tarea titánica. Su ciudadano más ilustre e internacional no pierde la calma. Apenas pisa un pasaje del laberíntico Barrio Gótico, tres turistas argentinos se materializan, como si hubiesen aparecido de las paredes. La desconocida lo abraza –le aplica una melosa llave de arte marcial–, apoya la cabeza sobre el pecho del cantante y le cuenta que es rosarina. El marido contempla la escena y Serrat levanta pícaro los brazos para revelar que no está tocando a la mujer, para evitar así malos entendidos. También están quienes mal entienden la fama, y algún ocioso le grita algo desde un bar, detrás de algunas copas vacías de humor. Una luz cenital ilumina cada paso de Serrat por Barcelona, pero él camina como si no se diese por aludido. Su imagen, como un mosaico en una composición de Gaudí, se integra al paisaje de la ciudad, en los afiches estáticos y en los anuncios que portan las carrocerías de los colectivos de línea. El trovador catalán, inmerso en una gira mundial, regresa a la Argentina con un espectáculo bautizado Mediterráneo Da Capo. Allí rinde homenaje al disco Mediterráneo, de 1971, un álbum al que ni la arena ni la sal ni el paso del tiempo han erosionado, y también repasa su carrera. Cosmopolita, plagado de leyendas, sabio, en constante movimiento, con una personalidad y estilo muy definido, a pesar de tantas corrientes, Serrat se parece mucho al Mediterráneo.
Fue en Calella de Palafrugell, a 135 kilómetros de Barcelona, en la Costa Brava, donde Serrat se instaló un verano a sus 26 años. Todos los habitantes de este pueblo de pescadores guardan una anécdota protagonizada por él. Si no lo han visto, conocen quién lo ha hecho, quién ha cocinado para él o quién ha compartido una copa de vino. Espe atiende en Can Batlle –que podría traducirse en lo de Batlle, y que ostenta una placa de su inauguración en 1899– cuya especialidad es el fideuá y las sardinas. Ella conoció a Rosa y a Tomás, quienes atendieron en ese mismo espacio a un joven cantante en el hostal que regenteaban y que hoy está cerrado por jubilación. Durante cuarenta trasnoches escribió Serrat este disco emblemático de la música hispanoamericana.
–¿Qué recuerda de aquel verano en el que escribió "Mediterráneo" y el disco homónimo?
–Cuando trabajé este disco estaba en una época de gran actividad en el escenario. Aquel hotel era el lugar donde yo regresaba. Era mi casa. Tenía mi rutina de vida. Estaba muy cómodo, tenía muy cerca el agua, el mar, la pesca, los amigos, las amigas. Un espacio muy agradable para mí. Además, nunca coincidía con épocas de presión estival, donde hubiera mucho turismo, mucha gente. Siempre he ido en temporada baja.
–¿Se encerró o alejó para escribir el disco?
–Yo trabajo de otra forma. No escribo cuando tengo ganas de escribir, sino con insistencia, sabiendo que es necesario tirar del hilo para poder deshacer la madeja. No espero nunca momentos inspiradores. Voy a por ellos. Hay días en que no puedo escribir y tampoco me atormento.
–¿Qué conserva o ha modificado en la composición de sus discos?
–Cualquiera puede tener su manera de escribir. Cada quien tiene un sistema. Parto con una idea, desarrollo un texto con el que voy trabajando musicalmente y en este teje entre palabras y música vas desarrollando una historia que en el aspecto formal seguramente es muy distinta a esa historia que uno planeaba al principio, que se parece bastante a eso que querías contar.
–¿Qué permanece de aquel ese joven compositor?
–Me lo pregunta a mí y yo soy probablemente el que menos interés tiene en saberlo. Uno solo tiene un presente para vivir, no tiene un presente para andar diciendo cuál ha sido su pasado. No tengo demasiado interés en saber qué permanece. La vida es un camino y una combustión. Camino donde perdés algunas cosas y vas retomando otras. Se va gastando eso que se llama la vida.
–Pero algunas canciones suyas tienen un espíritu de recordar, de evocar. ¿Cómo se ubica usted con respecto al pasado?
–Yo no puedo evitar la melancolía. Puede ubicarse en determinados momentos de mi vida, pero tampoco la cultivo. Aparece como aparecen una serie de sentimientos de manera desbocada, pero no soy partidario de cultivarla, mucho menos la nostalgia. Creo que es una mala hierba.
–Es, como dice la canción, "partidario de vivir".
–Es que la vida es muy corta y no basta para nuestro idilio. El tiempo es la gran riqueza y se la despilfarra de manera realmente penosa cuando es uno de los bienes más preciados.
Semanas antes de la entrevista, desde un número oculto, Serrat llama, sin previo aviso, un sábado por la mañana, al periodista. Está en París y descansa antes del recital que brindará en el Olympia. Se presenta con su apellido y realiza sin aires de divo, con la celeridad de un experto en el trato artesanal, las preguntas que haría un jefe de prensa o un manager. No tiene intermediarios. Es un hombre directo, de palabra, acostumbrado a resolver y no a que le resuelvan las cosas. Pregunta dónde será la locación de las fotografías, coordina en ese llamado la fecha del encuentro y se compromete a llamar a la Sociedad General de Autores y Editores de Barcelona para solicitarle el espacio para la entrevista y la sesión fotográfica. El problema son las imágenes de exteriores. "Conozco un sitio", desliza al fotógrafo, luego del intento por realizar algunas tomas en la calle. A los pocos minutos sube al equipo a su coche, conducido por un colaborador del músico que lo acompaña desde hace tres décadas. En esos kilómetros hasta la locación que propone regala tangos mientras oficia de lazarillo por algunos rincones de la ciudad. Ingresa erguido en el lujoso hotel, sin mirar si es mirado, como quien camina desde la sala hasta la cocina de su casa. El botones queda impactado con esta presencia y le hace una seña a un compañero también con uniforme. Un grupo de ejecutivos, con su credencial colgada al cuello, organizan el almuerzo antes de regresar a la convención y al verlo pasar enmudecen. Serrat avanza por un túnel que da a los vestuarios. Una empleada empuja un carrito con toallas y, al cruzarse con él, se detiene, como si hubiese visto un fantasma. En esa oscuridad se divisa al final del pasillo una luz azul que no es el cielo. El Mediterráneo recibe a uno de sus hijos predilectos y lo saluda con el viento en la cara. Termina la sesión de fotos y mientras comienza la procesión inversa de la arena hacia el piso de mármol, un niño que corre libre por la playa elige, entre todos los adultos, a Serrat. El pequeño le da la mano y lo conduce hacia el pequeño acantilado al mar, pero este abuelo experto sujeta con firmeza la mano y busca esa voz desesperada a sus espaldas. Una elegante mujer peinada de peluquería agradece en inglés el reflejo de ese hombre y le insiste a su hijo que lo suelte. "¿Sabe usted quién es este hombre?", se le consulta. "No, pero le agradezco mucho. Disculpe, soy de Bombay".
Las calles y la geografía de la niñez de Serrat son un universo muy distante a la Barcelona del siglo XXI, habitada por alquileres Airbnb, alumnos universitarios de intercambio y banderas esteladas que claman la independencia de España. Como en Nada, de Carmen Laforet, o en La plaza del diamante, de Mercè Rodoreda, Barcelona buscaba recuperarse tras la Guerra Civil a fuerza de trabajo. De padre catalán, Josep, empleado de la Compañía de Gas, y madre aragonesa, Ángeles, en su sangre y en su nombre de pila conviven ambas culturas. Joan Manuel –en castellano, y no Manel, en catalán– Serrat nació el 27 de diciembre de 1943, y tuvo una infancia feliz, en la calle Poeta Cabanyes, en el barrio de Poble Sec.
–¿Es cierto que su mamá llegó caminando a Barcelona desde Zaragoza?
–Era una exilada de su pueblo del que salió con camiones cargados de niños que iban huyendo de los bombardeos con los fascistas. Llegó hasta la frontera y allí tuvo que regresarse. Estuvo unos años en este trayecto, hasta que se instaló en Barcelona. Luego conoció a mi padre y se casaron.
–¿Cómo fue su educación? ¿Qué recuerda de ella?
–La parte más importante de la educación estuvo en mi casa. Tuve la suerte de tener muy buenos maestros, porque me trataron con mucho cariño y cuando estaba en la universidad, me trataron con mucho respeto. Fueron referentes, docentes de pensamiento. También está la calle. Esa es la otra parte de la educación. La calle me ha educado mucho y he tenido buenos referentes. Había que acudir a la picaresca para sobrevivir. Había que alargar el poco dinero que tenías en el bolsillo y cualquier método era válido.
–En la escuela no le enseñaron ni a Antonio Machado ni a Miguel Hernández, ¿cuándo o cómo entra en contacto con estos poetas?
–En las escuelas no enseñaban nada que tuviera que ver con la España liberal, republicana, catalana, nada que no correspondiera al lenguaje, y la manera de los que ganaron la guerra, los franquistas. Había un único idioma, el castellano, y una única manera de pensar, la fascista. No todos comulgaban con el régimen y con el clero. Teníamos gente que nos ayudó a seguir pensando, idas en la casa y vecinos.
–Su casa sí era un territorio bilingüe y de libertad.
–Sí. Mi hermano y yo hablábamos con mi padre en catalán, y con mi madre en castellano, con naturalidad. Y hablábamos con algunos vecinos en catalán y con otros en castellano. Aquí nos tocó vivir esta forma un tanto complicada que es utilizar dos idiomas. Pero tengo nietos que son trilingües, que hablan catalán, castellano e inglés. Ahora hablan un poco mezclado, pero poco a poco los van separando. Cuando aprender es algo natural y las pilas están nuevas, es bastante fácil. Para nosotros no representó ningún trauma.
–Además de su hermano, vivió con dos primas.
–Sí. Esas niñas, sobrinas de mi madre, habían quedado huérfanas. Eran como dos hermanas. Nosotros siempre nos hemos considerado cuatro hermanos.
–Su barrio, Poble Sec, ha cambiado mucho.
–Sí, porque el barrio siempre ha sido un barrio de inmigrantes. Cuando era chico, estos inmigrantes eran gente de otros lugares de España y gente de la vida, del teatro, porque la calle de abajo estaba llena de teatros, de music hall. Eran las calles del ambiente y de la noche y, por tanto, muchos de los trabajadores tenían su casa. Esto, mezclado con gente catalana. En Montjüic también se instalaron muchas chabolas y se hicieron villas que desaparecieron en los años sesenta. Para las Olimpíadas eran ya un jardín. Está irreconocible, pero ahora también está lleno de inmigrantes: dominicanos, paquistaníes, y otros latinoamericanos, porque el barrio ha tomado también ese cachet de popular y activo y simpático. El problema que estamos teniendo ahora en el barrio –hablo del barrio como si aún estuviera ahí– es que al convertirse en un lugar de viviendas apetecibles, había gente que tenía alquileres desde hace muchos años. A la gente vieja la están echando de las casas de alquiler para venderlas a otra gente de afuera, gente que compra la casa a sus hijos que vienen a estudiar. Siempre ha sido un barrio muy vivo.
–¿Cómo es hoy su vida en Barcelona, en sus calles?
–Mi vida es muy normal. La gente me saludará. Me sonreirán otros. Espero que nadie me insulte. Quiero a esta ciudad y esta ciudad me quiere a mí. Se produce algo curioso: cuando estoy un tiempo sin aparecer en la TV, el empaste se va moldeando más con el resto de los ciudadanos, y cuando aparezco empiezan a mirarme más.
Entre Serrat y la Argentina existe una pasión que no cesa, un vínculo entre varias generaciones que corean sus versos perennes. Desde 1969, cuando pisó por primera vez el país, hasta la fecha, Serrat fue testigo de acontecimientos claves. "El día que volvió Perón estaba ahí. Fui testigo no presencial, porque no estaba en el aeropuerto, pero sí recuerdo perfectamente la matanza de Ezeiza. El asesinato montado por la extrema derecha en el aeropuerto donde tantos muchachos no solo murieron a tiros, sino colgados de los árboles. Y vi cómo Perón echaba a los muchachos de la Plaza de Mayo", recuerda. Fue censurado durante la última dictadura militar e integró las listas negras.
"Para ser tan internacional, hay que ser muy provinciano", dijo. Nunca se aparta del Mediterráneo en su obra. "Siempre pensé que los artistas que pelean por llegar a la gente, por ser internacionales, los únicos que se reconocen como tales, son los provinciales. La gente provincial tiene las cosas comunes para contarse los unos a los otros, por más diferentes que sean sus ojos o su físico, por más distintos que sean sus dioses o el color de su piel, o la forma de practicar el sexo. Estos coinciden todos con que sus hijos sangran de la misma manera, los aman de la misma manera, sufren por las mismas razones. Somos todos tan parecidos que cuando pretenden separarnos en función de lo que desconocemos de nosotros, cuando pretenden darnos miedo con todo aquello que ignoramos, cuando pretenden cambiar a un ser humano por la forma de cubrirse la cara o de mostrar sus desnudeces, nos están tratando de engañar porque somos todos absolutamente iguales, no solo antes Dios, sino ante nosotros también. Por más que se haga algo contra el hombre más lejano, el más olvidado de los individuos, se está haciendo contra el más cercano".
Serrat viajó a la isla griega de Lesbos en 2016, invitado por el carismático conductor Andreu Buenafuente, para hacer visible la problemática que allí se exuda, y regalarles a los voluntarios su interpretación de "Mediterráneo". Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, tres de cada cien personas mueren en el intento de cruzar el Mediterráneo y solo en 2017 se registraron 3081 desapariciones de personas que intentaban llegar a la orilla europea. "Cantar esta canción es una forma de pedirle perdón a este mar al cual se responsabiliza de tantos desastres cuando siempre ha sido un promotor de relaciones entre los hombres, las culturas y los pensamientos", pronunció en aquel momento.
–¿Imagina una solución a este conflicto?
–Esa gran migración es, sin lugar a dudas, la más grande que se ha producido en la historia. Esto ocurre por dos causas fundamentales: la guerra, producida por factores externos, y el hambre. Estas se reducen a una sola: la codicia. Tanto el hambre como la guerra las producen los pueblos ricos. Ha ocurrido en Irak, Siria, El Líbano, Egipto, Libia, el Chad, en todo África. Es terrorífico. La gente escapa. Nadie quiere ver morir a sus hijos. Y se quedan los más pobres, los que no pueden siquiera salir. Los refugiados tienen algo, aunque sean sus pies, algo de dinero. Todo esto se lo quitarán los piratas organizados, los meterán en unas pateras y los tirarán al mar, con la esperanza de que se hundan. Es una situación cada día más angustiosa porque cada día es menos noticia. Europa reacciona a esto votando unas leyes que permitan absorber a una cantidad de esta gente y distribuirlos en todos los países, pero, desgraciadamente no se ha aplicado ninguna de estas leyes. Por el momento no le veo solución.
–Hace un tiempo dijo que España había sido la madrastra de América Latina, y no la madre. ¿Cómo es hoy este vínculo?
–La idea que se me ocurre ahora es la de Cenicienta, porque hay una madrasta, pero esa mujer tiene hijas que son peores que la madrastra. Para España, frente al adjetivo de "Madre Patria" siempre pensé que podría aplicarse el adjetivo de "Patria Madrastra". La historia entre los mantuanos y el criollismo todavía está por aclararse y explicarse bien en los colegios.
Serrat viste una remera estampada con un cubo rubik y la frase Barcelona para armar. Fue él quien, en pleno régimen de Francisco Franco, en 1968, se negó a participar del Festival Eurovisión por no poder hacerlo en catalán. Este acto, antes que de rebeldía, era una oda a la valentía. El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón, que también inspiró este año una serie, es quizá la novela más reciente que retrata este escenario de peligro y de la gauche divine. En 1975 estaría exiliado en México durante casi un año por criticar los fusilamientos de militantes españoles poco antes de aterrizar en el D.F., opinión que los franquistas repudiaron con una orden de veto y de detención apenas pisar su país. Hoy, Serrat, que había sido señalado de catalanista, es acusado de traidor por los independentistas.
–¿Cómo vive esta situación en Cataluña?
–Es un momento muy difícil. Creo que es un asunto que tiene muchos actores implicados, no solo Cataluña y España. Cataluña es un conglomerado, no es solo la que gobierna en la Generalidad. Además, hay otros actores implicados en esta historia, como la Unión Europea y los mercados. Hablan del diálogo. Yo no veo que nadie ponga de su parte para que este diálogo sea posible. Parece que se cumple la máxima cuanto peor, mejor.
–¿Si le propusieran a usted juntar las partes para el diálogo?
–Yo no soy mediador, soy voz y parte, como cualquier ser humano. No estoy por encima de ninguno ni tengo la capacidad ni la voluntad de hacerlo. Es como la máxima de Groucho Marx: "No me haría nunca socio de un club donde me admitieran como miembro".
Serrat a menudo se va por las ramas cuando habla. "Me enrollo mucho. Tendrá usted que hacer limpieza de todo esto que dije", y comienza a despedirse para asistir a un funeral y para luego sacar a pasear a su perro, Sábato. También emerge su rol más reciente y más desconocido: el de abuelo: "Ahora ven unas cosas… señores mayores disfrazados que les cantan canciones". Mide sus palabras, en este y en todos los ámbitos, y no por eso es menos sincero: "Si hablar mal de alguien se considera mentir a propósito, no lo haré nunca".
LÍNEA DE TIEMPO
- 1943. Nace en Barcelona y crece en el barrio obrero de Poble Sec, al pie de Montjüic.
- 1965. Debuta en Radio Barcelona en el programa de Salvador Escamilla y graba su primer disco.
- 1968. Televisión Española lo elige para representar al país en el Festival de Eurovisión. Serrat quiere cantar en catalán, pero el régimen le exige hacerlo en castellano y las autoridades designan a otro artista para la competencia.
- 1971. Aparece el disco Mediterráneo, el más emblemático de su extensa producción, que contiene el tema homónimo.
- 1975. Se exilia en México tras realizar, durante una entrevista, críticas al régimen franquista, que dicta una orden de búsqueda y captura.
- 1992. Ante más de 200 mil personas, en la Plaza de los Dos Congresos, Serrat realiza un recital gratuito.
- 2007. Parte en una gira mundial con su amigo Joaquín Sabina y de esta experiencia nace el disco Dos pájaros de un tiro. Los artistas vuelven a recorrer juntos escenarios internacionales en 2012 y se despiden en La Bombonera ante 40 mil personas.
UNA OBRA MAESTRA COMO LEITMOTIV
"Yo no estoy para esperar". Con este argumento que tiene más de entusiasmo que de impaciencia, Joan Manuel Serrat da la bienvenida al público de su último espectáculo Mediterráneo Da Capo [bautizado con el término italiano que en la interpretación musical significa volver al principio], con ese mar y esos acordes como leitmotiv. Serrat no esperó a la cifra redonda –el medio siglo– para conmemorar este disco, una obra de arte de la canción hispanoamericana. El artista recorre el LP de punta a punta en la primera mitad del recital, donde distintas generaciones corean "Aquellas pequeñas cosas", "Qué va a ser de ti", "Lucía", "La mujer que yo quiero" y "Vagabundear", entre otras. El trovador catalán intercala con su voz inclemente al paso del tiempo recuerdos e impresiones, acompañado con una sólida banda de músicos que presenta con nombre y apellido, algo no tan usual en artistas de su calibre. Serrat interpreta un repertorio de casi treinta temas en castellano, en catalán ("Plany al mer") y hasta en francés ("Le mer"), canta a Antonio Machado ("Cantares") y a Miguel Hernández ("Menos tu vientre" y "Para la libertad"), a "Los locos bajitos" y a "Penélope" y despotrica contra otros hombres que no le caen nada simpáticos, en "Entre esos tipos y yo hay algo personal". Serrat regresa a la Argentina y a las varias funciones agotadas que tiene en el porteño Gran Rex, viajará para presentarse en Salta, Tucumán, Córdoba, Mendoza y Rosario.
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