Jessica Trosman y Martín Churba, en versión sustentable
Volvieron en medio de la pandemia, y más livianos que nunca. Esa es la entrelinea que surge inmediatamente al ver de nuevo en la escena de la moda local a los diseñadores Jessica Trosman y Martín Churba. Juntos, veinte años después de haber sido pioneros en el diseño de autor argentino e inspiración para al menos dos generaciones de creadores, ahora están de regreso cada uno con la extensa experiencia de su propia marca y con la certeza de que el modo debe ser sostenible. Si bien los encuentros entre ambos surgieron para empezar a cranear la intervención artística textil que harán en el Museo de Arte Moderno en 2021, fue en esas reuniones que surgió Jaramillo: la cápsula que desarrollan en el marco del Ecosistema Tramando.
Esta propuesta de indumentaria está realizada íntegramente a partir de un lote de ropa de trabajo que les donaron de un taller textil en desuso. Así, utilizaron overalls, pantalones, y chaquetas fabricados en la década del 80, para diseñar y confeccionar nuevas prendas en rojo, amarillo, verde, blanco y azul. "Desarmamos y volvemos a armar", sintetizaron los diseñadores en la presentación que hicieron a través de un vivo de Instagram, donde explicaron la propuesta y mostraron la ropa creada para la tribu de seguidores que los acompañan desde fines de los 90.
Con Jaramillo, la dupla apuesta a una moda sostenible basada en lo afectivo, incluso en una iniciativa hedonista que según Jessica Trosman consiste en "transformar desechos en deseos". Y al mismo tiempo afilan el mensaje social, al dar cuenta del entorno socio económico y de la crisis que atraviesa el sector.
"Estamos poniendo el ojo en los talleres que están agonizando –explica Churba–, se trata de personas que saben hacer eso y no otra cosa, deberíamos ayudarlas para que esas empresas familiares sean lugares productivos, cooperativos, y que poco a poco se vayan recuperando". De eso se trata el homenaje que con esta cápsula hacen a los talleres textiles que se vieron complicados en las últimas décadas y ahora afectados como consecuencia de la pandemia.
Repensar los usos
Ese propósito, el de seleccionar prendas ya existentes y desarmarlas para con esa materia prima generar otras nuevas, con valor agregado, se llama upcycling y es un modo de hacer cada vez más frecuente en marcas de todo el mundo. Lo empleó Jean Paul Gaultier en enero de este año cuando presentó su última colección al mando de la firma realizada con materiales de colecciones anteriores, también Vivianne Westwood trabajó en ese sentido en distintas oportunidades y fue el diseñador Martin Margiela quien de esa técnica hizo un leitmotiv de su carrera.
En Argentina, Jessica Trosman recurrió al upcycling en 2016 cuando revitalizó prendas provenientes de la fábrica jeanera Lee en nuevas creaciones también en denim, y Churba hizo algo parecido en el 2019 cuando presentó Stock Divino Tesoro, utilizando material textil que tenía en el propio depósito de la marca.
Lo cierto es que si bien esta opción sostenible sobresale en tiempos de la crisis sanitaria y económica provocada por el coronavirus, puede encuadrarse en el imperativo más amplio del sector de la moda preguntándose: para qué producir a gran escala, por qué hacer tantas líneas por temporada, o por qué no dejar de usar materiales que no son biodegradables y que pueden permanecer durante décadas sobre el planeta o terminar en la profundidad del océano.
Ese fue el caso de Gucci que comenzó a trabajar con un nuevo tipo de nylon reciclable que puede ser regenerado infinidad de veces. Además, en mayo de este año, después de que Italia sea azotada por la pandemia, su director creativo Alessandro Michele se despachó con el comunicado "Notas desde el silencio", anunciando que la legendaria firma se bajaba del frenesí habitual del sistema fashion y sólo haría dos colecciones por temporada. En esa línea también se manifestaron diseñadores como Dries Van Noten y la uruguaya Gabriela Hearst con una la publicación de una petición para modificar la industria.
Las posturas de esas marcas de moda además representan una respuesta posible a la problemática de los desechos textiles. Si bien ya existen empresas que, desde que empiezan el desarrollo de un producto, ya plantean cuál será su destino una vez que entre en desuso, sigue siendo realmente significativa la cantidad de ropa que termina en la basura.
Esto se debe al negocio de la moda, incrementado por la tendencia fast fashion, que de acuerdo a un informe de Greenpeace produce más de 80 mil millones de prendas por año, y que aún generando volúmenes de compra 400% mayores que hace veinte años, la oferta sigue superando ampliamente a la demanda. En este contexto, con firmas y diseñadores que al menos se muestran reflexionando sobre su modo de producir y respecto de los materiales que utilizan, es posible pensar que –en los mejores casos– también trabajan en proponerle al cliente una opción desacelerada de consumo indumentaria.
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