Un documental con imágenes inéditas y personales recupera los primeros años de Jane Goodall, la célebre primatóloga hoy convertida en activista ecológica. De paso por Buenos Aires, revela cómo fueron aquellos días en Tanzania.
Habla con temple de monje tibetano. Jane Goodall sabe que se trata de eso: de hablar, de repetir el mensaje, de responder lo que todos en alguna parte del mundo le vuelven a preguntar. Es “la mujer que viaja 300 días al año”, “la primatóloga más famosa”, “la mujer de los monos”. Hay un video de 2013 que recorrió el mundo: se la ve a ella en la selva africana, junto a un grupo de personas, en plena tarea de liberación de una chimpancé. Atraviesan un río. Al llegar a un claro, abren la puerta de la jaula. La mona trepa al techo. Mira toda la libertad que la espera. Antes de irse, abraza a Goodall. Se quedan unos instantes así. Luego la chimpancé se pierde en el verde. Millones de personas miraron el video. Pero antes de todo eso, del abrazo, de la admiración universal, de esta sexta visita a la Argentina, esta historia que hoy se revisita comienza con una joven alta y rubia que llegó a Tanzania en 1962 para observar los chimpancés.
Soñar, viajar, cumplir
De su cuello cuelga un dije con los contornos de África. Por detrás asoma el afiche del documental que competirá este año por el Oscar (aseguran, firme candidato a ganarlo) y que se estrenará en marzo por NatGeo. Jane, dirigido por Brett Morgen, se hizo con imágenes recuperadas de su pasado, filmadas por quien fue su compañero, su primer esposo y padre de su único hijo, el prestigioso fotógrafo naturalista Hugo van Lawick. Goodall conserva la belleza y la lozanía de la foto. Mantiene también el peinado: esa cola baja que adoptan las mujeres que corren de un lado a otro.
Dos días antes de la entrevista, ante una sala llena, Goodall presentó el film que se estrenará en marzo en National Geographic y cortó el silencio reverencial con un saludo inesperado: “UH UH UH UH”. Explicó que era el lenguaje de los monos, el que tantas veces escuchó en su vida como primatóloga. Y dijo:
–Esta soy yo. Yo soy Jane.
Luego de ver las 140 horas de material de archivo de sus primeros días en África, de hablar con ella durante tres días y de pasar seis meses editando, el director Brett Morgen (que también hizo, por ejemplo, el film sobre Kurt Cobain, Montage of Heck) dijo:
–Cuando yo me muera, quiero que sea la vida de Jane la que pase por mis ojos.
Es que Goodall es como un carro que avanza: quería ser naturalista, ir a África, conocer los animales y escribir libros sobre ellos. Nació el 3 de abril de 1934, en Inglaterra, en una familia que no tenía el dinero como para pagarle los estudios universitarios. En 1962 tenía 26 años, algo de plata ahorrada y la determinación de no hacer esperar más su sueño. Y quiso la historia que un día el antropólogo Louis Leakey necesitara que alguien hiciera el trabajo de campo en África para estudiar los chimpancés. Buscaba probar que el origen humano estaba allí. Quería a alguien con la mente abierta, sin prejuicios académicos. Llegó a Jane, o Jane llegó a él. Y ahí comenzó este viaje.
Gombe fue su paraíso en Tanzania. Montaña, selva y los esperados animales. Un primer problema: costaba encontrar financiación para una joven inglesa sin experiencia. El otro problema: no podía ir sola, entonces su madre la acompañó. Tenía seis meses para hacer progresos. No fue fácil.
Fueron largos meses hasta que los chimpancés se acostumbraron a su presencia y pudo franquear el muro invisible que existía entre ellos. Empezó a distinguirlos, a anotar sus características, a nombrarlos. Un día vio cómo David Greybeard, uno de ellos, agarraba una rama, le quitaba las hojas y la usaba para conseguir comida. Probaba así que no solo los humanos usaban herramientas. De inmediato, le mandó un telegrama a Leakey con las novedades. Él le respondió: “Debemos redefinir al hombre o aceptar a los chimpancés como seres humanos”.
La chica de tapa
Comenzaron los papers, la polémica, las tapas en diarios y revistas. Ella empezó a llamar la atención: rubia, alta, bella, en medio de lo salvaje. National Geographic decidió financiar, pero a cambio debía aceptar que mandaran a un fotógrafo que registrara eso. Resultó ser Hugo van Lawick. Con él llegó el amor y su vida a la vez se convirtió en una especie de apasionante reality show sin aire. En el verano de 1963, Orson Welles le puso su voz a parte de ese material en La señorita Goodall y los chimpancés salvajes. Quedaron fuera muchas cosas; por ejemplo, la relación que crecía entre ella y Hugo, y el amor que se filtraba en cada plano.
Goodall escribió más de 15 libros y otro tanto para niños. Recibió premios, honores. También, críticas: muchos científicos todavía menosprecian su método, su modo de acercarse y de nombrar a los chimpancés. Pero sus investigaciones siguen vigentes y hace apenas unos meses se publicó en la revista Nature un estudio hecho en Gombe: parte de sus apreciaciones para concluir que los chimpancés tienen distintas personalidades.
Quince minutos con Jane
Le duele la garganta, pero sigue. Alguien le pregunta si quiere una pastilla. Ella dice que no, que esperará su medicina. Enseguida, le acercan un vaso con un líquido ámbar. Ella le agrega un chorro de agua y lo toma.
–¿Qué es?
–Whisky.
El día anterior había hablado para 1.200 personas en la Usina del Arte. A la noche, una gala en el Colón para recaudar fondos. Luego viajaría a otros países para las mismas maratónicas jornadas.
–¿Qué le pasó cuando vio el documental por primera vez?
–No lo vi hasta que fue editado en su formato final. Me llevó de nuevo a aquellos días de una manera en la que ningún otro documental lo había logrado. Hay momentos de mi vida privada que nunca antes habían sido mostrados. Hay también escenas de los chimpancés teniendo sexo y escenas escabrosas de chimpancés muertos que National Geographic nunca antes había mostrado. Ahora la cadena tiene otra cara, se ha vuelto más realista. Todo me llevó a aquellos días, en especial esas imágenes de los chimpancés que conocí tan bien y las escenas de mi hijo, de bebé... había olvidado cuán hermoso era…
–Hay imágenes de ustedes dos en Inglaterra, yendo a la escuela en la que se quedó para estudiar: ¿quién los filmó?
–No tengo idea de dónde salió eso. Supongo que habrá sido Hugo. Han hablado mucho de eso, como si hubiera dejado ir lejos a mi hijo. No fue así. Él fue a lo de mi madre y nosotros éramos una familia tan grande, tan amplia… Estar con ella o estar conmigo era lo mismo. Éramos una familia muy unida.
–Eso tiene que ver con ciertas estructuras de lo que una mujer “debe” o “no debe” hacer. ¿Qué otras críticas recibió por ser mujer?
–Yo no veía diferencia entre ser hombre o ser mujer. Cuando era joven quería hacer algo que solo los hombres hacían, pero mi mamá me alentó y me dijo que trabajara duro para ello. Yo fui criada de una manera en la que no había diferencias. Eso de ser una mujer ni siquiera ocupaba lugar en mi pensamiento. Leakey pensó que las mujeres trabajarían mejor en el campo, que tendrían más paciencia, y tomé esa oportunidad. Y en Tanzania, con una independencia reciente, me veían como una joven indefensa que quería ayudar. Algo similar pasó con National Geographic: me sacan fotos a mí, no exactamente una persona fea (sonríe) con los chimpancés; la bella y la bestia… eso fue muy ventajoso…
–¿Y los científicos?
–Oh, los científicos… Al principio decían: “¿Por qué deberíamos creerle a esta jovencita?”. Pero mientras Leakey creyera lo que yo decía, a mí no me importaba. Y vino Hugo y filmó y documentó que lo que yo decía era verdad. Luego Leakey dijo que necesitaba conseguir un doctorado y tuve que pararme frente a esos que decían que los animales eran cosas sin sentimientos ni personalidades. Mi perro me había enseñado que eso no era verdad cuando yo era una niña y mi madre me había enseñado que tuviera fe en mí misma, así que me planté y defendí lo que creía. Y tuve mi doctorado.
–Cuenta que hubo una conferencia clave, en 1986: entró como científica y salió como activista. ¿Cómo fue eso?
–Simplemente no tenía idea de que la selva estuviera desapareciendo, ni de que los chimpancés estuvieran desapareciendo en otras áreas de África. No sabía de las horrorosas condiciones en investigaciones médicas, ni de los crueles entrenamientos a los que los sometían. Fue tan shockeante… Yo entré siendo una clase de persona, una científica con una vida maravillosa, que pensaba que podría mantenerme así para siempre: una base de investigaciones, estudiantes, un hijo, y me fui sabiendo que debía hacer algo. No tuve que tomar una decisión difícil, fue una decisión que se tomó por mí.
–¿Cuán difícil se le hace estar lejos de Gombe?
–Vuelvo dos veces por año, pero está cambiado. Mantenemos distancia con los chimpancés, el lugar parece diferente. La gente va y lo ama, pero porque no sabe cómo era antes. No lo extraño. Extraño los viejos tiempos.
El Instituto
En 1977, Goodall fundó el Instituto que lleva su nombre y que se dedica a juntar fondos para proteger a los chimpancés en África, pero también trabaja para la protección de todas las especies y para la conciencia ambiental. Hoy están presentes en más de cien países. Desde 2011 está en Argentina y fue el primer lugar de América latina en el que hicieron base. Trabajan con niños, jóvenes y adultos.
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