El asesino serial más famoso de la historia, de quien nunca se comprobó su identidad,
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Este 31 de agosto, se cumplirá un nuevo aniversario del día en el que apareció la primera víctima –en el año 1888– de ese desconocido al que se ha dado en llamar “Jack, el Destripador”. Mucho se ha escrito e investigado sobre el mismo, buscando descubrir quién fue realmente y cómo pudo escapar a las búsquedas realizadas por los detectives de Scotland Yard.
Pero lo que no se difunde demasiado es que fue un destacado criminólogo argentino –me refiero al Dr. Juan Jacobo Bajarlía– quien acumuló una serie de evidencias para sostener que este asesino serial vivió y murió en la Argentina. Es más, para Bajarlía inclusive se trataba de un argentino.
“Al regresar a Buenos Aires, revisando mi archivo de crímenes – escribe Bajarlía – tuve una evidencia sobre la cual no me atrevo a escribir todavía. Jack el Destripador, desaparecido de Londres, había muerto en Buenos Aires, a los 75 años, en un hotel de la calle Leandro N. Alem, frente a la plaza Mazzini, hoy Roma, una mañana lluviosa de octubre de 1929.”
Mi larga amistad con este criminólogo me permitió dialogar numerosas veces al respecto. Los encuentros fueron en ese café de la calle Cerrito – frente al Obelisco – donde solía reunirse con quienes compartían otra de sus actividades en las que también se destacó: la poesía, la novela, el cuento y el ensayo. Allí conocí a Héctor Lastra, Enrique Medina y Jorge Asís; por sólo nombrar algunos.
En febrero de 1976, en el número 3 de la Ellery Queen’s Mystery Magazine, el ripperólogo y escritor argentino Juan-Jacobo Bajarlía desarrolla la tesis de que Jack el Destripador habría muerto en Argentina. Su sospechoso es un tal Alonzo Maduro, financista que estuvo en Londres, en la época de los crímenes de Whitechapel, tratando de colocar acciones de una compañía argentina. Con ese fin se presentó en Greesham House, brokers de Old Broad Street, trabando contacto con un joven secretario, un tal Griffith Salway, con quien compartió una serie de almuerzos comerciales. Salway se cruzó con Maduro en Whitechapel, la noche de la muerte de Emma Smith. Pocos días después, lo escuchó decir que todas las prostitutas debían morir.
Hasta ahí no pasaría de una sospecha, si no fuera por el descubrimiento que Salway hiciera poco antes del retorno de Maduro a Buenos Aires, tras frustrarse sus intenciones comerciales: hallazgo que Salway sólo confesaría en 1952, a su propia esposa, en el lecho de muerte.
Tras la muerte de Mary Kelly, Maduro preparó el regreso a Argentina, oportunidad en la que Salway lo ayudó a preparar las valijas. En esa tarea, descubrió que uno de los baúles de Maduro tenía un doble fondo, en el que halló un sobretodo gris, un sombrero flexible, un delantal manchado de sangre y un juego de bisturís. Salway se convenció que Alonzo Maduro era Jack el Destripador. La pista de Maduro se pierde ahí. Regresa a Buenos Aires y nada más se sabe. Bajarlía, conocedor de estos hechos, decidió ponerse a investigar.
En 1979, en otro artículo en la revista Magazine, detalla que la valija tenía una etiqueta con una dirección “Paseo de Julio (ilegible) Buenos Aires”. Bajarlía encontró testimonios de que un pintoresco personaje se paseaba entre los árboles de Paseo de Julio (hoy Leandro N. Alem), entre 1890 y 1910, vestido con las prendas descriptas por Salway.
Su nombre era Alfonso (y no Alonzo) y su apellido, tal vez, Maroni. En un artículo posterior publicado en el diario Clarín, de Buenos Aires, durante el año 1988, Bajarlía asegura que el asesino murió a los 75 años, en octubre de 1929, en una casa frente a la actual Plaza Roma.
Hay un dato adicional: en el libro “Jack, the Ripper” Daniel Farson cita una carta de un tal Barca, de Streatham, que asegura que, entre 1910 y 1920, había un pub en Buenos Aires, propiedad de Jack, el Destripador. El bar se llamaba “Sally’s Bar” y el historiador Enrique Mayochi le aseguró a Juan José Delaney que existía un bar con ese nombre, en la calle 25 de Mayo, muy frecuentado por miembros de la comunidad británica en Buenos Aires y por marineros de paso por la ciudad.
Si la pista de Alonzo Maduro se pierde en estos datos, más fructífera es la historia del húngaro Alois Szemeredy. Alois había estudiado cirugía en su juventud. Luego trabajó como médico militar, primero en Europa y luego en Argentina, a donde emigró en 1874. Dos años después vivía en el Hotel Provenza, ubicado en la Calle Cangallo (actual Perón) 33, hotel del que se fue, aduciendo que había sido víctima de un robo. Pasó a vivir a unas pocas cuadras de allí, en el Hotel Roma, en Cangallo 323.
A las 9 de la noche del 25 de julio de 1876, Szmeredy se cruzó en la calle Corrientes con Karoline Metz, una joven de 20 años, a quien había conocido en el barco que lo trajo a Buenos Aires. Conversó con ella, en su alemán natal, y se fueron juntos, al cuarto de ella.
Poco después de las 10 de la noche, el novio de Karoline, Baptiste Castagnet corrió por la calle Corrientes, gritando “¡Asesino!”. La policía acudió al cuarto de la chica, en la misma calle Corrientes, y encontró su cadáver, sobre la cama, con la garganta cortada en el lado derecho.
También se halló un saco gris, un cuchillo en su funda, un sombrero de fieltro negro y, en el bolsillo del abrigo, un reloj de oro. El reloj sirvió para identificar al asesino: Alois Szmeredy. La noticia del crimen se publicó al día siguiente en The Standard, el diario en inglés de la comunidad británica.
La noticia agregaba que el asesino había sido atrapado por la policía argentina, al regresar semidesnudo a su hotel. Pero era una versión infundada. Szmeredy escapó y durante dos años no se supo nada más de él, hasta que fue extraditado de Brasil, al ser descubierto en una fiesta en Río de Janeiro. Llevado a juicio, en abril de 1879 se lo sentenció a muerte, por robo y asesinato. Todavía estaba vivo en septiembre de 1881, cuando solicitó un nuevo juicio, del que fue absuelto de todos los cargos, menos del robo del reloj. El tiempo que estuvo procesado le sirvió como compensación y fue liberado. Pese a que recibió ofertas laborales, Alois volvió a Budapest en marzo de 1882, donde fue detenido por desertor. Alegó locura y internaron en un asilo, del que salió para estar al cuidado de su familia. En 1886, el Dr. Gotthelf Meyer tuvo una entrevista con Alois, para obtener información sobre las condiciones legales en Sudamérica. Lo describió como un hombre de 45 años, alto y delgado, cabello castaño, grandes manos, ojos penetrantes y un poblado y “bello” mostacho.
Conocemos el final de Alois Szmeredy. Fue detenido en Viena, el 1° de octubre de 1892, sospechoso de asesinato y robo. Varios testigos lo reconocieron por su mostacho y Alois confesó sus crímenes, antes de suicidarse, cuando su proceso judicial aún no había terminado. Que Alois Szmeredy era un asesino, no quedan dudas. Pero no hay ninguna prueba de que haya estado en Londres (o en Europa, siquiera) durante el otoño de 1888.
Una voltereta más. Eduardo Zinna propuso que Alois Szmeredy y Alonzo Maduro son, en realidad, una sola persona. Su argumento: ambos nombres suenan similares, sobre todo para un inglés con pobre conocimiento del castellano. Por lo que Salway pudo “traducir” el apellido Szmeredy como Maduro. Adam Wood pone en duda esta posibilidad, porque las descripciones físicas de ambos no coinciden, según los testimonios de aquellos testigos que los conocieron.
La última pista de Jack, el Destripador en Buenos Aires, viene de la declaración de un sacerdote irlandés, el Padre Alfred Mac Conastair, que ingresó a la congregación pasionista, tras exiliarse en Argentina a los 17 años. El padre Mac Conastair le contó al profesor universitario y escritor Juan José Delaney, en 1989, que guardaba el secreto de otro sacerdote de la congregación que, en los años 20, había sido capellán en el Hospital Británico.
Cumpliendo su sacerdocio, este capellán acudió junto al lecho de un enfermo terminal que, pese a ser de otra religión (¿protestante, tal vez?), pidió confesarse. El moribundo le reveló que él era Jack, el Destripador y era el autor de los asesinatos de las prostitutas que habían enfermado fatalmente a su hijo. Pocos días después, el Dr. Stanley falleció y fue enterrado en el Cementerio del Oeste, la actual Chacarita.
Esta historia trae reminiscencias de otra similar, contada por el periodista del Buenos Aires Herald, Leonard Matters, incluida en su libro “El misterio de Jack, el Destripador”, editado en 1929. Matters cuenta que un ex discípulo de un tal Dr. Stanley, fue convocado de urgencia al hospital, a la cama 58, donde se encontraba éste gravemente enfermo. El médico llegó a tiempo para que el Dr. Stanley confesara que él era Jack, el Destripador. Matters alude a otra fuente, Mr. North quien aseguró que cierto médico, cuya esposa e hijo habían muerto, era el asesino de Whitechapel.
Bajarlía estaba convencido que Jack había muerto en la Ciudad de Buenos Aires, a los 75 años, en un hotel de la calle Leandro N. Alem, frente a la plaza Mazzini, hoy Roma, una mañana lluviosa de octubre de 1929.
No podemos terminar este trabajo sin recordar que, en 1910, varios detectives de Scotland Yard – con autorización del gobierno argentino – llegaron a Buenos Aires con la finalidad de hallar rastros que les permitieran dar con el famoso asesino serial. Se fueron con las manos vacías.
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