J. P. Zooey y la comunicación en tiempos de selfies
En la literatura, los seudónimos han creado intriga sobre los autores, detrás de ellos y sus obras, entretejiendo historias de escritores reservados y muchas veces excéntricos. El del autor argentino J.P. Zooey tiene un apartado extraordinario. Así lo cuenta: "En 2007, cuando comencé a publicar mis primeros textos literarios en revistas, le comenté a un amigo que lo haría con seudónimo. Al menos, el primer cuento lo publicaría así. Este amigo, también escritor, me dijo que no pasaría ni un mes sin que alguien publicara en un blog o algún sitio de internet que el escritor del seudónimo era Juan Pablo Ringelheim. Era la época de los blogs y, como siempre, la chismografía era una práctica habitual del mundo de los escritores y escritoras. Le aposté a un amigo que mi nombre J.P. Zooey estaría diez años sin que fuera vinculado con mi nombre civil. Y así sucedió. Pasaron diez años y en ningún blog, en ningún sitio ni red, en ninguna nota periodística tampoco, se vulneró el velamiento de mi identidad. Una vez que gané la apuesta, en 2017, decidí aparecer en un pequeño evento en el espacio Moebius".
J. P. Zooey nació en Buenos Aires en 1973 como Juan Pablo Ringelheim y firmó con seudónimo la novelas Sol artificial, Los electrocutados, Te quiero y Manija. A partir de la quinta ¡Florecieron los neones! (2017) salió con foto y cualquiera que lo googleara encontraría su nombre civil. Ahora, Zooey lanzó su primer ensayo, Corazones estallados. La política del posthumanismo (Compañía Naviera Ilimitada), un trabajo que bucea en los porqués de la comunicación de masas y las relaciones humanas del siglo XXI, sostenido en la corriente humanista del Renacimiento italiano que redefinió lo que debía entenderse por humano y que por estos tiempos está en crisis. El estudio suma una particularidad: culmina con una entrevista del autor a sí mismo, hecha con su nombre civil, como le gusta decir a él.
"El uso del seudónimo (que mantengo) me permite escribir desde una identidad variante, desde una no-identidad, desde la diletancia y la contradicción. Nunca sé qué tengo para decir siendo J.P. Zooey, ni tengo expectativas hacia algún tipo de resultado en el lector. Mis textos dieron lugar a disparates de lectura. Creo que sucede porque no tengo mensaje para dar. No sé qué me interesa, ni qué busco como escritor. Pero también soy profesor y ahí sí debo saber", admite.
–¿Qué buscó con este ensayo?
–Algún tipo de respuesta a la incomunicación actual, a la falta de empatía de la sociedad. El libro refleja buena parte de los temas que doy en el seminario Problemas Contemporáneos de la Tecnología y la Comunicación, en la Universidad de Quilmes. Una de las inquietudes que más me movieron para el libro pasa por sentir y pensar que esta sociedad tan hipercomunicada a través de las más diversas tecnologías de comunicación masiva y personal redundan en el desencuentro. Esas escenas se pueden observar en los bares o en los restaurantes: dos personas se encuentran a cenar y están permanentemente chateando o enviando corazones a otras personas lejanas. A partir de eso, tomé una frase del italiano Franco Berardi, que dice que pareciera que el dicho bíblico "amarás a tu prójimo" fue reemplazado por "amarás al lejano". Eso provoca ciertos problemas en la intercomunicación personal y se irrigan ciertas patologías contemporáneas, como pueden ser la ansiedad, las fobias o la depresión. No dejo de vincularlas con la tecnología. Sin embargo, el mercado y la publicidad nos venden permanentemente que nos facilitan la vida.
–¿Qué diferencia al humanismo del poshumanismo?
–El humano es aquel capaz de ascender del ámbito terrestre y vulgar al espacio celestial del conocimiento y la sabiduría. Con el curso de los siglos, las comunidades humanísticas, fueran nacionales, barriales, escolares, de prensa o de filiación deportiva, reunieron a sus miembros en torno de los valores del esfuerzo laborioso, la igualdad, la libertad y la solidaridad. Sus valores se plasmaron en constituciones e himnos nacionales. En el poshumanismo, lo ciudadanos del país son usuarios que se reúnen alrededor de placas televisivas para ejercer expresiones estigmatizadoras. El poshumanista desconfía del poder civilizador de la educación y vive calculando el costo económico de mantener cárceles porque prefiere menos cárceles y más pena de muerte.
–¿Usted es humanista o poshumanista?
–Me considero humanista, pero claro que tengo de lo otro. Lo digo en la introducción del libro, tomo partido por el humanismo, pero soy alguien que está chequeando constantemente el teléfono celular. Mi literatura de ficción tiene rasgos poshumanistas.
–Una revista cultural lo tildó de taxativo porque usted dice que Cristina es humanista y Macri poshumanista.
–Es que solo analizaron una parte del todo, pero es un modo de enumeración, el ensayo no considera todo así. Las vertientes humanistas tienen rasgos poshumanistas, y viceversa. De modo irónico, los personajes se desplazan de un lado a otro. El libro es una apuesta fuerte a la argumentación como modo de hacer política y ofrece una crítica a la emocionalidad como herramienta exclusiva para desarrollarla. Mientras lo escribí, me pregunté: ¿el kirchnerismo no apostó a la emocionalidad? Sí. Pero creo que con argumentación. Creo que Macri apostó a la fe sin argumentación.
–¿Cómo describe este presente?
–Distópico. Las nuevas tecnologías lo definen como la democratización de los medios, porque todos podemos concebir el propio. Así damos nuestra opinión a través de Facebook, Twitter o Instagram, como si cada uno de nosotros pudiera mostrarle al mundo una mayor interioridad. Pero lo que veo es que pasa absolutamente lo inverso. El poder económico mundial colonizó y, por ende, pulverizó esa interioridad. Primero la monetizó y entonces nosotros ofrecimos alegremente nuestras emociones al mercado, un mercado que las escruta como Big Data, las capitaliza –el caso de Cambridge Analitycs es por demás claro, aunque imagino que debe haber muchos otros– y la destruyó. Un ejemplo son las encuestas emocionales con preguntas del tipo: "¿A qué personaje histórico te parecés?". Todo lo respondemos alegremente. Si el proceso es irreversible, al menos debemos ser conscientes de eso.
–Lo distópico fue abordado en el cine y la literatura, ¿con qué se siente identificado?
–Con películas como Blade Runner o Brazil, que ofrecen un refugio para el humanismo. Con la literatura de Ray Bradbury y también Kurt Vonnegut, que si bien imagina futuros donde todo está mecanizado o previsto por el poder, siempre hay una taberna donde los parias se juntan a beber.
–¿Esa es una esperanza?
–Por supuesto.
–La historieta también le dedicó espacio a un futuro distópico.
–Sí. Lo descubrí en la revista Fierro de la primera época, entre 1987 y 1990. Los de la vieja Fierro ilustraron un panorama de un totalitarismo más férreo, con armas. Esta sociedad es una especie de máquina blanda, una sociedad que Gilles Deleuze predijo en Posdata sobre las sociedades de control. Ya estaba en la cabeza de algunos intelectuales y artistas de ese momento este presente. Se animaron a presentar una perspectiva del porvenir invitando a reflexionar la condición humana y su relación con la tecnología. Dibujantes actuales como Jo Murúa, Pedro Mancini, Hernán Resquin, Juan Vegetal, Paula Sosa Holt y Julieta Arroquy forman parte de una generación que la están rompiendo y de la que se hablará mucho en un futuro.
–¿La entrevista final de Corazones estallados no rompe la formalidad de su investigación?
–Desde mi primera novela, Sol artificial, hasta Manija, la última, hice experimentos formales con ficción. Continuar un ensayo con una entrevista mía a mi álter ego retoma ese camino: nos gustó a la editorial y a mí. Quisimos que esa ligereza final chocara con la condensación de las ideas de la primera parte. Nos resultó gracioso y, al mismo tiempo, reflexivo; así nos anticipamos al debate que podía generar el libro.
–¿Potencia la historia?
–No se trata solo de contar una historia, sino de correr un riesgo estético, un riesgo que para mí se trata de una apuesta formal. No existe discurso que no se funda en el delirio.
Una sombra ya pronto serás
Ringelheim también instruye a estudiantes de la carrera de Comunicación de la UBA. Su cercanía con el público joven le permite encontrar nuevos elementos para sus análisis: "En el sistema educativo rige algo inquietante para los poshumanistas, que es la homogenización. El guardapolvos, por ejemplo, homogeniza la apariencia. En el otro extremo de la formación, en revistas científicas, doctores, magísteres y licenciados son evaluados por un sistema de referato que les garantiza igualdad de criterios para ser publicados. En la lista de asistencia de la facultad, a los alumnos se los ordena alfabéticamente. Todo esto es sumamente irritante para el poshumanista, que cree que debe ser tratado de manera personalizada. ¿Por qué el profesor lo llama por el apellido si hasta los empleados de Starbucks lo llaman por el nombre de pila?".
–Hablando de jóvenes, ¿qué significa culturalmente la selfie?
–La selfie sintomatiza la creciente falta de experiencia. Vi gente que pedía un plato de comida para sacarle una foto, no para comerlo. Lo mismo sucede en los viajes, la gente apenas pisa otro suelo empieza a sacar fotos para todos lados. ¡Todavía no sabe dónde está, no reconoció el territorio, pero ya empieza a sacarse selfies para subirla a las redes!
–En una sociedad activamente comunicada, ¿qué representan aquellos que esquivan la telefonía móvil o las redes sociales, los que escapan de usar Whatsapp y Facebook?
–Es interesante analizarlo. En general, son extorsionados. Son bombas silenciosas. Son parias. La ciencia ficción también adelantó a los parias marginales de la era digital. Lo menciono en el libro, en la película 12 monos o en Minority Report hay gente que se hace operaciones en el cuerpo para huir del reconocimiento facial, del iris o de la huella dactilar.
–¿Cómo analizarán en el futuro a esta sociedad?
–Veo a esta sociedad tan telecomunicada –el prefijo tele significa distancia–, que la analizará como una religión de corta data. Así como asumimos que fue plenamente irracional que en el Medioevo quemaran mujeres por considerarlas brujas, quisiera pensar que en un futuro, en un encuentro humanista, en una taberna similar a la que imaginó Vonnegut en La pianola, la gente se tome de la mano de las futuras generaciones, se tomen de la mano y se digan: "¿Vos sabías que en el siglo XXI la gente se decía que se quería mandando caritas amarillas a través de sus celulares?".
–¿Piensa escribir otro ensayo?
–Me gustaría escribir un ensayo sobre el medio ambiente que es otro gran problema para la humanidad actual. Mientras trato de bocetar un nuevo proyecto de novela.
–Con cinco novelas escritas renunció al anonimato, ¿a partir de ese momento se sintió parte de la literatura?
–No. Parte de la literatura somos todos si tenemos un escritor cerca. Y todos tenemos uno.
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