Iván, el pensador
Es uno de los modelos latinoamericanos mejor cotizados en el mundo. Y eso de debe, quizás, a su particular estilo. Hace poco se descubrió que Pineda, además de exitoso y bello, es un ser culto y sensible; aquí lo ratifica
No se puede decir que sea lindo. Tiene una nariz grande. Una cara en la que se marcan los huesos. Y más allá de su campaña para Diesel y sus contratos con Kenzo, Moschino, Versace, Donna Karan, Valentino, Jean-Paul Gaultier o Trusardi, de su arrebatadora forma de andar las pasarelas en Milán, París, Nueva York o Madrid, Pineda era invisible para muchos ojos. Hasta que un día, en El imbatible, una sección del programa de Susana Giménez que consiste en responder preguntas sobre cultura general, llegó a la final. Y sorprendió que un modelo de 28 años pasara por encima de Martha Bianchi, Julio Ricardo o Alfredo Leuco, todos más grandes que él y supuestamente más preparados.
Iván de Pineda viene de una familia acomodada. Es hijo de un padre bohemio de la clase alta española y de una madre ama de casa que se hizo cargo de la educación de sus hijos. En realidad, Iván es español y está en la Argentina porque su abuelo materno, de apellido Mazón –"un dandy", como él lo define– se instaló en nuestro país..
Algo en el orden de las buenas maneras despliega este joven que parece tener una vida ya hecha. Fue a contramano de los representantes de su generación. Era independiente cuando los demás vivían con los padres, y ahora vive con su mamá y sus hermanos. Es un hombre que puede sostener una conversación sobre cualquier tema: literatura, historia, moda, restaurantes. Y puede contar intimidades del mundo fashion sin ser frívolo.
–En algún reportaje le escuché una reflexión muy interesante acerca de su trabajo. Decía que el de modelo es de los pocos trabajos en los que uno no tiene que pensar en lo que hace. Es un trabajo para no pensar.
–Sí, es tremendo. Y todo pasa acá adentro (señala la cabeza). Vivimos en un mundo donde todos generalizan, pero en el que nadie sabe más allá de lo que ponen en las tapas de las revistas. Nadie conoce realmente el mundo de la moda, lo que es un día de trabajo. Todos ven lo glamoroso, pero no pueden ver lo duro y difícil que es el trabajo. De pronto estás una hora parado en una misma posición, callado. El fotógrafo te dice: "Quedate quieto, no te muevas". Así. Una hora entera como una estatua de la calle Florida.
–El hecho de que siga en este trabajo, ¿es un tema de autoestima, de facturación o de qué?
–No, de trabajo, porque uno también sale a la calle y ve que en el mundo que lo rodea falta mucho trabajo. Entonces, ¿por qué voy a dejar de trabajar yo? Al contrario. Es un momento en que debo ponerles doble ahínco a todas las cosas.
–Ahora, ¿cuál el mayor anhelo de un modelo varón? Las mujeres quieren ser actrices, quieren casarse...
–Sí. Están ahí, esperando al príncipe azul. Mirá, primero hay que separar. Son dos mundos completamente diferentes el de las mujeres y el de los hombres. Es como el fútbol femenino y el fútbol masculino, pero a la inversa.
–El modelo masculino no cotiza.
–Cotiza a un cierto nivel, pero, obviamente, no tiene la masividad que tiene la moda femenina. Imaginate que las chicas, a partir de un cierto nivel, sufren mucha presión. Todos están detrás de ellas y se transforman en personajes. También creo que es una cuestión de ambición personal. Por eso yo siempre hablo por mí.
–De eso se trata, de hablar de usted. ¿Dónde le gustaría llegar?
–Me gustaría estar un poco más estable, quedarme más tiempo en Buenos Aires. Arranqué de muy chico y estos doce años se pasaron volando. Si miro para atrás, me parece que quemé etapas. Me perdí la última etapa del colegio, me perdí la facultad, me perdí compartir cosas con mis amigos.
–Entre tanta pérdida, ¿ganó algo?
–Sí, por supuesto.
–¿Una casa propia?
–No. Vivo con mi madre todavía.
–¿No pudo ahorrar?
–Mirá, entre comisiones de agencia, impuestos, más lo que necesito para vivir, todo eso suma. Un día vas al cine, otro día vas a comer afuera, otro día vas a comprar un libro...
–¿Hay alguna persona que le aconseje qué hacer con su dinero?
–Sí, tengo alguien que me dice: Che, tendrías que hacer esto o deberías hacer lo otro.
–Volvamos a la otra cara de este mundo fashion. En las fotos, y en las producciones, están primero las modelos mujeres, y los hombres en segundo lugar. ¿Le molesta?
–Es una cuestión de costo-beneficio: ¿qué se vende? La cartera de la mujer, mucho más que la camisa del hombre. Es una cuestión de predominio (se complace de haber encontrado la palabra que cree justa). Ahí está.
–¿Y ganan mucho más las mujeres que los hombres?
–Sí, muchísimo más.
–¿Cuál es el modelo varón que más gana en este momento?
–Hoy en día no sé, quizás un chico norteamericano que se llama Brad Kroenig, que está trabajando mucho. Hay tres o cuatro, como siempre, que deben de ser los que están haciendo más desfiles, y están más en el candelero.
–Cuénteme, Iván, ¿es humillante participar de un casting?
–No. Es como presentar un currículum vitae en una empresa. No es humillante. Y si no das con el look, mala suerte, qué vas a hacer.
–¿Cómo hace un modelo para tener calle?
–Y… caminando. La calle se aprende en la calle. Como hice cuando llegué por primera vez a Milán. Tenía que hacer los castings, y me pasaba días y días caminando por Milán. Caminando, ¿eh? Esa es la manera más fácil, sobre todo en una ciudad como Milán. Y te la pasás interactuando con la gente.
–¿Es una persona que cuando viaja por trabajo aprovecha para ir al teatro, para visitar museos o exposiciones?
–Esa es otra de las grandes cosas que tiene mi trabajo. Me da la oportunidad de conocer... (busca las palabras, y cuando las encuentra las subraya encantado, con total seguridad) cunas de la sabiduría. Es impresionante. Porque hay gente a la que por ahí le divierte ir a los shoppings. Qué sé yo, cada uno va a lo suyo.
–¿Quién le inculcó este interés por las "cunas de la sabiduría"?
–Mi abuela materna, de apellido Mazón. Un ama de casa con ocho hijos con la que hablaba mucho.
–¿Quién le contaba cuentos? ¿Quién le estimulaba la imaginación?
–En casa siempre hubo grandes bibliotecas. Yo aprendí a leer de muy chico, a los cuatro años. Para mis cumpleaños me regalaban libros, siempre. Saben que si me regalan un libro no se equivocan.
–¿Es un mito o es real que las modelos comen lo que quieren y no engordan?
–Que comen lo que quieren es mentira. Yo he visto chicas comer todo el día lechuga, y una manzana verde. Y gracias. Y si están muuuy muertas de hambre, un yogur descremado, sin nada.
–Después de doce años de trabajo, ¿qué llamada está esperando?
(Sorprendido, no quiere responder lo primero que está pensando y calla) –¿Sabés que no lo sé? Es una buena pregunta. No podría decirlo realmente, porque creo que después de esa llamada estaría esperando otra diferente. Si dijera que una llamada me podría dejar tranquilo, eso sería relajarme. Y no quiero relajarme.
–¿Piensa que podría llegar a convertirse en otra cosa que no fuera ser modelo?
–Yo quería ser abogado, pero no estoy ahora para hacer una carrera de cinco años. No creo. Aparte, tengo una imagen muy romántica de lo que es el estudio. En caso de estudiar, sería algo que tuviera que ver con relaciones internacionales, o relaciones públicas, o el traductorado de algún idioma (habla inglés, francés e italiano).
–¿Qué música lleva cuando viaja?
–Tengo de todo, absolutamente. Rock, música de los 80, música argentina, los Rolling Stones, Led Zeppelin, The Who... Me gusta mucho la música de los 80. Depeche Mode, por ejemplo. Tengo todavía una imagen muy romántica de la música de cuando empecé a ir a bailar, a finales de la década del 80. Lo nacional me gusta también. Sumo, por ejemplo.
–¿Hay algo que se lleva a los viajes que lo haga sentir en su casa?
–La música, mis libros...
–¿Hay algunos que relee?
–Sí, muchos. Por ejemplo, a mí me gusta la historia novelada. Hay dos libros que me encantaron, y los leí varias veces. Uno es Los pilares de la tierra, de Ken Follett, centrado en la construcción de una catedral. Me gustan las biografías. La que escribió Roy Jenkins –un político inglés, miembro del Parlamento durante muchísimos años– sobre Winston Churchill me fascinó. El libro de [Catherine] Nichols sobre Da Vinci está muy bueno también.
–¿En su casa hay pinturas interesantes colgadas en las paredes?
–No, en realidad, no. Hay un Berni, pero no es lo mío.
–Sobre el mundo de la moda recuerdo una película muy irónica de Robert Altman...
–¿De Robert Altman? Prêt-à-porter. A mí me pegó más Zoolander [con Ben Stiller] que la de Altman (se ríe).
–¿Quién es su mejor amigo?
–Uno de mis amigos se llama Ludovico Benazzo, un italiano que era modelo, al que le gustaba mucho la economía. Estudió en una escuela internacional, hizo un año en Oxford, un año en La Sorbonne, un año en Alemania, y ahora es vicepresidente de una empresa y vive en Ginebra. ¡Y pensar que era modelo!
–¿Es un tema la soledad?
–No, ya me acostumbré a estar solo. Me acostumbré a las catorce horas de avión solo, al hotel solo. Me acostumbré.
–¿Cuál es su gran frustración? ¿Qué cosa no le salió? ¿Cuál es su lugar más vulnerable?
–Nunca me sentí frustrado, y tampoco llevé mi ambición tan alto como para pensar que si no tengo tal cosa me muero. En realidad, me habría encantado disfrutar un montón de cosas entre los dieciocho y los diecinueve años, que no pude.
–¿A qué llamaría clásico y bueno?
–Para mí, el buen traje es el hecho a medida. No hay otra posibilidad. En la Argentina hay sastres increíbles, de la vieja escuela de sastrería. También Valentino hace trajes a medida.
–¿Podría indicar gente a la que considera elegante?
–Todos los que trabajan con Valentino son elegantísimos.
–¿Y si hablamos de un actor o una estrella de rock?
–Siempre me sorprende el hecho de que el look no es vestirse bien. Es ponerse cualquier cosa y que te quede bien. (Se decide) Johnny Depp. Se pone cualquier cosa y es él. Te puede gustar o no, pero es él en su aura, en su personaje, y eso está bien.
–¿Y en la Argentina?
–Uhh. No sé, no hay… Me es difícil nombrar a alguien. En Buenos Aires pasan cosas que no entiendo: no sé cómo hay señoras que salen a la calle con carteras de cuatro mil dólares. ¡Me parece una locura! Estarían mucho más cancheras con una carterita de...
–La carrera de modelo da oportunidad de encuentros. ¿Con quién se ha encontrado que haya valido mucho la pena?
–Haber conocido a fotógrafos como Richard Avedon ha sido increíble. Vos te sorprenderías de lo que sabía Avedon de la Argentina... Me acuerdo de que su estudio estaba en la 81 y York Avenue. Yo tenía en ese entonces dieciocho años. Llegué a las 12 , me invitó a almorzar y después me quedé una hora hablando con él de la Argentina, de por qué los argentinos somos así, y él entendía todo. Conocía muy bien la Argentina.
–¿Cuál es la marca que le gustaría que lo llamara y no lo llamó todavía?
–Ninguna.
–Algo pasó con usted desde que fue a lo de Susana Giménez y ganó. Nadie esperaba que un modelo supiera más que de algunas marcas de autos o de ropa.
–¿Si perdía en la primera ronda me tenía que exiliar en el Congo Belga con los gorilas? Fue bueno que la plata sirviera para comprar dos oxímetros para un hospital oncológico. Así que fue buena onda que hayan ido seis personas para eso. Fui a pasarla bien, a divertirme. Nunca sentí la necesidad de demostrarle nada a nadie.
Agradecemos a Bensimon (Av. Quintana y Ayacucho) y a Ermenegildo Zegna (Av. Alvear 1920) por la colaboración prestada para la producción de esta nota.
Mi mamá
"Mi mamá tiene cuarenta y nueve años, tres hijos, y está espléndida –cuenta Iván–. Es morocha, flaca, mide un metro setenta y cinco... No sé, es mi mamá (se ríe)."
–¿Es una mujer que está pendiente de su estética, de su apariencia?
–Sí y no. Creo que, como a toda mujer, le gusta verse bien. Pero tampoco lleva eso al extremo.
–¿De qué se ocupa?
–Es ama de casa. Es una cocinera impresionante. En mi casa siempre hay un plato diferente: es una tremenda cocinera. Yo llego al mediodía a casa y siempre me sorprendo. Tulipas con manzanas verdes y centolla. Todo cocinado por mi mamá. Y de postre, mousse de chocolate.
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