Una nueva charla de los Clubes Ted-Ed para conocer qué piensas y cómo crecen los adolescentes hoy
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Tengo mucha envidia de los pibes a los que el pelo les crece “para abajo”. Cuando era chico tuve la “genial” idea de cortarme el pelo como Daddy Yankee. Es por eso que el pelo me empezó a crecer hacia los costados, me crecía duro y era muy complicado poderlo peinar. Yo no tenía plata para ir seguido a la peluquería, por eso pensé en tener una buena gorra; pero tampoco tenía plata para comprarla. Quizás es por eso que tomé la decisión de ser independiente, tener mis cosas, mi plata. Tal es así que a mis catorce años le pedí a mi viejo si me podía ayudar a buscar algún tipo de trabajo; pero claro, yo era menor y era muy difícil.
Cuando hablaba con mi papá, mi tío José escuchó la conversación. Él, que en ese momento estaba empezando un nuevo emprendimiento, me dijo que, aunque fueran unas pocas horas, a él le servía que trabajara con él. Comenzó como un juego: yo iba cuando él me llamaba y trabajábamos en la casa de mi abuela haciendo lo más básico del rubro textil, unas remeritas para poder vender en la feria. Obviamente que con mi primer sueldo lo primero que hice fue comprarme esa gorra que tanto quería, así disimulaba ese pequeño pero gran problema para mí. No olvido más la felicidad que tenía, aún guardo esa gorra, está impecable.
Mi tío José, que estaba estudiando Diseño Gráfico, decidió arriesgarse y empezar a fabricar camisetas de fútbol para clubes de barrio. Esto era todo un reto, de hecho, si hacíamos un equipo por mes (7 remeras) era felicidad absoluta: esa plata era para comer.
El proceso de producción era algo precario, no teníamos experiencia: en la mesa donde comíamos, cortábamos en la tela las partes de la camiseta con una simple tijera; un par de mangas, un frente y una espalda. Para la sublimación, donde va incluido el diseño, escudo, nombres, números y sponsors, necesitábamos una máquina de estampado, al igual que una impresora grande de papel de sublimación. Como no teníamos ninguna de las dos, hacíamos muchos kilómetros hasta Capital para contratar ese servicio. En la etapa final, los costureros unen las cuatro partes y nos dejan la prenda finalizada. Luego de un tiempo, y con mucho esfuerzo, compramos las dos máquinas: ya no había excusas, había que darle para adelante.
Tres años después, comencé Kickboxing y bajé 17 Kg. La cultura japonesa, junto a las enseñanzas de mi entrenador, me transmitieron valores como el respeto, la perseverancia bajo presión, el no tener excusas para nada y ser el mejor siempre. Pero no solo arriba del ring, sino ser o intentar ser el mejor en todos los ámbitos: el mejor hijo, el mejor compañero, el mejor en el trabajo.
Todos los días me levanto a las 06:00. Estudio, trabajo y entreno. Al final del día solo me queda tiempo para bañarme, comer y estudiar de madrugada. Mi mamá me dice que estoy muy ocupado, que me voy a estresar, que son muchas cosas. Pero mi mamá siempre me dio todo, aún en los peores momentos y se lo quiero devolver de igual manera. Ella, y mi tío José fueron las personas que me ayudaron a darle un vuelco a mi vida.
Con muchísimo esfuerzo hoy tenemos nuestra propia fábrica y vendemos todo tipo de indumentaria deportiva a todo el país. Seguramente van a seguir apareciendo nuevos desafíos en mi vida, pero todo se irá resolviendo. Porque, gracias al colegio, al trabajo y a mi entrenamiento de kickboxing japonés, pude encontrar la fórmula para seguir avanzando en lo que me proponga: “respeto, perseverancia y nada de excusas”.
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