Con la experiencia de un veneciano, aquí se abandonan las rutas clásicas y se accede a un lado B inesperado de un de los destinos más visitados del mundo
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Murano el cristal, Burano el encaje. Venecia tiene sus clásicos. Llegar a Piazza San Marco, dejarse molestar por las palomas, agotarse con las miles de cámaras apuntando a todos lados, anotarse en todas las filas para visitar la iglesia, el Palacio Ducal o el campanario, detenerse en la cuesta del pequeño puente sobre el Rio Di Palazzo, desde el que se puede ver el legendario Puente de los Suspiros, andar en góndola (si el presupuesto lo permite) o en vaporetto, acercarse al Rialto, visitar la iglesia de la Salute o la colección de arte de la Accademia, si queda tiempo. Todo eso en medio día, o un día completo si se es muy afortunado, y en el tiempo que resta irse a por encaje y cristal.
Sin embargo, ese no es el espíritu del viajero que prefiere una ciudad en tres días y no viceversa. Quien haya visitado Venecia de pasada en un crucero o por la jornada, no conoce la verdadera. Esa que se saca la máscara que le pone a los turistas y se enfoca en descubrir sus bellezas profusas y generosas como el Renacimiento.
En sus bolsillos secretos la Sereníssima guarda cinco islas con historia. Todas se visitan, tienen sus atractivos personales y cuentan con cultura gastronómica propia. Venecia es un archipiélago y cada isla tiene una historia. El vaporetto lleva a todas ellas. Sólo es preciso consultar los horarios y recorrerlas de punta a punta. ¡Tomá nota!
El manicomio en San Servolo
La mayoría de las islas de Venecia tuvieron un papel específico en el pasado. Todas con epicentro en una iglesia que, en ocasión de las invasiones napoléonicas, viraron en centros de salud para no ser arrasadas. Un justificativo que les permitía permanecer en funcionamiento.
La rebelde Venecia, sin embargo, guarda en San Servolo (las leyendas dicen que se trató de un joven mártir de Trieste, que vivió en el siglo III DC, quien ante la presencia de una enorme serpiente formó una cruz con sus manos, señal que partió al medio al reptil) el único museo de la locura del mundo.
Un grupo de monjas benedictinas se instaló allí en febrero de 1109, pero el funcionamiento del lugar como manicomio se inició en 1725. Luego de muchas etapas alternadas de crueldad y preocupación por los enfermos, en 1935 el sitio se convirtió en un verdadero hospital psiquiátrico moderno que incluía fichas de investigación y adelantadas tareas de laborterapia. Entre los descubrimientos que se originaron allí, los especialistas detectaron una especie de demencia originada en la dieta a base de maíz llamada pelagra. Hoy es posible visitar todas las instalaciones, ver las fichas de evolución de los pacientes y el laboratorio. Además, cuenta con un jardín espectacular, una vista única del resto del archipiélago, y allí funcionan gran parte de las instalaciones de la universidad local.
Con el trono de Atila en Torcello
Dicen que el más bárbaro de los bárbaros pasó por la isla de Torcello que era refugio de los que trataban de escapar de sus garras durante las invasiones del pueblo que lideraba Atila.
Fue la más poblada de todo Venecia entre los siglos V y XV, aunque el último censo identificó sólo a 11 habitantes. Es la más próxima a la isla de Burano. Ofrece unas vistas hermosas, calmas y tranquilas, con muy pocos visitantes, pero con la oportunidad de grandes fotos y una experiencia rural de tintes venecianos.
Sus principales atractivos son sus dos construcciones religiosas: la Catedral de Santa Maria dell’Assunta y la Iglesia de Santa Fosca. La primera fue fundada en el año 639. Es de estilo románico y en ella pueden verse mosaicos bizantinos. En un apartado se conserva el campanario al que se puede subir para una panorámica de la isla y la laguna. La Iglesia de Santa Fosca se construyó en el año 1100. Cuenta con un pórtico bellísimo.
Entre los restos arqueológicos, al aire libre y de acceso público se conserva el trono que, se supone, utilizó Atila en alguna de sus visitas. Las novias pueden sentarse en él esperando ser desposadas.
La Giudecca, donde viven los venecianos
Hartos del tránsito de los turistas, agotados de valijas que transitan a cualquier hora, fastidiados por quienes se sientan en los monumentos a comer un sándwich comprado al paso, los venecianos están abandonando sin cesar la isla principal donde se encuentran todos los atractivos más buscados, para refugiarse enfrente, apenas a 500 metros de la Venecia clásica.
La Giudecca es un remanso de paz, donde la verdadera vida local tiene lugar. Destinada en el pasado a las grandes instalaciones industriales, luego de una época de abandono, todas las estructuras comenzaron a ponerse en valor y se instalaron allí galerías de arte contemporáneas y algunos proyectos hoteleros de envergadura, como el Hilton que recuperó el que fuera el molino más grande de Europa, el Stucky.
Uno de sus clásicos es la Iglesia del Redentor erigida en 1577 para celebrar el fin de la peste. Artisti Artigiani del Chiostro es antiguo monasterio reconvertido para acoger a artistas locales: pintores, maestros del vidrio y del meta. El sitio perfecto para ver pasar Venecia es el mágico Belmond Cipriani con su hermoso bar sobre la laguna.
Un imperdible: la panadería local a pasos de la Iglesia del Redentor donde elaboran a diario todas las confituras típicas locales.
La de los muertos, la isla Poveglia
Poveglia estuvo abandonada por años. Se encuentra entre Venecia propiamente dicha y Lido, la isla donde se desarrolla anualmente el festival de cine, y la única isla que acepta tránsito vehicular.
Por un video casero filmado por un productor inglés que simuló un documental de fantasmas filmado en la isla, adquirió fama de misteriosa y tétrica. Se la llegó a conocer como maldita y también con el mote de “la isla de los muertos”.
Lo cierto es que en su pasado se inscribe un antiguo hospital y fue durante décadas el destino de confinamiento para los leprosos. Más tarde se convirtió en una fortaleza militar, con algunas construcciones que aún se conservan, como su pentágono a modo de fortaleza que fue construido para prevenir las invasiones.
Unas décadas atrás, como parte de un plan de recuperación de espacios en el archipiélago, el gobierno de la Sereníssima llamó a licitación para Poveglia. Algunas maniobras erróneas fueron denunciadas por los locales que formaron una cooperativa a la que le fue otorgada la concesión por 99 años. Hoy la isla es un centro de actividades artísticas y un refugio verde de calma y paz.
Una joya escondida: la armenia
San Lazzaro degli Armeni es una joya escondida que conmueve a quien la visita. Aunque sus primeros habitantes fueron una colonia de leprosos, en 1717 el lingüista y teólogo armenio Mkhitar Sevastii (Manuk di Pierto), huyó de la persecución de los turcos y se refugió en esta isla para dar vida a un monasterio que sentó las bases del desarrollo de la literatura armenia moderna. Fue aquí donde Lord Byron estudió el idioma y la cultura.
Su museo conserva pinturas, manuscritos, elementos antiguos de iglesia, monumentos únicos y artesanías. Entre las visitas se puede acceder a la biblioteca de incunables y manuscritos armenios más grande del mundo. Entre sus piedras preciosas editoriales se destaca el primer diccionario de la lengua armenia, redactado entre 1749 y 1769, ampliado y actualizado casi un siglo más tarde, de 1836 a 1837. Otra de sus piezas es la que se hizo entre 1781 y 1786 con autoría del monje Mikayel Chamchian recopiló en tres volúmenes la primera historia moderna de Armenia. Además se conservan más de 150.000 volúmenes en diferentes idiomas. Otra pieza gloriosa que guardan sus paredes es una momia egipcia en un perfecto estado de conservación. Allí funciona también una escuela de traductores. La iglesia es el hogar de los monjes de la orden Mekhitarista. En ella se puede asistir a una misa bajo el rito armenio.
Un inspirador recorrido para hablar de algo más que la turística Venecia.
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