Islas remotas: en busca de refugios con playas vacías, tabernas rústicas y ritmo lento
Los secretos ya casi no existen, y los destinos con poca gente son imposibles de encontrar. Siendo una viajera bastante selectiva y quisquillosa, mis veranos tienen que tener las proporciones perfectas. Me gustan los lugares rústicos, exóticos, sofisticados y remotos. Playas vírgenes, restaurantes sin lista de espera, de vez en cuando un bar con amigos y algunos personajes excéntricos, para terminar la noche hablando disparates con desconocidos.
Dicen que Marbella, Saint Tropez y Capri eran en los años 50, lo que Ibiza, Mykonos y Positano fueron en los 60, los nuevos destinos para creativos e intelectuales que buscaban pasar el verano alejados de las multitudes. Con el tiempo llegaron quienes siguen las tendencias, y con ellos, el tráfico, las marcas de lujo y los grandes yates. En las últimas décadas, islas como Patmos, en el Dodecaneso, o Panarea, una de las islas Eolias, se convirtieron en el escape perfecto, pero las modas no tardaron en llegar, y estas pequeñas islas sin tráfico ni aeropuertos se convirtieron durante agosto en los destinos it para ver y ser visto.
Como si fuera NYFW, te cruzabas constantemente con diseñadores de moda y editores, siendo imposible ir a la playa y no saludar a nadie. Las fiestas con música electrónica y las carísimas botellas de champagne alejaron a quienes hacían al lugar interesante, y partieron otra vez en busca de un nuevo refugio, allí donde las playas están vacías, las tabernas son rústicas y el ritmo es lento. Aquellos lugares donde todavía podés ver a los viejitos jugando al backgammon bajo los árboles, y a los hippies que llegaron en los 70 paseando desnudos por las playas. A pesar de que puedas cruzarte a uno que otro famoso, en destinos como estos sabés que vas a estar tranquilo, y en el verano es lo más preciado y difícil de encontrar.
Hace poco fui a Comporta, en Portugal, que con sus aguas frías y grandes olas tiene un filtro natural que hace que la mayoría de la gente sea local, o que busca vacaciones tranquilas y alejadas de los St. Baths del mundo. Lamu, una miniversión de Zanzibar en la costa de Kenya, fue durante un largo tiempo el destino predilecto para famosos como Sienna Miller, la princesa Carolina de Hannover y varios personajes del mundo del arte y la moda londinense, pero pocos volvieron después de que los diarios del mundo se llenaran de noticias en 2012 sobre criminales somalíes en la zona.
Acostumbrada desde chica a los robos, secuestros y hoy en día a los arbitrarios ataques terroristas, es imposible estar seguro en ningún lado, y por eso no dejo que noticias viejas y aumentadas alteren mis planes. Siguiendo el consejo de unos amigos keniatas fuimos a Mike’s Camp, el único hotel en la pequeña isla de Kiwayu, a 80 kilómetros de Lamu, donde éramos los únicos huéspedes.
Con sólo 8 bungalós, sin vidrios en las ventanas ni cerraduras en las puertas, disfrutamos de la naturaleza más pura, donde el único yate era un sand yacht, y Mike, nuestro fascinante anfitrión que, culto como pocos, y loco como muchos, todas las noches nos deleitaba con nuevas historias sobre las constelaciones y animales de la zona. Escuché que cuando las cenas se ponen aburridas, se mete debajo de la mesa y les muerde los tobillos a sus huéspedes, cosa que por suerte no nos pasó.
Muchas veces, cuando hay peligro e inestabilidad, la belleza perdura, y uno encuentra el paraíso.
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