Archipiélago al suroeste del extremo sur de la India, sus islas son el colmo de la chatura terrenal, rasgo geológico que pone en peligro su existencia en la faz del océano. Te contamos cómo es vivir en un muy exclusivo ecoresort donde conservacionismo y súper lujo van de la mano, a partir de la conciencia que el cambio climático impuso.
La belleza en términos absolutos tiene algo de efímero, de emoción transitoria, porque ¿cómo puede perdurar por siempre el éxtasis ante la visión de lo que es perfecto? Esta pequeña digresión estética es simplemente una débil explicación consoladora ante un hecho que parece irreversible, aunque sea a largo plazo: las Maldivas desaparecerán bajo el mar a finales del siglo XXI. ¿Culpable? El cambio climático, que tanto preocupa a unos y tan poco a otros.
El calentamiento global irá elevando progresivamente el nivel del mar y terminará por engullir las 1.196 islas e islotes de formación coralina, con una altura máxima de poco más de dos metros, que componen esta república del Índico. Tan bajita tan bajita, que algunas islas, como tierras fugaces de cuento, desaparecen y aparecen al capricho de la marea; tan bajita tan bajita, que las Maldivas constan en el libro Guinness de los récords como el país más plano del mundo.
¿Y cómo es este paraíso que se encuentra a unas 17 horas de vuelo desde Buenos Aires? Maldivas es un país situado en el Océano Índico, al sudoeste de Sri Lanka y del extremo austral de la India, con sólo 203 islas habitadas, y cuyo nombre procede del sánscrito, en el que mal significa "miles" y diva, "isla". No se puede hablar de Maldivas sin explicar lo que es un atolón (isla de coral en forma de anillo con una laguna interior comunicada con el mar a través de pasos estrechos), porque el país, en lugar de en regiones o comunidades autónomas, está agrupado en 26 atolones, que conforman la estructura administrativa de un estado de 90.000 km2, de los cuales el 99,9% del territorio ¡es agua!
Male, la capital, alberga una población de 104.000 personas, menos de una tercera parte de los casi 400.000 habitantes del país, a la que muy pocos viajeros, ansiosos por llegar al gueto idílico y aislado del resort elegido, se atreven o se interesan en visitar. El tamaño de la ciudad permite recorrerla a pie sin problema y perderse por sus callejuelas de ambiente bullicioso, en donde motos, coches y personas compiten por ganar su espacio. Conocer Male permite saber, al menos un poco, cómo es y cómo vive la población local, razón ésta que por sí sola hace merecer la visita. La falta de terreno urbanizable ha estructurado la ciudad en edificios estrechos, y relativamente altos, pintados de colores muy llamativos, en donde se apiña la población local.
Entre los monumentos de interés, el más destacable es la antigua mezquita Huskuru, del siglo XVII, erigida en piedra coralina blanca tallada con filigranas orientales, con un resultado atractivo y peculiar. El cementerio que la circunda es sede de las tumbas de los sultanes del país. Junto a dicha mezquita se descubre uno de los lugares más agradables de la capital, el Parque del Sultán, donde el paseo bajo sus gigantescos ficus sumerge al viajero en un estado de relax que lo protege del torbellino urbano. Y para los que no conciben turismo sin shopping, la visita obligada es el Bazar de Singapur, una aglomeración de tiendas que venden artesanía local, aunque sólo a veces de calidad, ya que, consecuencia del mundo globalizado en el que vivimos, la producción artesanal nacional está desapareciendo en favor de productos importados de la India, Sri Lanka o Bali. No diga que no les avisamos.
Política y medioambiente
"Ven a vernos mientras todavía estemos aquí". Esta frase no es la llamada de una familia amiga que nos convoca antes de mudarse país. No. Este fue el sarcástico eslogan que por años mantuvo el Ministerio de Turismo, mientras el dictador Maumoon Abdul Gayoom era presidente de esta república islámica (lo fue durante tres décadas, de 1978 a 2008). En los últimos años de su mandato, Gayoon permitió una progresiva reforma del régimen y en 2005 legalizó los partidos políticos. Las primeras elecciones libres las convocó en octubre de 2008… Y las perdió.
Su sucesor, Mohamed Nasheed, ha liderado una política de profunda concientización de los temas medioambientales, y pasó del simple juego dialéctico de su antecesor a tomar cartas en el asunto. De hecho, una de las primeras acciones que llevó a cabo su gabinete fue una llamada de socorro al mundo pidiendo el recorte de las emisiones de gases de efecto invernadero: se les va la vida –y el archipiélago– en ello. Así que, si en épocas anteriores se rumoreaba que Gayoon había hecho un acuerdo con el gobierno australiano para trasladar la población maldiva a dicho país a cambio de un acuerdo para pescar en sus aguas territoriales, Nasheed redistribuyó la población en los islotes más altos, que son los menos erosionados –en los últimos años, los habitantes de más de 30 islas han sido evacuados– e incluso especuló con la compra de nuevos territorios más allá de sus fronteras donde reubicar a la población o la construcción de una isla artificial flotante. Tras un golpe de estado que lo derrocó en 2012, las elecciones del pasado mes de septiembre volvieron a dar como ganador a Nasheed con un 45% de los votos, pero la Corte Suprema del país anuló los resultados por fraude. El 19 de octubre se repitieron las elecciones, y una vez más, el líder del Partido Democrático de las Maldivas consiguió retomar la presidencia de su país y afianzar sus políticas medioambientales.
Pero mientras los maldivos deciden si se mudan o no de país, ¿por qué no disfrutar de lo que es aún el cielo en la tierra? Claro que este disfrute ha de ser cuidadoso, y a la hora de elegir resort donde establecerse hay que valorar el que sea lo más concientizado posible, ecológicamente hablando, ya que el impacto del turismo puede ser tan letal en su territorio como vital es para su economía (supone el 58% del PIB). En cualquier caso, el desarrollo turístico está regulado de forma estricta (la Organización Internacional del Turismo ha considerado las Maldivas ejemplo de desarrollo turístico sostenible) y los complejos hoteleros se han establecido únicamente en islotes deshabitados alquilados al gobierno, que detenta la propiedad de ese bien tan preciado aquí que es la tierra firme.
Arena, mar y palmeras
¿Visualizan ustedes la foto de una isla de arena blanquísima con palmeras que salpican la visión de un mar demasiado turquesa? Quizás no les guste por excesivamente manida. Pues bien, estará manida a fuerza de su omnipresencia en los catálogos de viajes, pero experimentar en carne propia el deleite que suponen esa arena, esa palmera y esa agua turquesa…, no hay palabras en el diccionario capaces de describirlo.
¿Y si a ello se unen una comida exquisita y refinada, y habitaciones que son amplísimas, y preciosas cabañas sobre un mar cuajado de peces? Pues significa que me estoy refiriendo al Gili Lankanfushi Maldivas, que ocupa el islote Lankanfushi, un escueto territorio de 400 metros de ancho por 700 de largo. La estructura del establecimiento, que se repite en otros muchos del país, consiste en una serie de pabellones abiertos que forman los servicios del hotel, tales como la recepción o restaurante, mientras que las habitaciones son pabellones independientes construidos sobre el agua a los que se accede a través de pasarelas de madera.
Al llegar, los pies descalzos se convierten en la norma: "no news no shoes" es el lema del lugar, lo que equivaldría a un, "ya que aquí las noticias del periódico ni llegan ni quiero saberlas, ¿por qué no disfrutar del contacto con la arena?" Pues bien, esto es solo el principio. Los palafitos donde se aloja a los huéspedes tienen acceso directo al mar, de tal manera que el océano se convierte de pronto en nuestra particular e inmensa piscina. Sentirse un poco dioses aquí no es solo una metáfora sino una realidad: ¿cómo habría que llamar si no a aquel que camina sobre las aguas? Porque esa es la impresión que tenemos cuando, al amanecer, la marea baja radicalmente y podemos pasear entre los corales por los que hacía algunas horas nadábamos rodeados de peces.
Uno de los lugares donde el arrecife maldivo es más rico en vida animal submarina es en la isla de Funhunadhoo, enclave del que fue catalogado en el año 2000 como el mejor resort de lujo del mundo, el hotel Soneva Fushi. Éste es el establecimiento insignia de sus propietarios, Sonu y Eva Shivdasani, un matrimonio muy comprometido con todas las cuestiones referidas a la lucha contra el calentamiento global. Soneva Fushi está en el Atolón Septentrional o Atolón Baa, y a diferencia de la pequeña extensión de arena blanca que es Gili Lankanfushi Maldivas, Fushi se encuentra en una isla de densa vegetación tropical. Entre ficus, hibiscos, plumarias o casuarinas se esconden las 65 villas del complejo y su funcionamiento sigue estrictas pautas ecológicas.
El gran reto de este eco-resort de lujo imbuido de la filosofía slow-life es la "emisión cero" y así, éste sería el primer complejo turístico de lujo del mundo no contaminante. La confianza de Shivdasani en que es posible y rentable gestionar un turismo de alto nivel "inteligente y sostenible", como él mismo suele repetir, lo ha llevado a organizar, desde 2009, un simposio anual en Soneva Fushi al que acuden especialistas en turismo y en energías renovables, además de prensa internacional, y algunas personalidades o celebreties tan millonarios como él, caso del multimillonario inglés Richard Branson, creador del grupo Virgin.
En cualquier caso, y más allá de actividades más o menos mediáticas, el proceso para eliminar todo tipo de residuos contaminantes, además de arduo y complicado, es amplio en extremo, y abarca desde el gesto individual más sencillo hasta la tecnología más sofisticada. En el Soneva Fushi casi todo se recicla en la misma isla (papel, vidrio, comida…). Los residuos orgánicos se transforman en bio-fuel para cocinar y en compost para fertilizar la huerta; esta huerta provee gran parte de los insumos necesarios en la cocina, donde se privilegia el uso de los productos locales y de los países cercanos a Maldivas, como India o Sri Lanka. El aire acondicionado se ha limitado al máximo (sólo se aplica en los dormitorios, porque la ventilación cruzada resulta ser un perfecto sustituto de los sistemas eléctricos). El agua potable se obtiene de una desalinizadora, con un sistema de recuperación de energía que reduce hasta en un 30% el gasto de la misma. El agua, a su vez, se calienta con energía solar (el hotel tiene la planta solar más grande de Maldivas). Parte del combustible necesario para el funcionamiento del complejo se obtiene de procesar cocos, muy abundantes en la isla. Y si hablamos de gestos "pequeños", se ha dejado de importar las célebres aguas Evian o Perrier y sólo se sirve la local, desalinizada y envasada en botellas de cristal reciclable. De más está decir que todas las bombillas son de bajo consumo y que los grifos tienen limitadores de agua. En Soneva Fushi no hay coches, por supuesto, y las bicicletas son el transporte común de empleados y clientes. La isla mide un kilómetro y medio por 700 metros de ancho.
Horas turquesas
Hay, en toda esta historia, una cuestión muy peliaguda y es la del combustible fósil –léase petróleo– necesario para llevar en avión al viajero a su idílico y lejano destino. Sonu Shivdasani parece haberlo resuelto de la siguiente manera: el 2% del monto total de la factura del cliente se invierte en energías limpias, por el momento concretadas en la instalación de turbinas eólicas en la India, controladas por la Converging World, una organización sin ánimo de lucro que garantiza la corrección de la inversión. Si se tiene en cuenta que el precio por noche de una de estas villas no baja de los 800 dólares en temporada baja, se podría pensar que los riquísimos clientes –Madonna incluida– se hayan sentido molestos en algún momento con las "pequeñas incomodidades" de este resort, y si embargo no es así. Ni las súper estrellas hollywoodenses ni los grandes magnates rusos que suelen frecuentarlo se han quejado nunca, que se sepa.
Un capítulo ineludible es el del ocio que estas lejanías llenas de mar proponen. Por empezar, el snorkel es aliado indispensable para acercarse a mantas rayas, tortugas, tiburones de arrecife (absolutamente inofensivos) y mil y una variedades de peces de colores como el payaso, mariposa, loro, león… Para seguir, el buceo. Es, sin duda, la atracción principal en Maldivas, donde lo practica al menos una vez más del 60% de los turistas. Existen cientos de lugares para hacerlo, muchos de ellos, casi a pie de playa en cualquiera de los establecimientos turísticos que pueblan sus islas. Los aventureros y expertos que prefieren merodear por sus profundidades azules, simplemente se van a otros atolones en barca. Y para quienes quieran iniciarse, existen, obviamente, numerosas escuelas de buceo. Casi a flor de agua o muy abajo, el mundo submarino muestra su variadísima vida acuática. Contemplar tantos cardúmenes de peces multicolores y extraños corales; nadar junto a tortugas, rayas, tiburones, o explorar algunos de los naufragios accesibles como el de la Victoria del aeropuerto de Hululu (considerado por muchos como uno de los más espectaculares del mundo), son moneda corriente en esta realidad llena de aguas turquesas. Y para quienes llegan hasta ellas, la emoción perpetua, un placer visual demasiado grande, inolvidable.
Según un principio de Bradbury, el batir de las alas de una mariposa puede causar un cataclismo al otro extremo del planeta. Se me ocurre que cada uno de nosotros podríamos probar, en nuestro pequeño mundo, a contaminar un poquito menos. Es probable que no acusemos de manera inmediata los efectos de la buena acción a gran escala, pero también es probable que en el extremo opuesto de la Tierra algo comience a cambiar para que el temido cataclismo sea, con el tiempo, un recuerdo cada vez más borroso. Y quizás con mucha, pero mucha suerte, logremos rescatar esa delicada joya que se desgrana en el océano Índico a la que llaman Maldivas.
Si pensás viajar...
- Cuándo ir: los días en las islas suelen ser soleados, con atardeceres imponentes y noches de brisas suaves. La temperatura promedio es de 30°C. Si pueden elegir cuándo viajar, la mejor época es desde diciembre hasta abril, durante la estación seca, cuando el agua es más cristalina. De mayo a noviembre es tiempo de monzones y, en consecuencia, la humedad aumenta y la temperatura baja.
- Documentación: para ingresar a la República de Maldivas se necesita una visa de turista válida por 30 días. Es gratuita y se gestiona al llegar, en el aeropuerto de Malé. Los requisitos para obtenerla son contar con pasaporte vigente, pasaje de vuelta y fondos suficientes para abordar la estadía o la confirmación de una reserva hotelera.
- Requerimientos sanitarios: En Maldivas no hay riesgo de contraer fiebre amarilla ni cólera pero, de todas maneras, el gobierno exige un certificado de vacunación a turistas que provienen de países donde existe esa enfermedad.
Cómo moverse en Maldivas
El transporte más común para moverse entre las islas es el dhoni –embarcación a vela parecida al dhow árabe–, el ferry, el speedboat y el hidroavión. Esta última opción es interesante, no sólo por la velocidad, sino porque permite descubrir la geografía de atolones y los colores del océano Índico desde el aire. Las islas se pueden recorrer a pie en menos de media hora.
MTCC. Ofrece servicio de ferry y de speedboats entre Malé y las islas Villingilli, Hulhumale y Thilafushi.
Maldivian . Aerolínea que opera vuelos internos.
Trans Maldivian Airways.Es la compañía de transporte en hidroaviones más antigua de Maldivas (1989) y pionera en trasladar pasajeros entre los resorts de distintas islas. Ofrece paseos turísticos, servicios para fotografía aérea, traslados in-out y hacia islas desiertas.
Dónde dormir en Maldivas
One&Only Reethi Rah. Atolón Malé Norte. A 35 km del aeropuerto, combina 130 villas discretamente construidas a lo largo de las amplias bahías de la isla.
Summer Island Village. Atolón Norte de Malé. Es una manera económica de conocer el país. Este tres estrellas ofrece 92 habitaciones comunes y 16 bungalows sobre el agua en una pequeña isla del atolón Malé Norte, a 35 km del aeropuerto.
Gangehi Island Resort. Atolón Ari. La clave de este condominio que cuenta con 60 bungalows es que se ubica en una pequeña isla.
Pepa Bueno