Senderismo, memoria inca, peleas y sopa de quinoa a orillas del lago navegable más alto del mundo, a dos horas de Copacabana, adonde se llega desde La Paz.
La lancha quiebra el agua pesada, azul añil, del Titicaca desmesurado. Se puede medir, claro, la superficie es de ocho mil kilómetros cuadrados, pero a la vista es desmesurado, inmenso como el océano en un país que no lo tiene. Dejamos atrás la ciudad de la virgen de Copacabana y nos adentramos en el lago navegable más alto del mundo, a 3.800 metros sobre el nivel del mar.
Somos unos setenta extranjeros gordos por el salvavidas naranja en la lancha. Nos rodean montañas, muchas cultivadas en terrazas, igual que en tiempos incaicos, y nubes espesas y muy blancas. Estoy en la cubierta con anteojos negros, gorro y protector factor 70 porque en la altura el sol deja llagas.
Al Titicaca lo comparten Bolivia y Perú. Del lado boliviano, las dos islas principales son la Isla del Sol, adonde nos dirigimos, y la de la Luna o Isla Coatí, que alguna vez fue una prisión construida en los años treinta, durante la Guerra del Chaco. Antes de embarcarme, conocí a un grupo de actores que volvían de filmar en la Isla de la Luna. Conversamos un rato y me contaron sobre el escape de la prisión conocida como Alcatraz de los Andes. Fue en 1972, durante la dictadura de Hugo Banzer. Se fugaron sesenta presos políticos en balsa, llegaron a la frontera con Perú y luego pidieron asilo en varios países hasta que Cuba se los otorgó. La película, que se estrenará a fin de año, se llama Esperar en el lago; el director es Okie Cárdenas y la actriz con la que conversé, Victoria Ric.
Seguimos navegando rumbo a la Isla del Sol, la más grande del lago Titicaca con casi diez kilómetros de largo y cinco de ancho. Antes de ir sé que viven unas dos mil personas de origen aymara y quechua, que hay ruinas incas y tres comunidades: yumani, challa y challapampa. Lo que no sé es que dos de esas comunidades están peleadas a muerte hace dos años. Ni que hubo una batalla naval en medio del lago, con palos, piedras y vidrios. Como en la Edad Media, pero hace poco.
Vivir en una escalera
Desde que desembarco hasta que me voy de la isla, cuatro días más tarde, subo y bajo. No de ánimo, sino en la montaña. La comunidad yumani, en la parte sur, está en una ladera y para cualquier cosa; desde tomar el desayuno hasta comprar un poncho, es necesario subir y bajar a cuatro mil metros. Al final del día tengo la sensación de haber estado yendo y viniendo por una escalera. El Podómetro, la app de caminar, me marca que subí 88 pisos, más que nunca en ninguna ciudad o país.
Desde el puerto, donde está la Fuente del Inca para obtener agua potable y dos estatuas, una de Manco Capac y otra de su hermana, Mama Ocllo, hasta el comienzo del pueblo, más de cien escalones de piedra altos e irregulares.
En los caminos de la isla veo cholas que llevan a sus hijos en la espalda. Adelante van las alpaquitas para la foto, llamas con nombre de persona como Sebastián, y las mulas. Por esto de vivir en una isla-escalera, quien tiene mulas es afortunado: son las porteadoras oficiales. Cargan materiales para la construcción, vírgenes para la iglesia, polainas para los turistas y harina para los panqueques. Cargan lo que sea y se quejan poco.
La pelea
Me alojo en una hostería de la comunidad yumani porque desde la pelea entre los challa y challapampa es la única posibilidad para quedarse. La pelea fue por dinero y ya pasaron más de dos años y nadie cede.
La Isla del Sol se divide en la parte sur, donde estoy ahora; el centro, zona de la comunidad challa, y el norte, territorio de los challapampa. En ese sector están las ruinas incas a las que todos los turistas iban. Pero solo una de las comunidades –challapampa– lucraba con la actividad, entonces los challa quisieron participar y construyeron unas cabañas cercanas a las ruinas. A los challapampa les pareció que era demasiado cerca y después de idas y vueltas una noche destruyeron una cabaña. Los challa se enojaron e implementaron una barrera en la frontera entre el sector sur y norte de la isla, así los turistas no pueden pasar ni visitar las ruinas, y los challapampa no obtienen los beneficios de la entrada ni de la visita al museo. El turismo decayó en la isla a partir del bloqueo a la parte norte.
Ahora estoy justo en la barrera, frente a una bandera roja como las que se izan en los balnearios cuando el mar está peligroso. A Ceferino Ramos, de la comunidad challa, le toca estar hasta las 19, luego viene otro que se queda toda la noche de guardia. Con paciencia, buen humor y un español difícil de entender explica esta guerra y cuando termina, después de un silencio largo dice: "Así es, pues, en conflicto estamos".
Hace un rato tiró unos "pitardos" para que los turistas sepan que no se puede pasar. La Roca Sagrada o Roca de los Orígenes, el palacio Pilcocaina y el museo arqueológico quedan del otro lado hasta que se solucione el conflicto. Hasta que se abuenen, como dicen acá.
A la vuelta de la barrera me cruzo con un austríaco que, años atrás, estuvo en la parte norte y cuenta de la belleza de las ruinas de Chincana y de los caminos. Crece el mito; volveré.
Caminatas con vista
De este lado, en el sur, quedan las panorámicas hermosas del lago que aparece todo el tiempo, a veces, de color azul añil y otras, como en este minuto, gris acero con un arco iris que entra en el agua como un puñal festivo.
La cordillera real siempre está enfrente con picos nevados. También se ve la Isla de la Luna y más allá, Perú. Las vistas llegan lejos desde cualquier ventanal de la isla y más aún desde el mirador Palla Khasa.
En la comunidad yumani hay una cancha de fútbol, una escuela, una iglesia y un templo inca. Se dice que allí vivió Manco Capac antes de fundar Cuzco. Clásica construcción inca que prescinde de la argamasa, sólo el arte de saber apoyar una piedra sobre la otra sin que se caiga todo.
Por la mañana caminé hasta un mirador, aunque toda la isla lo es. Atravesé terrazas con cultivos de quinoa, papas andinas, habas. Crucé burros cargados de hierbas para vender en el mercado y a una mujer arrugada que hilaba lana con la rueca; vi las enormes polleras de chola secándose al sol y junté ramitas de muña muña para hacer un té en el hotel.
Bajando –en subida es difícil detenerse– conversé con Teodosio Mamani, un hombre de 80 años, que volvía de ver sus papitas. Me contó que cuando era chico y llegaron los primeros turistas a la isla, él se escondía porque le daban susto. Y dijo que su papá tardaba tres horas remando hasta la Isla de la Luna. Antes de despedirnos miró el cielo negro en el horizonte y dijo: "Debe estar lloviendo en La Paz".
Cerca de la Fuente del Inca vi unos matorrales de kantutas, la flor nacional de Bolivia, sobre la que el poeta Franz Tamayo escribió: Regia flor escarlata/ del Ande innata,/ su tinte en que el sol brinca/ consagra al Inca. Toda doncella/ de fiera sangre India/ renace en ella.
Antes de partir compré dos souvenirs de piedra: un cóndor para los viajes y una lechuza para el estudio. A Inti, el dios del Sol, lo conseguí unos días antes y se convirtió ahí nomás en amuleto.
Si pensás viajar...
La mejor época es entre mayo y octubre. De diciembre a marzo llueve, pero no siempre es así. En verano las tarifas bajan.
CÓMO LLEGAR
Las lanchas parten todos los días desde el puerto de Copacabana, a las 8.30 y a las 14. El viaje cuesta u$s 5.
DÓNDE DORMIR
Ecolodge La Estancia. A 25 minutos de Puerto Yumani. T: (591) 2 244 0989. El mejor hotel de la isla, ubicado en un entorno precioso, con vistas excepcionales y alejado del pueblo. Además, un proyecto ecoturístico de construcción en terrazas como se usa en la zona y amigable con el medio ambiente (adobe, paja y piedras; paneles solares). Son 15 habitaciones dobles y triples y una suite familiar. Dobles con desayuno y cena, desde u$s120.
Utasawa Lodge. A 15 minutos del Puerto Yumani. T: (591) 7 402 4787. Un alojamiento al que da gusto llegar: con ventanales al lago, cerca del centro –pero no en el centro–, una buena relación calidad-precio y calificaciones 9 o 10. Las cabañas son nuevas y tienen vistas espectaculares del lago. La anfitriona es Sonia Ramos, siempre atenta a los detalles. Desde u$s 58 la doble con desayuno.
DÓNDE COMER
Cada hotel tiene su restaurante y todos ofrecen más o menos el mismo menú de tres pasos: sopa de quinoa, trucha del Titicaca con arroz, y de postre, banana con chocolate. En general la comida tarda un buen rato, hay que ser paciente y recordar que cierran temprano, a las 22. El servicio es de almuerzo y a veces de cena. El menú oscila entre u$s 5 y u$s 10. Dos imperdibles:
Café literario. Está en el centro del pueblo. Magdalena Ramos, la hija de Eusebio, cocina rico y tiene una linda biblioteca para disfrutar. La otra hermana, Helen, tiene una tienda de artesanías con las prendas de alpaca típicas y también tejidos originales hechos a mano con lana baby alpaca.
Restaurante Pachamama. Ideal para ver el atardecer; todas las ubicaciones de los restaurantes son buenas, pero esta es posiblemente la mejor. Excelente el pastel de quinoa frío.
Otros dos para tener en cuenta, ambos en el centro: Intijalanta con delicioso menú y precios muy tentadores y Las velas que tiene una riquísima lasaña vegetariana.
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