Irlandeses en la Argentina: una verde pasión
Emigraron a la Argentina en el siglo XIX. Hoy sus descendientes, que suman unas 500.000 personas, preservan un legado cultural que se remonta a los celtas y se preparan para festejar el día de su patrono, San Patricio
De viaje por el pueblo de West-meath, en Irlanda, Teresa Deane Reddy de pronto se topó, en vivo y en directo, con el mismo puente de piedra que ella veía dibujar a su abuelo. Para esta argentina de pura sangre celta que hacía su primera visita al país de sus ancestros fue como si una distancia de 10.000 kilómetros y más de cien años quedaran abolidos en un instante.
"Estaba igual. Mi abuelo dibujaba siempre ese puente, que a su vez le había visto dibujar a su padre", recuerda Teresa, secretaria de Redacción de The Southern Cross, el periódico de la comunidad irlandesa en la Argentina. "Mi bisabuelo dejó Irlanda cuando promediaba el siglo XIX. Y como tantos de los irlandeses que entonces llegaron a la Argentina, lloraba porque no había podido volver."
Huían del hambre y la persecución. La mayoría embarcaba para Estados Unidos o Australia. Pero fueron muchos los hijos de la Isla Esmeralda que arribaron a estas costas entre 1840 y 1890: la Argentina es el país de habla no inglesa que más descendientes de irlandeses tiene, y el quinto en todo el mundo. Hoy suman unas 500.000 personas. Este jueves celebrarán sus raíces en el Día de San Patricio, en recuerdo de su santo patrono, que en Û el siglo V convirtió a la Irlanda celta al catolicismo.
Según dicen, esos hombres y mujeres que llegaron empujados por siglos de opresión inglesa y por la Gran Hambruna –consecuencia de la peste de la papa, que entre 1845 y 1850 diezmó a la población– se trajeron Irlanda al hombro. Sólo así se explica que sus descendientes, muchas generaciones después, aún se sientan ligados a aquella tierra legendaria de hadas y elfos. Aquella tierra tan igual y tan distinta de esta que hoy, con un pie bien plantado en la modernidad, acaba de ser calificada por la revista The Economist como el mejor lugar del mundo para vivir. Y a donde en los últimos años –crisis argentina mediante– muchos han querido volver. Paradojas de la historia, siempre pendular.
De los barcos
"A mi abuelo Gaynor lo cargaron los ingleses en un barco a los 19 años, por rebelde, en 1857. Los últimos quince días antes de embarcarse lo único que comió fueron ortigas hervidas, porque no había ni para pan. A su hermano lo mandaron a Tasmania, donde se convirtió en un bandolero legendario. Eran barcos de vela, los cargaban para que se hundieran en el mar, y si llegaban a algún lado era por obra de Dios. La gente venía desnutrida y muchos morían durante el viaje. Mi abuelo fue a dar al Hotel de Inmigrantes, con apenas 45 centavos en el bolsillo."
Mateo Kelly –botas y bombachas de gaucho– ofrece un mate en su casa de San Antonio de Areco. Tiene 86 años, una memoria prodigiosa y cientos de historias. "Los criollos les daban a los irlandeses mil ovejas y un pedazo de campo –sigue–. Exigían el 66 por ciento de los corderos y la lana. Los irlandeses se quedaban con el tercio restante y así, en ocho o diez años, salían a flote. Era una vida dura. Vivían en taperas, ranchos de adobe, con puertas de cuero de oveja y en la frontera con el indio. Pero así mi abuelo Gaynor, que llegó sin nada, pudo comprar campo en San Andrés de Giles."
Gaynor, Maguire, Duggan. Andando por los pagos de Areco y un poco más allá, no es difícil encontrar pueblos con nombre irlandés. Lo que confirma la parábola del abuelo de Mateo: poblaron y prosperaron. Go west! Esa era la consigna del padre Antonio Fahy, uno de los personajes más emblemáticos de la comunidad irlandesa en el país. "Entre 1840 y 1850, Fahy recibía a los irlandeses en el puerto de Buenos Aires y los convencía de que se fueran al campo, al Oeste, a criar ovejas. Después los visitaba y los iba casando entre ellos", cuenta Teresa Deane.
Los separaba el idioma. Pero aquí, claro, no eran perseguidos por su catolicismo. Enseguida adoptaron las botas y se aficionaron al mate y el asado. Un paseo por los cementerios de Areco y Junín da cuenta no sólo de los muchos irlandeses que allá lejos y hace tiempo confluyeron en la zona, sino también de una curiosa simbiosis: Edward Geoghegan ("Gaucho Ted") 1874-1928, reza una lápida, entre cruces celtas y otros apellidos irlandeses como Farrell, O’Neill o Murphy.
Gauchos y todo, fueron celosos de su identidad. Mateo Kelly, por ejemplo, hasta los 10 años casi no habló castellano. Y en su casa paterna, las reuniones se animaban con violín y verdulera para entonar The wedding of the green y Mother Machree. "Allí donde se juntan dos irlandeses aparece la música, los bailes, los cuentos –agrega Teresa Deane–. En la casa de mi abuelo había gaitas, arpas, piano."
Así, Irlanda pasaba de hombros de una generación a los de la siguiente. "El irlandés es un pueblo que luchó por mantener su religión y sus costumbres", dice Kevin Farrell, vecino de Areco y presidente de la Federación de Asociaciones Argentino-Irlandesas, que agrupa a unas cuarenta instituciones en todo el país. "La lucha le dio convicciones profundas."
Cruz celta
Esas convicciones encarnaron en colegios como el San Brendan, el Santa Brígida y el Fahy, por cuyas aulas pasó Rodolfo Walsh (el escritor plasmó su experiencia como pupilo en el cuento Irlandeses detrás de un gato); en el periódico The Southern Cross, que con 130 años de vida es el medio de una comunidad más antiguo de América latina, y en el Hurling Club. También en la iglesia Santa Cruz, una imponente construcción gótica emplazada a fines del siglo XIX en la esquina de Urquiza y Estados Unidos, San Cristóbal, coronada por una cruz celta que integra el símbolo cristiano con un círculo que representa el sol, adorado por los antiguos druidas de Erin.
"Cuando San Patricio llegó a Irlanda, no se opuso a los celtas, sino que incorporó sus ritos. Se hizo amigo de los druidas. Y así se mantuvieron la tradición de los duendes, el culto a los árboles y las costumbres milenarias", dice el padre Miguel Egan, de la orden pasionista, mientras nos conduce por la iglesia que durante décadas albergó los bautismos y casamientos de la comunidad. Los vitrales fueron traídos de Dublín. Hay arpas celtas talladas en los bancos de madera, un fresco donde San Patricio le enseña un trébol al rey celta de Tara para explicarle los misterios de la Trinidad y un resabio de tiempos no tan lejanos: "English confessions", se lee en chapas pegadas en muchos de los confesionarios.
Desde la década del 60 la iglesia es parroquial. Hace tiempo que ya no asisten sólo irlandeses. Y es lógico: la propia comunidad se abrió, se mezcló con otras, y en las últimas generaciones el casamiento entre irlandeses ha dejado de ser norma. Esto –dicen– aflojó las ligaduras de los más jóvenes con sus raíces. Pero no por mucho tiempo: a principios de los años 90 estalló el boom de la música celta en el país, y luego llegaría el auge económico de Irlanda.
Al son de la gaita
"Ya en los años 50 el padre Fidelis Rush y el asturiano Manolo del Campo organizaban festivales de música y baile celta, pero en el 85 se hizo el Primer Encuentro Pan Celta en el Club Fahy", recuerda Susana Shanahan, periodista y conductora del Plum Pudding (por el budín de ciruela con whisky, plato típico irlandés), un programa de radio que gira, obviamente, alrededor de la cultura celta. "Este auge era un eco de lo que pasaba en el mundo, donde The Chieftains, U2, Clannad o Enya ganaban grandes audiencias."
Se entiende que la música haya sido, para los irlandeses, una forma de fortalecer su identidad tras la independencia, en 1949. El sonido de la gaita cala hondo. Brian Barthe deja su gaita irlandesa –uilleann pipes, que se infla mediante un fuelle– y cuenta que empezó a tocar a los 14 años, en 1987, cuando muy pocos se dedicaban a ese instrumento en la Argentina. En los 90 empezó a llevar su música a pubs de la calle Reconquista como The Druid Inn, Down Town Matías y The Kilkenny, donde se presentaban bandas como The Sheperds o Kells. "La música empezó a ser algo importante para las nuevas generaciones de la comunidad irlandesa", dice Brian, que ahora toca en Saint Patrick’s Band.
Ese boom musical también atrajo a los jóvenes hacia los antiguos bailes celtas, cuenta Cristina Rasmussen, profesora de danzas tradicionales irlandesas y autora del libro La danza celta de Irlanda. Ella viajó a la Isla Esmeralda y allí aprendió jig, reel y otros pasos de más de 250 años que luego, de vuelta en la Argentina, enseñó en colegios de la comunidad. Hoy dirige dos cuerpos de baile desde el grupo de danza Celtic Argentina.
"Hay un justificado orgullo por la herencia cultural entre las nuevas generaciones de la comunidad", dice Juan José ÛDelaney, escritor y profesor universitario, autor de Tréboles del Sur y Moira Sullivan, obras de ficción sobre la inmigración irlandesa en el país. Y agrega que la transmisión de esa herencia ha convertido a la Argentina en una suerte de Arca de Noé lingüística y cultural. La Radio y Televisión Irlandesa grabó a Susana Shanahan porque tiene un perdido acento de Cork, por ejemplo. Y en 1999 un grupo de danza irlandés recopiló aquí pasos de baile que allá en la isla se habían olvidado.
"Muchas de las tradiciones que se mantienen aquí, los cuentos, las canciones o los chistes, son los que había en Irlanda en el siglo XIX y no las que hoy imperan en la isla", dice Guillermo MacLoughlin Bréard, cuyo tatarabuelo llegó a estas tierras en 1851 y que participó, en 1991, del Primer Congreso de Genealogía Irlandesa, en Dublín. "Fui una rareza –dice–. Era el único expositor que no venía de un país de habla inglesa."
Pero más allá de un renovado orgullo, fue la crisis económica de 2001 lo que hizo que más de mil descendientes de irlandeses argentinos emigraran a Irlanda en 2002. El Tigre Celta, con su pujante economía, fue también el objetivo de más de 2000 bisnietos de irlandeses argentinos que encontraron un obstáculo: el acta de ciudadanía de 1986 establecía que sólo los nietos de irlandeses podían obtener el anhelado pasaporte.
Sin embargo, mientras algunos todavía sueñan con ir a la Verde Erin, otros tienen sus dudas. "Tengo miedo de no encontrar lo que una vez conocí, de que el país esté mercantilizado", dice Teresa Deane. Pero Cristina Rasmussen disipa temores: "Estuve en 2002. Se han abierto al mundo, pero conservando lo propio. Están orgullosos de su cultura y la defienden".
Allá seguirá, entonces, ese viejo puente de piedra que Teresa lleva inscripto en el corazón.
Para saber más:
www.americacelta.com
www.tsc.com.ar
Nombres
- Los primeros irlandeses en llegar al Río de la Plata fueron Juan y Tomás Farrell, que vinieron con Pedro de Mendoza, en 1536.
- Guillermo Brown, fundador de la Armada Argentina, nació en Foxford, Irlanda, en 1777, y murió en Buenos Aires en 1857.
- Fueron descendientes de irlandeses Domingo French, Camila O’Gorman, Dalmacio Vélez Sarsfield y Cecilia Grierson.
- Y lo son María Elena Walsh, Pacho O’Donnell, Ricardo López Murphy y Oscar Barney Finn.
San Patricio, una fiesta popular
Como San Valentín o San Nicolás, San Patricio de Irlanda es uno de los santos más populares del mundo, y este jueves se lo recordará con festejos en todos los países con inmigración irlandesa, la Argentina entre ellos.
Si en Nueva York es costumbre que cada 17 de marzo se conmemore el día de la muerte del santo con un gran desfile en la Quinta Avenida, en Buenos Aires la calle que se viste de verde es Reconquista. Allá por 1992, se congregaban apenas unas 150 personas en Down Town Matías. Pero desde mediados de los años 90, la fiesta empezó a crecer y el año último unas 50.000 almas coparon las cinco cuadras donde se concentran irish pubs como The Kilkenny, The Shamrock, The Druid Inn o Dubliners. Esa noche se bebieron, según las crónicas, unos 75.000 litros de cerveza.
La comunidad irlandesa de Buenos Aires se congregará en la iglesia San Cruz, en el barrio de San Cristóbal, donde después de una misa habrá un festejo en uno de los salones parroquiales con música de Saint Patrick’s Band y la presentación de grupos de danza irlandesa. "Allí es donde uno ve a los primos segundos con los que te encontrás una vez al año", dice el gaitero Brian Barthe.
Seguramente, muchos de los que se sumen a la efervescencia de la calle Reconquista no sabrán a ciencia cierta quién fue ese santo nacido en Escocia, capturado a los 16 años durante una invasión guerrera y llevado a Irlanda como esclavo para cuidar ovejas. A los 20 años, San Patricio recuperó su libertad y volvió a su hogar, pero años más tarde, en 432, regresó a Irlanda ya ordenado obispo para llevar el catolicismo a esas tierras habitadas por los celtas. Predicó durante 40 años y –dicen– convirtió a todos.