Apoyo incondicional y cómplice de las aventuras mundanas de la ex reina Sofía de España, fundó su propia ONG y donó todo su patrimonio a causas solidarias
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Siempre detrás de algún príncipe, princesa, rey o reina, hubo (y hay) algún pariente cercano encargado de darle un toque de normalidad a las vidas ceremoniosas de estos seres supuestamente ungidos de cierta gracia. Cuando a la noche cuelgan el traje para irse a la cama lucen como gente del montón, aunque un montón aristocrático, pese a que por esnobismo o curiosidad cada tanto disfrutan de explorar el mundo fuera de sus fronteras sociales. No es el caso de la ex reina Sofía de España, cuya hermana Irene ha sido no solo apoyo incondicional y paño de lágrimas en tiempos de penurias, sino también una compañía indispensable y excepcional para descubrir el mundo fuera del protocolo.
La tía Pecu, como le llaman en la intimidad a la princesa Irene de Grecia y Dinamarca, acaba de cumplir 80 años y casi todas las crónicas aparecidas en estos días dedicadas a celebrar su aniversario la describen como esa clase de mujeres “faro” que muchos deberían tener cerca: es vegana, le encantan el tarot y la medicina alternativa, practica meditación, es budista, no fuma, no se tiñe el pelo y adora vestir ropa amplia y sencilla que compra en ferias y mercadillos, aunque en el pasado integró la lista de las solteras mejor vestidas de Europa. Sobre su faceta más audaz, cuentan que hasta llegó a subirse a un avión para trasladar en persona a unas 72 vacas donadas por el gobierno de Cantabria a la India, país donde conectó con el budismo.
Hija menor de Pablo y Federica de Grecia, hermana del depuesto rey Constantino II y de la ex monarca de España, Irene nació en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde se refugió la familia real durante la Segunda Guerra Mundial y tras la invasión nazi a Grecia. Tenía cuatro años cuando dejó en claro que el palacio no la definiría: “Mamá, te conozco mucho antes que tú a mí. Estaba arriba con el Niño Jesús, te vi aquí abajo y le dije: ‘esta es la mujer de la que quiero nacer’”, dicen que le dijo a la reina Federica, que ha de haber quedado pálida. Creció junto a sus hermanos en la finca de Tatoi, cerca de Atenas, se educó en el colegio Arsakio y también en un internado en Alemania, pero entre sus virtudes más elogiadas figuran sus dones de pianista -alguna vez dio un concierto para la reina Isabel de Inglaterra en el Royal Albert Hall de Londres, junto con con la Orquesta Sinfónica de Cincinnati- y su incansable vocación solidaria. Es una persona desprendida, de hecho, no tiene fortuna personal. Una de sus primeras iniciativas fue fundar su propia ONG, Mundo en Armonía (con sede en más de 30 países), a la que donó los 900.000 euros de indemnización que percibió del gobierno griego en 1994 por la expropiación de sus bienes.
Cuentan los expertos en asuntos de realeza que uno de los mayores placeres de Sofía era escaparse a la India acompañada de Irene y viajar en trenes repletos de parias, como le llaman a clase más desfavorecida. Tras el referéndum de 1974 que abolió la monarquía en Grecia y destronó a Constantino, se instaló durante una década en un ashram en Madrás bajo la guía del gurú Mahadevan, una experiencia que influyó en la personalidad de las dos hermanas.
Las fotos de la época dejan ver que era muy bonita, y no le faltaron pretendientes, sin embargo, es soltera. Se sabe que tuvo una relación sentimental muy importante que fue censurada por su madre, también que vivió un gran amor (quizá se trata del mismo candidato) con su primo Mauricio de Hesse, hijo de Felipe de Hesse-Kassel, y que hasta el príncipe Harald de Noruega le había echado el ojo. Cuando su progenitora falleció en 1981, el vínculo con Sofía se fortaleció al punto de que viéndola sola, sin dinero ni patria, el mismo Juan Carlos la llevó a vivir a la Zarzuela. Dicen que era tan austera y discreta que solía pasar horas encerrada en sus aposentos (una suite con dos cuartos) para no molestar a la familia principal: “La traigo para que acompañe a Sofi y no sale de su cuarto” dicen que protestaba el monarca.
Hoy las hermanas son carne y uña. Los chismes afirman que comparten el interés por la arqueología, los viajes, el esoterismo, los ovnis y la quiromancia, disciplina en la que Sofía incursionó a través de cursos en la Universidad de San Bernardo. Van juntas a todas partes, incluso durante la última Semana Santa se las vio en una procesión sentadas entre la gente, como dos hijas de vecino, como en aquellos viajes a la India apretadas en un vagón de tren sin estrellas. La soledad de esta etapa caló hondo en la mayor: sus hijos y nietos están lejos (y alejados entre ellos), el marido sigue instalado en los Emiratos árabes sin miras de volver, y los actuales monarcas rompieron la tradición de asistir a la misa de pascua en Palma de Mallorca, uno de los pocos actos que solía compartir con sus nietas Leonor y Sofía.
Dicen justamente que ese modelo de unión y compañerismo es el mismo que quieren Felipe y Letizia para sus dos hijas, que en el futuro deberán asumir los mismos roles para los que fueron sido criadas su abuela y la tía Pecu, como tantas otras mujeres que a lo largo de la hisotria padecieron el peso de llevar una corona.
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