Los revolucionarios de mayo quedaron en la historia por la gesta que comenzó a liberar al país del dominio de los españoles, pero poco se sabe de la manera dramática en que murieron varios de ellos
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El 25 de mayo de 1810 comenzaba un período distinto para el Virreinato del Río de la Plata, territorio americano bajo dominio español, cuya sede de gobierno estaba en Buenos Aires. El rey Fernando VII había sido capturado por Napoleón en la lejana Europa y un grupo de criollos, en el Río de la Plata, decidió desconocer al representante del monarca en la región: el virrey Baltasar Cisneros. Este fue el momento culminante de la llamada Revolución de Mayo, que dio como resultado el establecimiento del primer gobierno patrio, que derivaría años más tarde en la Independencia de la Argentina.
La fecha remite a los manuales y actos escolares, a la postal del Cabildo porteño y el pueblo -¿con paraguas o sin ellos?- que “quiere saber de qué se trata”. Desde la infancia se aprende que el presidente de esa Primera Junta de Gobierno era el militar Cornelio Saavedra, sus secretarios eran Juan José Paso y Mariano Moreno, y los vocales, Domingo Matheu, Juan Larrea, Miguel de Azcuénaga, Juan José Castelli, Manuel Alberti y Manuel Belgrano.
Se suele recordar a estos próceres como seres descomunales, ubicados en el Olimpo de la historia. Eternizados en pinturas o nombres de calles, ellos parecen estar mucho más próximos al bronce que a la debilidad de la carne y el hueso. Sin embargo, aunque suene obvio, ellos eran, antes que todo, hombres. Y también, por supuesto, eran mortales. En esta fecha patria que se aproxima, vale la pena contar la manera, adversa e infortunada, en que terminaron sus días cinco de los nueve miembros de la Primera Junta: Alberti, Castelli, Belgrano, Moreno y Larrea.
Alberti: el cura que se infartó tras una discusión política
El sacerdote porteño Manuel Alberti, el único religioso de los integrantes de la Primera Junta de mayo de 1810, fue el primero de ellos en morir, apenas ocho meses después de la revolución. En enero de 1811, un ataque al corazón acabó con su vida luego de protagonizar un debate político con otros hombres del proceso revolucionario. “Tuvo un dolor en el pecho y cayó muerto. Fue después de un día de acalorada discusión. Si fue por eso o no la muerte, no lo sabemos, pero es posible”, dice hoy a LA NACION Gabriel Di Meglio, historiador y director del Museo Histórico Nacional.
“Pensemos que si siempre la política es compleja, en momentos de revolución es cien veces más, porque hay mucho en juego”, añade el historiador, que de inmediato cuenta cuáles eran los principales posturas en el debate a fines de 1810 y comienzos de 1811, que es cuando murió el sacerdote: “Hay un debate muy grande en función del proyecto que proponía Moreno que era el de disolver la Junta para hacer un congreso que pudiera declarar la independencia, que se opone al otro proyecto que es el de ampliar la junta con representantes de las provincias y mantener la fidelidad al rey. Es decir, mantener un proyecto autonomista y no independentista. Este último es el proyecto de Saavedra y de la mayoría de los revolucionarios. O sea, los que querían independencia total eran muy poquitos. Uno de ellos era Moreno. Y Castelli”.
En esta divisoria de aguas, Alberti se encontraba más cerca de Mariano Moreno. De hecho, hay historiadores, como Daniel Balmaceda, que aseguran que la última discusión del sacerdote fue, en el patio del Cabildo, con el Dean Gregorio Funes, representante de Córdoba en la Junta Grande y gran aliado de Saavedra. Los restos del religioso católico, que vivió 48 años, fueron enterrados en la iglesia de San Nicolás de Bari, de la que era el párroco. En la década del ‘30 del siglo XX, este templo fue demolido para el emplazamiento de la Diagonal Norte y, posteriormente, el Obelisco.
Castelli: el orador de la revolución que se quedó en silencio
El abogado Juan José Castelli, uno de los más intransigentes defensores de la gesta iniciada en mayo, fue considerado por los historiadores como el más agudo orador de la revolución. Por ello resulta una paradoja del destino el hecho de que un 11 de junio de 1812 a este patriota le hayan tenido que amputar la lengua, a causa de un cáncer. Aparentemente, las tumoraciones comenzaron a causa de la quemadura de un cigarro mal curada. “Un tumor me pudre la lengua y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla”, le hace decir a Castelli Andrés Rivera en su libro La revolución es un sueño eterno.
Pero esa enfermedad en la boca, que derivará en su muerte, no era la única desgracia que Castelli atravesaba en el final de su vida. Di Meglio cuenta: “Él tuvo un problema personal, se opuso al casamiento de su hija con el hijo del edecán de Cornelio Saavedra, que era su rival político, y ella se había escapado con él”.
Además, a nivel político, el exvocal de la Primera Junta vivió un duro traspié judicial: fue detenido y procesado por su desempeño en la batalla de Huaqui, en el Alto Perú. Allí, en junio de 1811, las tropas del ejército auxiliar comandadas por Castelli y Antonio Balcarce fueron derrotadas por el Real Ejército del Perú, un hecho catastrófico para las aspiraciones de los revolucionarios de expandir la gesta a los territorios del norte del Virreinato. “Lo que se suele hacer después de una derrota militar es un juicio de rigor para ver las responsabilidades, pero como Castelli estaba en contra del gobierno de turno, que no era el mismo gobierno que lo mandó a la expedición, sino el Primer Triunvirato, había una clara hostilidad contra él en la búsqueda de pruebas para inculparlo”, explica el historiador.
Sin saber exactamente de qué se lo acusaba y sospechando que su proceso era una jugada de sus poderosos enemigos políticos, Castelli murió, pobre y perseguido, el 11 de octubre de 1812. Por la afección en su boca, no podía hablar, pero su lucidez y espíritu crítico continuaron intactos hasta sus últimos minutos. Se dice que luego de recibir los sacramentos y poco antes de expirar pidió un lápiz y un papel y escribió: “Si ves al futuro, dile que no venga”. Tenía 48 años. Fue sepultado en la iglesia de San Ignacio.
Moreno: “Hacía falta tanta agua...”
El abogado y periodista Mariano Moreno, secretario de la Primera Junta, feneció en alta mar, mientras viajaba rumbo a Inglaterra, el 4 de marzo de 1811. Su muerte temprana, con apenas 32 años de vida, despertó todo tipo de teorías conspirativas y permanece, aún hoy, rodeda de misterio. “Moreno fue el revolucionario más importante desde la formación de la Junta, a lo largo de los meses es el que impone medidas más radicales, más cambios que chocan con los grupos más moderados, los que se referencian con Saavedra”, explica Di Meglio, que añade: “Moreno pierde esta interna, para decirlo en términos de hoy, renuncia a la Junta y deciden enviarlo como representante a Inglaterra, para que negocie con los británicos el reconocimiento del gobierno revolucionario”.
La enemistad política entre Saavedra y Moreno, más el envío del abogado en una travesía marina a Inglaterra es lo que genera las sospechas sobre su muerte. “Él sube al barco muy mal de salud, agotadísimo, como todo polítco cuando están en activdad durante 24 horas -dice el historiador-. Le dieron un medicamento que se administraba para el mareo y el capitán le dio una dosis mayor que la necesaria y murió. Si fue a propósito para asesinarlo o un error de negligencia no es posible de establecer. Ambas teorías son posibles, pero siempre la conspiranoica es la más linda”.
Entre los que están seguros de que la muerte del creador de La Gazeta fue un asesinato, se encuentra María Guadalupe Cuenca, esposa de Moreno, que recibió, poco después del embarque de su marido, una caja anónima con guantes negros y un velo de luto; y el propio hermano del exsecretario de la junta, Manuel Moreno. “Se planteó la discusión. Algunos decían: ‘¿Para qué lo van a matar si ya estaba derrotado’. Y otros dicen: ‘Igual le tenían bronca’”.
Para sumar un condimento más a este misterio, aparece la frase sobre la muerte del prócer que se le atribuye a Saavedra, que dicen que dijo, quizás de manera irónica: “Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego”. “Creo que esa frase es apócrifa”, señala Di Meglio, en la difícil tarea de convertirse en un derribador de mitos. “Es una frase atribuida después, nunca la vi escrita en ningún lado. Es hermosa, pero me parece poco confiable”, agrega. Como correspondía en aquella época ante cualquier muerte en alta mar, el cuerpo del ardiente revolucionario de mayo fue arrojado a las profundidades del océano.
Belgrano: el mármol de la cómoda para hacer la lápida
El 20 de junio de 1820, a las 7 de la mañana, en la vieja casona familiar de la calle Pirán (hoy Belgrano) moría el abogado, exvocal de la Primera Junta, general del ejército y creador de la bandera nacional, Manuel Belgrano. El hombre que había batallado duramente en la política y en las contiendas militares por la libertad del país, se iba del mundo practicamente sin bienes materiales. Es conocida la anécdota de que el pago los honorarios a su médico, Joseph Redhead, con su reloj de oro. “Él era hijo de un millonario. Belgrano es alguien que realmente deja todo por la causa. Yo no diría que murió pobre, pero para alguien que había sido muy adinerado, estaba en las malas, claramente”, dice el director del Museo Histórico Nacional.
Entre las causas de la muerte que enumeran los historiadores del prócer, se encuentran una sífilis adquirida en la juventud, secuelas del paludismo, hidropesía y problemas cardíacos. “El agotamiento puede generar enfermedades. Esta gente que vivió la vida con lo que en esa época se decía ‘la carrera de la revolución’, que dejan todo y se dedican cien por ciento a eso y son políticos, diplomáticos y militares a la vez, terminan con el cuerpo destruido. San Martín se pudo recuperar cuando se fue al exilio. Belgrano no llegó a eso”, señala Di Meglio.
Más allá de que no hayan tenido una influencia directa para su salud, tampoco eran propicios para el creador de la enseña patria los vientos políticos en los últimos meses de su vida, en los que él veía que su lucha revolucionaria se diluía en luchas internas. El caos político en ese entonces era tan grande que, por caso, el mismo día de la muerte de Belgrano, Buenos Aires tuvo tres gobernadores. “Si bien la independencia había triunfado, el poder central en el cual Belgrano confiaba ciegamente, el gobierno para el que él servía se desmoronó. No quedaban más que provincias, algo que para muchos en la época fue visto como una anarquía, como una disolución”.
Sólo un periódico de Buenos Aires informa acerca de la muerte del prócer. Es El Despertador Teofilantrópico, administrado por padres franciscanos, que describe el funeral del exvocal de la Primera Junta como “triste, pobre y sombrío”. Belgrano fue enterrado en el convento de Santo Domingo. Como no había dinero para hacer su lápida, uno de sus hermanos cedió el mármol de una cómoda del hogar familiar. En 1903, sus restos se trasladaron a un imponente mausoleo, ubicado al frente de la Iglesia del mismo convento, en la intersección de las calles Defensa y Belgrano.
Larrea: caída en desgracia y suicidio
Juan Larrea fue vocal de la Primera Junta y uno de los revolucionarios más extremistas, “muy partidario de las ideas de Moreno, de los cambios duros”, de acuerdo con Di Meglio. Si bien su muerte se produjo 37 años después de la gesta de mayo, el final de este prócer también tuvo un carácter trágico. Sucede que este comerciante de origen catalán se suicidó en Buenos Aires, un 20 de junio de 1847.
“Larrea cayó en desgracia un par de veces cuando cambiaba el gobierno, pero su desgracia final fue muchos años después de 1810. El era opositor a (Juan Manuel de) Rosas, había vuelto a Buenos Aires desde Montevideo y le había ido muy mal en esos años. Tenía muchos problemas económicos, estaba en una mala situación personal”, dice el historiador, y añade cómo fue su muerte: “Se mató. Algunos dicen que con la navaja de afeitar, otros que se pegó un tiro”.
Larrea tenía 68 años cuando tomó la decisión de quitarse la vida. Con su partida, moría el último de los nueve miembros de la Primera Junta. Entre otro de los logros de su vida que quedaron en la historia, además de haber participado en la Revolución de Mayo, fue el haber impulsado la creación de la escuadra naval que, al mando de Guillermo Brown, venció a la Real Armada Española en la campaña de 1814. En ese momento, Larrea era Ministro de Hacienda nombrado por el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio de Posadas. “Esa flota que organizó el exvocal de la Junta permitió la caída de Montevideo, que era un baluarte realista”, sentencia Di Meglio.
El cuerpo del próspero comerciante y patriota de la revolución que cayó en desgracia fue enterrado en el cementerio de la Recoleta, aunque el día de hoy se desconoce el lugar exacto donde se encuentran sus restos dentro del tradicional camposanto porteño.
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